– ¿Qué demonios vamos a hacer? -dijo Justin cuando llegaron al campamento de Frank-. Jesús, Jesús, Jesús, qué demonios…
Cameron le agarró la cabeza con fuerza, con ambas manos, apretándole las mejillas con los pulgares y obligándole a mirarla a los ojos.
– Tranquilízate. Cálmate. Mírame.
Justin dejó de maldecir y se quedó murmurando algo. Relajó la cabeza entre las manos de Cameron y dejó de mover los labios.
Cameron se apoyó de espaldas en el frigorífico de especímenes y sintió el frío a través de la camisa. Se llevó una mano a la frente y la presionó con fuerza, intentando calmar los fuertes latidos que sentía. Cada vez que intentaba concentrarse, sentía una punzada de dolor desde la base del cuello que le impedía pensar. Dio unos golpes con los nudillos en la puerta del frigorífico y sintió el estómago revuelto. La visión de Szabla era la peor que había tenido nunca. Retorciéndose de esa forma, todavía con vida: viva hasta el final. Sintió un escalofrío.
– Dios mío -dijo Justin-. ¿Visteis a Szabla? -El pánico se percibía en su voz.
Cameron asintió con solemnidad. Aún tenía en la mente la imagen de la cabeza medio destrozada de Szabla. Entró en una de las tiendas de Frank y empezó a rebuscar entre los suministros abandonados por si había algo que resultara de utilidad. No había nada.
– Tenemos que recoger el explosivo -dijo, desde dentro de la tienda-. Mientras tanto, tenemos los ganchos del frigorífico, las lancetas, lonas, cuatro bengalas; mierda, sólo tres: Derek tenía una; tenemos cuerda.
Cameron salió de la tienda con una linterna sumergible. Se detuvo y se mordió un labio. Tank y Justin la miraban fijamente.
– Si tuviéramos algún tipo de proyectil. -Se lanzó hacia delante y chasqueó los dedos-: El arpón submarino de la barca de Diego. Rex lo lanzó por la borda: todavía está en el agua.
Justin asintió con la cabeza, dudando:
– Si las corrientes no se lo han llevado.
– ¿Puedes encontrarlo? ¿Crees que puedes encontrarlo de noche?
– Sería más fácil por la mañana -respondió Justin.
Cameron arrancó una célula solar del hombro de Tank y la colocó en la linterna sumergible.
– Es posible que no tengamos tiempo hasta mañana.
Apretó el interruptor de la linterna y le dio unos golpecitos. Una tenue luz parpadeó un momento y se encendió. Se la pasó a Justin.
– ¿Adónde vas? -preguntó él.
Cameron señaló con la cabeza en dirección a la vesícula de aire.
– Vuelvo a por Savage.
– Muy bien. Me pondré en contacto por el transmisor cuando llegue a la costa. -Se dio la vuelta para marcharse, pero ella le tomó por el hombro y le obligó a girarse-. ¿Qué? -preguntó él con suavidad.
– No… no sé. -Cameron sintió una presión en el puente de la nariz, como si le fueran a salir las lágrimas, pero no sabía por qué-. No lo jodas todo, no permitas que te pase nada -le dijo.
El rostro de Justin estaba suavemente iluminado por la luz de la luna. Alargó la mano y le colocó bien la cadena del cuello, con el cierre en la nuca. Cameron tenía el cuello amoratado en la zona donde Tank la había agarrado.
Justin dio media vuelta y desapareció en la noche.
Justin avanzó con una lentitud insoportable hacia la costa, abriéndose camino entre los grupos de árboles de la zona de transición hasta que dejó atrás la torre de vigilancia y luego adelantando poco a poco por el sendero que atravesaba la zona árida, poblada por palosantos y cactus. Finalmente, con cuidado de no asustar a los pájaros de la zona de nidación del piquero enmascarado, llegó al acantilado de punta Berlanga. Descendió por el estrecho sendero tallado en la dura pared de roca.
Mirando nerviosamente hacia la playa, Justin se acercó hasta el agua, se quitó la ropa menos los calzoncillos y la dejó en un ordenado montón sobre la arena. La brisa le ponía la piel de gallina.
