Cameron levantó la cabeza y miró alrededor. El campamento base se encontraba, vacío, a unos veintisiete metros a la derecha. De momento, estaban a salvo. Dio la vuelta a Justin hasta colocarlo de espaldas al suelo y le examinó la herida. Él abrió los ojos y parpadeó con fuerza. Ya no tenía los ojos tan neblinosos.
– Hola cariño -dijo Justin-. ¿Te he rescatado? -Intentó sonreír pero no pudo-. Me parece recordar que he destrozado un poco el mango de tu cuchillo con la cabeza.
– No te muevas -dijo Cameron. Se dio cuenta de que Justin no había preguntado por Tank; Cameron debía de tener un aspecto peor del que creía.
La mantis había arrancado a Justin una parte de músculo del hombro izquierdo. Tenía el hueso de la clavícula a la vista, roto, pero éste había recibido todo el golpe protegiendo la arteria subclavicular que pasaba por debajo. La mantis no había cortado lo suficiente como para alcanzar la arteria axilar.
Viendo el daño de la herida, Cameron se dio cuenta de que Justin no podría ayudarla. El plexo de nervios del lado izquierdo se encontraba afectado y no podría utilizar el brazo hasta que no recibiera atención médica. Además, el transmisor se había perdido y no tenían forma de entrar en contacto con nadie. Se encontraba sola frente a la criatura.
Justin le leyó los pensamientos.
– Lo sé. He perdido mucha sangre y posiblemente tenga hipovolemia. -Intentó levantar un brazo pero no pudo-. Tómame las pulsaciones.
Cameron levantó la solapa del bolsillo para ver el reloj digital que llevaba cosido en el interior y le tomó el pulso. Frunció los labios cuando se dio cuenta del resultado:
– Ciento veinticuatro.
Justin maldijo.
– Mi pulso en reposo es de cincuenta y cinco. Tengo taquicardia. -Parpadeó con fuerza, intentando enfocar la vista-. Tendrás que limpiarme la herida. Y aplicar presión en ella.
Cameron encontró una vieja camiseta de camuflaje en la tienda de Szabla y la rasgó en dos. Vertió dos paquetes de sal en la cantimplora y la agitó y luego empapó los trapos con el agua salada. Volvió al lado de Justin y se inclinó encima de él con el trapo goteando. Le ayudaría a limpiar la herida. De forma instintiva, Justin se llevó una mano a la herida para protegerla.
– Esto va a doler -dijo.
Cameron asintió.
Justin apartó la mano e hizo una mueca.
– De acuerdo, enfermera Ratched.
Cameron presionó el trapo empapado de agua salada sobre la herida y Justin empezó a respirar con dificultad, pero no se quejó. Cuando la herida estuvo limpia, Cameron rasgó la otra mitad de la camisa en tiras y las ató alrededor de la herida para mantener la presión. Justin tenía la frente perlada de sudor, roja y quemada por el sol. Por una vez no hizo ningún intento de bromear.
– Ya está -dijo Cameron, incorporándose un poco y examinando el trabajo-. Esperemos que coagule. Justin. ¡Justin!
La cabeza de Justin cayó hacia atrás y Cameron se la sujetó a tiempo. Él parpadeó, cansado.
– No pasa nada -dijo Justin-. Estoy bien. Ahora tienes que pincharme. Creo que tengo alguna bolsa de lactato Ringer’s en mi mochila.
Cameron sacó la bolsa de lactato y luego ató una tira de tela alrededor del brazo de Justin a modo de torniquete. Justin cerró el puño de la mano derecha para que la vena antecubital fuera visible. Cameron insertó una larga aguja con ayuda de él y luego le inyectó el lactato. Justin se quedó tumbado mientras ella iba presionando la bolsa para empujar la solución.
Al cabo de veinte minutos, cuando la bolsa ya estaba vacía, Cameron le sacó la aguja. Justin intentó sentarse, pero ella se lo impidió y él gruñó de dolor.
