Sin decir una palabra, Derek le pasó la larva a Diego y se separó de los demás.
– Voy a revisar la red de encierro -dijo, ya de espaldas a ellos-. ¿Cuál es la granja?
– Es de buena calidad -dijo Justin-, pero el tejido es viejo y está reseco.
Diego se detuvo pero no se dio la vuelta.
– ¿Cuál es la granja? -repitió.
Justin se quedó callado un momento antes de contestar.
– La última del lado oeste del camino.
Derek reanudó la marcha sin dar media vuelta. Cameron le siguió unos pasos en dirección al camino, pero se dio cuenta de que quería estar solo y volvió atrás.
Rex se acercó a ella, todavía a cierta distancia de los demás.
– Algo está sucediendo en tu escuadra -le dijo, en voz baja-. Y las cosas se van a poner más complicadas en la isla.
Cameron miraba hacia delante con el rostro inexpresivo.
– Me gustaría pensar que puedo contar contigo -continuó Rex.
– Puedes contar con que cumpliré las órdenes y que obraré conforme a los intereses de mi…
Rex quitó importancia a sus palabras con un gesto de la mano. Se alejó y la dejó sola.
Llegaron al campamento exhaustos. Justin recogió un montón de leña sin alejarse de las tiendas, lo dejó al lado del fuego e intentó limpiarse la camisa sucia de tierra. Tank jugaba en el fuego con el cerrojo del frigorífico. Levantó una rama de él, la agarró rápidamente por los extremos, la rompió por la mitad con un gruñido y la arrojó al fuego.
Todos intentaron hacer caso omiso del enorme cuerpo que yacía a un lado de los troncos. En algún lugar de su interior se encontraban los restos de Tucker.
Diego depositó la larva en el suelo, cerca del fuego.
– Cada vez pesa más -dijo en voz baja.
Cuando se incorporó, encontró a su lado a Szabla, la cual se daba unos golpecitos con la corta lanza sobre la mano y le miraba con ojos brillantes. Aparte de Cameron, nadie se dio cuenta: estaban reunidos alrededor del tronco más lejano hablando en voz baja.
Diego miró la pequeña lanza y dio un paso hacia atrás. Szabla avanzó hacia la larva y Diego levantó al animal para alejarlo de ella. Intentó apartarse, pero de repente Savage se lo impidió.
Cameron miró a Savage a los ojos, inexpresivos en la oscuridad de la noche, y lo que vio que faltaba en ellos la alarmó. Se acercó y los demás la siguieron.
– No quiero encontrarme con otro de éstos -Szabla señaló el enorme cuerpo.
Diego se quedó callado un largo instante, con la larva en los brazos y la mirada perdida en la noche. Sentía el latido del cuerpo de la larva en los brazos y notaba cómo se retorcía a la altura del codo. Las patas se agitaban en el aire en busca de base y Diego se la acercó al pecho hasta que las patas falsas se pegaron a su camisa.
– El propio Frank pensó que las crías eran peligrosas -continuó Szabla, con más calma-. Las atrapaba una a una. Pero hubo una a la que no mató, quizá porque era simpática, porque le enternecía y le divertía. Ésa es una de las ventajas de su aspecto. Uno la mima hasta que se metamorfosea. ¿Por qué crees que fue tan fácil de localizar? No puede permitirse ser una amenaza.
Diego dejó la larva en el suelo detrás de él y se incorporó en actitud protectora. El rostro tenía una dureza y una severidad de estatua. Rex pasó el peso de su cuerpo de una pierna a la otra con expresión de incomodidad. Diego emitió una expresión de disgusto con la voz.
– Hay muchos animales que tienen una relación simbiótica y parasitaria en la naturaleza -dijo Rex-. Que esquivan las señales de alerta, que se aprovechan de las necesidades y debilidades de las otras especies.
– ¿Como esos peces que se adhieren a los tiburones? -preguntó Justin.
– O como el pájaro cucú -añadió Rex-. Dejan los huevos en los nidos de otros pájaros. Normalmente, los huevos parásitos necesitan menos tiempo de incubación y eclosionan antes. Entonces las crías expulsan a los otros huevos del nido y así pueden obtener todos los cuidados de los padres adoptivos.
– Y la mamá cuida a ese hijo de puta porque no sabe que no es suyo -dijo Szabla-. Fui la mejor en biología en el instituto, así que no me disfraces las cosas.
– No entiendes el funcionamiento… -Diego tenía la garganta seca y se detuvo para humedecerse los labios. Miró a la larva, que estaba tumbada tranquilamente en el suelo con las patas falsas estiradas y abiertas.
