59

Se dirigieron de vuelta al campamento base. Cameron se desvió un rato por el terreno en que habían quemado a la mantis. Volvió con los demás, que se habían reunido en la vieja tienda de Derek. Era un descanso estar a la sombra de la tienda, fuera del sol. Ramoncito estaba tumbado sobre su espalda en el colchón. Diego y él hablaban en voz baja ante la mirada de los demás.

– Recibí el SOS -dijo Ramoncito-. Y lo entendí. -Intentó sonreír, pero los labios se le partieron más todavía e hizo una mueca de dolor.

Justin se inclinó sobre él y le examinó las ampollas en los hombros. Le guiñó el ojo a Cameron: las quemaduras no eran tan fuertes.

– Un solo motor de treinta y cinco caballos te ha traído a ciento setenta y algo millas náuticas, a diez nudos de velocidad. -Diego apartó el pelo de la cara de Ramoncito y le puso más crema protectora en el rostro-. Debes de haber estado unas setenta horas en el agua.

Ramoncito intentó sonreír.

– Sesenta.

– Con el mar como un cristal -murmuró Cameron.

Diego dijo:

– No debiste haber venido.

– Me lo pediste.

– No a ti. Pensé que si recibías el mensaje, conseguirías ayuda.

– ¿De quién? Yo conozco el camino a casa mejor que nadie. Además, ¿quién me habría hecho caso?

– El capitán del puerto.

– Sí, exacto. Tuve que robarle el TNT. Recién traído por el ejército.

Szabla estaba de rodillas examinando una de las cajas de TNT que Ramoncito había llevado. Filas y filas de paquetes de un kilo llenaban el fondo, debajo de rollos de cable y cabezas explosivas. Szabla levantó un detonador de color caqui y lo observó, sonriente. Las dos caras del detonador se juntaban como una grapadora para hacer explotar la carga.

– ¿Por qué has traído tanta cantidad? -preguntó Diego-. Aquí debe de haber cien o ciento treinta kilos.

– Pensé que era posible que hubiera un deslizamiento y que tuviéramos que hacer volar algunas rocas para sacar algo de debajo. Como hicimos con ese generador en Media Luna. Fue divertido. -Se apoyó en un codo y bebió de la cantimplora.

– No corras tanto -dijo Diego con tono cauteloso.

– Pareces mi papá. -Ramoncito dejó la cantimplora-. ¿Dónde están mis padres?

Diego se volvió hacia los soldados.

– Será mejor que nos dejéis solos un momento -les dijo, en inglés.

Cameron asintió con la cabeza y condujo a los soldados fuera. Estaba claro por la expresión del rostro, que Ramoncito ya esperaba malas noticias.

Savage se detuvo en la puerta antes de salir.

– Chico -le dijo-. Eres un pequeño hijo de puta muy valiente.

Los soldados se alejaron de la tienda unos cuantos pasos, para que Diego le comunicara a Ramoncito que sus padres habían muerto. Rex negó con la cabeza.

– Qué triste.

– ¿Qué vamos a hacer? -preguntó Szabla-. Nuestro rescate no está previsto hasta mañana por la noche, pero esa lancha no puede soportar el peso de todos, no con el combustible escaso.

– Además, hay una cuestión de espacio -dijo Justin-. Aunque saquemos todas las latas de combustible vacías, todavía quedarán trece llenas y harán falta todas para llegar a Santa Cruz. -Miró a los demás-. Por otra parte, no sé quién coño querrá quedarse atrás.

Cameron estaba observando un halcón que sobrevolaba unos matorrales justo detrás de la torre de vigilancia. Plegó las alas y se precipitó hacia el suelo. Cuando volvió a levantar el vuelo, Cameron vio la silueta de una rata retorciéndose entre las patas del halcón, que ya volaba hacia el sol.

– Nosotros somos lo único que las hará quedarse en la isla -dijo Cameron.

Szabla la miró, con la cabeza ladeada.

