Aunque hubiera llevado gafas, la visibilidad de Justin debajo del agua seguiría siendo muy escasa. El agua, oscura, le rodeaba y ocultaba los bancos de coral llenos de erizos y los afilados cantos de lava. Justin avanzó con seguridad bajo el agua, hacia los conos de tufo, con brazadas regulares, aguantando la respiración sin esfuerzo y saliendo con frecuencia a la superficie bañada por la tenue luz de la luna, oculta por las nubes.
Un pie se le enganchó en unas algas y Justin se sumergió para desenredarse, con calma. Cuando volvió a la superficie nadó lentamente en círculos, observando la oscuridad a su alrededor. Comprobó que todavía llevaba la linterna, pero no la encendió.
De espaldas, nadó por la superficie rizada y observó las estrellas. Orion se veía con perfecta claridad: la punta de la flecha era como un faro. Mientras avanzaba por la oscuridad, la luna, casi llena, salió de detrás de las nubes. El primero de los conos de tufo se encontraba a unos cuatro metros y medio. Si la luna no hubiera aparecido en aquel momento, Justin habría chocado con él.
Se agarró a un lado de la roca jadeando, y luego la rodeó y se dirigió a la segunda. Nadó en silencio entre los oscuros bultos de los leones marinos durmientes. Al llegar a la tercera roca nadó unos cuatro metros y medio hacia el oeste y se sumergió hasta el fondo. Tocó la arena del fondo en siete brazadas. La luz de la luna se filtraba bajó la superficie los primeros dos metros, luego todo era oscuridad.
Se quedó inerte un momento con el cuerpo relajado, suspendido en la oscuridad absoluta. Luego se orientó hacia la superficie y subió hasta salir fuera. Estaba casi sin aliento.
Cuando sacó la linterna, tenía los dedos de color blanco. La encendió y volvió a sumergirse con el haz de luz abriéndole camino. Siguió una pronunciada pendiente cuyo extremo más alejado se hundía tres metros más. De pie en el fondo de arena, iluminó la base de la roca.
Agarró con seguridad la linterna, dobló las piernas y se impulsó un poco hacia arriba, iluminando la roca delante de él. De repente, vio un destello delante de él y se apartó de golpe hacia atrás y expulsó aire por la boca.
Directamente delante de él, a no más de un brazo de distancia, se encontraba la cabeza de un enorme tiburón de punta negra. La boca, abierta, mostraba las hileras de dientes afilados como cuchillos. Justin se agachó cuando éste se deslizó por encima de él, golpeándole la cara con la parte inferior de la mandíbula.
Antes de salir a la superficie, siguió al tiburón con la luz de la linterna hasta que éste desapareció de la vista. Luego se impulsó con fuerza hacia arriba mientras sacaba el resto del aire por la nariz.
Llegó a la superficie del agua con falta de aire y tragó una buena bocanada de agua. Nadó hasta el cono de tufo más cercano y, sin hacer caso del león marino que acababa de despertar, vomitó una mezcla de agua salada y flema.
Se quedó descansando en el cono unos minutos, respirando hasta que se tranquilizó. Luego se dirigió al oeste de nuevo unos trece metros y se sumergió hasta el fondo, buscando con la luz de la linterna. Esta vez volvió a la superficie antes.
La segunda y tercera zambullida resultaron igual de infructuosas. Cuando emergió de la cuarta, respiraba con dificultad.
Cameron corrió por el bosque hasta que el punzante dolor en los pulmones se hizo insoportable. Entonces se derrumbó. Era de noche, así que la mantis podía encontrarse en cualquier parte de la isla; el bosque, con la multitud de escondrijos que ofrecía, era probablemente la mejor apuesta de Cameron.
Estaba impregnada del olor de su propio sudor, de la sangre de Tank y de la carne en descomposición de los cuerpos del frigorífico. Se miró la camisa empapada y manchada, infestada por el virus Darwin: sabía que tenía que lavarse tan pronto como pudiera llegar al agua. Pero no podía arriesgarse a recorrer la distancia que había hasta la playa. No hasta que no saliera el sol. Pensó en el gel antibacteriano que se encontraba en el campamento. Sería la primera prioridad de la mañana.
Se resistió a la urgencia de conectar con Justin, ya que quedaron en que él conectaría cuando llegara a la playa. Sólo podía confiar en que estaría bien por el momento.
Buscó entre las Scalesias un árbol lo suficientemente alto para trepar y esconderse en él. La mantis podía alcanzarla aunque se encontrara en un árbol, pero si Cameron estaba a un nivel superior al del suelo por lo menos podría advertir la proximidad de la criatura y ponerse fuera de su radio de olor y de vista. Finalmente dio con un quino alto que sobrepasaba las Scalesias más bajas. Era perfecto, aunque las ramas más bajas que podían soportar su peso se encontraban a unos nueve metros del suelo.
