Cameron resoplaba cuando llegaron a la cima de la colina y se encontraron con el lago, un disco de agua recogido en una cavidad como un cráter en el margen occidental de la isla. A unos cuarenta metros del océano, hacia el interior, las profundas aguas verdes contrastaban con fuerza con el azul del mar. Cameron entrelazó las manos sobre la cabeza y observó al mismo tiempo el ancho lago y la infinita franja de océano.
Diego se detuvo a su lado, divertido, y Derek llegó después con dos cantimploras y con la bolsa colgada del hombro.
– Creí que los de la Armada no resoplaban -comentó Diego.
El lago se había formado seis años y medio antes, como resultado de un maremoto producido por el Acontecimiento Inicial. Tenía una salinidad del ochenta y cinco por ciento, el doble de la del océano, provocada por la constante evaporación del agua estancada. Debido a este alto contenido de sal, en el lago sólo sobrevivían las algas y las gambas.
Las paredes del lago, formadas por capas de cenizas volcánicas comprimidas y lava negra, se habían erosionado y las franjas de esas capas formaban curvas y suaves protuberancias. En las partes menos profundas había unos cuantos flamencos rosados con las cabezas metidas en el agua en busca de comida.
El barro que rodeaba el lago se había endurecido y estaba cuarteado: parecían piezas de un puzzle no muy bien encajadas. En las grietas, el barro era blando y de un color blanquecino.
Un flamenco avanzó hacia su cría y, abriendo la boca, regurgitó leche de su estómago. Cameron abrió y cerró la boca.
– Es difícil llegar a las Galápagos -dijo Diego-, pero cuando uno está aquí, es fácil que desee quedarse.
Sacó un pote de cristal de la bolsa, se dirigió hacia la orilla del lago y dejó que Derek y Cameron disfrutaran de la vista.
Cameron le observó mientras bajaba con agilidad por la pendiente y luego miró a Derek. De entre las matas de arbustos que tenían a la derecha se levantaba un faro pequeño, un cono de color naranja de aproximadamente un metro construido con anillos prefabricados. Era una herramienta de navegación que funcionaba como un faro sin farero y llevaba el sello del Instituto Oceanográfico en uno de los lados junto con la información geográfica de la unidad: latitud, -0,397643; longitud, -91,961411.
Derek apoyó un pie en el faro y en ese momento se quedo helado: palideció y una expresión de sorpresa y miedo apareció en su rostro. Cameron dio un paso atrás con rapidez y miró hacia el matorral cercano.
Delante de ella, avanzando con lentitud, vio a una larva con una cabeza redondeada de veinte centímetros de longitud. Medía casi noventa centímetros en total y tenía el torso levantado y la cabeza inclinada hacia un lado. Las branquias le temblaban. Cameron vio su expresión de terror reflejada en la superficie vidriosa del ojo redondo de la larva. Ésta emitió un sonido suave y Derek retrocedió, tropezó y cayó al suelo.
El grito de Derek resonó en las paredes del lago. Cameron lo levantó y lo atrajo hacia ella mientras la larva volvía a bajar el cuerpo al suelo. Avanzó un poco y Derek y Cameron retrocedieron. En esos momentos, Diego subía por la pendiente de la orilla del lago, llamándolos, pero estaban inmovilizados ante la visión de aquella extraña criatura y no pudieron responder. Cameron se secó el sudor del rostro con la manga; las mejillas, quemadas por el sol, le temblaban.
Resollando, Diego llegó al lado de Derek y se inclinó hacia delante con las manos sobre las rodillas. Cuando vio la larva, sintió que la respiración se le cortaba. Dio unos pasos hacia atrás y notó lágrimas en los ojos. La larva volvió a avanzar un poco con sus patas falsas, que se retorcían en busca de agujeros en el suelo, y Diego dio un paso hacia delante con prudencia y se inclinó un poco hacia ella pero a punto de saltar hacia atrás a la mínima señal de peligro.
Cameron le agarró del hombro y le obligó a retroceder.