Llevaba la linterna colgada de una cuerda trenzada que se pasó por los hombros. Aunque la cuerda era fuerte, la sujetó con la mano.
Se dio la vuelta y miró la tranquila y oscura bahía. Cuando se sumergió, sintió el agua espumosa a su alrededor, que se abría a su paso. Impulsándose con los pies juntos, nadó hacia el limpio arco del horizonte.
Cuando Cameron terminó de buscar en la tienda de la estación biológica, vio a Tank de cuclillas con la linterna encendida y colgando entre las piernas. Inmediatamente, Cameron alargó la mano y la apagó.
– Fuera luces -dijo.
Tank asintió con la cabeza. Se estaba sujetando el brazo derecho con suavidad, apoyando el codo en la palma de la mano izquierda.
– Déjame ver -dijo ella, poniéndose de cuclillas a su lado. Él negó con la cabeza-. Venga, héroe, tú la jodiste al rescatarme así que lo mínimo que puedo hacer es echar un vistazo. -Alargó la mano hacia el brazo pero él se la apartó, así que Cameron le dio una palmadita en la mejilla-. ¡Compórtate!
Cameron le subió la manga de la camisa y vio que tenía el brazo hinchado casi hasta reventar. Tenía un color azul oscuro y llegaba hasta debajo del codo por la parte interior del antebrazo.
– Creo que tienes una fractura, chico -le dijo, intentando evitar que se notara la preocupación en su voz.
– No -dijo él-. Habría oído el crujido.
– ¿Sólo una hinchazón, entonces? ¿O una fisura? ¿Quieres que te lo entablillemos?
Tank negó con la cabeza. De repente se puso de pie y empujó a Cameron con él. Ella dio una vuelta mirando alrededor, pero no había nada. Al final del camino, el viento aullaba en la torre de vigilancia.
– Lo siento -dijo Tank.
– Está bien. Vamos a ver a Savage. Luego tendremos que recuperar los explosivos y buscar algún sitio donde refugiarnos durante la noche. El bosque ofrece más posibilidades, pero la mantis tiene ventaja ahí. -Cameron recordó que había apoyado el brazo en la espalda de la criatura sin darse cuenta-. Definitivamente, el bosque es su hábitat. Esperemos que haya vuelto allí con su presa. -Se pasó la lengua por el interior de la mejilla-. ¿Listo?
Tank asintió.
– Yo voy delante -dijo ella. Se dirigió hacia el camino y a los pocos pasos, Tank la siguió.
Pasaron despacio entre las filas de balsas del campo del lado este. La última antorcha que había al borde del agujero apareció a la vista: era el último punto iluminado en la oscuridad. De repente, desapareció por un instante, como si un enorme cuerpo hubiera pasado por delante, pero Cameron no estaba segura.
Atravesaron el campo a paso lento. Cameron intentaba sentir el suelo bajo cada pisada: sabía que el ruido más ligero, incluso el movimiento de una pequeña piedra, podía ser percibido por las antenas de la mantis, si ésta se encontraba cerca. Tank iba tan silencioso detrás de ella que difícilmente podía oírle. Cameron esquivó dos tortugas gigantes que dormían, dos sombras gemelas delante de ella.
Cameron había estado en más misiones de las que podía contar con los dedos de ambas manos; misiones en las cuales la muerte esperaba a varios miembros del pelotón. Y ella había ido sin temblar, imperturbable. Pero los soldados enemigos mataban de forma limpia y rápida. Una cuchillada en el cuello, una bala en la nuca, incluso una granada de fragmentación en el vientre y uno moría allí mismo. Si había dolor, era un dolor común. Si el dolor era atroz, por lo menos sabía qué podía esperar.
Lo que les esperaba allí delante o en el bosque, entre las tiendas iluminadas por las antorchas o los árboles, no se parecía a nada que hubiera imaginado encontrar nunca. Una muerte entre garras y mordiscos, con la conciencia despierta a pesar de que un bicho se estuviera alimentando con el propio cráneo.
