Szabla introdujo una cabeza explosiva eléctrica en un paquete de TNT que luego ató a dos paquetes más. Debido a que el detonador se utilizaba habitualmente en las minas Claymore, unas cargas de explosivo C4 relleno de metralla, Szabla tuvo que manipularlo. Desenrolló un buen trozo de cable, separó los dos extremos, les arrancó el plástico aislante y los empalmó con los dos cables de la cabeza explosiva para asegurar una buena conexión.
Aguantó el detonador en la mano y le dio la vuelta. Tenía el tamaño aproximado del puño de una mano. Cuando lo activara, éste encendería la cabeza explosiva y haría explotar las cargas de TNT.
– Puesta a punto -dijo-. Sólo tenemos que camuflarlo como la trampa y cuando esa cosa caiga, la haremos volar por los aires. Las paredes se le van a caer encima. -Echó un vistazo al fondo del agujero, calculando sus dimensiones.
– Tendremos que cubrir el agujero con vegetación. Habría que poner ramas muertas, porque ceden con más facilidad. Savage calculó que ese hijo de puta pesaba entre noventa y ciento cuarenta kilos. -Se volvió hacia los demás-. Id a buscar ramas y hojas. Por lo menos seis ramas.
Se puso de cuclillas y bajó un poco la antorcha para que Tank tuviera un poco más de luz. Éste estaba sacando las últimas rocas del extremo más alejado. Con un gruñido, lanzó otra palada sobre la hierba.
– Bueno, quizá soy un poco lento, pero ¿no tendremos que ir al bosque a buscar «ramas y hojas»? -preguntó Justin.
– Ajá. Por lo menos, para las ramas muertas, quebradizas -respondió Szabla-. Ahí, Tank -añadió, dándose la vuelta hacia el agujero y señalando un montón de rocas en el extremo más alejado.
– ¿Y no hay allí, en el bosque, una enorme criatura devoradora de hombres?
– Ajá.
Justin miró a Savage y Cameron y, luego, otra vez a Szabla.
– Luego, si a es igual a b, y b es igual a c…
– Si no tapamos esto antes de que empiece a llover -dijo Szabla-, ya podemos olvidarnos.
Como apoyando esa afirmación, un trueno estalló en el cielo. Szabla habría jurado que el suelo tembló.
– Pero la visibilidad es una mierda ahora -dijo Justin-. Quizá deberíamos esperar.
– Estamos intentando matar a esa cosa, Kates, no construir una jodida piscina -gruñó Savage. Miró a Cameron y añadió-: Vamos.
Justin tomó una lámpara, pero Cameron, con las manos en las caderas, le dijo:
– La luz va a atraerlo. Déjalo.
Ella y Savage iniciaron la marcha hacia el camino; Justin dejó la lámpara en el suelo de mala gana y les siguió. Las balsas se levantaban en filas por todos los lados. Cameron buscó entre ellas por si había ramas muertas, pero Szabla tenía razón: para encontrar las ramas largas y el follaje que necesitaban tenían que penetrar en el bosque. No había muchas ramas caídas en la zona de transición, y ya habían utilizado las que podían encontrar para el fuego del campamento.
Una lluvia suave empezó a caer. A Cameron las mangas de la camisa empezaron a picarle en los brazos por la humedad. Justin se quitó la suya y se la ató alrededor de la cintura. La lluvia le bajaba por el vientre y los músculos del brazo se le marcaban mientras se habría paso con la lanceta. Cameron se detuvo un momento para admirarle; luego se agachó y se internó en el follaje.
El sonido de la lluvia contra las copas de los árboles era tan fuerte que parecía que se encontraran en el interior de un tambor. Recogieron hojas y largas ramas, apresurándose y mirando alrededor con inquietud. Cada vez que Cameron arrancaba una rama frondosa esperaba encontrarse con el rostro de la criatura detrás, con las fauces abiertas y las mandíbulas extendidas. Por horroroso que fuera, tenía la esperanza de que la criatura se hubiera dado un festín con Derek y se encontrara descansando.
