Se oyó la voz nasal de Donald en el hombro de Derek.
– Caballeros -dijo- y señoras. Llamo desde Fort Detrick y me encuentro reunido con la doctora Samantha Everett.
– ¿Estás en Maryland? -preguntó Rex-. ¿Partiste en avión?
– Sí -respondió Donald-. Y después de que os explique nuestros descubrimientos iniciales sobre el virus, entenderéis por qué.
Donald presentó a Samantha y la escuadra se reunió en círculo mientras ella explicaba la información que habían reunido hasta aquel momento sobre el virus.
Diego y Rex la interrumpieron de vez en cuando para explicar los términos científicos a los soldados y para poner al día a Donald y a Samantha de lo que habían encontrado en el frigorífico de especímenes y en las muestras de agua. Cuando Samantha terminó de explicar su hipótesis acerca del virus, todos se quedaron en silencio durante un rato.
Cameron sintió que palidecía. Si contraía el virus, éste afectaría al feto que llevaba. Cameron había entrado en el frigorífico con los demás, con los cuerpos infectados colgando por encima de ella y goteando a su alrededor. Ya había sentido un mareo una mañana: todavía no estaba a mitad de embarazo y, si las cosas se torcían, nadie podría hacer nada por ella. Tank la estaba mirando, quizá preocupado, pero apartó la mirada cuando ella dirigió los ojos hacia él.
– Pero si el virus actúa así -estaba diciendo Diego-, entonces ¿por qué todas las larvas parecen idénticas? ¿Por qué no son todas distintas como la última generación que se encuentra en el frigorífico de especímenes?
– El virus debe entrar en estado latente después de la primera generación -respondió Samantha.
– Así que la primera generación es totalmente distinta -dijo Szabla-, pero la segunda se parece a sus padres.
Savage encendió un cigarrillo y Diego ni siquiera se molestó en hacer un comentario.
– Por supuesto -dijo Rex-. Desde el punto de vista del estado físico, si uno de los organismos mutados llega a reproducirse, resultaría ventajoso para él replicar su propio fenotipo en su descendencia. Una mutación continua pondría en peligro la estabilidad.
– Es como si el virus hubiera encontrado un modelo de funcionamiento y se ciñera a él -añadió Szabla.
Samantha suspiró y el suspiro les llegó amplificado.
– Es asombroso -dijo-. El virus ha evolucionado de tal forma que proporciona una oportunidad única de mutación masiva. Un proceso irracional aunque orientado a encontrar la forma de crear nuevos animales capaces de llenar nichos medioambientales.
Savage exhaló una larga y densa bocanada de humo.
– La evolución a toda pastilla -comentó.
Diego se puso de pie; el sudor le brillaba en la frente.
– Podría tratarse de un proceso muy antiguo: el virus se encontraría encerrado en el corazón de la tierra, vivo en los microbios termófilos, y surgiría en intervalos de cientos de miles de años para revolucionar las formas de vida. Eso explicaría los casos de génesis rápidas, anomalías en los registros fósiles. El salto de los vertebrados de sangre fría a los de sangre caliente. El Archaeopteryx. La explosión cámbrica. El esquisto de Burgess. Es posible que nos encontremos al borde de un período parecido. -Le temblaban las manos, así que se las puso en los bolsillos.
Cameron levantó la mano.
– Un momento -interrumpió-. Lo primero es lo primero. ¿Cómo se expande el virus? ¿Podemos contraerlo de esas criaturas?
– Parece que se expande como los agentes infecciosos en la sangre.
– ¿Y eso qué significa? -preguntó Justin.
– Si jodes -gruñó Savage-, ponte un condón.
– No entréis en contacto con las segregaciones de la larva -dijo Samantha.
– Bueno, ¿no están mutando siempre estos virus? -preguntó Justin con pánico en la voz-. Quiero decir, ¿qué sucede si esta cosa sale al aire?
– No nos pongamos dramáticos -respondió Samantha con calma-. Ahora no se propaga por el aire y, en general, los virus tienden a mantener unas características similares al evolucionar. Además, no tenéis trajes de protección y, aunque los tuvierais, no podríais tocaros la punta de los pies con ellos puestos.
– ¿Qué medidas debemos tomar para asegurarnos de no contraer el virus? -preguntó Cameron.
– Bueno, ni siquiera sabemos si puede infectar a los seres humanos, aunque, por supuesto, no queremos despejar la duda por la vía directa. Así que, de entrada, yo me mantendría lejos del frigorífico de especímenes. Esos cuerpos están cargados de virus y, por lo que habéis dicho, están segregando copiosamente. El enorme cuerpo que tenéis en el campo posiblemente todavía esté perdiendo fluidos. Quemadlo, para seguridad vuestra y para que no encuentre vía a través de la cadena alimentaria durante la descomposición. ¿Tenéis algún gel antibacteriano?
– Sí -dijo Justin-. Una botella.
