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Lynn Beckett estaba sentada, con los ojos empañados tras una noche sin dormir. El corazón le golpeaba en el pecho y estaba bebiendo una taza de té. Se había pasado horas en la cama, agitada e inquieta, sacudiendo las almohadas para intentar estar más cómoda. Obsesivamente, se levantaba cada veinte minutos más o menos para ver cómo estaba Caitlin, para ayudarla a ir al retrete, para asegurarse de que bebía agua con glucosa y de que se tomaba los antibióticos. La combinación prescrita por Ross Hunter, probablemente combinada con la inyección, parecía estar surtiendo efecto. El dolor había remitido y los picores eran algo menos intensos.

Durante un rato tras la visita del médico, Lynn se había quedado en la planta baja con Luke. Se habían atizado una botella de Sauvignon Blanc y se habían fumado todo un paquete de Silk Cut; hasta el último cigarrillo.

Ahora tenía la cabeza a punto de estallar, los pulmones rasposos y se encontraba fatal. Luke se había dormido profundamente en la silla junto a la cama de Caitlin.

El televisor estaba encendido. Lynn se puso a ver las noticias dé las 21.00, pero no tenía ningún interés. Ni en el programa sobre rescates en helicóptero que dieron después. En aquel momento no le interesaba nada más que la llamada de teléfono que esperaba de Marlene Hartmann.

«Por favor, llama. Por Dios, llama.»

No sabía qué haría si la alemana no daba señales de vida. Si aquello era una estafa y desaparecía con el dinero. No tenía un plan B.

De pronto sonó el teléfono fijo.

Respondió antes de que acabara de dar el primer tono.

– ¿Sí?

Aliviada, oyó la voz de Marlene Hartmann.

– ¿Cómo está, Lynn?

– Sí, bien -jadeó.

– Todo va bien. Estamos aquí. ¿Estarán listas para que las recojamos?

– Sí, claro.

– ¿Todo bien con el dinero? ¿Tiene el resto preparado?

– Sí -respondió, y tragó saliva.

El director de su agencia ya había preguntado por la primera transferencia que había hecho, y ella le había dado la triste excusa de que se había comprado una propiedad en Alemania con una compensación final recibida de su ex marido en virtud de su acuerdo de divorcio, después de que éste recibiera una herencia.

– Nos veremos luego. El coche llegará a la hora prevista.

Colgó antes de que Lynn pudiera darle las gracias.

El coche tenía que llegar a las doce. Quedaban menos de tres horas.

Estaba muy nerviosa. Se sentía presa del estrés, el miedo y la ansiedad. Apenas podía pensar.

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