Trepó por el tronco, con los muslos y los brazos, unos tres metros. Notaba la corteza áspera a través de la fina camiseta. Siguió trepando hasta que llegó a la rama más baja. Se agarró a ella con las dos manos y, doblando las piernas, se puso cabeza abajo, enganchó las piernas a la rama e, impulsándose en el tronco, subió el cuerpo.
Miró alrededor y se dio cuenta de que las ramas de los otros árboles no se encontraban tan cerca como le había parecido desde el suelo. La vía de escape era dudosa; si la veía, probablemente la alcanzaría. De momento estaba demasiado exhausta para moverse, pero tenía que obligarse a permanecer despierta.
Se colocó a horcajadas en la rama y se apoyó contra el tronco con la frente apoyada en la rugosa corteza.
Por primera vez en, aproximadamente dieciocho horas, se permitió relajar los músculos.
Justin se desplazó otras dos brazadas hacia el oeste, igual que había hecho antes de cada zambullida, y volvió a intentarlo. Cuando tocó el fondo con los pies, observó la zona iluminada por la luz. Algo brillaba en la arena, de un color amarillo brillante. Nadó hasta allí y desenterró la culata fluorescente del arpón y, luego, el arma entera. La arena se arremolinaba a su alrededor como confeti y Justin aguantó la larga y esbelta arma delante de él un momento, como admirándola.
Salió a la superficie y nadó hasta la roca, donde descansó un rato abrazado a ella, con la mejilla pegada a ella y la cintura girada para proteger la pelvis. Respiraba profundamente y de forma regular mientras se dejaba mecer por las olas.
El arpón no tenía correa y Justin intentó sin éxito atarla a la correa de la linterna. Finalmente se dirigió a la isla con el arpón en una mano y nadando con la otra. El arma le hacía desviarse, así que se impulsó con los pies a un ritmo casi hipnótico. A su izquierda, un león marino proyectaba su sombra por encima de él y observaba su evolución como divertido.
Cada vez la respiración se le hacía más agitada y pronto tuvo que respirar a cada momento. Al cabo de un rato vio la silueta neblinosa de la isla delante de él. El león marino se sumergió detrás de él y apareció a su derecha con un grito juguetón.
El ritmo de Justin ya era penosamente lento cuando llegó a unos noventa metros de la costa. El cielo empezaba a mostrar un destello, el filo gris de la mañana.
Buscó al león marino con la mirada, pero éste había desaparecido de repente.
Se detuvo un momento para recuperar el resuello y luego continuó nadando en silencio, con cuidado de no cortarse con los filos de las piedras.
De repente, levantó la cabeza y se volvió, observando detrás de él. Se quedó unos momentos aguantándose a flote con piernas y brazos para observar la superficie. Algo grande le pasó por el lado, a unos cuatro metros y medio, provocando unas ondas en el agua que llegaron hasta él. A sus pies se formó un remolino y, luego, el agua se calmó.
Sujetando el arpón con fuerza, miró hacia la orilla, que se encontraba a unos sesenta metros. La arena del fondo emergía gradualmente y a unos veinticinco metros de la playa, sólo había un metro y medio de profundidad. El agua, a pesar del resplandor del cielo en la isla, todavía estaba oscura.
Algo rompió la superficie, pero cuando Justin se dio la vuelta, sólo vio una espiral de ondas y una aleta que se hundía. Levantó el arpón, en actitud defensiva, pero cuando vio que sólo llevaba una carga, lo bajó. Se desenganchó la linterna del hombro y la encendió.
Hubo un repentino movimiento en el agua, algo se dirigía directamente hacia él. Se encontraba a unos nueve metros y Justin dirigió la luz lo más lejos que pudo hacia la izquierda. Agarró el arpón y se sumergió, incapaz de moverse.
El tiburón estaba a punto de llegar hasta él cuando se desvió siguiendo el haz de luz. Debajo del agua, Justin sólo vio un destello fugaz y luego una ola submarina de agua que le golpeó.
Salió a la superficie y nadó todo lo rápido que pudo hacia la playa, de lado, intentando no hacer ningún ruido y mirando hacia atrás. Cuando hizo pie, avanzó. Todavía faltaba una media hora para que saliera el sol, pero el perfil de la playa y del acantilado eran visibles. Continuó avanzando hasta que el pecho estaba fuera del agua, y pronto tuvo el agua por debajo del estómago.