– Si entráis en contacto con algún tipo de secreción, lavaos y aplicaos el gel. Manejad a la larva con cuidado, pero no hace falta ponerse paranoico. Tocarla no va a propagar el virus. -Se oyó un estornudo-. Perdón. Tengo buenas noticias para vosotros. Tal y como Rex ha señalado, la coincidencia de condiciones que permitieron al virus Darwin penetrar en un animal es poco común. Si funciona como los virus que se transmiten de forma parecida, la probabilidad de infección por el tipo de contacto entre un microorganismo portador del virus y un embrión de insecto es de uno sobre ocho. Si tenemos en cuenta la población de mantis y avispas que hay en la isla, las probabilidades de que los dinoflagelados infectados entren en estado latente, la vulnerabilidad de la ooteca ante las avispas parásitas a causa de los rayos UV, y las probabilidades de que el virus infecte en el momento preciso a las larvas todavía no eclosionadas, tenemos una probabilidad entre ciento veinte de que otra ooteca de mantis se infecte. Las probabilidades de que de una ooteca infectada salga una cría que posea la combinación correcta de órganos y estructuras es todavía menor, posiblemente infinitesimal. Parece que vuestra suposición de que sólo hay un linaje de esas mantis tiene una gran posibilidad de ser exacta.
– De modo que la larva está infectada -dijo Diego, abatido-. Todas.
Se produjo un silencio.
– Sí, me imagino que sí -respondió Samantha finalmente.
– Si este virus aumenta las mutaciones y acelera el relevo generacional -dijo Donald-, eso explicaría todo lo que habéis dicho de los animales.
– ¿Como qué? -preguntó Cameron.
– Bueno, el paso de una metamorfosis incompleta a una completa, por ejemplo -murmuró Rex-. Abre el abanico de alimentos disponibles durante su ciclo vital. La larva parece principalmente herbívora…
– Mientras que los adultos parecen preferir carne humana -acabó Szabla.
Nadie se rió.
– También explicaría la velocidad de desarrollo de la mantis -dijo Donald-. Una reproducción temprana es una de las claves del aumento rápido. Una reducción del diez por ciento en la edad de reproducción es más o menos equivalente a un cien por cien de aumento de la fecundidad. El ciclo rápido de generaciones implica, por supuesto, un salto generacional extremadamente pequeño. Acordaos de la Aphis fabae.
– Lo hago a menudo.
– Es un áfido. El desarrollo embrionario de las tres generaciones siguientes empieza, en realidad, en el cuerpo de la madre antes de que ésta nazca. Si todas sus crías sobrevivieran, una sola hembra daría a luz a quinientos veinticuatro mil millones de individuos en un año. Por no hablar de los cecidómidos, que se comen viva a la madre desde su interior y que son devorados por su propia progenie dos días después. -Se hizo un silencio-. Si este virus realmente acelera la expansión de las especies infectadas, no creáis que vuestra larva va a estar en un estadio de capullo por mucho tiempo. Después de una o dos mudas más, estará a punto para la metamorfosis.
Derek miró a la larva, en su regazo, claramente preocupado.
– Pero ¿cómo sabe el virus hacer todo esto? -preguntó.
– No sabe hacer nada -respondió Donald-. Se ha adaptado a funcionar de cierta forma porque se ha ido modelando durante miles, quizá millones, de generaciones a través de mutaciones aleatorias y selección natural. Sus acciones tienen un motivo sólo en apariencia.
– ¿Crees que los adultos nos darán caza activamente? -preguntó Justin.
– Tal y como dijo Rex, aparte de algún perro, no conozco ningún otro recurso alimentario del tamaño adecuado en la isla -dijo Donald, despacio-. El ganado es demasiado grande, las iguanas demasiado pequeñas, y no son capaces de partir el caparazón de una tortuga.
– Estamos hablando del paradigma de comportamiento de esa criatura -dijo Rex-. No olvidemos que las mantis no son malignas. Son animales que actúan por necesidad e instinto, ni más ni menos.
Savage se tapó un orificio de la nariz y se sonó. Después se limpió la mano en los pantalones.
– Ninguna otra especie parece afectada -dijo Diego-. ¿Por qué el virus sólo afectaría a una especie animal como ésta?
– Los virus tienden a estar más presentes en una especie -dijo Samantha-. Es el reservorio del virus. Como el ratón de campo lo es del hantavirus, los monos de la fiebre hemorrágica de los simios, el Calomys callosus del Machupo. Pero el virus Darwin se ha encontrado en un abanico bastante grande de seres vivos: microbios, dinoflagelados, mantis y conejos. El hecho de que afecte a los animales durante el estadio embrionario es problemático, porque es el momento en que las células de las distintas especies más se parecen. Si puede infectar a un embrión de conejo, no es descartable que pueda infectar a un embrión de algún canino, por ejemplo. En general, ninguno de estos embriones infectados sería viable. De momento, sólo contamos con un reservorio del virus: el linaje de la mantis.
– ¿Y qué es lo que hacéis normalmente con este «reservorio» del virus? -preguntó Diego. Cerró los ojos, sin querer escuchar la respuesta.
– Si podemos, lo exterminamos. -La voz de Samantha sonó suave.