– Eres una carga, Justin. En cuanto me vaya de tu lado, la mantis va a venir a por ti porque sabe que eres una presa fácil.
– No soy una presa fácil -respondió Justin. Intentó mover el brazo herido y gritó de dolor. Arrugó la cara y se tumbó en la hierba esperando que el dolor se le pasara.
Las ropas se le habían manchado un poco de sangre. Cameron apretó el vendaje y Justin hizo una mueca de dolor.
– Tenemos que sacarte del campo de visión de la mantis. Si te ve como a una presa vulnerable, es posible que se arriesgue a salir a la luz del sol a buscarte.
– De acuerdo. Me esconderé en la ambulancia. -Justin cada vez pronunciaba peor. Emitió una queja que sonó como el crujido de una puerta-. ¿Qué quieres hacer?
– Enterrarte.
Cameron no pudo evitar la idea de que el agujero que estaba cavando para su esposo parecía una tumba. Lo hacía a unos nueve metros detrás del campamento base, así que las tiendas lo ocultaban del campo de visión desde el bosque, por si la mantis se encontraba observando. Cameron conseguía mantener el dolor a raya mientras trabajaba y no tenía intención de permitir que éste emergiera hasta que hubiera terminado. Le dolían tanto los brazos que al final se le durmieron.
Justin se encontraba tumbado sobre su estómago, mirando a Cameron trabajar e intentando permanecer consciente. Cameron le había hidratado tanto como había podido. Justin permanecería en el agujero mucho tiempo, hasta el rescate de las diez de la noche.
Si es que ambos sobrevivían tanto tiempo.
Cameron se apartó del agujero y Justin rodó hasta caer en él de espaldas. Estaba colocado de tal forma que el rostro le quedaba casi a nivel del suelo. La respiración se le aceleró mientras Cameron le echaba la tierra por encima de las piernas, el estómago y el pecho para ocultarlo. Finalmente, sólo era visible el rostro, un óvalo rosado clavado en la tierra.
– ¿Estarás bien? -preguntó Cameron.
Justin asintió débilmente con la cabeza. Miró la camisa de Cameron, húmeda de hemolinfa ya corrompida.
– Te queda bien ese color. -Cerró los ojos y a Cameron se le aceleró el corazón.
– No se te ocurra morirte.
– Por favor -consiguió decir Justin-. Tengo ropa tendida.
Cameron se inclinó sobre su marido y le besó los labios con ternura. Luego le colocó en la boca un trozo de tubo de plástico que había encontrado en la mochila de Savage. Inmediatamente, le cubrió el rostro con tierra hasta que quedó invisible. El tubo sobresalía unos centímetros, pero aparte de eso, la tierra que tapaba a Justin estaba totalmente aplanada.
La herida no había afectado a ninguna arteria mayor y Justin sobreviviría si no perdía más sangre. Y Cameron había hecho un agujero profundo en la tierra fría para protegerle del sol.
Cameron se levantó y se quedó al lado de él unos momentos. Luego acercó la mano al tubo de plástico para sentir su respiración en la palma. La persona a la que más quería en el mundo estaba enterrada viva a sus pies y ella tenía que dejarle ahí mucho tiempo.
Cameron dio media vuelta y se dirigió al campamento base. Se cambió la ropa, se lavó con agua de la cantimplora y se aplicó el resto de gel antibacteriano en las heridas. No quería perder tiempo yendo a la playa para lavarse por completo: tendría que esperar a tener un plan a punto.
Arrancó un trozo de papel de un diario y escribió una nota en la que explicaba que Justin se encontraba vivo y que ella le había enterrado. Debajo, dibujó un esquema explicativo de dónde se encontraba enterrado. Clavó el papel en la parte frontal de una de las tiendas, donde se veía con claridad. Se quedó unos momentos mirando la nota y luego se volvió para buscar su mochila.