Se quedó inmóvil con la mirada fija en una forma oscura que se encontraba en la playa, delante de él. Gordo, redondo, inmóvil, habría podido ser un trozo de tronco. Con la vista fija en el bulto, a la espera de que hubiera un poco más de luz, avanzó lentamente. Llevaba el arpón por encima de la cabeza y cada vez que una gota caía a la superficie del agua, Justin hacía una mueca como de dolor. Le temblaban los labios mientras daba un paso… esperaba… daba un paso…
Cuando se detuvo, las piernas empezaban a fallarle. Dio un paso más y subió encima de una roca de lava.
La playa se iluminó en un grado infinitesimal y unas enormes huellas que iban desde el sendero hasta el bulto en la playa se hicieron visibles. Eran las huellas de un animal de cuatro patas y cada una estaba partida en la punta, como de una garra bífida.
Justin volvió a mirar el bulto de la playa, ahora visible: era un león marino adulto partido por la mitad, al que le faltaba la parte inferior del cuerpo. La sangre fresca todavía manaba de él y manchaba la grasa desparramada a su alrededor. Tenía los ojos oscuros y vidriosos, como el mármol negro.
Alrededor del cuerpo, la arena estaba revuelta, pero las huellas volvían a verse a poca distancia en dirección al agua y desapareciendo en ella. Justin miró inmediatamente a las aguas, a su alrededor. Se dio la vuelta despacio, silencioso, con el arpón bajado.
Detrás de él y a un lado, a muy poca distancia, la mantis sacó el cuerpo del océano, el agua goteando desde la cabeza y llenándole el ojo hundido. La ola de agua cubrió la cabeza de Justin.
Justin pegó la barbilla al pecho y apretó los dientes.
– Cameron -murmuró cuando la mantis empezó a desgarrarle.
El transmisor de Cameron vibró una vez y la despertó, lo cual casi la hizo caer del árbol. Activó el transmisor y el aire se llenó de sonidos confusos. Oyó a su esposo gritar y sintió que le había perdido.
Se inclinó hacia atrás, intentando no escuchar esos horribles sonidos. Todo el cuerpo empezó a temblarle con tanta fuerza que casi no podía sujetarse al árbol.
Los gritos de Justin fueron espaciándose y luego oyó un horripilante sonido de algo que se rasgaba, que caía al agua. Luego algo que parecía carne desgarrada. El transmisor se desactivó.
La mantis atacó a Justin antes de que éste pudiera volverse para encararla, pero el animal no estaba acostumbrado a deslizarse por el agua y falló el golpe. Golpeó a Justin con la parte exterior del fémur y lo tiró al agua. Justin gritó y se llenó los pulmones de agua salada al tiempo que se golpeaba el hombro contra una roca de lava. Cuando salió a la superficie, la mantis se cernió sobre él. Le golpeó con la superficie lisa de una pata en la mandíbula y con el gancho le arrancó el músculo del hombro izquierdo. Justin, tropezando, escupió con fuerza, como si se limpiara la garganta de vómito. El golpe le había roto un diente y le había llenado la boca de sangre. Tuvo una arcada de vómito y tambaleándose en el agua pisó un erizo de mar, pero no reaccionó ante el dolor.
La criatura se irguió delante de él, un animal de dos metros y medio acorazado y cubierto de púas. La mantis bajó la cabeza y le miró mientras frotaba las patas delanteras una con otra.
Justin se sumergió lanzándose a un lado y preparó el arpón. Cuando salió a la superficie lo disparó apuntando al agujero negro del ojo herido. Este se clavó en la cutícula que bordeaba el ojo. La mantis contrajo todo el cuerpo y expelió el aire por los espiráculos mientras agitaba las patas frenéticamente. Tropezó hacia atrás y agitó la cabeza de un lado a otro con el arpón grotescamente clavado en ella.
Justin avanzó hacia la playa sintiendo una gran debilidad en las piernas. Perdía mucha sangre del hombro y tuvo que parpadear con fuerza para mantener la vista clara. El agua se arremolinaba alrededor de sus muslos y le impedía avanzar con rapidez. Detrás, la criatura se afanaba en el agua, pero Justin no se volvió, luchó para llegar a la playa.
Salió a la arena tropezando y cayó sobre una rodilla. Intentó levantarse de nuevo pero no pudo y cayó sobre el estómago y el pecho, con la nariz y la boca en la arena. Giró la cabeza y se esforzó por levantarse mientras la mantis llegaba a la orilla, detrás de él, pero perdió el conocimiento.
La mantis, con todo el movimiento dentro del agua, había roto el arpón al golpearlo con una de las patas. Pero la punta clavada sobresalía todavía de la cabeza cuando llegó a la orilla y se detuvo al lado del cuerpo inerte de Justin. De una de sus garras se desprendió un trozo de carne y cayó en la arena. En él había un pequeño disco de metal, el transmisor de Justin. La mantis observó el cuerpo unos instantes, pero éste no se movió. Rodeó pesadamente a Justin y emprendió la larga caminata de vuelta al bosque.