32

Cuando Cameron, Derek y Rex volvieron, el campamento base ya se encontraba instalado. Las cinco tiendas estaban esparcidas sobre la hierba. El cielo estaba claro; la lluvia cesó con la misma rapidez con que había empezado, sin pasar de la línea más alta de la zona de transición. La hierba de alrededor del campamento base y las tiendas estaban mojadas.

Como tenían poco combustible de repuesto para las lámparas, Tucker, Diego y Justin limpiaron una zona para hacer fuego. Había mucha madera para quemar y, además de luz, el fuego sería un buen punto de reunión. Encontraron unos cuantos árboles caídos y rotos en el último terremoto y los arrastraron hacia allí para utilizarlos de bancos. Luego, arrancaron la hierba alrededor del anillo de troncos para asegurarse de que el fuego no podía extenderse.

Tank se había quedado dormido encima de la tortuga y ésta andaba despacio hacia un charco de barro. Las botas le arrastraban por el suelo y la cabeza tenía un movimiento de vaivén a cada paso de la tortuga. Por accidente, se había dejado una caja de viaje vacía abierta al lado de la tienda antes de que lloviera y ésta se había llenado con el agua que había caído del techo de la tienda.

Szabla practicaba ejercicios de boxeo detrás de su tienda. Savage estaba cortando algo en la corteza de un quino cercano. No se molestó en levantar la cabeza cuando Cameron, Rex y Derek se aproximaron. Cameron, aunque había estado deseando ver a Justin, lo miró con frialdad para evitar un saludo demasiado efusivo.

El equipo se reunió alrededor del fuego y sacaron la comida, lista para comer. Los alimentos, empaquetados en gruesas bolsas marrones de plástico, eran altamente energéticos y proteínicos y, además, fáciles de preparar. Savage abrió la bolsa con su Viento de la Muerte y vertió el contenido en el suelo: una cuchara de plástico, una barrita de cereales envasada al vacío, una minúscula botella de Tabasco, mermelada de manzana en tubo, chocolate soluble en polvo, galletas saladas envasadas al vacío, queso, y unas cajas de cartón que contenían bolsas con patatas al horno y tortilla de jamón, además de un paquete con chicle, café, cerillas, azúcar, sal y un poco de papel de váter para los momentos de necesidad, como decía Justin, de «desembuchar».

Una de las bolsas de plástico se calentaba cuando entraba en contacto con el agua. Savage la llenó con el agua de su cantimplora, introdujo en aquélla la bolsa con la tortilla y lo metió todo en una de las cajas de cartón que depositó sobre una roca cercana.

Tank estaba tumbado de espaldas, con las manos debajo de la nuca. Justin ya había empezado a comer y se estaba llevando a la boca unos gelatinosos trozos de cerdo asado. Rex le miraba con expresión de disgusto hasta que Szabla le tiró una bolsa caliente con comida.

Rex echó un vistazo a la caja.

– ¿Atún con fideos? ¿Es que crees que me voy a comer esto?

– Perdón, princesa -se burló Szabla mientras esparcía el queso encima de una tostada-. Se nos ha terminado la langosta.

– ¿Qué compuestos químicos se utilizan para calentar esta mierda? -preguntó Rex con enfado mientras tomaba la bolsa térmica de Szabla. Ella le dio un cachete en la mano y Rex soltó la bolsa, sorprendido.

– Dudo que sea biodegradable, doctor, si ésta es su preocupación -dijo Savage con la boca llena de cereales.

– Bolsas térmicas y comida preparada -Rex negó con la cabeza-. Qué despilfarro. ¿Sabíais que la energía geotérmica podría cubrir las necesidades mundiales de energía veinte veces?

– Fascinante -dijo Szabla.

– ¿Y qué estamos haciendo? ¿Qué legado vamos a dejar? Reducción del ozono, lluvia ácida, emisiones antropogénicas, polución industrial, desastres nucleares, niebla urbana, enfriamiento de las grandes altitudes, aumento de la temperatura global de la superficie, combustión de energía fósil, combustión de biomasa, deforestación. Somos como niños. Niños estúpidos y crueles. -Rex hizo una pausa, exasperado-. ¿Qué sigue?

– Los Red Sox van a ganar la liga.

Szabla se inclinó hacia delante para alcanzar un trozo del atún de Rex y se lo llevó a la boca. Tank le quitó la bolsa a Rex y se vació el contenido restante en la boca.

