52

Derek estaba sentado sobre un tronco con la larva en el regazo. Le miraba los ojos vidriosos mientras los demás arreglaban el campamento, haciendo todo lo posible por mirar para otro lado. El sol abrasador había empezado, finalmente, a descender hacia el agua.

Justin ayudó a Szabla a tensar la tienda y luego comprobaron cómo estaban de suministros. Tank y Savage se esforzaron en colocar el tronco en su sitio al lado de los demás, frente al fuego, y Cameron ayudó a Rex y a Diego a comprobar el equipo.

El cuerpo de la mantis estaba encima de la hierba y atraía a insectos y pájaros. Después de que Rex y Diego lo examinaran y tomaran numerosas anotaciones, Tank y Savage lo arrastraron unos cientos de metros hacia el este y levantaron una pequeña pira a su alrededor con leña y hojas. Necesitaron varios intentos para encender el fuego, pero una vez que lo consiguieron, el cuerpo ardió rápido, crujiendo como una mosca en un matamoscas eléctrico. El fuego se levantaba como una tienda india, un cono de luz que combatía el anochecer. Tank y Savage volvieron con los demás, mojados después de lavarse con agua de la cantimplora, y se impregnaron las manos de gel.

El transmisor de Derek vibró cuatro veces antes de que se diera cuenta. Aletargado, inclinó la cabeza hacia el hombro.

– Mitchell. Para todos.

Los demás se reunieron a su alrededor con rapidez.

– Mitchell, aquí Mako. -Si Mako esperaba una respuesta, no obtuvo ninguna-. Acabo de recibir una llamada de un coronel de Fort Detrick. Strickland. ¿Os suena?

Derek negó con la cabeza.

– No -dijo Cameron por su transmisor-. No nos suena.

– Se están poniendo pesados con la misión científica aquí. Algún tipo de virus al que estáis expuestos. Dijeron que tenía que ver con el animal mutado que describisteis. Ese colega de Denton del Nuevo Centro ha estado apretando a Strickland y a nuestro viejo amigo, el secretario de la Marina, para que os saquen de ahí. Dicen que estáis en grave peligro.

– Mierda de déjà vu -gruñó Savage.

– El problema es que el pequeño temblor que habéis notado se ha originado en las aguas de la costa de Colombia. Un buen número de nuestras unidades de aire estaban en tierra, en Bogotá. Han sufrido graves daños; todavía están calculando los daños. He pasado una hora al teléfono intentando encontrar la manera de sacaros de ese peñón, pero parece que no hay suerte por el momento. La buena noticia es que he conseguido desbloquear un Blackhawk y un C-130 para las diez de la noche del treinta y uno. Estaréis fuera dentro de cincuenta y dos horas.

– Dentro de cincuenta y dos horas quizá nos hayamos convertido en papilla para insectos -gruñó Justin.

Derek y Mako estaban en silencio, cada uno esperando a que fuera el otro quien hablara primero.

– Lo siento, soldado -dijo Mako, finalmente-; es lo mejor que podemos hacer. -Cortó.

Los demás se sentaron y se quedaron callados unos instantes. Szabla se levantó y se fue a su tienda.

Cameron se acercó a Derek y puso un pie encima del tronco en que se encontraba sentado.

– Voy a ver cómo están los Estrada otra vez, para asegurarme de que están bien -dijo.

– ¿Me lo estás pidiendo o me lo estás comunicando? -dijo Derek sin levantar los ojos de la larva.

– Derek -respondió Cameron-, ella está de seis meses. Voy a ver cómo están.

Cameron hizo una seña a Justin con la cabeza y él la siguió a través del campo hasta el camino. Caminaron el uno al lado del otro, con la torre delante de ellos. En algunos puntos el suelo se había levantado unos diez centímetros.

– Derek no es Derek -dijo Justin al cabo de unos momentos-. Tendríamos que pensar en hacer algo al respecto.

Cameron no contestó.

Llegaron a la casa y Cameron llamó en voz alta, ansiosa por ver a la pareja. No hubo ninguna respuesta. El ambiente se oscureció un poco más: el sol acababa de desaparecer de la vista detrás de unos árboles.

Cameron llamó de nuevo y se dio cuenta de la tensión en la voz.

Pasaron por debajo de la ventana de la casa y doblaron la esquina. Cameron entró en la casa por la puerta principal. Se quedó helada, tapando la visión de Justin por un momento. Él pasó por su lado y se quedó inmóvil.

