Szabla acababa de colocar las últimas hojas encima de las ramas cuando oyó el grito. Savage y Justin se irguieron en la oscuridad, a la espera de lo que podía aparecer. Savage tomó firmemente el Viento de la Muerte y lo colocó a lo largo del antebrazo, con el filo hacia el exterior, listo para clavarlo.
– ¡El agujero! ¡Preparad el puto agujero! -El grito les llegó desde la oscuridad de la noche.
Savage estuvo a punto de atacar con el cuchillo a Cameron y a Tank cuando éstos aparecieron en el pequeño círculo de luz.
– Viene detrás de nosotros -jadeó Cameron-. Ahora mismo. ¿Está listo el agujero?
– No, no todavía -dijo Szabla-. Necesitamos la última rama para taparlo del todo. -Señaló la abertura oscura al final de la boca del agujero. Las dos antorchas, una a cada lado, quemaban con fuerza.
– Tendremos que pasar así. Poneos detrás del agujero. ¡Ahora! Detrás. ¿Están listos los explosivos?
Szabla tomó el detonador y se lo pasó a Savage, que se encontraba a unos pasos de la boca de la vesícula de aire. El cable serpenteaba por el suelo y desaparecía entre las hojas que camuflaban la trampa. Savage agarraba el detonador con ambas manos, con los dedos entrelazados encima del extremo en pinza.
Detrás de ellos, la noche estaba silenciosa excepto por las gotas de lluvia que caían suavemente en la hierba. Los árboles crujían y ondulaban en la brisa. A unos cientos de metros, un extremo de una de las tiendas se agitaba con el viento.
Szabla, Tank y Cameron estaban en el lado este del agujero. Savage esperaba, de cara al bosque, jugando con el detonador.
– No podemos estar en fila, así -dijo Cameron-. Sólo conseguiremos que se asuste.
– ¿Y eso es malo? -preguntó Justin.
– No tenemos tiempo, Justin -dijo Szabla-. Por si lo has olvidado, todavía queda otra larva por ahí. Si la jodemos, tendremos dos cosas como ésa.
Szabla miró a Cameron y a Tank, que todavía jadeaban a causa de la carrera. Szabla y Savage constituían el equipo más fuerte en ese momento, así que ellos tendrían que encargarse. Se dio la vuelta hacia Tank, Justin y Cameron.
– Vosotros tres, dispersaos. -Señaló cuesta abajo-. Yo y Savage vamos a atraer esa cosa hacia el agujero. Cuando oigáis el estallido, venid corriendo.
El viento silbó al atravesar la torre de, vigilancia y todos se sobresaltaron, pero aún no aparecía nada.
– Vete, Cam. Es una orden. -Szabla los miró con ansiedad-. ¡Ahora!
Tank y Justin dieron media vuelta y corrieron hacia la oscuridad. Cameron dio unos cuantos pasos hacia atrás, indecisa, con los ojos fijos en Szabla.
– ¡Vete! -gritó Szabla.
Con una mueca, Cameron salió corriendo detrás de Tank y Justin. Szabla y Savage la observaron desaparecer en la noche. Savage tenía el detonador en una mano y lo sopesaba.
– ¿Cómo sabes que no va a ir detrás de ellos? -preguntó Savage, mientras se pasaba los dedos por el corte del antebrazo que ya empezaba a cicatrizar.
– Porque la atrae la luz -dijo Szabla.
– ¿No le bastamos nosotros? -dijo Savage con mordacidad.
Un ruido atronador casi hizo que Szabla se cayera del susto. Cuando levantó la vista vio la tienda de Tank y Rex que flotaba con el viento en la distancia, con las cuerdas de seguridad colgando como una cometa. Algo había arrancado la tienda del suelo de un golpe.
Szabla percibía con dificultad las otras tiendas bajo la luz de la luna: irnos enormes bloques oscuros temblorosos como elefantes durmientes.
El extremo de la tienda ya no se agitaba con el viento. Szabla observó cómo la tienda rodaba empujada por el viento a través del campo y se dio cuenta de que la mantis la había tomado por algo vivo.
Miró a la oscuridad de su alrededor con el corazón batiéndole violentamente en el pecho, visiblemente agitado debajo de la camiseta mojada y pegada al cuerpo. Creyó oír un ruido detrás de ella y se dio la vuelta con tanta fuerza que estuvo a punto de perder el equilibrio, pero no había nada.