El aire olía a hojas descompuestas y barro, y bajo la fronda todo estaba en penumbra. Nubes de insectos volaban entre los troncos. Las hojas de los helechos murmuraban. Una rata grande se escurrió en algún lugar del bosque.
La luz de la luna era sorprendentemente clara, a pesar incluso de los árboles y de la lluvia. Aunque Cameron tenía que forzar la vista para examinar el suelo, era posible distinguir las retorcidas siluetas de las ramas caídas desde cierta distancia.
Con cuidado se acercó a una rama que se encontraba entre dos árboles. La rodeó, explorando la zona por si había alguna señal de la criatura. Luego la recogió y se la llevó arrastrando hasta que notó la tierra del camino bajo los pies. Justin estaba esperando con un montón de frondosas ramas a sus pies. Savage apareció al cabo de un momento con los brazos cargados de hojas y ramas. La lluvia había cesado momentáneamente.
– Los dos parecéis los árboles del decorado de una obra de teatro de la escuela -se burló Justin.
Se sujetó la lanceta en el cinturón, recogió un montón de frondas de helecho y se las apretó contra el pecho para dejar la otra mano libre y arrastrar con ella las ramas.
Cameron observó el camino. Aparte de los árboles que había a ambos lados, no se veía ninguna zona a cubierto desde donde la criatura pudiera acecharlos. Caminaron despacio, arrastrando las ramas detrás de ellos. A su derecha se veía el frigorífico de especímenes de Frank en medio del campo, un bloque plateado. Cuando se encontraban a medio camino de la torre de vigilancia, atravesaron la fila de árboles hacia el campo y atravesaron el campamento hacia donde se encontraban los demás.
Cameron llegó con las ramas en los brazos. Szabla les echó un vistazo y negó con la cabeza:
– No son suficientemente largas -dijo, señalándolas-. Vamos a necesitar una más.
– Una mierda, no son suficientemente largas -dijo Justin-. Son suficientemente largas.
Szabla se acercó y levantó una gruesa rama. Miró a Justin con la rama levantada horizontalmente por encima del agujero, con los músculos contraídos.
– Agarra el otro extremo, Ka tes.
En el extremo opuesto, Justin sujetó la rama y la hizo descender hasta la boca del agujero. Con un cuidado extremo, Szabla bajó el otro extremo que, por dos centímetros, no llegó a cubrir el agujero. Lanzó la rama a un lado.
– Que le den por el culo -dijo-. Quizá sólo necesitemos cinco.
Saltó al interior del agujero y depositó el TNT en el suelo, justo en medio. El cable subía por la pared y llegaba hasta el detonador, que se encontraba a un metro y medio del agujero. Szabla trepó por la cuerda de nudos.
Savage hizo unas profundas muescas en medio de las ramas para asegurarse de que se romperían bajo el peso de la mantis. Luego las colocó tapando el agujero y las cubrió con las hojas. Un extremo del agujero quedaba al descubierto, mostrando la oscuridad de debajo.
– Necesitamos otra rama -dijo Savage.
Tank le dio unos golpecitos en el hombro a Cameron e indicó el bosque con un movimiento de cabeza.
– Muy bien -dijo Cameron-. Ahora mismo volvemos.
– Yo voy en tu lugar -dijo Justin.
– No, no pasa nada. Nosotros lo hacemos.
Justin iba a protestar, pero Cameron levantó una ceja y le hizo callar. Cameron se agachó y tomó el cerrojo del frigorífico que estaba en el suelo. Era una barra de por lo menos trece kilos, pero la llevaba como un bate de plástico, golpeándose la palma de la mano con él.
Caminaron en silencio hasta el final del campo. Cameron iba observando el bosque con la esperanza de ver el extremo de alguna rama caída sobresaliendo de las hojas del suelo, pero no vio nada. En el suelo sólo había montones de hojas, ramitas y unas cuantas pieles de naranja podridas. Detrás de los troncos de los árboles, el bosque se sumía en la oscuridad. Se oía el eco de seres vivos en el vacío.
Cameron había aprendido que el bosque nunca estaba silencioso. El parloteo de los pájaros, el goteo de la lluvia, el susurro de una rata que huye; pero nunca silencio. Incluso el aire parecía estar vivo, moverse, percibir y susurrar a su alrededor.
