Cameron llamó en voz alta mientras se acercaba a la pequeña casa para no asustar a la pareja o para no encontrarse a sí misma al otro lado de un hacha en pleno vuelo. Echó un vistazo a la negra extensión del bosque, lejos; la garúa colgaba del aire como una tela deshilachada.
Ramón salió a la puerta a recibirla, sus manos oscuras y las uñas sucias resaltaban sobre el color claro del ladrillo hueco sobre el cual descansaban.
– Hola, gringa -saludó.
Cameron se dio cuenta por primera vez del espacio vacío que había entre los dientes delanteros, disimulado por la bien dibujada línea de su mostacho.
– Hola -respondió Cameron.
Iba a hablar, pero él dio un paso hacia delante y la abrazó. Un poco incómoda, se permitió recibir ese abrazo.
– Eres muy amable de venir a ver cómo estamos -le dijo él.
– ¿Cómo está ella? -preguntó Cameron.
Ramón se apartó y con un gesto le indicó que entrara.
Floreana estaba sentada en una amplia silla de madera a la mesa de la cocina con las piernas extendidas y el vientre abultado. Estaba adormilada y daba alguna cabezada de vez en cuando.
Cameron y Ramón la miraron un momento y Cameron se dio cuenta de que por primera vez en mucho tiempo estaba sonriendo. Finalmente, Floreana abrió los ojos y, al ver a la visitante, se despertó del todo y regañó a su marido.
– No pasa nada -dijo Cameron-. Me alegro de ver que todo va bien. ¿Cómo te encuentras?
Floreana gimió y enlazó las manos teatralmente alrededor del vientre, como si aguantara el bulto de la colada. Se puso de pie y dobló la espalda hacia atrás. Al ver la expresión de Cameron, dejó de sonreír.
– ¿Sucede algo malo? -preguntó.
Cameron meneó la cabeza.
– Siento mucho tener que alarmaros. -Bajó la vista a las botas, de una talla de hombre-. Como si no tuvierais bastantes cosas en la cabeza ahora.
– ¿Qué? -preguntó Ramón. Con el dedo pulgar se rascaba la cicatriz del dedo índice.
– Bueno, esa cosa de que hablasteis, fuera lo que fuese, es posible que haya matado a uno de nuestros hombres. Es sólo que estoy preocupada por si… por si se acerca por aquí… el bebé… No sé. -Cameron estaba ruborizada, aunque no sabía por qué. Se esforzó por mantenerse tranquila y que no se le alterara la voz-. Me quedaría aquí para montar guardia, pero no puedo. Desacataría las órdenes.
Ramón sonrió con afecto y Cameron se dio cuenta de lo tonta que debía de parecerle a aquel hombre amable y simple una mujer que se ofrecía a proteger su casa.
– No nos pasará nada -dijo Ramón-, aunque te lo agradezco.
– ¿Qué me agradeces? -preguntó Cameron.
Floreana se acercó a Cameron y le puso las manos sobre los hombros.
– Tus pensamientos -le dijo-. La amabilidad de tus ojos.
Cameron bajó la mirada y movió el pie de un lado a otro en el suelo, dejando una marca como de abanico en la tierra.
– No eres como la mayoría, ¿sabes? -dijo Floreana, señalando con la cabeza el campamento de los soldados-. Los hemos visto bromear, hacer planes y pelear. -Meneó la cabeza-: Tú no eres como ellos.
Cameron sintió la necesidad de protestar en su defensa, pero lo que le salió con voz aguda fue:
– ¿Por qué?
Se sorprendió. Sentía las mejillas ardiendo y no sabía hacia dónde mirar.
Floreana levantó una mano y la colocó suavemente sobre la mejilla de Cameron. Cameron no había recibido una caricia así, excepto de Justin, desde la infancia. De repente se sintió joven e ingenua, sin poder.
– Tienes tanto que dar -dijo Floreana.
Cameron agarró a Floreana por la muñeca y le apartó la mano. Sonrió brevemente:
– Lo siento -dijo-, yo… no estoy acostumbrada a… -Miró el pequeño fuego, notando las miradas de Ramón y Floreana. De repente vio que su propia mano temblorosa señalaba el vientre de Floreana-. ¿Puedo? -preguntó.
Floreana asintió.
– Por supuesto -dijo.
Cameron acercó la mano y la puso encima del vientre lleno de Floreana. Sentía las rodillas flojas, a punto de doblarse, así que se dejó caer sobre ellas en el suelo. Floreana le apartó un mechón de cabello de la mejilla y la acercó a su vientre. Cameron volvió el rostro para colocar la oreja sobre el vientre de Floreana.
Cerró los ojos y escuchó.