– Vamos a tomarnos esto con calma -dijo, más para sí misma que para Derek y Diego.
Diego rodeó la larva y señaló los matorrales. En ellos había un camino abierto: la larva se había, literalmente, «comido» la vegetación de esos matorrales abriéndose camino.
– Ay María Santísima -exclamó Diego-. Su consumo es extraordinario.
– ¿Qué coño es? -pregunto Derek con tono poco seguro. Se balanceó un poco sobre los pies.
Diego volvió a inclinarse un poco hacia delante, murmurando para sí mismo.
– Un artrópodo de alguna clase, probablemente un insecto. Larva cruciforme, una oruga quizá. Cabeza bien diferenciada, antenas peludas, tres pares de patas en el tórax, abdomen segmentado. -Acercó una mano a la larva pero la apartó enseguida cuando el animal giró la cabeza hacia él-. ¡Joder!
Cameron no podía apartar los ojos de la cabeza de aquella cosa. Aquellos ojos abiertos expresaban una inocencia y una amabilidad que sólo había visto en los mamíferos. La larva volvió a emitir ese suave sonido, pero esta vez teñido como de un repiqueteo metálico.
– Imposible -dijo Diego-. Los insectos no tienen pulmones ni cuerdas vocales. Sólo producen sonido frotando las patas o las alas. Debe de estar expulsando aire por la cutícula o frotando los segmentos del cuerpo. Debe de ser… -Se quedó mirando la boca abierta de la larva, las fuertes mandíbulas.
– Es tranquilizador -dijo Derek-, el sonido.
– Tiene agujeros en los costados -dijo Cameron señalando los espiráculos, uno a cada lado de cada uno de los segmentos del abdomen-. Quizás el aire pasa a través de ellos.
Cameron arrancó un espino de raíz con la mano envuelta en su camiseta. Aproximó la parte inferior a la larva y la agito delante de la cabeza. La larva volvió la cabeza de un lado a otro observando las raíces que colgaban. Pareció que su cuerpo se contraía para luego impulsarse hacia el espino. Abrió la boca sobre la parte inferior de éste y empezó a masticar. Cameron la miró con incredulidad: la larva levantaba el cuerpo del suelo conforme iba comiendo el espino, en dirección a su mano. Cameron lo soltó antes de que la larva se acercara demasiado. Ésta terminó de comer en el suelo y luego volvió a mirar a Cameron.
– ¿Es peligroso? -preguntó Cameron-. Tiene un aspecto de… de…
– ¿Persona? -sugirió Diego.
– Algo así.
Diego acercó la mano y tocó el segmento posterior.
– No lo sé. Nunca he visto algo así. Pero no tiene aguijones, garras ni espinas. Y no veo ninguna coloración de advertencia. Tiene las mandíbulas fuertes, pero eso es común en las larvas. Tiene glándulas detrás de la boca, posiblemente para expulsar seda para confeccionar el capullo. Parece que es herbívora, pero quizá sea un carnívoro ocasional. Aunque el tamaño es alarmante, no creo que exista ningún peligro…
La larva volvió la cabeza al sentir su mano y él apartó ésta rápidamente.
– Convincente, doctor -dijo Derek-. Muy convincente.
– ¿Se va a metamorfosear? -preguntó Cameron.
– Supongo que sí -respondió Diego-. Es típico de la larva. Quizá se transforme en una enorme mariposa, o…
– ¿Un árbol-monstruo? -inquirió Cameron. Todos miraron la larva por unos instantes-. ¿Crees que hay más?
Diego se encogió de hombros y negó con la cabeza.
– No tengo ni idea -respondió-. Yo nunca… Supongo que podría ser la única, aunque no hay modo de estar seguros. Lo cierto es que no podemos arriesgarnos… si no volvemos a verla, podría ser… una tragedia… Una oportunidad como ésta… -Se mordió el labio inferior.
– ¿Qué vamos a hacer con ella? -preguntó Cameron.
Diego se incorporó y se rascó la cabeza.