– Tendremos que adentrarnos más -dijo-. No veo ninguna aquí.
Tank levantó el cerrojo que llevaba apoyado en el hombro agarrándolo por un extremo, como una porra. En comparación, la lanceta que Cameron llevaba parecía endeble.
Cameron se introdujo en la oscuridad; Tank la siguió de cerca.
La niebla se transformó en lluvia de nuevo; la oyeron caer sobre las copas de los árboles. Las gotas se escurrían por las hojas, que se doblaban bajo su peso, hasta precipitarse hacia el suelo. En algunos claros, el agua caía en cascada a su alrededor.
– Dame una ventaja de seis pasos -susurró con fuerza Cameron. Tuvo que levantar la voz: el sonido de la lluvia se amplificaba bajo las copas de los árboles.
La fuerza de la lluvia aumentó tanto que parecía que estuvieran bajo fuego enemigo. A pesar de su envergadura, Tank era increíblemente ágil y se movía por el sotobosque con la facilidad de un ciervo. Cameron tuvo que darse la vuelta para asegurarse de que la seguía. Si se hubiera tratado de Derek, ella habría sabido dónde se encontraba en todo momento. No habría tenido que comprobar su posición ni que indicarle la dirección. Tank era excelente, pero Derek era el mejor. Derek era como una parte de sí misma.
La imagen del bebé deformado de Floreana se abrió paso en la mente de Cameron. Se sintió los dedos temblorosos y cerró la mano en un puño con tanta fuerza que las uñas se le clavaron en las palmas de las manos. Abrió la mano pero los dedos todavía le temblaban, así que se dio una bofetada a sí misma en la cara, con fuerza. Tank vio que se detenía, oyó la bofetada y esperó sin preguntar a que se pusiera en marcha de nuevo.
Cameron avanzó despacio, esforzándose para vaciar la mente. Ya habría tiempo para el duelo, esperaba, de Derek y de otras cosas perdidas. No era el momento de languidecer de pena ni de flaquear de horror. Cameron se había entrenado precisamente para no condolerse ni sentir pena, para no empequeñecerse en los momentos más difíciles. Ya había permitido que la debilidad de esos sentimientos la traspasaran. Y en aquel momento, mientras avanzaba a través del bosque y se abría paso con los brazos, el pecho y el rostro, se juró que no volvería a suceder.
A medida que avanzaba, iba levantando montones de hojas con los pies para ver si debajo encontraba alguna rama. Necesitaban sólo una rama: una más y la trampa estaría a punto.
Un rayo de luz iluminaba un pequeño claro delante de ella, vio una rama grande atravesar el fecundo suelo como una serpiente nudosa. Gruesa y retorcida, estaba un poco abombada por la mitad y uno de los extremos estaba seco por la luz del sol. Estaba en medio de un montón de fragmentos de corteza.
Cameron levantó la mano, chasqueó los dedos y señaló. Tank se quedó un poco atrás para vigilar por detrás. Cameron se asustó cuando penetró en el claro. Tantos años de realizar operaciones la habían acostumbrado a los francotiradores. No le gustaba salir al descubierto, fuera cual fuera la circunstancia.
Levantó la cabeza hacia las copas de los árboles e imaginó la cabeza de la criatura balanceándose de arriba abajo entre las ramas más altas. Los troncos se levantaban hacia la oscuridad, cubiertos de hormigas, sombríos, pero sin ningún peligro.
Cameron notó que los hombros se le relajaban mientras penetraba en el claro. Dio un rodeo a la rama observando entre los árboles de alrededor y luego se acercó a ella de espaldas hasta que la sintió en sus pies. Pasó una pierna por encima y la rama quedó entre los dos pies. Bajó la vista rápidamente y, aliviada, se dio cuenta de que era lo suficientemente larga para cubrir el agujero. Sin quitar los ojos del bosque, se agachó y la agarró.
En el mismo instante en que tocó la corteza de la rama, la lluvia cesó. No lo hizo progresivamente, sino que cesó de súbito y por completo. Cameron se dio cuenta de que había estado respirando muy fuerte. Había empezado a hacerlo cuando sintió la lluvia sobre los hombros.
