La voz de Mako delataba su enfado, cortante, por el transmisor de Derek.
– Será mejor que se trate de algo importante, Mitchell, ya que me habéis vuelto a sacar de la cama -gritó-. Se supone que sois una escuadra con plenas capacidades de las Fuerzas Especiales de la Armada. Os he mandado a una misión que consiste, básicamente, en colocar un equipo y mover el culo de ahí, y no hacéis más que llamarme cada cinco minutos con los calzoncillos hechos un lío.
El rostro de Derek reflejaba sorpresa:
– ¿Quién más ha estado…?
– Aunque os parezca mentira a ti y a ese pesado científico… -continuó Mako. Rex, agachado al lado de la criatura, afirmó con la cabeza con una sonrisa. Los demás estaban alrededor del fuego y la larva se encontraba arrimada a uno de los troncos. Cameron observaba el cuerpo y no se lo podía creer-… hay cosas más importantes encima de mi escritorio y en el mundo que vosotros y vuestros terribles problemas para colocar un par de placas de satélite en una isla de mierda del jodido Pacífico.
Derek estaba pálido y le temblaba la voz.
– Hemos perdido a Tucker, señor -le dijo.
Se hizo un largo silencio.
– ¿Habéis perdido a Tucker? ¿Cómo demonios habéis perdido a Tucker?
– Hay algo aquí en la isla, señor. Una… especie de criatura. Creemos que puede haber más.
Se hizo un silencio más largo.
– Mitchell, déjame hablar con Kates. Cameron, quiero decir.
Cameron se levantó y se conectó.
– Sí, señor.
– ¿Es eso verdad, Kates?
Cameron se aclaró la garganta.
– Sí, señor. Lo es. Parece que nos hemos tropezado con una especie de… lo que parece ser un insecto enorme, señor, y yo…
– ¿Un insecto enorme?
– De unos dos metros y medio. Señor, sé que parece… -Cameron se sentó en uno de los troncos. Miró a Diego y éste levantó una ceja que desapareció bajo el pelo.
– ¿Y este insecto enorme se comió a Tucker? ¿Es eso lo que ha sucedido?
Derek parpadeó con fuerza.
– Sí, señor. Realmente necesitamos… realmente necesitamos un rescate, señor.
– O el insecto enorme os comerá.
– Bueno… -Derek miró el enorme cuerpo tumbado al lado del fuego-. En realidad, ya no hay… no lo sabemos… es muy complicado, señor.
– Por supuesto -replicó Mako-. Quizá puedas comprender algunas de las complicaciones con las que me encuentro en este extremo de la línea, soldado. El ejército va a desplegar dos batallones más esta semana para controlar los disturbios en la frontera de Perú. Colombia es un lío desde la frontera sur hasta Bogotá, donde sólo nos queda nuestro último equipo, y tengo encima a la OTAN, Naciones Unidas, la Organización de Estados Americanos, y a mis queridos superiores para que mande a más hombres a la zona que va desde México hasta Chile. Y esto por no hablar de los problemas en el país. Decir que nuestros recursos están funcionando plenamente no hace honor a la verdad. En vista de esto, ¿quieres que, a las tres y treinta y siete minutos de la jodida madrugada, llame al comandante del Grupo Especial Naval de Guerra Uno para pedirle que reconduzca a un helicóptero hacia las Galápagos para que una escuadra de la reserva no sea devorada por bichos enormes? ¿Va por ahí vuestra petición?
Derek dobló el labio inferior hacia fuera. Szabla se encontraba al lado del bicho con un pie encima del cuerpo, como una cazadora, mientras Diego y Rex lo examinaban. Szabla se dio la vuelta y se dirigió hacia las tiendas.
– Sí, señor.
– Mitchell, tengo dos palabras para ti, y no son especialmente agradables. ¿Quieres oírlas?
– No, señor.
– Me lo figuraba. No sé qué clase de peyote habéis estado fumando por ahí, pero no quiero que me tomen el pelo a no ser que lo hagan con un corte limpio y con vaselina. No se sorprenda de encontrarse con un buen escarmiento cuando pasee su culo por aquí. ¿He hablado claro?
Derek abrió la boca, pero no pudo decir nada. Los demás intercambiaron miradas de frustración. Cameron se puso de pie.