Rex se puso en pie, se quitó el sombrero y se echó en la cabeza agua de la cantimplora, que le goteó por los pelos enmarañados y por el rostro sin afeitar.
– Teníamos esperanzas de poder observarlos por más tiempo -dijo-. Es algo bastante… asombroso lo que está sucediendo aquí.
El viento, distante, silbó al pasar a través de la torre de vigilancia.
– No nos precipitemos -dijo Donald-. Tiene que haber alguna alternativa a matarlos a todos. Me gustaría reunirme con Samantha y los demás virólogos aquí y me pondré en contacto con vosotros en unas horas. Mientras tanto, estamos haciendo todo lo que podemos para sacaros de esa isla.
Donald y Samantha cortaron la comunicación. El grupo se sentó alrededor del fuego apagado, mirándose los unos a los otros. Rex levantó las manos y luego las dejó caer sobre el regazo.
– No quiero exterminar esta especie -dijo Diego.
– No es una especie nueva -dijo Rex. Se puso de pie y se pasó los dedos entre el pelo mojado-. Es sólo una manifestación del virus. -Los demás le miraron sin comprender-. ¿Habéis oído la frase que dice que una gallina es simplemente la forma que tiene el huevo de hacer otro huevo? -Nadie pareció haberla oído, así que Rex continuó-: Bueno, la mantis es sólo la forma que tiene el virus de hacer más virus. Son animales enfermos. Infectados y alterados.
– Así es como funciona la evolución -dijo Diego con tono áspero-. Con la enfermedad. Con la mutación. Es un virus natural. Todos éstos son procesos naturales.
Savage se inclinó muy cerca de Diego, casi chamuscándole con la punta del cigarrillo.
– Me importa una mierda lo natural -gruñó-. El asesinato también es natural. Comerse a las crías es natural. No me vengas con esta mierda otra vez. Estás demasiado preocupado por matar a los animales adecuados en los lugares adecuados. Los cerdos son malos, pero los lagartos son buenos. Este árbol pertenece a este lugar, este matorral debería ser arrancado. Todo esto es una tontería. ¿A quién le importa si esas cosas son naturales o no? Corremos un riesgo aquí. Nosotros o ellos.
Una manada de pájaros emergió de una copa de Scalesia, petreles y mosqueros, y se elevó en círculos rápidos y cerrados.
– Pero podríamos… podríamos acabar con una especie aquí -dijo Diego-. Varias especies.
– Esta isla no está preparada para ellas -dijo Rex. Diego negaba con la cabeza, así que Rex dio un paso hacia delante y le habló con suavidad-: Tú has eliminado otros animales salvajes: gatos, cabras, cachorros de perro. Estas mantis son la última especie introducida: pueden devorar a todos los demás animales, volverse tan dañinas como los cerdos. Peor. No tenemos ni idea del impacto que van a producir en la ecología de aquí. Quizá deberíamos pensar en…
Derek se levantó con brusquedad:
– Nadie va a hacer nada sin mi consentimiento -dijo. Cuando separó las manos, Cameron vio que tenía las uñas de los dedos marcadas en las palmas-. No va a suceder nada a no ser que yo dé la orden. ¿Está claro?
De repente, el suelo de debajo de los pies de Derek se hundió. Se abrió una delgada grieta por todo el campo paralelo al camino. Unas cuantas de las Scalesias del inicio del bosque se derrumbaron y las densas y pesadas copas golpearon el suelo. La tienda de Szabla y Justin quedó a merced del viento, clavada en el suelo solamente por dos cuerdas.
Szabla cayó al suelo de espaldas con tanta fuerza que se quedó sin respiración. Una caja de viaje fue a dar contra una de las lámparas y la rompió. Uno de los troncos de al lado del fuego salió disparado en dirección a Szabla. Ésta intentaba respirar y levantarse, y Cameron llegó antes que el tronco, la agarró por una pierna y la apartó de su paso.
Una balsa grande del camino se rompió por la base y cayó al suelo con gran estruendo. Se estrelló contra una roca de lava y la rompió. Quedó tumbada de lado, las hojas batiendo bajo el viento, la corteza gris en contraste con el verde de la hierba.
Rex observaba los árboles del bosque con una L hecha con el dedo pulgar e índice. Un intenso temblor agitó el suelo y una repisa de roca y sedimento se separó de la abrupta costa oriental, a casi un kilómetro de distancia. Luego, se hizo el silencio. El aire estaba lleno de polvo y tierra. Derek se levantó y corrió hacia su tienda, con Diego pisándole los talones. Los demás se pusieron en pie y se sacudieron las ropas.
Derek salió de su tienda tambaleándose, con la larva en los brazos.
– Déjala en el suelo -gritó Rex-. No la toques.
Derek puso la larva en el suelo, a disgusto, y Diego examinó la blanda parte inferior.
– Parece que no le ha sucedido nada -dijo finalmente Diego.
Una réplica los hizo sujetarse unos a otros, pero pasó pronto. Savage alargó una mano y limpió con brusquedad el barro del rostro de Szabla.
– Bueno, es un jodido alivio -dijo.