Dejó los dedos quietos sobre la rama. Una vez que la lluvia había cesado, el bosque estaba extrañamente silencioso. Pensó que ese silencio habría debido facilitarle cierta claridad de pensamiento, pero no era así. Algo gorjeó allí cerca, entre las hojas.
De cuclillas, Cameron se quedó paralizada. Los árboles, de distinto tamaño, la rodeaban: algunos troncos subían más allá de las copas de los árboles, otros expandían sus primeras ramas a la vista y otros eran delgados y rectos, como postes telefónicos.
Cameron tenía cada vez una sensación mayor de que algo iba mal, aunque no podía saber qué. Respirando con dificultad, observó los árboles a su alrededor y el denso follaje que se rizaba desde el suelo. También se fijó en la rama que tenía debajo de la mano. Pero todo parecía estar en orden. Cuando se incorporó, ambas rodillas le crujieron con fuerza al mismo tiempo.
Buscó a Tank con la mirada y éste le hizo un austero gesto levantando el pulgar. Todo estaba en su sitio detrás de ellos.
Cameron dio unos pasos en dirección al extremo más alejado del claro, empuñando la lanceta como si fuera un sable. Se detuvo en el lindero y apoyó un brazo contra el tronco que tenía más cerca. Sintió la suavidad de la corteza a través de la manga de la camisa. Intentó distinguir algo en la oscuridad de detrás de los árboles, pero no pudo. Sintió las piernas tensas, como si algo tuviera que caerle encima de repente.
A pesar del miedo de apartar la vista de la oscuridad, echó otro vistazo a Tank. Él continuaba vigilando el terreno de detrás de ellos. El destello del cerrojo que llevaba en la mano la calmó un poco, pero esa confianza se debilitó cuando volvió a dirigir la atención al bosque. Estaba respirando, estaba vivo: a su lado, por encima de ella, a su alrededor. La estaba mirando.
Se tragó el miedo que le subía por la garganta con un gesto de mandíbula hacia delante. Inspiró con profundidad, llenándose los pulmones por completo, y sacó el aire por la nariz. No pasaba nada. Allí no había nada.
Se apartó del árbol y retrocedió un poco. Por encima de su cabeza, el árbol se movió. Una cabeza giraba encima de un cuello imposiblemente largo. La miraba con ojos como globos y la boca como una temblorosa confusión de partes cortantes.
Cameron gritó mientras tropezaba hacia atrás.
Deliberadamente despacio, la mantis giró sobre sí misma. Las patas traseras estaban apoyadas en el tronco del árbol de al lado y mantenían su cuerpo en una posición vertical casi perfecta. El abdomen de la mantis estaba a la vista, las alas dobladas a lo largo de la espalda pero sin sobresalir del abdomen. Cameron se dio cuenta de la longitud de las alas a pesar del terror, y supo que era una hembra. Todavía peor.
La mantis se había camuflado de forma perfecta entre los árboles; la cutícula marrón y verde parecía un tronco a la luz de la noche. Cameron había apoyado el brazo encima de las alas dobladas, a la espalda de la mantis. El animal no había atacado porque se encontraba de espaldas y habría sido detectada si se hubiera dado la vuelta.
Cameron dio unos pasos hacia atrás blandiendo la lanceta delante de ella. Estaba pálida. La mantis se movió pesadamente hacia delante sobre sus cuatro patas traseras, con la cabeza ladeada y mirando a Cameron con sus ojos enormes. Las patas de presa brillaron, todavía mojadas por la lluvia, y la mantis las cerró y las abrió.
Cameron no recordaba haber enmudecido nunca de pavor, aterrorizada más allá de las palabras, y ahora, al ver a la criatura que se levantaba dos metros y setenta centímetros, con un abdomen mayor que un bidón de gasolina y unas patas que eran armas, estaba sin palabras. Abrió y cerró la boca intentando llamar a Tank, o chillar, o ambas cosas, pero no pudo emitir ni un sonido.