– No quiero moverla de aquí, pero si la dejamos corremos el riesgo de perderle la pista con facilidad. Y aunque todavía no hemos visto ninguno, es posible que haya perros salvajes por la isla. Podrían matarla. Hemos de asegurarnos de que tendremos la oportunidad de examinarla. Más tarde podríamos devolverla al lugar donde la hemos encontrado.
Los miró resignado, como si esperara que le contradijeran. Finalmente, Cameron miró a Derek.
– ¿Crees que te cabe en la bolsa? -preguntó.
Los rostros de todos expresaban los pensamientos de Cameron. Tank, Rex, Tucker, Savage y Szabla estaban sentados encima de los troncos delante del fuego, con expresión de desconcierto. La larva avanzaba por la hierba hacia la tienda de Derek. Diego se interpuso en su camino para conducirla de vuelta al círculo de troncos. Derek se puso de pie, pálido, y miró a la oscura hilera de árboles del bosque, al norte.
– Te estás quedando conmigo -dijo Savage.
Tucker se aclaró la garganta con fuerza y escupió.
– En absoluto.
Tank se puso de pie y volvió a sentarse.
– Mierda -dijo.
– Qué… Yo no… Qué es… Yo… -Szabla se interrumpió al darse cuenta de que no estaba yendo a ninguna parte. Estaba totalmente colorada.
– Guapo, ¿eh?
Diego colocó las manos a la espalda de la larva, a una distancia segura de la cabeza, y la levantó un poco. Las patas falsas se movieron en el aire en busca de base. Cameron se rió y Tank no pudo evitar sonreír. Se acercó a la caja de viaje que se había llenado con el agua de la lluvia y se mojó la cara.
– La encontramos al inicio de la zona árida -explicó Diego-. Le gusta la sombra, así que probablemente se dirigía al bosque. La cutícula se ve más apergaminada y frágil en la espalda del tórax, posiblemente por los rayos UV. Yo diría que bajó desde el bosque pasando por debajo de los palosantos.
– No es normal que se aventure tan lejos del bosque -dijo Rex-. ¿Qué hacía?
Diego no tenía respuesta. La larva dejó de retorcerse un momento y se quedó mirando la bota de Derek con una curiosidad casi humana.
– ¿Le ponemos nombre? -le preguntó Cameron, bromeando solamente a medias.
– ¿A qué estás jugando? -soltó Szabla, recuperando la compostura-. Esta cosa puede ser peligrosa. Podría ser a lo que se refieren todas esas supersticiones. Podría ser lo que se llevó a ese científico amigo de Rex.
– No era mi amigo -dijo Rex, todavía fascinado por la larva.
Esta se arrastraba sobre la hierba. Miró hacia arriba con sus enormes ojos mientras movía la boca como si masticara algo.
– Me resulta difícil creer que esto sea capaz de matar a un ser humano -dijo Derek-. Ni siquiera tenemos ninguna prueba de que haya pasado algo realmente aquí. Sólo cuentos. Ni siquiera ese tipo del hacha…
– Ramón -dijo Cameron.
– Sí, Ramón. Ni siquiera él pudo decirnos nada concreto.
– Así que es sólo una coincidencia que aquí sucedan cosas extrañas, que la gente desaparezca, y que descubramos este bicho -soltó Szabla.
Diego se aclaró la garganta y dijo:
– No creo…
– Además, se va a metamorfosear -continuó Szabla-. Puede hacerle sombra a Godzilla.
– Además, tenemos la obligación de comprobar que realmente se metamorfosea -puntualizó Diego.
– Quizá sea un extraterrestre -aventuró Tucker-, o proceda de las profundidades de la Tierra y haya emergido como consecuencia de las grietas abiertas por los terremotos.
– O tal vez se haya producido una fuga radiactiva en alguna parte -sugirió Szabla, mientras levantaba las manos y movía con rapidez los dedos-. Son ellos.
Rex reprimió una sonrisa.
– Supongo que se trata de una mutación o de una especie completamente nueva.