– Señor -dijo-. Esto no es un chiste.
– Escucha, Kates…
– No -respondió Cameron-. Usted tiene que escuchar. -Tank giró la cabeza con las cejas levantadas-. Esto es una amenaza real -continuó Cameron-. Hay un enorme organismo aquí que parece ser un depredador. No tenemos armas, y estamos atrapados en la isla. Tiene usted que tomar medidas para proporcionarnos seguridad, y nosotros necesitamos recibir órdenes mientras tanto.
El transmisor quedó en silencio.
– Primero -respondió Mako al fin-: vigila tu tono de voz cuando hables con un superior. ¿Está claro?
– Sí, señor.
– No sé qué coño está sucediendo ahí, pero voy a preparar un rescate. Desharemos este entuerto cuando estéis aquí. Mientras tanto, el doctor Rex Williams dirige el cotarro: no puedo pasar por encima de una orden directa del secretario Benneton. ¿He hablado claro? ¿Mitchell?
– Sí -respondió Derek-, señor.
Mako cortó la comunicación.
Szabla salió de la tienda de Rex con cuatro bengalas en el bolsillo y con dos trípodes. Tiró uno de ellos al suelo y le dio la vuelta al otro, desplegando las patas. De dos centímetros y medio de grosor, cada pata era un cilindro vacío de aluminio que acababa en una punta de aleación de acero. Szabla empezó a desenroscar una de las patas.
– ¿Qué estás haciendo? -dijo Rex-. Son mis trípodes.
Szabla acabó de desenroscar la pata y se la lanzó a Tank. Él la agarró al vuelo, delante de su cabeza.
– Ya no -respondió Szabla.
Desmontadas, las patas eran unas buenas armas: unas pequeñas lanzas de metal que se podían utilizar como instrumento de punta afilada o roma. Szabla desmontó los trípodes hasta que cada soldado estuvo armado con una pequeña lanza. Rex miró hacia el enorme cuerpo al lado del fuego e intentó no protestar.
– ¿Teniente? -dijo Cameron. Con un pie encima de uno de los troncos, Derek miraba hacia el bosque con estupor. Cameron hizo chasquear los dedos con fuerza. Derek se dio la vuelta despacio y la miró-. ¿No ibas a mandar a dos de nosotros a registrar las granjas en busca de armas? -A pesar del esfuerzo, no consiguió que la irritación no se le notara.
– ¿Qué? Ah, sí. -Derek hizo una seña con la cabeza hacia Szabla y Justin-. Id a registrar las granjas en busca de armas.
Szabla tiró las bengalas al suelo y se levantó despacio, estudiando a Derek. Otro tronco del fuego se encendió y unas chispas saltaron en el aire.
– ¿Es tuya esta orden, o de Cameron? Porque la última vez…
– Es mía -respondió Derek-. En marcha. Y manteneos alejados del bosque.
Szabla, balanceando la pequeña lanza, se dirigió hacia el camino. Justin se sacó una célula solar del hombro y la colocó en el foco, pero no lo encendió. Cameron le lanzó una lanza corta y Justin siguió a Szabla en la oscuridad.
Con el transmisor de Cameron, Rex puso al día a Donald sobre lo sucedido durante el día. Después de una larga discusión, los dos científicos decidieron hablar al día siguiente, cuando Donald hubiera recibido noticias de Samantha. Mientras, prometió ponerse en contacto con el secretario Benneton y continuar presionando para conseguir un pronto rescate y apoyo a los científicos, por si decidían quedarse en la isla para estudiar a los animales.
Diego había estado ocupado con la radio otra vez, emitiendo señales de morse por si alguien las captaba. Cameron se acercó a él y Diego levantó la vista. Ella señaló la radio.
– Espero que estés pidiendo armas además de una embarcación a Santa Claus.
– En Puerto Ayora hay un montón de armas, pero ni una bala -respondió Diego. Continuó golpeando el auricular, alternando entre pausas largas y cortas-. Claro que hay mucho TNT del ejército. Sólo por si necesitamos protegernos.
Rex se acercó con la mochila colgada de un hombro y respiró con fuerza al sentarse en el suelo al lado de Diego. Los demás estaban al lado del fuego, hablando, pero sólo se oía el murmullo de las voces.