Recordó a Szabla retorciéndose en brazos de la criatura: su boca abierta en un chillido, los ojos en blanco, los brazos colgando de los hombros caídos, como los de un maniquí.
Las tres tiendas que quedaban temblaban bajo el viento. El agujero en el suelo que habían hecho para el fuego parecía un cráter. Al pasar junto a las cenizas, Tank recogió la lanceta que se encontraba apoyada en uno de los troncos. Cameron se alegró de ver un arma en manos de Tank. Con pasos precavidos, Cameron dio la vuelta por el campamento base. No había ni una señal de la mantis. Con dos dedos, Cameron indicó a Tank que se dirigía hacia delante. Avanzaron por la hierba hacia la vesícula de aire, de puntillas, sin permitir que los talones de las botas tocaran el suelo.
La luz de la antorcha había menguado y brillaba débilmente al otro lado de la boca bostezante del agujero. Unas cuantas ramas rotas salían de dentro, abiertas como la cola de un pavo real. La luz de la antorcha sobresalía por encima de las hojas y ramas que habían cubierto el agujero y marcaban la silueta del ondeante follaje del campo. Las sombras bailaban y saltaban sobre la arena como títeres.
Inclinándose un poco hacia delante, Cameron se acercó al borde del agujero. Sacó la cabeza y la apartó con rapidez por si la mantis se encontraba allí esperando. Savage estaba tumbado entre los montones de ramas y hojas, los brazos y las piernas doblados en extraños ángulos. Todavía tenía el cuchillo en la mano. Cameron le vio parpadear. Supo que estaba paralizado. Savage no emitió ningún sonido.
En la base de la pared norte había un montón de roca recién desprendida. Cameron hizo una señal a Tank para que montara guardia y luego bajó al fondo del agujero con la cuerda de nudos. Tank permaneció al lado del borde; su cabeza y hombros eran visibles desde el fondo del agujero.
El suelo del extremo más alejado estaba mojado. En un rincón parecía haber un montón de ropa, pero Cameron no podía acabar de distinguirlo en la oscuridad. Cuando se dio cuenta de que era una parte de los intestinos de Szabla, estuvo a punto de vomitar; sintió que el estómago le subía hasta la garganta.
Savage la siguió con los ojos cuando Cameron se acercó a él.
– Hola, soldado -dijo ella.
Savage quiso sonreír, pero hizo una mueca. El cuello se le hinchó por el esfuerzo de mover las piernas sin conseguirlo. Cameron lo observó con la respiración agitada.
Al fin, Savage se relajó y sonrió:
– ¿No es una mierda, la vida? -dijo.
Cameron iba a decir algo, pero sintió la garganta llena de flema, así que se la aclaró y lo volvió a intentar.
– Todo va a ir bien. Vamos a sacarte de aquí.
Los paquetes rojos de TNT sobresalían por debajo de la pierna rígida de Savage. Este negó con la cabeza, casi imperceptiblemente.
– No, no lo vas a hacer. No vas a hacerme esto.
– Puedo…
Él soltó una risita que se convirtió en sollozo.
– Yo la he jodido mucho -dijo.
Cameron se puso en cuclillas; luego se levantó otra vez.
– La he jodido mucho, pero nunca he abandonado a un hombre. -Los ojos se le humedecieron-. Nunca he abandonado a un puto hombre.
Cameron tuvo que esperar un momento para poder hablar.
– Yo era responsable de Tank y Justin. Tuve que hacer una elección.
– Bueno, ahora vas a tener que mantenerla hasta el final. -En sus ojos no había enfado ni acusación, sólo frialdad.
Cameron levantó la vista hacia la pared del agujero.
– Podemos hacer una camilla y, quizás, izarte con una cuerda. -La voz le sonó hueca incluso a ella.
Savage emitió una disimulada risa.
– Sí, buena idea. Quédate aquí haciéndome de enfermera para que muramos todos.
Se miraron respirando al unísono, aunque incluso eso era difícil.