– Una buena mutación -comentó Savage.
Rex se encogió de hombros.
– Con el estado de la capa de ozono, ¿quién sabe? La vida de este planeta ha evolucionado durante cientos de miles de años para funcionar con éxito dentro de unos parámetros específicos de radiación solar. Si estos parámetros se modifican drásticamente, eso libera al ADN. -Tosió-. El tamaño de la larva indica algún tipo de esqueleto hidrostático. Sin él, el bicho sería una masa informe.
– ¿Cómo es eso posible? -preguntó Diego-. ¿Un esqueleto interno?
– Mira el tamaño -dijo Rex-. ¿Cómo podría ser de otra forma? Además, debe de tener un sistema de respiración avanzado, algún tipo de aparato respiratorio mutado. No hubiera podido crecer de esta forma sólo con el oxígeno obtenido por las agallas. ¿Quizás unos primitivos pulmones membranosos? -Se preguntó mientras miraba nerviosamente las tres agallas temblorosas que el animal tenía detrás de la cabeza.
– ¿Cómo coño sabes eso? -preguntó Tucker.
– Olvidas, muchachote, que soy geólogo especializado en ecología y en placas tectónicas. Aunque antes aborrecía las ciencias de la vida, llevé a cabo un aprendizaje extensivo de ellas. -Con una sonrisa poco sincera añadió-: Lo sé todo.
Savage se levantó, recogió un palo y se dirigió hacia la larva. Se inclinó sobre ella y con el palo la tocó en la cabeza. La larva se apartó de él moviendo la cabeza, como si eso le hubiera dejado un mal sabor en la boca.
– ¿Qué mierda estás haciendo? -exclamó Diego, quitándole el palo a Savage.
– Vaya, ahora juegas a mamás y a papás, ¿no?
Derek tenía el rostro encarnado.
– No continúes con esta mierda, Savage.
– ¿Qué pasa con tanto proteccionismo? Esa cosa puede ser peligrosa.
– Justo -dijo Szabla-. Exactamente lo que digo.
Diego se dirigió a Szabla con un tono tranquilo y seguro:
– La larva es el estado de nutrición en el desarrollo de un insecto. El peso y el aumento de tamaño, normalmente, ocurre en ese período. Ya sabes que no puede cazar nada que sea más grande que ella. Sabes que hay reglas.
Szabla levantó la mirada, y la intensidad de sus ojos era sorprendente.
– Es un insecto de casi un metro. -Señaló a la larva, que en ese momento se había enroscado en una bola, con la cabeza escondida dentro de las espirales de su cuerpo-. No me hables de reglas.
– Aunque no me guste reconocerlo -intervino Rex-, tiene algo de razón. Este fenómeno, desde el punto de vista científico, rompe todas las reglas. Los insectos no crecen tanto. Todas nuestras ideas deben cambiar, incluidas las de peligro y amenaza. -El ala del sombrero le ocultaba casi por completo los ojos-. Esto es con lo que Frank debió de haberse encontrado antes de desaparecer. Pero, ¿por qué realizó el esbozo de una mantis? Las mantis son hemimetábolas.
– Traduce.
– No pueden realizar una metamorfosis completa. No pasan por una etapa de desarrollo como ésta.
– ¿Qué hacemos con ella? -preguntó Szabla-. No quiero que duerma cerca de mí.
Savage lanzó su Viento de la Muerte al aire y lo recogió por el mango.
– Si esa cosa se me acerca, la desuello -dijo-. Que le den por el culo a la ciencia.
– Eso lo decido yo -intervino Derek-. Nuestras órdenes son ayudar a Rex.
– ¿Y qué? -Szabla miró a Derek-. Esto no forma parte de la misión.
– Ahora sí -dijo Rex con suavidad.
Diego negó con la cabeza, disgustado, mirando a Szabla.
– ¿De verdad puedes ser tan corta de miras para…?
– ¿Corta de miras? En primer lugar y por encima de todo soy una soldado, y estaría loca si me quedara sentada con una criatura potencialmente peligrosa en mi campamento base.