Sacó la luz estroboscópica infrarroja y, dándole la vuelta, pulsó el interruptor. Un suave zumbido indicó que estaba en funcionamiento, aunque la cobertura infrarroja aseguraba que sólo fuera visible en visión nocturna. Colocó la luz estroboscópica en el suelo, a una distancia prudente de Justin, más o menos a medio camino entre el campamento base y la vesícula de aire que habían utilizado como trampa.
Volvió a su mochila y sacó una botella de líquido para lentillas, se las limpió y se las volvió a colocar. Luego se presionó las sienes con los dedos y repasó las opciones mentalmente intentando dar con un plan para sobrevivir hasta que llegara el helicóptero.
Levantó la solapa del bolsillo de los pantalones y consultó el reloj digital. Pasaban dos minutos de las once. De momento, la mantis estaba atrapada en el bosque, a la sombra. Anochecería sobre las seis, lo cual le daba a Cameron siete horas. Al cabo de siete horas, la criatura podría desplazarse donde quisiera.
Cameron no podía nadar hasta los conos de tufo para pasar esas horas de noche porque la mantis podía descubrir a Justin o podía volar fuera de la isla en busca de comida, lo cual significaba llevar el virus a otro lugar. Y si Cameron no encontraba a la larva que faltaba, lo cual parecía muy probable, corría el riesgo de que por la noche tuviera que enfrentarse con dos de esas criaturas.
Dada la vulnerabilidad de Justin y la ventaja que la criatura tenía por la noche, ella tenía que tomar la ofensiva. El arpón se había perdido, pero todavía le quedaban tres bengalas y dos paquetes de TNT. Intentó pensar en algunas trampas que pudiera preparar, pero tenía la mente en blanco. Nunca se había dado cuenta de hasta qué punto se había apoyado en Tucker cuando se trataba de explosivos.
Se encontraba absolutamente sola en la isla, sin ninguna arma, y la perseguía uno de los depredadores más avanzados de la naturaleza en su propio hábitat. La vida de su esposo, y la de la isla, no sólo dependían de su supervivencia sino de su triunfo sobre la criatura. Las cosas pintaban mal.
Cubierta de sangre, hemolinfa y sudor, Cameron se levantó y se quedó de pie, con las piernas débiles. Necesitaba comer. Con el estómago lleno podría pensar con mayor claridad.
Caminó hasta su antigua tienda, con los brazos dormidos y sufriendo calambres en las piernas. La parte interna de los muslos le dolía a cada paso que daba y ese dolor resonaba en toda la parte inferior de su cuerpo. Le parecía que la cabeza estaba a punto de estallarle, el hombro le dolía sin cesar y el corte que se hizo en la pantorrilla cuando estaba en el congelador era más profundo de lo que había pensado.
Lo más probable era que le quedaran siete horas de vida.
Cameron bebió de la cantimplora hasta vomitar, pero el agua le seguía pareciendo fresca y pura incluso cuando la devolvía. Después reguló su hidratación, a pesar de que el cerdo y el arroz preparado le resultaban tan secos como la arena. Si vomitaba otra vez, perdería los nutrientes de la comida.
Devoró con voracidad la barrita de cereales y luego echó un vistazo a la linde del bosque. Tardo mucho tiempo en detectar a la mantis, escondida entre el follaje. Inmóvil y alerta, ésta sobresalía sólo ligeramente de la primera línea de árboles, como una gárgola, y movía muy ligeramente la cabeza mientras seguía a Cameron con la vista.
Cameron se tumbó encima de la hierba y apoyó la cabeza en uno de los troncos para poder observar a la mantis. No tardó mucho en empezar a dormitar; cuando se despertó, sobresaltada, vio que la mantis había salido del cubierto de los árboles y había dado unos pasos en dirección a ella.
