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A Cameron le resultaba extraño salir a reconocer el terreno con Justin. Pero como Derek parecía fuera de juego por el momento, y Szabla y Savage montaban guardia fuera de su tienda, lo más lógico era que ella y Justin fueran juntos. Tank y los científicos habían tomado el borde occidental de la zona de transición, que daba un rodeo al norte alrededor de la zona de Scalesia.

Cameron siguió a su marido a través del bosque oscuro, iluminando el terreno con el foco. La violenta muerte de los Estrada y el motín entre ellos la habían dejado sin energía, así que intentaba ocupar la mente con cualquier tarea que tuviera a mano. Se le ocurrió que era extraño encontrarse allí para exterminar a cualquier amable criatura que apareciera en la noche. Una tarea así parecía discordante en esos momentos en que todo su cuerpo le pedía suavidad.

Diego, al darse cuenta de que toda la isla estaba en juego, se había unido a sus objetivos y había consentido en ayudar a encontrar las larvas. Su consejo había sido sencillo: las larvas se sentirían atraídas por la luz y por los humanos. La primera larva que encontraron no había hecho ningún esfuerzo por huir, y casi había buscado a Cameron al lado del lago. Formaba parte de la estrategia de la larva buscar a otros organismos que la cuidaran, y era una estrategia que había funcionado bien en una isla que tenía pocos depredadores.

Diego y Rex también habían insistido en que estuvieran atentos ante cualquier irregularidad en la flora o la fauna.

Cameron y Justin andaban a través del follaje, bajo las ramas arqueadas como arcos góticos, entre los troncos erectos como torres en medio de la formidable masa de hojas que había encima de sus cabezas. Ambos estaban encerrados en un mundo de vegetación y parecía que la fronda de encima era el suelo de otro mundo que estaba fuera de su alcance. El bosque era como una caverna, un estómago viviente lleno de enredaderas y vivo.

Cameron tuvo una súbita sensación de estar dirigiéndose hacia su boda. Aparte del hecho de que se encontraba a solas con el hombre a quien amaba y de que la noche se aproximaba, intimidante y todavía irreal, no tenía ni idea de por qué.

Pasó de largo ante la entrada de una cueva, más parecida a un profundo nicho cavado en la ladera de la colina, y notó un movimiento en el interior. Llamó a Justin y éste volvió en silencio. Entraron con la luz que proyectaba anchas y temibles sombras.

La ancha entrada de la cueva permitía ver un grupo de aguacates que había fuera: troncos suaves y hojas anchas y oscuras. El interior estaba plagado de rocas y de piedras. Cameron sintió que el estómago se le removía al entrar en la cueva. Algo brilló en la oscuridad y Cameron levantó la lanceta justo en el momento en que Justin se apartaba de ella hacia su derecha. Cameron no quería imaginarse cómo sería abatir a una de las larvas. Recordó la cabeza suave y de color verde, los ojos enternecedores, las tiernas patas falsas que se agitaban, y sintió que se le secaba la boca.

Hubo un movimiento detrás de una roca. Justin llegó a ella en primer lugar y la apartó con el pie. Cameron levantó la lanceta por encima del hombro, como una jabalina. Una rata salió corriendo hacia la entrada de la cueva.

Cameron bajó la lanceta, aliviada, y sintió el brazo débil. Dejó caer el foco, que quedó colgando de la correa que llevaba alrededor del cuello.

Justin se volvió hacia ella, preocupado.

– ¿Estás bien? -preguntó.

Ella asintió, luego negó y volvió a asentir con la cabeza.

– Es sólo que… No sé si podría… son mucho más grandes que… las caras tienen un aspecto tan… -Calló y bajó la cabeza-. No sé qué coño me está pasando -dijo-. No sé por qué me preocupo por esto, Floreana, todo esto. -Había enfado en su voz, orgullo, desafío-. Antes nunca me preocupaba.

Justin esperó con paciencia a que se le normalizara la respiración.

– Antes estaba cerrada a todo eso -dijo-. Siempre, ¿sabes?

– Lo sé -dijo Justin-. Lo sé.

– Pero ahora me siento blanda. Sentimental. -Estaba temblando-. He infringido las órdenes. He encabezado un jodido motín. A causa de mi propio… -Cerró la mano en un puño y se lo llevó al estómago.

– Te has superado a ti misma -dijo Justin-. Has tomado una decisión. -Existían otras palabras mejores para expresar lo que quería decir, pero ella le entendió.

Cameron levantó la cabeza para que él no la viera llorar.

– Pero es tan complicado. Estoy tan confusa. -Apretó los labios y miró a su marido-. ¿Por qué no lo hiciste? -le preguntó-. ¿Por qué no lo hiciste tú?