– ¿Tu campamento base? -dijo Cameron. Miró a Derek, pero éste no la miró.
Tank se puso de pie y abrió los brazos en un gesto tranquilizador.
– Esto es una maravilla de la naturaleza -dijo Diego. Enfadado, se colocó bien el pañuelo que le sujetaba la coleta.
– Entonces no me culpes por maravillarme -respondió Szabla.
Szabla se precipitó hacia delante apartando a Diego de un golpe. Colocó un pie encima de la larva para inmovilizarla contra el suelo. El animal, con un silbido, expulsó el aire por los espiráculos.
Rex se levantó.
– ¡No te atrevas a cogerlo!
– Siéntate Szabla -farfulló Derek.
Szabla agarró la cabeza de la larva y se la echó hacia atrás hasta que el animal quedó con la boca abierta. Tucker y Tank se miraron, incómodos. Szabla observó el interior de la boca y las mandíbulas de la larva.
Derek se acercó a ella gritando:
– ¡Te he dicho que te sientes!
Szabla iba a decir algo, pero Derek la agarró por el cuello con una mano y la apartó de la larva. Ella sujetó la muñeca de él con ambas manos sin poder respirar. Los demás soldados se pusieron de pie. Rex dio un paso atrás, atemorizado.
– Jesús, teniente -dijo Tucker.
Szabla hacía angustiosos esfuerzos por respirar mientras Derek la empujaba hacia el tronco. Se le marcaban todos los músculos del brazo. Los soldados se quedaron inmóviles, sin saber cómo reaccionar. Derek la obligó a sentarse, pero con la mano continuaba atenazándole la garganta.
Cameron le puso la mano en el hombro con suavidad:
– Derek -dijo, en voz baja.
Derek aflojó la mano y Szabla se atragantó al intentar respirar. Cameron puso su mano sobre la muñeca de Derek y le apartó la mano del cuello de Szabla. Derek estaba ojeroso y tenía una expresión adusta; se le notaba la fatiga.
– Yo estoy al mando en esta puta misión y no permitiré que nadie lo olvide.
Se apartó unos pasos de Szabla. Los demás le miraban, nerviosos, mientras Szabla recuperaba la respiración. Diego le acercó una mano para comprobar cómo tenía el cuello, pero ella se la apartó de un golpe.
Derek se agachó y pasó la mano por la cutícula de la larva. Tenía la carne blanda, y una fina capa de pelos flexibles le daban un tacto mullido.
– Este animal nunca ha sido visto -dijo Rex, rompiendo el silencio-. No vamos a soltarlo ni a matarlo.
– ¿Quién eres tú para decir eso?
– Ésa es mi tarea -respondió Rex-. Vosotros estáis aquí solamente para acarrear mi equipo.
Derek no le contradijo. Rex miró a Diego y éste le apoyó asintiendo con la cabeza.
– Tendremos la larva aquí unos cuantos días mientras terminamos de colocar las unidades -continuó Rex-. Luego nos la llevaremos con nosotros de vuelta para estudiarla.
– Eso si decidimos sacarla de su hábitat -dijo Diego con suavidad.
Se oyó un ruido como de algo grande que rompía las ramas de los árboles que se alineaban frente a la carretera, detrás de ellos. Todos se dieron la vuelta y Savage sacó su cuchillo, pero lo bajó cuando se dio cuenta de que Justin salía de entre los matorrales y se dirigía hacia ellos. Cameron se dio cuenta de que le temblaba un brazo y se lo sujetó para que los demás no se dieran cuenta.
Justin se quitó la máscara de buceo y la tiró al suelo. Se acercó con aire de enfado.
– Mierda. Ha desaparecido. La cuerda de proa durante el terremoto se debe de haber cortado con el tufo. El barco golpeó una plataforma de lava sumergida. -Suspiró y se puso las manos en las caderas. Tenía las mejillas coloradas, lo cual le daba un aspecto más joven-. Ese jodido cascarón se ha ido flotando.