– ¿Perdón?

– Alas criaturas. Ya oíste lo que dijo Donald: somos la única fuente de alimentación adecuada por el tamaño. Si esas larvas se metamorfosean y se convierten en adultos, tendrán hambre. Si aquí no hay comida, es muy posible que vuelen a cualquier lugar a buscarla. -Se le endureció el rostro-. No quiero que ese virus salga de la isla.

– ¿Quieres quedarte aquí? -preguntó Justin-. ¿Como cebo?

– Sí -respondió Cameron-, eso es.

– Tampoco está claro que los adultos puedan volar -dijo Rex-. Aunque tengan alas.

– Pero sabemos que las larvas son anfibias. Diego dijo incluso que la primera que encontramos podía haber estado dirigiéndose hacia el océano. Pueden dejarse llevar por las corrientes hasta Dios sabe dónde. Si no estamos aquí para seguirles el rastro…

Diego salió de la tienda con expresión de seriedad y se acercó a ellos.

– Quería ver los cuerpos, pero le dije… -Se rascó la mejilla y no terminó la frase-. Está demasiado abatido para discutir conmigo si nos quedamos.

Cameron meneó la cabeza:

– Lo siento -dijo.

– Sí -contestó Diego-. Yo también.

– Tú y Rex recogisteis muchas muestras de agua ayer, ¿verdad? -preguntó Cameron.

Diego se rascó la frente.

– Sí. En varios puntos de la isla y en toda la costa, especialmente en las aguas ricas en dinoflagelados que llegan desde los agujeros perforados en el fondo marino.

– Si no quieres que bombardeen la isla, te sugiero que vuelvas a la Estación Darwin, hagas las pruebas del virus y reces para que ninguna de las muestras esté infectada -dijo Cameron-. Contacta con Donald y la doctora Everett en Fort Detrick, donde se están tomando las decisiones. -Sacó la mano del bolsillo y le enseñó un pequeño disco plateado: el transmisor de Tucker, que había encontrado entre las cenizas del vientre de la mantis-. Resiste el calor hasta dos mil grados -le dije-. Lo recogí de entre los huesos. Ya lo he probado. Simplemente hay que activarlo y pedir al operador que te pase. Ala médica, puerta dos.

– No podemos dejaros aquí -dijo Rex-. Con… con la posibilidad de…

– Tenemos TNT -dijo Cameron-. Somos soldados. Vosotros sois científicos. Y es mejor que saquéis a este chico de aquí por si se desata el infierno. -Miró a los demás soldados-. Llegamos aquí como escuadra, y yo digo que sigamos aquí como escuadra. Todavía tenemos algunos asuntos de los que encargarnos.

Tank fue el primero en asentir con la cabeza y luego Justin murmuró su conformidad.

– Qué coño -dijo Savage-, no tenemos nada mejor que hacer.

Szabla dirigió a Cameron una mirada dura durante un momento. Las mejillas le brillaban a causa del sudor.

– Tú estarás al mando -dijo Cameron.

– Chica, esto se pone cada vez más difícil contigo. -Szabla negó con la cabeza-. Mierda. No cabemos todos en esa lancha y es responsabilidad nuestra poner a salvo a los civiles. Estoy con vosotros.

– No deberíamos dejaros aquí -dijo Rex.

Szabla hizo una mueca.

– No hace falta que te hagas el valiente delante de las damas, especialmente porque te podemos dar una patada en el culo.

Rex la miró con aire serio.

– Es verdad -dijo-. Es verdad.

Szabla estiró los brazos y los huesos le crujieron.

– Cada minuto cuenta aquí. ¿Cómo nos vamos a defender si no encontramos a tiempo a las dos larvas que faltan? Los adultos son bastante inquietos. No me imagino a uno de ellos tambaleándose encima de un montón de explosivos y detonantes. Sólo hay que recordar la onda Rambo de Savage para conseguir acercarse a él. -Emitió un bufido con las mejillas hinchadas-. Quiero decir que no podemos ir lanzando paquetes de TNT por ahí, simplemente.