– Muchos animales subsisten porque inspiran un instinto de protección irracional en los demás -dijo Rex.
Diego miró a Rex con el reflejo del fuego en los ojos.
– No te pongas de su parte -gruñó.
– No me pongo de parte de nadie -replicó Rex-. Sólo intento analizar la situación desde todos los ángulos. Necesitamos ser capaces de discutir esto de forma razonable. Empecemos por desmitificar el fenómeno. Las larvas resultan simpáticas a causa de unos atributos específicos y definibles: cabeza grande, ojos grandes, capacidad de atención. Son fascinantes. Estas características potencian el esfuerzo de los padres; en este caso sirven para aumentar la tolerancia, la actitud protectoral o la simpatía de otras especies, principalmente la humana. Tenemos que ser conscientes de esto y obrar en consecuencia. No podemos ser víctimas de nuestros instintos más débiles cuando estamos tratando con estas criaturas.
– Esto no tiene que ver con los «instintos débiles» -gritó Diego-. ¡Por dios! ¿No lo ves? Esto no tiene nada que ver con el sentimentalismo. Las larvas no deben ser protegidas por afinidad o compasión, pero tampoco se las debe matar por miedo. ¿Quién sabe los beneficios que obtendríamos al estudiarlas? -Con los ojos húmedos, se golpeó con el puño la palma de la otra mano-. Tenemos que saber más. Tenemos que descubrir más cosas. No podemos detener este increíble proceso ahora. No tenemos ni idea de adonde se dirige.
– Eso es justamente lo que quiero decir -le dijo Szabla.
La larva se retorció sobre la hierba. Una grieta se le había abierto en la cutícula, justo detrás de la cabeza.
Diego se quitó la goma de la cola, se paso la mano por el pelo con fuerza y se lo volvió a atar. Cuando habló, le temblaba la voz:
– ¿De verdad queréis convertir esta cosa increíble en un camino sin salida?
– Podría ser algo increíble si tuviéramos armas y embarcaciones y el lujo de encontrarnos a cierta distancia de ello -dijo Szabla-. Pero no lo tenemos. Estamos atrapados en una isla, sin armas, sin equipo de rescate, y la gente muere. -Se rascó una mejilla y el gesto hizo que el bíceps se le marcara como una pelota de tenis-. Esto no es un proyecto científico. Se trata de nosotros contra eso. A que no sabes de qué lado estoy.
El sonido de una rasgadura les llamó la atención hacia la larva. Esta se había liberado de la vieja cutícula y había salido de ella. Se arrastraba hacia delante y la nueva piel era más húmeda y de un verde más brillante.
Con un profundo suspiro, Tank se puso de pie. Caminó despacio y se colocó detrás de Szabla y Savage. La mirada de Justin fue de ellos a Diego y Rex.
Todos miraron a Cameron.
– ¿Qué? -dijo ésta con dureza-. ¿Por qué me miráis a mí? Szabla es el segundo oficial al mando.
Szabla apretaba las mandíbulas, con la boca cerrada. Cerró con fuerza los ojos y la piel de las mejillas, altas y fuertes, se le tensó.
– ¿Qué haríamos con ella? -preguntó Justin, aunque en realidad no quería saber la respuesta.
La larva se incorporó sobre la pierna de Diego y se quedó quieta. Tank apartó la vista.
– ¿Cam? -dijo Tank, con suavidad, pasándose una mano temblorosa por la cabeza. Suspiró profundamente.
Cameron sintió las miradas sobre ella, notó la presencia de la larva al lado del fuego, aunque no podía soportar mirarla. Incluso Savage esperaba su respuesta.
Cameron negó con la cabeza ligeramente.
– Tenemos órdenes -dijo- de ayudar a Rex en esta misión.
Szabla levantó una mano, con rabia, y señaló al enorme cuerpo de la mantis.
– Esa jodida misión somos nosotros, ahora.
Cameron miró a Rex.
– ¿Qué vamos a hacer? -preguntó.
Rex se tomó su tiempo y se recompuso.
– No lo hagas -murmuró Diego-. Forzarías la extinción de una especie tú solo.
Rex se puso de cuclillas y tomó la vieja cutícula apergaminada de la larva entre los dedos.
– Vamos a ponerla en cuarentena -dijo-. La vigilaremos hasta que obtengamos respuesta sobre el virus mañana.
– Bueno, me temo que no puedes permitirte ese lujo -dijo Szabla.