La mantis embistió hacia delante, en un amago de ataque, y Cameron tropezó hacia atrás mientras levantaba la lanceta por delante del rostro. Tropezó con la rama del suelo y cayó de espaldas, perdiendo la lanceta. Dio un grito y se sentó, apoyando las manos en el suelo para ponerse de pie, pero era demasiado tarde. Notó una sombra que bloqueaba la luz de la luna incluso antes de ver a la criatura que se levantaba, amenazadora, por encima de ella.
La mantis se dispuso a lanzarse al ataque con los brazos recogidos contra el pecho. Expelía aire por la boca y Cameron cerró los ojos y pensó que ese sonido húmedo era lo último que oiría en su vida.
De repente, sintió la boca que se cerraba encima de su nuca como un tornillo y chilló, pero cuando abrió los ojos se dio cuenta de que estaba volando hacia atrás bajo la tenaza de una de las fuertes manos de Tank. Éste, con la otra mano, blandió el cerrojo de hierro mientras apartaba a Cameron, pero la mantis retrocedió un poco para esquivar el golpe.
Tank retrocedió de espaldas arrastrando a Cameron por la nuca mientras ella intentaba hacer pie desesperadamente.
El dolor era insoportable: parecía que los dedos de Tank le hubieran penetrado en la carne. Con el pulgar le presionaba un nervio y Cameron chillaba mientras intentaba ponerse de pie sin lograrlo. Con un gesto repentino, Tank arrojó a Cameron detrás de él. Cameron voló por el aire, cayó al suelo a cuatro patas y rodó por él por el impulso.
Tank avanzó, empuñando el cerrojo. La mantis lanzaba golpes en el aire como un boxeador, con tanta rapidez que Tank casi no podía verle las patas. Con la tibia le dio un golpe en el brazo, justo encima del codo y el cerrojo salió volando hacia el bosque. Si Tank no hubiera tenido los músculos tan fuertes, el hueso se le habría roto en pedazos. Sintió una ola de dolor por todo el antebrazo e hizo una mueca sin apartar los ojos de la mantis.
Había perdido la oportunidad de darse la vuelta y echar a correr. Cameron se puso de pie detrás de él, demasiado alejada para ayudarle. La mantis se incorporó con los brazos doblados. Se encontraba de pie, encaramada encima de la rama del suelo.
Tank se tiró de rodillas al suelo, contra las patas del animal. Levantó un extremo de la rama con el brazo sano y tiró de él con todas sus fuerzas, haciendo que la mantis perdiera pie y se tambaleara a un lado agitando las patas de presa para mantener el equilibrio.
Tank se puso de pie y corrió hacia Cameron. Ella estaba de pie y sentía las piernas débiles. Tank la agarró por el brazo y la empujó por delante de él todo el tiempo mientras corría. Ella rezó para no tropezar.
Detrás, la mantis inició la marcha con sorprendente velocidad.
Cameron sintió que la mantis les ganaba terreno mientras atravesaban el bosque, pero pronto fue capaz de seguir el ritmo al que Tank la obligaba y empezaron a ganar distancia. Rápidamente, Cameron se colocó a unos pasos por delante de él y se distanció todavía más; poco a poco, se fueron distanciando de la boca rechinante que los perseguía.
Cameron llegó al campo antes que Tank y le esperó a unos pasos del lindero del bosque. Se dio cuenta de que llovía de nuevo porque sintió el agua en la cara. Cuando apareció, Tank respiraba con dificultad y corría tropezando, inclinado hacia delante.
Como una bendición momentánea, detrás de Tank se hizo el silencio, pero enseguida Cameron oyó a la mantis entre el follaje.
Cameron corrió hasta Tank y le pasó un brazo por la cintura, empujándole hacia delante.
– Muévete, Tank, ¡tienes que moverte! -gritó.
El pánico le recorrió el cuerpo al oír cada vez más fuertes los movimientos en el bosque. Empezaron a correr de nuevo, pero las botas se les hundían en la hierba, entorpeciéndoles. Se dirigieron hacia las dos antorchas que iluminaban el agujero, delante de ellos, con la mantis a unos cientos de metros detrás.