– ¿Por qué no? -preguntó Rex.

Szabla le dirigió una sonrisa.

– Porque esto no es un episodio de Correcaminos. Si lo lanzamos, no podemos controlar el tiempo de explosión. El control del tiempo es una mierda con el TNT, porque no está pensado como explosivo mortal. No es fiable para encender una mecha de menos de treinta segundos. Siempre es mejor detonarlo.

– Las mechas no son para eso -intervino Cameron-. Además, el TNT no se fragmenta: no tiene metralla que expanda el radio mortal. Tenemos que encerrar a la criatura en algún lugar antes de detonarlo, mantenerla cerca de los explosivos. Con un poco de suerte, que sea un lugar cerrado y así la explosión tendrá la fuerza de una carga interior. Las paredes no permitirán que la explosión se disipe tan fácilmente.

Rex se mostró de acuerdo.

– Una mayor presión.

Tank formó una pistola con los dedos de la mano y apuntó a Rex:

– ¿El frigorífico? -preguntó.

– No lo sé. -Rex negó con la cabeza-. Sería difícil atraerlo ahí dentro sin ningún cebo vivo, y ya nos hemos dado cuenta de la ausencia de perros y cabras en la isla. Además, no me imagino a esa criatura agachándose para entrar en una caja de metal sin una fuerte provocación.

– Estoy de acuerdo -dijo Szabla, mientras hacía girar la muñeca para mover el bíceps arriba y abajo.

– ¿Bueno, pues qué coño vamos a hacer? -preguntó Justin-. ¿Cavar un foso?

– Sí -dijo Savage-. Eso vamos a hacer. -Los demás se volvieron hacia él, sorprendidos-. Cuando tienes a alguien en un foso, te pertenece -dijo-. Estás más elevado, lo tienes atrapado: puedes hacerle lo que quieras. Algunas veces perdimos a algunos chicos en fosos en Vietnam, fosos profundos. Intentaban trepar por los lados, pero el barro cedía bajo su peso. Ahí, en medio del combate, mientras nos retirábamos. Estaban jodidos. Tuve un teniente que les disparaba antes de marcharse para que los amarillos no jugaran con ellos.

El silencio que siguió a esta explicación fue roto por la risa de Cameron.

– ¿Qué te hace tanta gracia? -preguntó Justin.

– Nada -respondió ella-. Es sólo que estaba decidiendo si debía mencionar el hecho de que encuentro la palabra «amarillo» ofensiva. Supongo que la educación de esta respuesta parece fuera de lugar. -Miró a Savage, con una sonrisa divertida-. Olvidé con quién estoy tratando aquí.

A pesar de la barba, una sonrisa apareció en el rostro de Savage.

– Pero sí creo que es una buena idea -continuó Cameron-. El foso. Lo camuflaremos y llenaremos el fondo con explosivos. Lo único que necesitamos es que ese hijo de puta baje la marcha para hacerlo volar. -Dirigió una mirada a Diego, que parecía preocupado pero no decía nada-. Vamos a empezar a cavar.

– No es necesario -dijo Rex-. Hay cavidades naturales por toda la isla. Gases dentro de la lava que no pudieron salir al aire libre. Como unas burbujas atrapadas. Algunas de ellas sólo rompieron un poco la superficie y luego, la entrada sufre la erosión. -Se volvió hacia el este cubriéndose los ojos con una mano-. Vi unos cuantos justo más allá del campamento -dijo-. Seguro que encontráis alguno del tamaño adecuado.

Ramoncito salió de la tienda con la cara roja del sol y del llanto. Rex se acercó a él, se quitó el sombrero y le cubrió la cabeza con él.

– ¿Listo para volver? -le preguntó.

Ramoncito asintió, todavía sollozando.

Rex hizo una señal a Diego y ambos fueron a la tienda de éste a recoger las muestras de agua.