– Me quedé sin sentido, así que no sé por dónde se fue la hija de puta -dijo Savage. Intentó girar la cabeza hacia el montón de rocas que la mantis había desprendido al trepar fuera del agujero, pero no pudo-. Apuesto a que ha vuelto al bosque. -Cameron asintió con la cabeza-. Vas a matarla -dijo. No era una pregunta.
– Sí -dijo Cameron-. Lo sé.
Savage la miró, impávido.
– Toma el cuchillo.
Cameron negó con la cabeza:
– No puedo.
– El cuchillo. -Savage miró el inútil cuchillo que todavía tenía en la mano-. Toma el cuchillo.
Cameron notó que se le humedecían los ojos.
– No puedo… No… No puedo… -Miró a Tank con expresión de súplica, pero éste no apartaba la vista del extremo del campo.
Savage frunció el entrecejo con fuerza.
– No y una mierda -dijo, con las venas del cuello hinchadas-. No le mires a él. Tú. Tú tienes que hacerlo.
Cameron se sintió arder por dentro. Levantó una mano y se apartó un mechón de pelo de los ojos.
– Toma el cuchillo.
– No puedo.
– Cameron. Toma el cuchillo.
Ella le miró un largo rato, hasta que sintió que algo muy dentro se le moría. Se inclinó encima de Savage con los labios apretados para que no le temblaran. Éste tenía el cuchillo agarrado con fuerza; Cameron tuvo que utilizar toda su fuerza para arrancárselo. Se puso de pie y le miró. Sin el cuchillo, Savage parecía desnudo. Estaba tumbado, inerte y roto.
Savage miró a la figura que se levantaba encima de él.
– ¿De verdad quieres esto? -le preguntó la figura.
Savage tuvo que utilizar todas sus fuerzas para asentir con la cabeza. La figura estaba de pie, alta, inmóvil.
– Mierda -dijo él-. ¿Vas a tardar toda la noche?
La figura se inclinó y se agachó encima de él. Él se negó a cerrar los ojos.
Tank se apartó unos pasos del borde del agujero y esperó pacientemente, con los ojos fijos en el bosque. Al cabo de unos minutos, Cameron salió con los paquetes de TNT y el cuchillo de Savage enfundado y colocado en la parte trasera de los pantalones.
– Muy bien -dijo, acercándose despacio a Tank. Tenía la voz ronca y llevaba las manos cubiertas de sangre hasta las muñecas-. Vamos al campamento a recoger las bengalas y más explosivos.
Su paso era distinto mientras se dirigían hacia el campamento base: más decidido. Dejó los paquetes de TNT en el suelo al lado del fuego y se dirigió a la tienda de Diego, donde habían dejado el resto de los explosivos. La puerta estaba abierta y mientras se agachaba para entrar dijo:
– Deberíamos llevarnos una muda de ropa para poder quemar…
Se calló tan repentinamente que pareció que algo se la había tragado. Agachada de forma extraña, el cuerpo doblado encima de las patas, la mantis llenaba casi la totalidad del interior de la tienda, con el enorme abdomen curvado hacia el interior del cuerpo. Se encontraba al lado de la caja de viaje, donde habían tenido encerrada a la larva. Posiblemente, la había atraído el olor.
La anchura del cuerpo casi estaba en contacto con las paredes opuestas de la tienda. Las dos colchonetas se encontraban a los lados, dejando espacio para el cuerpo. Tenía que haber forzado la entrada de la tienda para poder meterse dentro.
Cameron se quedó con el torso doblado dentro de la tienda y la cintura y las piernas, fuera. No se atrevía ni a expulsar el aire de los pulmones. La mantis no había notado su presencia; evidentemente, el sonido amplificado del viento contra las paredes de lona había hecho inaudibles las vibraciones de Cameron y Tank al acercarse.
La mantis tenía la cabeza al extremo opuesto de la tienda. Cameron se encontraba a unos sesenta centímetros del abdomen de la criatura. Habría podido alargar la mano y acariciar la brillante cutícula.
Se mordió el labio inferior para controlar el pánico y contrajo los hombros para sacar el torso de la tienda. Cualquier sonido, como el roce de la camisa contra la cremallera de la puerta o el más leve castañeteo de los dientes, podía llamar la atención de la criatura.