Avanzó hacia la larva. Diego dio un paso hacia delante para bloquearle el paso, pero ella lo apartó de un empujón. Diego tropezó y se cayó. Miró a Cameron, con un ruego en los ojos. Rex parecía furioso, pero no dijo nada.
– Szabla -dijo Cameron-. Si vas a desobedecer las órdenes, creo que tendríamos que esperar a Derek para…
– Corta, Cam -la interrumpió Szabla.
Justin dio un paso hacia delante y ayudó a Diego a levantarse.
Cameron señaló la larva y dijo:
– Esto es una creación totalmente nueva. Algo que no había vivido nunca hasta ahora. Nunca. No creo que tú puedas decidir por tu cuenta matarla.
– Yo soy el segundo oficial ahora -dijo Szabla-. Puedo decidir lo que me dé la real gana.
– Mira, Szabla, lo único que digo…
– ¿Por qué reaccionas así con esta cosa, Cam?
– Para ya, Szabla -intervino Justin-. Ella sólo apela a la jerarquía de mando.
– No, con esa expresión no es eso lo que hace. No tiene la habitual pinta de «uniformada que acata órdenes». Esto es distinto.
– No tienes derecho, ni autoridad para hacer esto -dijo Cameron.
Szabla se volvió y se encaró con Cameron.
– Un paso atrás, niña -le dijo-. Esto es una orden de tu superior directo. ¿Tengo que hablar más claro?
Cameron sintió que el rubor le subía a las mejillas como si fuera fuego a causa de la rabia.
– Un paso atrás -repitió Szabla.
Cameron dio un paso atrás.
– Mierda -dijo Rex, mirando a Cameron-. ¿Por qué no puedes pensar por ti misma?
– Mi trabajo no consiste en pensar por mí misma -respondió Cameron, con voz distante-. Somos una escuadra militar, no un grupo de pensadores.
La larva se irguió, su tórax estaba casi perpendicular al suelo y su cabeza inclinada a un lado, como atenta. Cameron sintió una profunda náusea y las rodillas le fallaron ligeramente. Justin la sujetó pasándole el brazo por la cintura y, cuando ella recuperó la compostura, la soltó.
– ¡Mami, tráele a Scarlet sus sales! -dijo Szabla en tono burlón.
Rex levantó la vista a las estrellas, con las manos en las caderas. Tank se pasó una mano por la calva quemada por el sol.
– ¿Quién va…? -A Justin le salió la voz ronca. Se aclaró la garganta y empezó de nuevo-: ¿Quién va a hacerlo?
Savage observó el fuego; conocía la respuesta antes de levantar la cabeza. Cerró los ojos, hizo un gesto de asentimiento con la cabeza y se incorporó.
Cuando sujetó a la larva por la base de la cabeza y la levantó, ésta emitió un sonido silbante. Cameron se dio cuenta de que inspiraba el aire con rapidez para no desmayarse. Savage se colocó justo delante de ella con la larva retorciéndose y chillando, y levantó la corta lanza que estaba en el tronco, al lado de Cameron.
Una figura salió de entre las sombras y una mano cayó sobre su muñeca, blanca a la luz de la luna. Savage dio un salto y dejó caer la larva al tiempo que levantó la lanceta hasta que se dio cuenta de que era Derek.
– ¿Qué estás haciendo? -preguntó Derek, pasando por encima del tronco.
Tenía los ojos fríos como el vidrio y el rostro tenso por la fatiga y la tensión. Miró a Szabla hasta que ésta apartó la vista. Luego se puso de cuclillas al lado de la larva y le pasó una mano por uno de los costados, por encima de los segmentos abdominales.
Derek miró a Diego, y Diego negó con la cabeza.
– No quería que lo… -dijo Rex-. No me han hecho caso.
A Derek le latían las sienes. Con los dedos, largos y pálidos, continuaba acariciando la espalda de la larva.
– Derek -dijo Szabla, intentando hablar con voz tranquila-. No podemos permitirnos seguir las órdenes de los científicos por más tiempo. Estamos jugando a un juego distinto, ahora.
Derek se puso de pie y se acercó a Szabla. Acercó su cara a la de ella hasta que estuvieron a centímetros la una de la otra. Cameron no reconocía esa mirada en absoluto. Savage dio un paso para acercarse a Szabla.
Cameron se puso en pie con dificultad.
– Tranquilo, teniente -le dijo.
Los científicos observaban en silencio. Era como si un hechizo hubiera caído sobre el campamento y todo el mundo tuviera miedo de hablar para no romperlo.
Finalmente, Szabla dio un corto paso hacia atrás, sin ceder mucho terreno. Se dio la vuelta y miró a Cameron; ésta vio que la mirada de Derek se dirigía a ella, esperando su movimiento.