Los soldados se quedaron en semicírculo, sin saber qué hacer, alrededor del muchacho, esperando a que los científicos volvieran. Ramoncito hizo una mueca y empezó a llorar. Szabla y Savage se dieron la vuelta, incómodos, y Tank se mordió el labio. Ramoncito se tambaleó: todavía le daba vueltas la cabeza a causa de la insolación.

Justin se acercó para sujetar al chico. Al cabo de un momento, Cameron hizo lo mismo.


Cargados con las bolsas llenas de las muestras de agua, Diego y Rex estaban de pie al borde del camino, cerca de las filas de balsas que Diego aborrecía tanto. Tank le pasó a Rex un tubo de protección solar y Rex se lo agradeció con un gesto de cabeza.

Cameron consultó el reloj que llevaba cosido dentro del bolsillo del pantalón.

– Ahora son las tres -dijo-. Tendríais que estar de vuelta en Santa Cruz a las siete. A partir de entonces, dispondréis de catorce horas para instalar el equipo, hacer las pruebas y comunicar los resultados a Fort Detrick.

Justin se quitó la camisa de manga larga y se la dio a Ramoncito para que se protegiera durante el regreso. El sol todavía era fuerte, pero había bajado un poco hacia el horizonte.

Ramoncito la aceptó con una mirada de gratitud. Probablemente, habría querido declinar la oferta como un hombre, pero el dolor de las quemaduras del sol le hizo tragarse el orgullo.

Justin sonrió:

– Mejor espera a olería antes de darme las gracias. Es algo fuerte, pero te protegerá del sol.

Cameron se quedó de pie entre los dos científicos incluso cuando los demás ya se habían despedido y habían empezado a reunirse al lado de las tiendas. Rex se colocó bien la tira de la cantimplora en el hombro y miró hacia Cameron con los ojos entrecerrados a causa del sol.

– Supongo que no sois tan inútiles, después de todo -dijo. Sus mejillas habían empezado a enrojecer. Esperó a que Diego y Ramoncito miraran para otro lado y con los labios articuló-: Gracias.

Cameron se encogió de hombros.

– ¿Y qué íbamos a hacer? ¿Jugarlo a los chinos y dejar a una parte de la escuadra atrás? -Negó con la cabeza-. No creo.

– ¿Así que es eso? -preguntó Diego-. ¿Una decisión estrictamente militar?

Una mariposa amarilla trazó un torpe círculo alrededor de la cabeza de Diego y se posó en su mochila: una mancha amarilla. Cameron alargó la mano y la tomó suavemente por las alas con los dedos, igual que había visto hacer a Diego. Luego sujetó el delgado cuerpo entre el pulgar y el índice y le dio la vuelta, soplando con suavidad sobre las alas cerradas. Estas se abrieron bajo la suave presión del aire y se extendieron hermosamente sobre su mano. Cameron levantó la mano y soltó a la mariposa. Ambos la observaron mientras se alejaba siguiendo el suave viento del sureste.

– Sí -respondió-. Eso es.

– Haremos todo lo que podamos para volver y convencer al Gobierno de que sabemos más de ciencia que ellos -dijo Rex. Echó un vistazo al bosque-. Sólo dos larvas constituyen el reservorio del virus. -Asintió con la cabeza una vez, despacio, y ambos comprendieron lo que eso implicaba. Dio un paso hacia atrás y consultó el reloj-. Tenéis unas diecinueve horas antes de que os recojan. ¿Seguro que estaréis bien?

Cameron negó con la cabeza:

– No. -Revolvió el pelo de Ramoncito y señaló el camino-. Largaos de aquí -dijo.

Se dieron la vuelta y empezaron a caminar por el camino en dirección a la torre de vigilancia y al estrecho sendero que venía después. Al cabo de unos cuantos pasos, Ramoncito se detuvo y se volvió. Cameron todavía estaba allí, observándolos.

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