– En primer lugar, la escuadra no me habría seguido.

Cameron se tomó un momento para pensarlo.

– ¿Y en segundo lugar?

Justin bajó las manos y la luz que llevaba enfocó a Cameron y el fondo de la cueva.

– ¿En segundo lugar? -volvió a preguntar.

Él levantó la vista hacia ella.

– Yo no tengo tu fuerza, Cam -dijo, negando con la cabeza y apartando la mirada.

Ella levantó la mano y llevó un dedo a la mejilla de Justin, obligándolo a mirarla otra vez.

– Hay cosas mejores que la fuerza -le dijo.

– Muy bien, pero fíjate en Derek.

Cameron habló en un susurro.

– Fíjate en Savage.

Se miraron en la penumbra de la cueva, mientras las luces que ambos llevaban proyectaban sombras a su alrededor. Justin avanzó y la abrazó con fuerza, con un abrazo de combate, rodeándola con los brazos y levantándola del suelo. Luego la dejó en el suelo de nuevo, más despacio. Por un momento, Cameron sintió la calidez de la mejilla de Justin contra la suya, sus propias manos en los hombros de él. Se apartó y le miró, le miró con determinación. Él la besó con suavidad en la mejilla. Ella le miró, sorprendida, y se besaron otra vez, suavemente, húmedamente. Luego se quedaron mirándose, ligeramente desconcertados.

Dejaron las luces y las lancetas. Se oía el soplido del viento fuera, evidenciando la tranquilidad del aire quieto que se respiraba en la cueva. En algún lugar se oía el goteo del agua.

Justin acercó la mano a su cuello y pasó un dedo por la cadena del cuello de ella, colocándole el cierre detrás, como hacía a menudo. Luego llevó la mano hacia su mejilla, pero ella le agarró la muñeca y le detuvo.

Justin apartó la mano, abierta.

Cameron iba a decir algo cuando oyó un ruido, un suave sonido de aire expulsado con un ligero sonido metálico.

– ¿Qué? ¿Qué es? -preguntó Justin.

Cerca de la entrada de la cueva, una larva los miraba con la cabeza sobresaliendo por detrás de una roca. Atraída por sus ruidos y la luz, se había arrastrado hasta la cueva para encontrarlos.

El animal se arqueó hacia arriba, con el tórax y la cabeza describiendo un arco desde el abdomen.

Cameron se inclinó hacia delante y tomó la lanceta antes de perder la sangre fría.

La larva salió de detrás de la roca arrastrándose hacia la entrada de la cueva.

– Se está moviendo -dijo Justin. Dio un paso hacia delante y dio una patada sin querer al foco, que rodó por el suelo de piedra.

Cameron corrió hacia el animal y lo levantó por el segmento posterior justo cuando estaba a punto de entrar en la cueva. Luego llevó a la larva hacia dentro, hacia la luz, haciendo que la tierna cutícula se arrastrara sobre el suelo de piedra. El aire salía como un silbido por los espiráculos y la larva se enroscó como un feto, medio escondida en la oscuridad.

Con la respiración entrecortada, Cameron levantó la lanceta y la clavó en la base del cráneo de la larva. Al recibir el golpe, el animal se enrolló en toda su longitud y chilló más alto de lo que Cameron habría imaginado que podría hacerlo mientras un líquido supuraba por el agujero de la cabeza. El abdomen se relajó un momento y volvió a contraerse y la boca quedó abierta: Cameron volvió a clavarle la lanceta y se oyó un ruido de aire expulsado por el tórax. La larva chilló e intentó desesperadamente arrastrarse lejos. A Cameron se le nubló la vista y empezó a chillar:

– Muérete, por qué no te mueres -mientras le clavaba la lanceta una y otra vez.

La larva continuaba retorciéndose incluso después de que la cabeza se le separara del cuerpo. Las patas falsas no dejaban de moverse y el aire chirriaba al ser expulsado por los espiráculos. La boca del animal estaba abierta, con las mandíbulas desencajadas. Cameron, con un sentimiento de repulsión hacia la larva y hacia sí misma, levantó la lanceta como si fuera una lanza y se la clavó en el centro del cuerpo. La larva chilló de nuevo, retorciéndose, pero al final las patas dejaron de moverse y se quedó quieta, con la boca abierta.

Cameron, con la cabeza entre las manos, se esforzó en respirar mientras luchaba contra las ganas de llorar. A la luz amarilla del interior de la cueva y con el bicho empalado delante de ella, Cameron se inclinó hacia delante y vomitó con tanta fuerza que sintió que todo el pecho le dolía por el esfuerzo. Parecía que el estómago se le hubiera vuelto del revés y del labio inferior no cesaba de caerle saliva y comida a medio digerir.