Ella y Savage retrocedieron hasta el agujero. Las antorchas iluminaban solamente un círculo de unos cuatro metros y medio. Forzaron la vista hasta que les dolieron los ojos, pero no pudieron detectar ningún movimiento.
Oyeron un chirrido a la izquierda y un destello verde y, de repente, una de las antorchas estaba tumbada en la hierba. La llama se redujo a un destello amarillo, luego naranja y luego se apagó.
– Mierda -dijo Szabla-. Mierda.
Con los ojos clavados en el lugar donde habían visto el destello de la mantis, Savage y Szabla retrocedieron lentamente para acercarse a la antorcha que quedaba encendida. A Szabla el pecho le subía y le bajaba con fuerza.
– Tranquilízate, Szabla -gruño Savage-. Disfrútalo.
– Ven, hijo de puta -dijo Szabla, dirigiéndose a la oscuridad-. Vamos.
Algo crujió en la hierba. Savage miró al otro extremo del agujero intentando ver algo. Quitó el seguro del detonador con el pulgar. Szabla se mantuvo quieta, aunque le temblaban las piernas.
Una enorme cabeza apareció a la vista, flotando a unos dos metros setenta centímetros del suelo. Se inclinó hacia la derecha y miró a Szabla con atención. Esta vio la temblorosa cavidad preoral, rodeada de unas grotescas armas naturales, y ahogó un grito.
Con elegancia, la mantis penetró en el círculo de luz. Szabla hizo una mueca al ver toda la extensión de su cuerpo, las seis patas que terminaban en gancho, el brillo de la cutícula.
La mantis avanzó hacia el borde del agujero y se detuvo, mirándoles con ojos de depredador. Los ojos eran dos grandes órbitas, tan oscuros que brillaban. Entre ellos, los ocelos resplandecían como el mármol.
De cara al animal, al otro lado de la vesícula de aire, Szabla murmuró algo, repitiéndolo una y otra vez como un mantra.
La mantis se pasó una tibia por el rostro; las antenas temblaban. La cabeza rotó con suavidad en el extremo del delgado cuello y volvió a mirar a Szabla. Luego miró las ramas que cubrían el agujero y las comprobó avanzando un pie.
– Adelante, hija de puta -siseó Szabla-. Avanza ahora.
La mantis apartó el pie y empezó a rodear el agujero en lugar de cruzarlo.
Savage maldijo escupiendo saliva. Szabla comprobó una de las ramas con el pie y luego descargó una parte del peso del cuerpo en ella. Avanzó encima del agujero con un balanceo para mantener el equilibrio. Las ramas se doblaron bajo su peso y se tensaron casi hasta romperse en la zona que Savage había realizado la incisión.
La mantis se quedó quieta, observando a Szabla con curiosidad.
– ¿Qué coño estás haciendo? -gruño Savage.
– Cebo vivo.
– ¿Y si no sales a tiempo?
– Cebo muerto.
La mantis expulsó aire por los espiráculos y asustó a Szabla, que estuvo a punto de perder pie y caer en el agujero, pero recuperó el equilibrio justo a tiempo.
– Mantén la calma -gruñó Savage-. Muévete con suavidad y despacio.
Una de las ramas empezó al rodar bajo el pie de Szabla, pero ésta logró controlarla y colocarla en su lugar.
– Mantenlas juntas -dijo Savage-. Y atráela a la trampa.
Szabla agitó los brazos y la mantis avanzó unos cuantos pasos con la cabeza adelantada del cuerpo. Szabla tropezó y casi cayó entre las ramas, soltando algo parecido a un grito. La mantis se incorporó y abrió las patas delanteras, mostrando las marcas en forma de ojos en el interior. Las alas inferiores rascaron la parte posterior del abdomen con un chirrido. Szabla se tambaleó.
– ¡Cálmate de una vez! -gritó Savage-. Está jugando contigo, comprobando cómo te mueves. Si te caes en el agujero, estás acabada.
– Ven aquí -gritó Szabla, abriendo los brazos-. Ven a buscarme.
Se agachó, rompió una pequeña ramita de la rama que tenía bajo los pies y se la arrojó a la mantis. La ramita la golpeó entre las patas delanteras y la criatura volvió a incorporarse, con las alas inferiores abiertas. La extensión de las alas llenaba todo el campo de visión de Szabla.