Cameron respiró hondo el aire fuerte de la isla con la vista en la oscuridad que reinaba detrás del fuego. Algo pequeño revoloteó por encima de sus cabezas. Los segundos parecían horas.
Cameron se colocó detrás de Derek, con los hombros rectos y con el codo rozando el de él. Justin la siguió y luego, Tank. Entonces Szabla dio otro paso hacia atrás y se sentó en el tronco. Savage hizo girar la corta lanza como una majorette y dio media vuelta. Szabla miró a Cameron con los labios apretados y los ojos encendidos por la rabia y la frustración.
Derek expulsó el aire de los pulmones con fuerza y se relajó.
– ¿Rex?
Rex le miró, pálido.
– La primera orden es poner la larva en lugar seguro -dijo Derek. Miró a Szabla-. Para ella y para nosotros. Luego registraremos la isla para ver si hay alguna otra criatura adulta por aquí. ¿Estamos de acuerdo?
Rex iba a decir algo pero necesitó aclararse la garganta antes. Habló en tono cortante, de científico; parecía ayudarle a mantener el control sobre sí.
– Lo estamos -dijo-. Fuera lo que fuese lo que ocurrió durante la formación de estos animales, es lo suficientemente anómalo para creer que podemos ser prudentes asumiendo que sólo existe un linaje. De las diez crías supervivientes que Frank anotó, él capturó ocho y Savage mató a una. Eso significa que podría haber otra por ahí, si es que sobrevivió.
– ¿No se comen las hembras a los machos después de aparearse? -preguntó Cameron.
– En algunos casos -dijo Diego-. No en todos. Se sabe que la hembra de Galapagia obstinatus sí.
– Bueno, esperemos que tengamos aquí a la hija de puta de Gloria Steinem -dijo Szabla.
– ¿Es posible que se haya metamorfoseado? -preguntó Cameron-. La larva superviviente.
– Yo diría que sí -respondió Rex-, especialmente ya que es evidente que se han apareado.
– Caballeros -dijo Cameron, mirando a los dos científicos-. Van a tener que ayudarnos en esto. ¿Ante qué nos encontramos? Si hay otra por ahí, tenemos que conocer sus hábitos, estrategias y debilidades que podamos aprovechar.
Diego y Rex intercambiaron una mirada.
– Ninguno de nosotros es entomólogo -dijo Diego-. ¿Tienes forma de contactar con alguno?
– Sí -respondió Rex-. Puedo pedírselo a Donald.
– No tenemos tiempo para esperar -dijo Cameron-. Mientras tanto, qué es lo que sabéis.
– Bueno -empezó Diego-, tendremos que mantener la suposición de que estos animales tienen rasgos de comportamiento comunes con la mantis que fue alterada por el virus.
– ¿Y? -preguntó Cameron.
Derek estaba en silencio a su lado.
– No tienen un oído como el de los humanos. Sólo detectan ultrasonidos, que perciben por una abertura en el mesotórax, así que normalmente perciben a la presa por la vibración o el movimiento. Tienden a ser cazadores estacionales. Esperan a la presa, se camuflan y atacan con mucha rapidez.
– Así que cuando nos movamos en su busca, ¿seremos nosotros quienes estaremos en desventaja? -preguntó Cameron.
Diego asintió con la cabeza.
– Tendremos que asumir ese riesgo -dijo Justin.
Cameron le hizo callar con la mano.
– De eso hablaremos luego. ¿Qué más?
– Necesitan sombra -dijo Rex-. Son reticentes a abandonar el sotobosque durante el día. Especialmente para cazar: lo pasan mal a la luz del sol. Imagino que eso es más cierto ahora que nunca, a causa de los rayos UV. Pero por la noche, se mueven por todas partes. También los atrae la luz durante la noche, como a la mayoría de insectos.
– ¿Y los ojos? -preguntó Cameron-. ¿Nos ayudaría cegarlos con la luz?
– No voy a ser yo quien os ayude a encontrar la forma de herir a ese animal -dijo Diego.
– Te apuesto a que lo harás -dijo Szabla.
– Necesitamos saber eso -dijo Cameron-. Luego decidiremos si vamos a presentarle batalla.
– Sí, cegarlo nos ayudaría. Y sacarle un ojo le impediría tener profundidad de campo. Sus antenas también son esenciales.
Szabla respiró profundamente.
– ¿Podríamos envenenarlo? ¿Utilizar algún veneno de alguna serpiente autóctona, o algo?
Todos miraron a Diego.
