Algo en el ambiente hizo que Szabla se despertara. El aire se mezclaba con la humedad y el calor. El sexo, el calor y el peligro eran indistinguibles el uno del otro en el trópico, como movimientos separados de un mismo baile. Empezó a caer una lluvia lenta y cálida que le mojó el pelo y se lo pegó en el rostro.
Sola, se sentó en el tronco y miró la noche. La larva y el comportamiento violento de Derek la habían confundido. Le costó conciliar el sueño. No era la única que tenía insomnio: Tucker estaba tumbado sobre su colchón detrás de su tienda, dibujando las constelaciones en un delgado cuaderno de bitácora, y se veía la silueta de Derek dando vueltas en la cama en la tienda que compartía con Cameron.
Después de llevarla todo el día colocada en el hombro bajo la luz del sol, la célula solar estaba cargada del todo. Szabla se la sacó despegando el velero de un tirón y la colocó en un foco metálico de un color verde oliva. Solamente habían llevado luces no tácticas; a pesar de que tenía lentes intercambiables, daba una luz amplia y luminosa.
Szabla echó la cabeza hacia atrás y dejó que el agua de lluvia le entrara en la boca. El pantalón de camuflaje y la camiseta se pegaban a las curvas de su cuerpo. Estaba mojada como si acabara de salir de la ducha; el agua le caía por la cara y por el pelo; incluso le entraba por las botas.
Giró el foco agarrándolo por un extremo. El sonido de la lluvia le resultaba tranquilizante y excitante de una forma inefable. Percibía con extrañeza cada músculo del cuerpo: el estómago, la sólida curva de los muslos, la fuerza del deltoides cuando levantaba el brazo. Giró el cuello a un lado y desbloqueó las vértebras de la zona. La camiseta, empapada, se le pegaba al pecho y le marcaba los pezones.
Pensó en el cuerpo de Savage, fuerte y sin broncear. La fina capa de vello en el pecho. Se había dado cuenta de que él la miraba a veces, fijando la vista en sus labios hasta que ella sentía que se le encendían. Inclinó la cabeza hacia el bíceps y lamió las gotas de agua. Tenían un sabor salado a causa de la humedad del mar, incluso allí, tierra adentro. Bajó una mano y se presionó el estómago.
De repente, se levantó y entró en la tienda de Savage. Él estaba durmiendo, tranquilo, en la colchoneta térmica. Szabla se quitó la camiseta por la cabeza, se quitó las botas sin hacer ruido y, luego, los pantalones, primero una pierna, luego la otra.
Savage tenía los ojos cerrados y su respiración era constante.
Desnuda, se acercó a él y le tapó la boca con la palma de la mano. Él se despertó y, forcejeando, sacó el cuchillo de la funda en un acto reflejo, pero ella ya le había desabrochado los pantalones. Tenía una erección nocturna.
Savage abrió los ojos con sorpresa al reconocerla y se quedó quieto, con el cuchillo apretando la carne del cuello de ella. Ella se sentó encima de él y arqueó la espalda. Szabla se veía como de muy lejos, con las rodillas contra la colchoneta a ambos costados de él, la mano apretada contra sus labios, mordiéndose la parte interna de las mejillas. Se movió encima de él con rapidez, con violencia, el cuchillo contra su cuello, la mano apretando la boca de él todo el tiempo.
Savage estaba tan atrapado por ella que no pudo ni reaccionar a sus movimientos, pero Szabla sintió que él crecía en su interior cuando tuvo un orgasmo, mordiéndose la parte interna de las mejillas con más fuerza y moviendo las caderas, con la mente perdida.
Szabla se apartó de él y del cuchillo. Savage tomó aire con fuerza cuando se sintió libre de la mano de ella. Se quedó con los pantalones abiertos y la mano con el cuchillo todavía levantada. Miró alrededor como preguntándose dónde estaba, qué había pasado. Ella se vistió dándole la espalda y cuando terminó, se volvió lentamente, divertida ante su expresión de sorpresa. Szabla tenía en el cuello un delgado corte con dos pequeñas gotas de sangre.
– Gracias, soldado -dijo ella, con cierta ternura. Atravesó la puerta de lona y desapareció en la lluvia.