El cuerpo de Ramón colgaba del techo, al lado del fuego, el rostro tenía un color azul por encima de la nariz. La silla se encontraba tumbada de lado bajo sus pies. La pared más cercana a la cama estaba salpicada de algo rojo. Floreana estaba en la cama, envuelta en una sábana ensangrentada. En el suelo, cerca de la cama, había una criatura retorcida. Cameron miró esa cabeza todavía húmeda, con la pequeña zarpa rota y doblada al final de una corta pierna.

Sintió que el estómago le subía a la garganta. Justin se inclinó hacia delante, con las manos sobre las rodillas, respirando profundamente para recuperar el control. Él y Cameron se quedaron el uno al lado del otro durante unos quince minutos, mirando los tres cuerpos, sudando en el húmedo ambiente e intentando tranquilizarse.

Finalmente, Cameron se acercó al colchón. Justin fue detrás de ella y la llamó, pero Cameron no se detuvo. Alargó la mano y agarró la sábana por un extremo limpio. Poco a poco, destapó a Floreana, mostrando la parte inferior del cuerpo.

Cameron emitió un sonido débil, casi de animal, un grito en lo más profundo de la garganta que salió agudo y se desvaneció rápidamente. Se llevó una mano al rostro, sin saber qué hacer. Se dio cuenta de que con la otra mano se agarraba el vientre.

Se apartó poco a poco de la cama, negándose a bajar los ojos hacia el cuerpo del bebé, en el suelo. Justin la observó mientras ella se dirigía al fuego. Puso la silla de pie, se subió en ella y soltó a Ramón. El cuerpo cayó sobre los anchos hombros de ella, con los brazos por su espalda. Justin se quedó donde estaba. Cameron se alegraba de que no le hubiera ofrecido su ayuda. Llevó a Ramón hasta la cama y lo tumbó al lado de su mujer. Cameron vio el corte en el dedo índice de Ramón y se preguntó si ésa era la vía por donde el virus había entrado en su cuerpo. O quizás había penetrado en Floreana directamente. Cameron sintió los pies dormidos, como dos bloques insensibles.

Sentía el rostro caliente, quemando bajo la piel. Pocas veces se ponía sentimental, pero cuando lo hacía se le veía en la cara. Ojos enrojecidos, mejillas encendidas, un tono rojizo en el puente de la nariz. Su madre decía que era su rasgo más tierno. Sin decir una palabra, se dio la vuelta y pasó al lado de Justin. Al cabo de un momento, él la siguió de cerca en dirección al campamento. Tank había vuelto a encender el fuego. Cameron lo veía desde el camino. Se aproximó despacio; primero distinguió los troncos, luego vio a los soldados.

Cameron fue la primera en llegar al campamento.

– Vamos a matarlos -dijo.

Derek levantó la cabeza de golpe.

– ¿Perdona?

– A todo lo que lleve el virus, sea lo que sea.

– ¿De qué estás… de qué estás hablando?

– Puede infectar los humanos. Floreana ha dado a luz a… una cosa. La ha matado. Ramón se ha colgado. Si lo hubierais visto. -Cameron respiró profundamente, con los orificios de la nariz dilatados. La mente le iba tan deprisa que no podía seguir sus propios pensamientos.

Diego dio un paso hacia atrás y se dejó caer en un tronco. Derek cerró las manos en un puño. Cameron sintió los ojos de Szabla encima, fijos y duros.

– Tenemos que cambiar nuestros objetivos -continuó Cameron-. Tenemos que contener el virus. No voy a marcharme de esta isla hasta que no exterminemos a todo lo que lo transporte.

– Ésa no es la misión -dijo Derek-. Ésas no son tus órdenes.

– A la mierda la misión -respondió Cameron-. A la mierda mis órdenes.

Derek dejó a la larva a un lado y se puso en pie, ceñudo. Se precipitó hacia Cameron, pero Tank y Justin se interpusieron y, acto seguido, Savage y Szabla se levantaron y se pusieron a ambos lados de Cameron, protegiéndola. Savage hizo oscilar el cerrojo del frigorífico mientras silbaba una melodía.

Derek se cuadró. Estaba tan tenso que parecía a punto de romperse. Pero si intentaba un segundo ataque, habría pelea, y eran cuatro y Tank, y no había forma de que pudiera hacerlo.