Cameron se puso de pie de un salto, con la respiración cortada, y empezó a agitar los brazos y a gritar. Inmediatamente, la mantis retrocedió hasta los árboles. Era evidente que la mantis se arriesgaba a exponerse a la luz del sol si tenía asegurada una captura fácil. Cameron había salvado la vida demostrando que estaba viva: la mantis no podía permitirse una persecución, porque pronto se quedaría sin energía bajo aquel sol abrasador. Sabía que sólo tenía que esperar la noche.
El incidente reforzó el alivio de Cameron al haber enterrado a Justin, escondiéndolo de la vista de la mantis. La mantis no habría tardado mucho en reunir el coraje suficiente para perseguir a una presa herida. La adrenalina mantuvo despierta a Cameron durante un tiempo, pero el agotamiento físico y la fatiga emocional le hacían difícil no echar una cabezada. El sueño la sedujo como una canción de sirena. Se estuvo mordiendo la cara interna de la mejilla hasta que sangró; se mordió las uñas todo lo que pudo; incluso se obligó a estar de pie; pero, a pesar de todo, se durmió.
Una maraña de imágenes atravesaron su mente: niños deformados, mordidos, quemados, en llamas, apilados en piras y amontonados en mataderos, ojos en blanco y bocas abiertas en silenciosos gritos de terror. Un niño mutante se arrastró sobre sus piernas deformes desde un montón de informe carne de bebés en el que se hundía hasta las muñecas. El niño abrió la boca como en una mueca de payaso.
Cameron se inclinaba hacia su lado izquierdo y despertó de repente para recuperar el equilibrio. Se dio cuenta de que el grito del sueño era suyo. Se llevó las manos al rostro en un intento por apartar las imágenes de sus ojos. Recordó dónde se encontraba y se dio la vuelta frenéticamente para localizar a la mantis en la linde del bosque. Se había ido.
Alarmada, Cameron miró a lo largo de la linde del bosque. Instintivamente dio unos pasos hacia el campamento base y, finalmente, la vio, camuflada entre las balsas que se alineaban al lado del camino, dejándose mecer ligeramente por el viento y mirando a Cameron con el ojo sano.
Cameron agitó los brazos y gritó.
– No estoy dormida, cabrona. Estoy despierta. Jodidamente despierta.
Los exagerados movimientos de Cameron dejaron claro que no era una presa agonizante. La mantis se deslizó hasta el bosque resguardándose bajo las copas de los árboles a una sorprendente velocidad. Cameron agarró una piedra del suelo y se la lanzó a la mantis, pero solamente le dio a un árbol a unos cuantos metros por detrás de ella.
– ¡Que te jodan! -gritó Cameron-. Que te… -Cayó de rodillas.
Cuando cerró los ojos, los niños deformes la rodearon, tiernos, inocentes y chillando infernalmente. Cameron agitó la cabeza para apartar la niebla de la mente y luego observó cómo la mantis desaparecía en el bosque con un último destello del sol reflejado en las púas de las patas.
Cameron iba a morir de forma lenta y dolorosa, y nadie lo sabría nunca. Sintió que los ojos se le llenaban de lágrimas y una mezcla de pánico, frustración y pena le invadió el pecho. Sacó el cuchillo de Savage de la parte posterior de los pantalones y lo lanzó contra un tronco. El cuchillo se quedó clavado con un fuerte golpe. Cameron rompió a llorar y estuvo unos minutos balanceándose y apretándose los ojos con ambas manos.
Estuvo sentada mucho tiempo hasta que el miedo empezó a desvanecerse y entonces empezó a murmurar para sí misma mientras acariciaba la hierba con una mano. El miedo desapareció y solamente le quedó una rabia caliente y dura. Cameron cerró el puño sobre la hierba.
Los niños volvieron a aparecer y Cameron les dio la bienvenida; pero se negó a acobardarse ante aquella imagen. Los miró, chirriantes y chillones hasta que ya no sintió nada más que su rostro adormecido.