Derek sacó una cucharada de mermelada de manzana y le dio la vuelta: parecía blandiblub. Cameron, mirando el tubo que estaba sobre la hierba, le preguntó:

– ¿Régimen?

Derek se pasó la mano por la barba de tres días y Cameron se dio cuenta de lo chupado que estaba.

– Sí -respondió-. Tengo que adelgazar para el verano.

Diego se puso en pie, en silencio, recogió el tubo y lo tiró a la bolsa de la basura. Cameron le observó, pero los demás parecieron no darse cuenta. Rex tomó otro paquete de comida y le dio vueltas buscando la forma de abrirlo.

Una mariposa de color amarillo claro ligeramente teñido de verde, que describía espirales por encima de sus cabezas, aterrizó en el hombro de Rex, pero éste no se dio cuenta. Diego atrapó a la mariposa por las alas y con la otra mano, delicadamente, la sujetó por el cuerpo. Sopló con suavidad para separarle las alas, que aparecieron en toda su longitud. Con un ligero gesto de muñeca, soltó a la mariposa y ésta levantó el vuelo. Diego miró a Cameron y sonrió.

– Justin -dijo Derek-, después de comer, quiero que nades hasta el barco y traigas el botiquín y el otro equipo del que hemos hablado. Estudia la manera de anclar el barco más cerca de la costa para tenerlo a punto dentro de cuatro días, cuando partamos. Tienes que estar de vuelta sobre las tres. ¿Crees que tienes suficiente tiempo?

Justin asintió con la cabeza. Era el mejor nadador de la escuadra y estaba orgulloso de esa habilidad.

– El resto nos dividiremos en parejas y exploraremos la isla. Cuando hayamos encontrado los cinco emplazamientos, nos dedicaremos a colocar las unidades y a recoger las muestras de agua que Rex necesita. Y nos largaremos.

Savage tomó la caja de cartón y derramó el contenido. Luego sacó la tortilla de la bolsa térmica. La abrió y echó encima de la tortilla el chocolate y el tabasco, y lo mezcló todo. Se llevó una cucharada de ese mejunje de chocolate y tabasco a la boca.

– ¿Habremos terminado en Año Nuevo? -preguntó-. Hay una bailarina de striptease, se llama Mary Anne, que me ha prometido ponerme los pistones en marcha si aguanto todo un tema de Boseman.

Justin cruzó una mirada con Cameron y fingió masturbarse con la mano.

Rex se puso en pie y tomó otra antena.

– Pues piensa en eso como un incentivo.

Rex se llevó a Savage y a Tucker a explorar el cuadrante noroccidental de la isla. Entre la playa de lava oscura, el acantilado de ciento tres metros, y la ancha llanura de lava, esperaba encontrar por lo menos dos localizaciones más. La inclinación desde el bosque de Scalesia hasta la costa occidental era muy suave. La zona de transición se difuminaba paulatinamente en los marrones y grises de la zona árida: las sólidas masas de los cactus candelabro, el terreno seco, como tiza, bajo sus pies.

Al doblar un recodo encontraron una iguana terrestre en medio del camino. Rex pasó por encima de ella con cuidado, pero cuando Savage hizo lo mismo aprovechó para darle la vuelta con la punta del pie. La iguana quedó de espaldas y soltó un chillido mientras volvía a ponerse sobre sus patas. Tucker se rió; Rex se volvió y miró a Savage con rabia.

Rex le hizo una señal a Savage para que avanzara y éste, al hacerlo, lanzó su Viento de la Muerte contra un cactus, donde se quedó clavado con un golpe seco. Savage lo arrancó del cactus con un movimiento de muñeca que disparó unas cuantas espinas en el aire.

– ¿Para qué coño has hecho eso?

Savage se quitó el pañuelo de la cabeza y con él se secó el sudor de la frente.

– Supervivencia del más fuerte -le dijo, y dobló el brazo imitando a Popeye.

Rex notó que se ponía rojo de furia y luchó para que la voz no le delatara.

– Este animal es la criatura que se ha adaptado en la isla de la forma más asombrosa.

Savage se limpió una uña con la punta del cuchillo.

– Ya no -respondió.

Rex se ajustó la bolsa que llevaba colgada al hombro.