– Hay una serpiente venenosa aquí -dijo, dudando-. Pero es una serpiente marina y muy rara.
– ¿Algo más que pueda dañarlo? ¿O a lo que le tenga miedo?
– Bueno a los insectos aposemáticos de color rojo y negro y a menudo a las sustancias desagradables de las plantas que los han hospedado, así que los animales las evitan. Pero no lo sé. Si basamos estas suposiciones en la fisiología de la mantis, tenemos que recordar que tienen un sistema digestivo de hierro. Pueden comer de todo: pintura, goma, combustible de encendedor. En el laboratorio, incluso vi a una que se comía a un insecto procedente de un tarro de cianuro.
Rex asintió con la cabeza.
– Supongo que necesitaremos algo más fuerte que veneno de serpiente.
– Entonces, ¿cómo lo mataríamos? -preguntó Szabla. Miró la pequeña lanza, a su lado-. Quiero decir, ¿cómo lo hiciste, Savage?
Savage lo explicó.
– ¿Qué es tan gracioso, Szabla? -preguntó Cameron.
– Nada. Imaginaciones -dijo ella-. Imaginaciones.
– Si hay otro por ahí -continuó Rex-, esperemos que sea un macho. Son más pequeños y, normalmente, atacan menos. Es una pena que sean una especie tan solitaria. Si se tratara de una ballena macho, sólo tendríamos que reunir a un puñado de hembras y acudiría enseguida.
– ¿Podemos atraerlo con un cebo? -preguntó Cameron.
Rex sonrió.
– Bueno, ya nos hemos imaginado por qué no nos hemos encontrado con ningún perro ni con ninguna cabra desde que llegamos. Incluso a pesar de que se sabe que las mantis comen presas mayores que ellas, yo diría que una vaca es demasiado grande. Probablemente podría matar a una, pero pasaría un mal rato para comerla.
– ¿Y un león marino? -preguntó Tank.
– Se encuentran sabiamente apartados en el tufo -dijo Rex-. Y lo pasaríamos muy mal para arrastrar a uno cerca del bosque. Yo diría que la única presa de un tamaño razonable somos nosotros -sonrió-. Yo voto por Savage.
– ¿Se te ocurre algo más? -dijo Cameron-. Cualquier cosa.
– Sólo comen presas vivas -dijo Savage. Todos le miraron, sorprendidos-. Yo vi a una comerse un ratón. Empezó por los bigotes. Se había comido casi toda la cabeza antes de llegar al cerebro y matarlo.
– Imaginaos eso -murmuró Justin-. Un insecto que se come a un jodido mamífero.
Cameron miró a Rex, intentando captar la exactitud de la afirmación de Savage. Él asintió con la cabeza:
– Una vez vi a una devorar a un geco desde la cola. Masticaba con fuerza e incansablemente: la carne, los huesos. Tardó cerca de una hora. El geco estuvo vivo por lo menos la mitad del tiempo.
Justin estaba pálido.
– Esperemos que no haya más adultos.
– Hagamos algo mientras esperamos -dijo Cameron.
– Inspeccionaremos el bosque con la primera luz -Derek se balanceó sobre los pies y cuando se dio cuenta, se detuvo.
– ¿Por qué no ahora? -preguntó Cameron.
– ¿Es que quieres pasearte por el entorno natural de un depredador durante la noche con una brillante luz en la mano para atraer su atención? Usa el puto cerebro, Cam. Esperaremos a la primera luz para ver si hay algún otro adulto por ahí.
– Si lo localizamos, ¿tenemos permiso para matarlo? -preguntó Szabla.
– Sí.
Diego iba a protestar, pero Derek levantó una mano.
– Pero ninguno de vosotros le hará daño a ésta -continuó Derek, acercándose a la larva y levantándola-. Yo la tendré conmigo esta noche. La encerraré en la caja de viaje. Szabla, ya que tienes un exceso de testosterona, puedes hacer la primera guardia -dijo, y desapareció en la tienda que compartía con Cameron.
– Suponemos que sólo hay un linaje de mantis, pero recordad que es sólo una suposición -dijo Rex-. Tenemos que observar la naturaleza y ver si encontramos alguna otra cosa que sea anormal. -Se pasó los dedos por los párpados-. Hay que tener los ojos abiertos con las otras cuatro larvas que quedan. Traerlas y mantenerlas en observación.
– ¿Cómo sabes que no se han metamorfoseado ya? -preguntó Justin.
Savage levantó la lanceta y señaló al enorme cuerpo que estaba al lado del fuego.
– Pronto lo sabremos.