Con ojos encendidos, Derek miró a la cara a todos, uno por uno. Tenía la boca ligeramente abierta, pero no dijo ni una palabra.

Cameron avanzó un paso.

– Creo que a partir de ahora, somos nosotros, teniente -dijo. La frase le pareció ruin incluso a ella.

Derek se frotó el puente de la nariz con el pulgar y el índice y parpadeó con fuerza. Iba a hablar, pero decidió no hacerlo. Se volvió hacia la larva, que se retorcía en la base del tronco. El animal se arqueó hacia arriba con las patas extendidas como antenas.

Con dedos temblorosos, Derek bajó las manos y se las frotó contra la camisa. Tenía un tic en una de las mejillas, justo debajo del ojo. Miró a Cameron mucho rato. Ella le sostuvo la mirada sin pestañear.

Luego bajó la cabeza, pasó al lado de los demás y entró en su tienda.

El silencio parecía inundarlo todo, como si los separara y los juntara al mismo tiempo. Diego fue a acercarse a la larva, pero Szabla le tomó el brazo por el hombro con amabilidad y le retuvo con un movimiento negativo de la cabeza.

Cameron miró a Tank y luego señaló la tienda de Derek. Tank asintió con la cabeza y se acercó a ella para montar guardia en la puerta de la tienda. Cameron se encontró con la mirada de Savage y algo sucedió entre ellos.

Savage levantó la larva del suelo con brusquedad, dejándola colgada por la parte posterior. El animal soltó un chillido agudo, que no era más que el aire atravesando la cutícula, e intentó doblarse hacia arriba. Su sombra retorcida oscureció los rostros de todos cuando Savage pasó por delante de ellos y agarró la lanceta que Cameron le ofrecía en silencio. Luego se dirigió hacia la noche, más allá de las tiendas.

Rex no miró. Diego cerró los ojos y bajó la cabeza. Se sentó, pesado.

Cameron sintió el aire como un enjambre a su alrededor, y se mareó. No quería mirar más allá de las tiendas, por miedo a ver a Savage levantar la lanceta por encima de su cabeza. Diego permanecía con los ojos cerrados y la respiración pesada y constante. Cameron pensó que era posible que estuviera llorando.

Esperaron, cada uno solo con sus pensamientos. Nadie se miró.

Finalmente, Savage emergió de la oscuridad. La larva colgaba a su lado como una muñeca rota, con la parte posterior de la cabeza hundida. Savage miró a Cameron. Cameron pensó en el virus inundando el cuerpo de la larva y con un gesto de cabeza, indicó el fuego. Savage hizo balancear el cuerpo una vez y lo lanzó al fuego, donde crepitó bajo las llamas.

Savage devolvió la lanceta a Cameron y se sentó al lado de Szabla.

Diego se llevó una mano a la frente y se la frotó con fuerza.

– Dios Santo -murmuró-. Ni siquiera has dudado un momento.

Un leño del fuego se derrumbó y levantó una nube de chispas. El aire olía a madera quemada de pino. Unos finos huesos empezaron a hacerse visibles entre el cuerpo carbonizado de la larva.

Savage se inclinó hacia delante, con los codos apoyados en las rodillas y las manos entre los muslos. Tenía el pañuelo del pelo mojado por la humedad y el sudor.

Szabla fue a decir algo, pero tenía la voz rasposa; se aclaró la garganta y lo volvió a intentar:

– Antes, cuando dijiste que habías matado a mujeres y a niños, ¿era verdad?

Savage se pasó la lengua por los dientes, despacio.

– La jungla que rodeaba Khe Sanh estaba llena de túneles -dijo-. Si dábamos con agujeros en la tierra, lanzábamos granadas primero y preguntábamos después. -Hizo un gesto con la mano-. Uno nunca sabía con qué se iba a encontrar cuando miraba, después. -Soltó una risa enigmática-. Cada vez una sorpresa.

Szabla le observaba, apoyándose con las manos sobre el tronco. Los demás se removieron, incómodos, pero no dijeron nada. Cameron apretó el puño alrededor de la lanceta hasta que la mano se le durmió y la sintió como si ya no le perteneciera.

– Algunas sorpresas eran peores que las otras. A veces había familias que se desplazaban por los túneles -dijo, con el rostro inexpresivo-. A veces uno tenía miedo de mirar a ver qué premio le había tocado.

Se levantó de golpe. Cameron le observó hasta que desapareció dentro de su tienda.

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