– Quizá pasaron dos o tres mil años hasta que una iguana terrestre naciera con las garras largas. Una mutación aleatoria. La cuestión es que con esas garras más largas, la iguana terrestre puede sacar las espinas de un cactus. Eso significa que puede comerlo, así que tiene acceso a una mayor variedad de alimentos. Esta mutación pasó a su descendencia, que también disfrutó de la ventaja de tener unas garras más largas. Pronto ganaron a las iguanas comunes que tenían una menor variedad de comida a su disposición. Prosperaron, las otras se extinguieron y las iguanas de garras largas se convirtieron en la norma de la especie. -Le temblaba una mejilla a causa de la rabia-. Esto, amigo mío, es la supervivencia del más fuerte. Golpear a un animal indefenso para demostrar lo grande que uno tiene la polla, no lo es.

Savage no había levantado la vista de la uña que se estaba limpiando con el cuchillo.

– Has estado pensando en lo grande que es mi polla, ¿verdad?

– Sí, por supuesto. Como soy homosexual, quiero copular con cualquier macho de la vecindad. No tengo nada mejor que hacer en este viaje que dedicar mis pensamientos exclusivamente a ti y a tu pene.

Tucker dio un paso atrás y resbaló un poco en la pendiente.

– Vaya -dijo-. ¿Así que te dan por el culo?

Rex levantó las manos.

– ¿Dónde diablos has estado?

– Pero tú no… Nadie dijo nada. -Tucker se frotó las manos.

Rex dio media vuelta y comenzó a descender hacia la humeante grieta.

– No preguntes y no hables -le dijo por encima del hombro.

La grieta curvada seguía el contorno de la isla y expulsaba gases sulfurosos.

El suelo era una arena cenicienta que, de vez en cuando, daba paso a retazos de lava endurecida. La única vegetación que había era la tiquilia, una corta hierba verde que crecía en manojos como pequeños montículos de tela de araña.

Rex se detuvo a bastante distancia de la grieta y estudió el dibujo que trazaba la lava endurecida. En algunas regiones la lava era estriada e indicaba la dirección en que había fluido, pero en otras regiones la superficie era casi lisa, después de miles de años de sufrir la erosión del viento. Se notaba el calor de la lava incluso a través de los zapatos. Golpeó el suelo con la piqueta y evaluó la consistencia.

Savage pasaba el peso del cuerpo de una pierna a otra, inquieto. Tucker se llenó la palma de la mano de crema solar y se la extendió por la cara; luego se ató la camiseta a la cabeza para cubrirse del sol.

– Me estoy cansando bastante de esta mierda -dijo Savage.

Rex levantó la brújula Brunton y observó lo que marcaba.

– No es problema mío.

– «No es problema mío» -gruñó Savage-. Yo debería ser tu puto problema. Te has traído a los soldados de la Armada aquí. Si quisiéramos acarrear paquetes y doblar ropa interior, nos habríamos enrolado en calidad de fregonas en el USS Fuckstain. Si alguien me hace levantar el culo de la comodidad de mi celda, que por lo menos sea para entrar en un poco de acción.

Rex dio unos golpecitos en la roca con el martillo y se concentró en la vibración.

– Os creéis tan fuertes, todos vosotros -respondió-. Con vuestras pistolas y vuestro entrenamiento de guerra. Como si eso fuera necesario en tiempos como éstos. La tierra está sufriendo un reajuste de proporciones bíblicas y vosotros estáis ahí con un montón de balas. Corrijo: sin balas. -Se rió, conteniéndose, y levantó la vista-. Yo soy el médico, Savage. Tú eres una simple tirita.

Savage dio un paso hacia delante, pero Tucker le detuvo poniéndole el brazo en el pecho. Rex se puso de pie con rapidez y levantó los brazos para defenderse.

– No piques el anzuelo, colega -le susurró Tucker a Savage al tiempo que le daba un golpecito en el pecho.

Savage retrocedió. Le temblaba el labio superior e hizo una mueca de desprecio.

– Que te jodan. -Giró sobre sus talones y bajó la cuesta a grandes zancadas, más allá de la grieta.

– ¡Quieto! -gritó Rex.

Savage se detuvo. Se volvió despacio hasta dar la cara a Rex.

– ¿Qué pasa ahora?

Rex se agachó y recogió un trozo de basalto del tamaño de una pelota de béisbol. La lanzó a gran altura hacia Savage. La piedra pasó por encima de él dibujando un arco y cayó al suelo a un metro y medio de Savage, justo hacia donde él se dirigía. La piedra perforó la fina corteza de lava y cayó dentro de la cavidad abierta. Savage esperaba oír el golpe de la piedra al llegar abajo. No se oyó nada. Se quedó mirando el pequeño agujero negro en el suelo debajo del cual se abría una enorme caverna subterránea.

Rex empezó a andar en dirección contraria.

– Por aquí -indicó.

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