– ¿Qué crees? -le preguntó, indicando el cuerpo de la criatura con un gesto.
La verde hemolinfa salía por una parte desgarrada de la cutícula.
Diego, todavía luchando con uno de los nudos de la radio, se volvió hacia él con la mirada fría.
– No sé qué pensar. Esta cutícula verde pardusca tiene una evidente función de camuflaje, así que supongo que no se aventura lejos del bosque. Incluso con este exoesqueleto, la exposición directa al sol le provocaría una rápida deshidratación. Parece una mantis, y parece cazar como una mantis, pero no tiene las proporciones.
– No, no las tiene.
– No, quiero decir que el tórax es más esbelto y erguido. Las patas de presa están sobredesarrolladas, igual que los ganchos y la musculatura de las piernas. ¿Ves la fuerza de esos ganchos y piernas? -Diego meneó la cabeza-. Como un gorila.
– Así es como trepa: su tamaño condiciona su capacidad de adhesión a las superficies, como los insectos.
– No es un insecto -dijo Diego, dejando el auricular en su sitio.
– ¿Quieres decir que no podemos quemar ramas de palosanto como repelente y que tenemos que llamar al exterminador?
Diego puso las manos en el exoesqueleto.
– La cutícula es dura, de una dureza casi imposible, incluso encima del abdomen. Diría que es una hembra, ya que las alas no sobrepasan el extremo del cuerpo.
Cameron se agachó al lado y observó las alas.
– Así es como lo sabéis, ¿eh?
Diego se inclinó hacia delante, levantó una de las alas superiores y tocó la delicada y transparente ala inferior que había debajo. Se desplegó con suavidad; la luz del fuego se veía a través de ella con un color amarillo. Diego tuvo que levantarse y andar unos pasos hacia atrás para desplegarla del todo.
– ¿Puede volar? -preguntó Cameron.
Diego soltó el ala inferior y ésta volvió a plegarse lentamente debajo del ala protectora.
– A pesar del aumento exponencial del tamaño del ala, dudo que pudiera levantar tanto peso. -Se volvió a sentar y se frotó los dedos-. Es un organismo distinto, como si alguien hubiera tomado las características básicas de la mantis y las hubiera reordenado. -Miró a Rex y preguntó-: ¿Tú qué piensas?
Rex dio unos pasos alrededor del cuerpo.
– Un cuadrúpedo de sangre fría, de cuerpo segmentado en tres partes, antenas filiformes, boca fragmentada en mandíbulas, tegminas y alas posteriores, aparentemente asocial. Físicamente es un adulto terrestre, a pesar de que la larva es acuática. Doy por sentado que éstas son sus larvas.
Diego se arregló el bigote con los dedos índice y pulgar.
– Yo estoy de acuerdo. Aunque pueda respirar debajo del agua como las larvas, su cuerpo no es adecuado para el movimiento acuático.
La larva se acercó a Derek, emitiendo su sonido característico. Sin pensar en ellos, instintivamente le pasó una mano por encima de los segmentos abdominales.
– Escucha esto -dijo Rex-. Y ahora esto. -Colocó las manos en la espalda del ejemplar adulto y apretó hacia abajo. Se oyó el aire que salía por agujeros de los costados del abdomen-. Los sonidos tanto en la larva como en el adulto proceden de los espiráculos. Es posible que suministren aire a un órgano respiratorio interior, tal como dijimos.
– ¿Cómo coño? -Diego sacudió la cabeza-. ¿Cómo es posible…?
Rex sacó siete muestras de agua en tarros de su mochila y las colocó en una hilera en el suelo delante de Diego. Cada una estaba etiquetada con la hora, la fecha y lugar de extracción. Rex alcanzó un foco y lo encendió. Pasó el haz de luz por la hilera de tarros y cada uno de ellos reflejó un destello rojizo, como de sangre. Los demás miraron, intrigados por esa representación teatral. Cameron se dio cuenta de que Rex iba a señalar algo importante, e hizo un gesto a los demás para que se acercaran. Derek se sentó en el tronco más cercano; Tank y Savage se quedaron de pie.
– ¿Qué es lo que se ve distinto en estas muestras? -preguntó Rex.