Era un milagro que la mantis no hubiera notado su presencia. Cameron puso un pie hacia atrás manteniendo el torso doblado, con la esperanza de salir sin mover ninguna parte del cuerpo que no fueran los pies. Estaba pendiente de cualquier ruido que pudiera hacer: el de la camisa al arrugarse en la cintura, el latido del corazón, la lengua al raspar en el paladar. De repente, golpeó una piedra con el talón de la bota y el corazón casi se le paró, pero la mantis no notó la vibración.
Sacó la zona de las costillas de la tienda y, luego, los hombros. Tenía justo el cuello y la cabeza dentro cuando notó algo detrás y soltó un hipido de miedo.
La cabeza de la mantis giró ciento ochenta grados, como un periscopio. Tenía la boca abierta como para emitir un chillido, pero sólo se oía un horrible silencio. Cameron salió disparada contra el bulto que tenía detrás, tumbándolo al suelo. Se dio la vuelta con el puño levantado y vio a Tank sentado en el suelo.
– ¡Levántate! -chilló-. ¡Está ahí dentro!
La tienda se estiró hacia arriba. Uno de los tensores se soltó y arrastró una afilada estaca que estuvo a punto de golpear a Cameron en la cabeza si ésta no se hubiera agachado a tiempo.
La tienda restalló y se rasgó a ambos lados, por donde emergieron dos patas. Las afiladas púas habían abierto la lona como hojas de navaja. La mantis sacó la cabeza por uno de los agujeros y forcejeó para salir de la tienda, agitando las patas frenéticamente.
– ¡Al campamento de Frank! -gritó Cameron, y agarró a Tank para ponerlo de pie por el brazo herido y éste gritó de dolor.
La mantis se contoneaba como si mudara de piel y al final sacó el tórax por el agujero de la tienda. Saltó hacia delante y lanzó una pata hacia Tank. Con el gancho que tenía al final de la extremidad le rasgó la espalda de la camisa. Tank soltó un gruñido que pareció un ladrido. De la herida empezó a manar sangre inmediatamente, pero Tank no se detuvo.
La mantis saltó hacia ellos, pero tenía la tienda debajo del abdomen y las patas traseras se le enredaron en ella. La criatura cayó al suelo, sobre sus patas anteriores, y el aire silbó a través de los espiráculos.
Tank echó un vistazo hacia atrás por encima del hombro. La criatura tenía las patas de presa contra el suelo y en ese momento no podía atacar. Tank corrió hacia ella con la lanceta en la mano izquierda y levantada por encima de la cabeza.
Gritó algo que Cameron no pudo oír, se apoyó en la pierna derecha y con todo el peso del cuerpo lanzó un golpe contra el ojo de la mantis.
En el último momento, la mantis se agachó y el golpe le dio en la cabeza. Aunque fue suficientemente fuerte para que el animal doblara la cabeza a un lado, ni siquiera dañó la cutícula. La lanceta de Tank cayó al suelo. La mantis se soltó de la tienda enredada en las patas y se levantó, pero Tank ya había escapado cuando la criatura levantó las patas de presa.
Cameron llegó al campamento de Frank antes que Tank, tropezando al correr entre las tiendas. Tank apareció al cabo de un momento. Ambos oían el roce de la mantis al atravesar el camino y adentrarse en el campo del lado oeste.
– ¿Qué vamos a hacer? -jadeó Cameron, con la barbilla llena de baba-. ¿Qué coño vamos a hacer?
Miró alrededor con desesperación. El bosque, dos tiendas de lona, la oscura superficie abierta del campo. No había ningún lugar donde ocultarse. El sonido se aproximaba cada vez más en la oscuridad. Cameron habría jurado que olía a la criatura. Dio unos pasos erráticos en busca de algún escondite y luego se dejó caer sobre las rodillas.
– Mierda -chilló.
Su mano topó con un tarro de cianuro y lo arrojó en la oscuridad. Este chocó con algo que sonó a metálico. Cameron se levantó con los ojos muy abiertos, dándose cuenta de repente. Tank dudó, pero ella le empujó hacia delante.
No tenían elección.