Szabla se preguntó si Cameron, Justin y Tank estarían mirando en esos momentos desde algún lugar en la oscuridad. Dio un paso hacia atrás tartamudeando algo para sí misma y Savage intentó tranquilizarla con la voz.
– Todo va bien. No importa lo grande que sea mientras consigamos meterla en el agujero. Solamente haz que avance un poco.
Con las patas de presa levantadas con avidez, la mantis dio un paso hacia delante, encima de una de las ramas que cubrían el agujero que crujió bajo su peso. Adelantó otra pata acercándose a Szabla.
Szabla se dio la vuelta y miró con desesperación a su alrededor, calculando la distancia que tendría que saltar cuando las ramas empezaran a ceder. Se encontraba en la antepenúltima rama del extremo del agujero y la oscura franja que estaba al descubierto se abría amenazadoramente entre ella y tierra firme.
Mientras miraba hacia atrás, la mantis dio un paso hacia delante con una de las patas traseras, apoyándola con habilidad en una rama. La última pata siguió el movimiento y entonces la mantis estuvo con todo su peso encima de las ramas, que crujían, frente a Szabla. Las cortantes mandíbulas se encontraban a muy pocos pasos de ella, pero la criatura todavía no había doblado las patas delanteras en posición de ataque.
– ¡Van a ceder! -dijo Savage-. ¡Sal de ahí!
– Todavía no -susurró Szabla-. Todavía no.
La mantis dobló las patas de presa sobre el pecho, a punto para lanzarlas hacia delante. Las filas de púas encajaban a la percepción, como los dientes de un engranaje. La criatura dio otro paso hacia delante y se colocó directamente encima de los explosivos. Con una expresión extrañamente tranquila, empezó a oscilar de un lado a otro.
Una de las ramas crujió y la mantis se hundió unos centímetros, pero todavía no cedía del todo.
– ¡Es perfecto! -gritó Savage-. ¡Sal antes de que caiga!
Szabla se volvió para saltar, pero la última rama rodó bajo su pie y, en un momento terrorífico, Szabla sintió que volaba. Levantó los brazos al caer y vio la barba de Savage, borrosa, antes de ir a dar al fondo del agujero.
Cayó al suelo de espaldas y se rompió un codo con el golpe. Sintió el dolor intenso en los hombros y en la rabadilla. Se mordió para no gritar, decidida a no hacer ningún ruido. La tierra olía a fango y a podrido. Estaba todo asombrosamente oscuro, pero pudo ver unos destellos de la luz de la antorcha entre el tejido de las ramas, encima de su cabeza, que se proyectaban sobre sus brazos y su rostro como cortantes rayos dorados. A poca distancia distinguió la cinta roja que envolvía el TNT. Un helecho roto le hacía cosquillas en la mejilla.
Encima del tejido de ramas había una mancha oscura, el vientre de la criatura. Las ramas empezaron a combarse bajo el peso y entonces una de ellas crujió y quedó sostenida sólo por la corteza. Una lluvia de tierra cayó encima de Szabla desde ambos lados: los extremos de las ramas empezaron a cavar unos surcos en las paredes del agujero y, entonces, toda la estructura cedió.
Con un crujido muy fuerte, las ramas se rompieron y Szabla rodó contra la pared más alejada. Llenó el aire una explosión de cortezas, hojas y tierra, que quedaron suspendidas incluso cuando las ramas llegaron al suelo.
Szabla se golpeó contra la pared y se torció el cuello dolorosamente hacia delante. Presa del pánico, se limpió los ojos y vio a la mantis que se levantaba delante de ella. La criatura había aterrizado en la vesícula de aire sobre sus cuatro patas traseras; a pesar de eso, tenía la cabeza cerca de la tierra. Entre Szabla y la muerte sólo se interponía el código de soldado de Savage: Szabla sabía que él nunca abandonaría a otro soldado.
Savage se acercó al borde del agujero con el detonador en la mano. Si lo activaba, la explosión seguramente mataría a Szabla además de a la mantis.
En algún lugar de la mente, Szabla registró el grito de Savage dirigido a Cameron y a Tank, pero sabía que no importaba. Sabía que era demasiado tarde.
Szabla detectó un destello y vio a Savage saltando por los aires hacia la criatura: su cuerpo era como una flecha acabada en la punta de su cuchillo. La mantis se volvió y le dio un golpe con la parte trasera de una pata y lo lanzó contra la pared. Savage se abrió una herida en la frente por el golpe y cayó de espaldas y cabeza abajo sobre un montón de hojas y ramas rotas. Inconsciente, rodó hacia delante y una de las piernas le quedó apoyada encima de los paquetes de TNT.