Una parte suya había muerto. La sentía, colgando como un peso de su corazón.
A pesar de que Cameron recordaba dónde estaba la mantis, tardó unos momentos en distinguirla entre los árboles. La criatura se hizo visible lentamente: la cabeza ladeada, el ojo de un tono verde, el agujero oscuro del otro ojo. Cameron miró su boca, que siempre estaba ligeramente abierta -una serie de partes bucales-, y por primera vez sintió algo que se acercaba mucho a la pura enemistad. No era un sentimiento movido por la emoción, sino como una fría y desapasionada antipatía.
Se puso de pie y se acercó a la bolsa de comida preparada que había tirado. Buscó el paquete de café y lo abrió. Se vertió el café soluble en la boca y lo mascó después de tomar un trago de la cantimplora. Luego abrió otras dos bolsas de comida y también se tragó el café de ambas.
Cuanto hubo terminado, sintió el pulso latiéndole en las sienes. Tenía la piel de los hombros y las mejillas muy quemada, y tenía el interior de las orejas tan irritado que le dolía. A pesar del dolor, comprobó todos sus músculos, uno por uno. Todavía funcionaban, y el dolor no llegaba a debilitarla, aunque tenía los muslos muy lastimados después de haberse deslizado por el tronco.
Enlazó las manos y, apoyándoselas en la frente, hizo crujir todos los dedos. Se puso en cuclillas y lanzó dos golpes hacia la derecha. Levantó con fuerza los hombros y volvió a bajarlos. Eran anchos, y tan poderosos como siempre.
Se encontró con la mirada de la criatura, en el bosque.
Cameron estaba totalmente despierta y alerta. En ese momento se sentía capaz de matar a la mantis sólo con sus manos y un cuchillo, como había hecho Savage. De pronto su mirada tropezó con la balsa caída cerca del camino. Uno de los extremos se encontraba un poco levantado del suelo ya que había caído encima de una roca. El peso del enorme tronco había sido suficiente para agrietar totalmente la roca.
Había estado allí delante de ellos todo ese tiempo. El terremoto les había mostrado cómo hacerlo, cómo enfrentarse a la criatura.
Cameron corrió hasta la caja de explosivos. Los abrió y se encontró con la cinta roja que rodeaba los paquetes. Tomó uno de los dos paquetes de noventa gramos y lo observó por todos los lados. Los tres paquetes de la vesícula de aire se encontraban al lado del fuego, atados juntos y sin detonar.
El Viento de la Muerte sobresalía de uno de los troncos como una flecha y la luz del sol se reflejaba en él. Cameron se acercó despacio, lo arrancó y observó su reflejo ondulante y plateado en él. Lo enfundó de nuevo en la parte posterior de los pantalones, como una pistola. Entonces, sintiendo la hoja contra su piel y el dolor en el corazón, como plomo helado, entendió una parte de Savage que antes le resultaba oscura. Se sintió dura y despiadada.
Sacó la mochila de Tucker de su tienda y rebuscó en ella lanzando al suelo la ropa y los objetos mientras buscaba el manual que necesitaba. No lo encontraba.
La mantis la observaba.
El viento arrastraba los manuales por el suelo, y Cameron corrió tras ellos frenéticamente, con miedo de haber pasado por alto el único que necesitaba. Pisó uno justo antes de que el viento se lo llevara y cuando lo miró, el rostro se le iluminó de alivio. En la portada, en letras grandes, se leía: MANUAL DE DEMOLICIONES TÁCTICAS.
Cameron repasó el índice con el dedo hasta que encontró la página que buscaba: «Línea de defensa.» Un boceto mostraba una línea de defensa compuesta por dos filas de árboles abatidos formando un entramado pero que no habían sido arrancados del todo de sus tocones.
De repente se levantó viento y se lo oyó silbar en la torre de vigilancia.
Cameron estaba lista para ponerse a trabajar.