Diego las estudió, asombrado, mientras Rex pasaba la luz por ellas.
– Nada.
– Exacto. A pesar de ello, las tres del final no proceden del mar. Una es del lago, otra es de un charco del camino, y ésta es de la cuenca natural del túnel de lava.
– Ya te veo -dijo Diego-. Pero eso es imposible. Todas las muestras tienen el tinte rojo de los dinoflagelados. Pero los dinoflagelados son pelágicos generalmente. ¿Cómo han llegado a tierra?
– Bueno -respondió Rex, contento consigo mismo-, los dinoflagelados pueden entrar en un estado durmiente, parecido al de las esporas, lo cual les permite sobrevivir en condiciones extremas. La concentración más alta se encuentra en las aguas del punto sureste de la isla: en el agua que sale disparada por los agujeros en las rocas. Creo que desde allí son transportados por las corrientes del aire y que la garúa los dispersa por toda la isla. Los pequeños charcos de la isla tienen un buen nivel de salinidad, procedente de la niebla y de los agujeros de las rocas, lo cual permite que se despierten otra vez. Eso significa que los virus que se encuentran en los dinoflagelados pueden llegar a los animales desde tierra adentro hasta la costa. Creo que encontró una especie susceptible. Galapagia obstinatus.
Diego sacudió la cabeza, pálido.
– ¿Cómo? -preguntó.
Rex metió la mano en la mochila y sacó el trozo de la ooteca de mantis dañada por el sol que Frank había guardado en su tienda. Estaba llena de agujeros de avispas parásitas. Rex la levantó y miró a través de uno de los agujeros, como si fuera un telescopio.
– Los rayos UV evitaron que la ooteca se endureciera lo suficiente para evitar que las avispas parásitas la agujerearan. Probablemente, el virus invadió la ooteca más tarde, a través de los agujeros, y actuaron en las ninfas de mantis que no habían sido comidas por las crías de avispa, alterando la composición genética antes de que eclosionaran.
Diego levantó un tarro y lo giró.
– ¿Cómo sabes que estos dinoflagelados están infectados?
Rex apretó los labios.
– No lo sabemos. Parecen normales bajo una lente estándar, pero no podemos establecer que no están infectados hasta que no les hagamos la prueba con un gel, y aquí no tenemos el equipo. Pero sabemos que estaban infectados hace dos meses, cuando Frank sacó las muestras que nos envió.
Diego le devolvió el tarro.
– Pero ni siquiera sabemos qué es lo que hace el virus. Podría tratarse simplemente de un virus de plantas. Estás lanzando hipótesis.
– Un nuevo virus aparece en la misma isla donde descubrimos una enorme anomalía viviente… No puedo evitar pensar que ambas cosas están relacionadas, sea por causas directas o indirectas.
Diego negó con la cabeza.
– Este animal podría ser el producto de una mutación ordinaria.
Cameron miró las dentadas mandíbulas de la mantis, que brillaban oscuras a la luz del fuego.
– No sé.
– ¿Por qué no? -Diego le miró con expresión febril-. La evolución no tiene lugar de forma lenta y constante sino a saltos gigantes y repentinos. La explosión Cámbrica, las extinciones del Cretácico y el Pérmico, todo se dio en un abrir y cerrar de ojos. -Hizo una pausa y se arregló la coleta-. Piensa en los reptiles que murieron durante el período Mesozoico, el rápido declive de los graptolitos después del período Ordovicio, la repentina evolución de los metazoos complejos. Los registros fósiles siempre han señalado un equilibrio marcado por extinciones masivas y orígenes abruptos. -Señaló el cuerpo de la mantis-. El nacimiento de una especie como ésta puede tener lugar en un instante geológico.
Cameron miró a Rex, sin saber qué pensar de la repentina argumentación de Diego. Se aclaró la garganta antes de hablar.
– Un instante geológico significa cientos de miles de años.
Diego miró hacia abajo, a los pantalones manchados de barro y rotos a la altura de la rodilla.
– Bueno, éste ha tardado menos.
Un trozo de madera del fuego se cayó y los asustó a todos. Diego se agachó al lado de la mantis muerta. Pasó una mano por la cutícula cerosa que le cubría el abdomen.