La mantis se volvió hacia Szabla, con las antenas erguidas como dos juncos. Se balanceó. Su boca era un húmedo anillo de afiladas piezas cortantes. Con las patas delanteras agarró a Szabla y la levantó antes de que ésta tuviera tiempo de cerrar los ojos. Las púas se le clavaron a ambos costados del cuerpo y Szabla gritó al sentir cómo penetraban entre las costillas. La mantis levantó a Szabla hacia la boca y ésta vio que las mandíbulas cortantes desaparecían de su campo de visión. Volvió a gritar y pensó «Dios, oh Dios, qué manera tan horrible de morir».
Cameron y Justin sacaron la cabeza por el agujero, pálidos, y luego Tank, pero Szabla ya estaba forcejeando y chillando atrapada por la mantis.
Szabla sintió el punzante olor de la criatura a su alrededor y notó que las afiladas mandíbulas empezaban a trabajar en su nuca. Sintió un profundo dolor cuando su piel fue atravesada como la de un asado. Gritó y la sangre llenó todo mientras las mandíbulas penetraban en los huesos y los cartílagos. Szabla quedó inerte en los brazos de la mantis y la criatura le dio la vuelta como si fuera un cerdo en un asador, chupando, mascando y arrancando.
A Szabla los brazos y las piernas ya no le obedecían y se encontró en un instante de perfecto terror silencioso al sentir que las mandíbulas le rascaban el cráneo. Entonces se apagó.
Tank recogió el detonador que Savage había tirado al suelo antes de lanzarse contra la mantis y miró hacia abajo sin esperanza. Los explosivos se encontraban justo debajo de una de las piernas de Savage.
Justin gritaba e intentaba saltar al agujero, sobre la espalda de la mantis, pero Cameron le tenía agarrado por la cintura. El se deshizo de su abrazo y Cameron resbaló por sus piernas asiéndose a ellas con fuerza y reteniéndole.
Justin gritaba y lloraba con la lanceta fuertemente agarrada.
– ¡Déjame ir! ¡Es mi compañera!
– Ya se ha ido -gritó Cameron-. ¡Usa la cabeza! Está acabada.
Justin se soltó de Cameron y se incorporó, pero Tank le pasó un brazo por el cuello y le retuvo contra su pecho en un abrazo fuerte como el de un oso hasta que Justin dejó de forcejear.
El cuerpo de Szabla continuaba sufriendo espasmos. Las mandíbulas de la mantis continuaban trabajando en su cráneo hasta que no fue más que una masa corporal sin cabeza.
Cameron se quedó tumbada sobre el estómago, con los brazos todavía extendidos por el intento de retener a su marido. Observó la escena sin hacer ningún esfuerzo por levantarse.
La mantis cesó de mascar un momento y los miró con curiosidad. Entonces arrojó el cuerpo de Szabla al suelo, donde se retorció con dos espasmos más, y se precipitó hacia la pared norte del agujero.
Cameron se puso de pie al instante.
– ¡Moveos! ¡Hacia el campamento de Frank! -gritó.
– ¿Y Savage? -gritó Justin.
– Ya no podemos hacer nada.
– No podemos abandonarle -protestó Justin, corriendo detrás de Cameron y Tank-. No podemos abandonarle. -Se detuvo.
Detrás de él, la mantis había empezado a trepar por la pared y su cabeza resultaba visible.
– No tenemos elección -dijo Cameron. Por encima del hombro vio a la mantis emerger del agujero.
Justin miró hacia atrás una vez y luego siguió a Cameron hacia la oscuridad.
La mantis los observó un momento y luego dio media vuelta y se dirigió al fondo del agujero, hacia el cuerpo de Szabla. Los intestinos estaban desparramados por encima del estómago y al lado del cuerpo; el suelo cubierto de sangre y heces. Uno de los brazos se retorcía, y los dedos de la mano cavaban surcos en la tierra.
La mantis pasó a su lado hacia Savage, que estaba inconsciente. Bajó la cabeza hasta que la tuvo a centímetros de sus ojos cerrados. La sangre brillaba en la herida de la frente.
La mantis olió la sangre, esperando el menor movimiento.