Estuvo vomitando hasta que ya no le quedaba nada por sacar e incluso después continuó sufriendo arcadas. Mientras, Justin le sujetaba la cabeza con la palma de la mano en la frente.


Cameron caminó agotada hasta el campamento delante de Justin con la larva colgando entre los brazos. Los demás, sentados frente al débil fuego, le dirigieron una mirada sombría y horrorizada.

Cameron dejó caer el cuerpo en el fuego y observó mientras las llamas lo consumían. El rostro se le había endurecido, tenía un rictus de determinación mientras atizaba el fuego con un palo.

Savage se encontraba de cuclillas, como ella, al otro lado del fuego. Cameron casi no podía distinguir el perfil de sus hombros ni la poblada barba, al otro lado de las llamas. Por un momento, se imaginó que miraba un espejo y que se veía a sí misma iluminada por el fuego. Pero esa sensación pasó como una corriente de agua cálida en el mar.

– Tres más -dijo Cameron.

Se quedaron sentados alrededor del fuego hasta que el agotamiento pudo con ellos y, entonces, se dirigieron a sus respectivas tiendas, uno a uno, para descansar unas cuantas horas hasta la mañana siguiente, cuando saldrían de nuevo a reconocer el terreno.

Después de limpiarse las manos con el gel antibacteriano, Cameron se sentó con la lanceta sobre las rodillas para hacer la primera guardia. Diego se sentó en el suelo, exhausto, con la espalda apoyada contra uno de los troncos y la radio entre las piernas. Continuó mandando tediosamente su señal de socorro. A esas alturas, Cameron conocía el sonido de memoria.

– ¿Resultaría de alguna ayuda decirles que me gustaría llevar a cabo otras expediciones aquí y vigilar la vida en la isla? -preguntó Diego, con los ojos puestos en la radio.

– No lo sé -respondió Cameron.

Los golpecitos de Diego en la radio eran el único ruido que se oía en la noche. Al cabo de unos instantes, levantó la cabeza.

– ¿De verdad lo harían?

Cameron le miró, inexpresiva.

– Bombardear la isla -aclaró Diego.

– Si creen que es necesario, sí.

– Necesario. -Diego soltó una carcajada corta y triste-. Este lugar quedaría reducido a roca volcánica. Un montículo de piedra muerta en el mar, tal y como era hace tres millones de años. -Continuó dando golpecitos en el auricular. Largo, corto, largo-. Tres millones de años. Tres millones de años durante los cuales la vida ha ido creciendo poco a poco y dolorosamente aquí. -Negó con la cabeza-. Una tercera parte de las plantas que hay aquí no se encuentra en ningún otro lugar. Ni la mitad de los pájaros o insectos. Ni el noventa por ciento de los reptiles. Estas tortugas podrían ser las mismas que Darwin vio en persona durante su expedición. Exactamente las mismas.

Cameron no respondió.

– Cuando miras a tu alrededor -preguntó él-, ¿qué ves?

Cameron se encogió de hombros.

– Rocas. Árboles.

Diego rió con tristeza otra vez. Señaló un pequeño helecho que sobresalía entre la hierba más allá del fuego.

– Las esporas de los helechos pueden resistir temperaturas bajas. Fueron transportadas por el aire probablemente desde el continente y cayeron al suelo a causa de la condensación. -Señaló con la cabeza el bosque de Scalesia-. Las primeras semillas de Scalesia fueron probablemente transportadas por los pájaros, en sus estómagos o en el barro adherido en sus patas. -Abrió los brazos-. Aquí las legumbres son abundantes porque el espacio que hay entre su embrión y la cáscara exterior hace que las semillas sean como balsas. El algodón es resistente a largas estancias en agua salada. -Levantó una mano de la radio y observo cómo una hormiga recorría su antebrazo-. Las hormigas llegaron aquí en los troncos de las palmeras. Las tortugas utilizaron el aire que queda entre su espalda y su caparazón para flotar hasta aquí; las arañas sobrevivieron a las tormentas y cayeron a las islas desde tres mil metros de altura.

Diego dejó caer las manos al suelo, entre las piernas.

– Tú ves rocas y árboles. Yo veo orden y lógica y diseño y belleza. -Bajó la cabeza-. No los dejes bombardear la isla.

– Ha llegado a ser lo que es a partir de lava -dijo Cameron-. Puede hacerlo otra vez.

Diego la observó y Cameron se sintió cada vez más incómoda bajo su mirada. Finalmente apartó la vista. Diego habló con voz ronca.

– Hay gente que no se da cuenta del valor de una cosa hasta que la ha destruido.

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