– Es bonita, ¿no?
Rex asintió con la cabeza.
– Sí bonita. Y espeluznante.
Un silbido en la distancia anunció la llegada de Szabla y Justin. Al cabo de unos segundos Justin entró en la zona de luz con una pala. Szabla apareció detrás de él con una larga cuerda enrollada sobre un hombro. Del bolsillo posterior del pantalón le sobresalía un martillo.
– ¿Eso es todo? -preguntó Tank.
– Los granjeros se llevaron casi todo cuando se fueron, especialmente las herramientas -respondió Szabla-. No hay gasolina por ninguna parte, ni petróleo, y las máquinas parecen vacías.
– El barco de avituallamiento -dijo Diego-. Dejó de venir hace meses.
– Bueno, ¿qué tenemos? -preguntó Cameron.
Justin se aclaró la garganta ceremoniosamente.
– Cuatro motosierras, una con una guía rota, un tractor con el motor quemado, lo que parece ser un arado roto de 1902…
– El equipo que los noruegos dejaron hace años -dijo Diego-. Inútil.
– Seis latas vacías de gasolina, un trozo de cuerda, una red de encierro enorme, unos bloques sueltos de cemento de las casas, cuatro carretillas, un martillo, cuatro cabezas Phillips de destornillador, una sartén quemada, una caja de anzuelos de pesca, un azadón partido por la mitad, un trozo de manguera, una paleta y Ramón tiene un hacha que sabiamente decidió guardar. -Meneó la cabeza-. El generador parece totalmente inútil.
– ¿Hay combustible que podamos sacar para las sierras de cadena? -preguntó Cameron.
– Ni una gota.
– ¿Insecticidas? -preguntó Tank.
Szabla respondió rápidamente:
– Sí, había una botella de dos metros y medio de alto llena de Raid, pero la hemos dejado allí. -Miró los tarros, que todavía estaban en una hilera en el suelo-. ¿Qué pasa con eso?
– Rex piensa que hay algún tipo de virus en la isla -respondió Cameron-. Quizás ha afectado la vida animal.
– Bueno, me parece que no estamos muy bien equipados -dijo Szabla-. Lo que han dejado es básicamente porquería inútil. Ahora mismo, las lancetas del GPS son nuestra mejor arma. No me veo matando a uno de esos hijos de puta con una paleta. -Inclinó una cabeza a un lado y las vértebras del cuello le chasquearon-. Yo digo que tomemos medidas de precaución.
Todos dirigieron la mirada a la larva. Con los segmentos abdominales contraídos, que le levantaban la parte central del cuerpo. Se arrastraba hacia delante con las patas falsas y con las patas verdaderas rascando la hierba. Se detuvo cuando entró en contacto con Derek, se apretó contra su pierna y contra el suelo, y se quedó quieta.
Szabla se puso en pie y se acercó a ella, haciendo rotar la pequeña lanza. La lanzó al suelo blando, a poca distancia de la larva, donde se quedó clavada como una jabalina. Szabla miró a Derek, con intención clara.
A Derek se le veía la cara macilenta a la luz del fuego.
– Ya has oído las órdenes.
– Vamos a llevarnos esas órdenes a la tumba -dijo Szabla.
– Ésa es una de las posibilidades cuando se es soldado, Szabla -dijo Cameron-. Si no te gusta, puedes volver a casa y poner tus galletas en el horno.
– Un soldado no tiene ninguna obligación de morir absurdamente. Tiene la obligación de seguir las órdenes relevantes para la misión.
– Tú tienes la obligación de seguir todas las órdenes -dijo Derek.
Szabla echó la cabeza hacia atrás con los orificios de la nariz dilatados, en un intento de calmarse.
Rex se puso de pie, sin su habitual expresión de arrogancia.
– Desearía que pudiéramos abrir el frigorífico de Frank. Es posible que eso nos dé algunas pistas.
Savage se puso en pie y se acercó al fuego, en dirección a los científicos. Jugaba con su Viento de la Muerte en la palma de la mano. Rex se levantó, a la defensiva.
Savage sacó de su bolsillo la granada incendiaria de Tucker, la que la mantis había vomitado.
– Bueno, caballeros -dijo-, es posible que hoy sea vuestro día de suerte.