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Grace apuntó la hora y la fecha en su cuaderno -18.30, jueves 4 de diciembre- y luego echó un vistazo a la larga agenda que su ayudante le había pasado a máquina para la decimocuarta reunión de la Operación Neptuno.

Varios de los miembros de su equipo, entre ellos Guy Batchelor, Norman Potting y Glenn Branson, estaban discutiendo airadamente sobre una polémica decisión arbitral en el partido de fútbol de la noche anterior. Grace, que prefería el rugby, no lo había visto.

– Muy bien, chicos -dijo, levantando la voz y la mano-. Final del encuentro.

– Muy gracioso -respondió Glenn Branson.

– ¿A que te saco tarjeta amarilla?

– No creo que me la quieras sacar cuando oigas lo que te traigo. Que son dos cosas, de hecho. ¿Quieres que saque de centro yo?

– Como quieras -dijo Roy Grace, con una mueca divertida.

– Bueno -empezó Branson, recogiendo un pliego de notas-, lo primero es que esta tarde los chicos de la Unidad de Rescate Especializado han salido a rastrear la zona donde se vio por última vez el Scoob-Eee. A pesar del tiempo de mierda que hace, han encontrado una anomalía en el lecho marino que tiene aproximadamente las mismas dimensiones que el Scoob-Eee. Tiene forma de barco y a unos treinta metros de profundidad, aproximadamente doce millas al sur de Black Rock. Por supuesto podría tratarse de los restos de un viejo naufragio, pero van a sumergirse mañana, si lo permite el tiempo, para echar un vistazo.

– ¿Vas a ir con ellos, Glenn? -preguntó la inspectora Mantle.

– Bueno -vaciló-, si puedo escoger, preferiría no hacerlo.

– Yo creo que deberías -dijo ella-, por si encuentran algo.

– Sí, les seré muy útil, tirado en el suelo boca arriba, vomitando.

– Si vas a vomitar, túmbate siempre de lado o boca abajo -puntualizó Potting-. Así no te ahogarás.

– Un consejo muy útil, Norman. Gracias. Lo tendré en cuenta -replicó Glenn.

– A mí me preocupa el capítulo de «recursos» -los interrumpió Grace -. Aparte de que el Scoob-Eee se usara como embarcación para la recuperación de dos de los cuerpos, ¿tenemos algo que relacione su desaparición con nuestra investigación y que justifique una nueva salida de Glenn?

Con tono apesadumbrado, como un condenado que ayudara a su propio verdugo, Glenn dijo:

– Sí, tengo los resultados del laboratorio sobre el ADN de las dos colillas de cigarrillo que recogí en el puerto de Shoreham. ¿Recuerdas que informé de que había visto a alguien que parecía observar con interés el Scoob-Eee el viernes pasado por la mañana?

Grace asintió.

– Bueno, la base de datos nacional de Birmingham dice que hay una coincidencia exacta con alguien que han introducido recientemente en la base de datos a petición de la Europol. Utiliza dos nombres diferentes. Aquí se hace llamar Joe Baker, pero su nombre real es Vlad Cosmescu; es rumano.

Grace pensó por un momento. Joe Baker. El propietario del Mercedes negro que había visto en su salida matutina. ¿Una coincidencia, o algo más?

– Eso es interesante -dijo Bella Moy-. Ese nombre apareció de pronto anoche: hace de chulo de dos chicas recién llegadas de Rumania.

– Sin duda es el «hombre del momento» -dijo Grace, sacando unos papeles de un sobre marrón-. Los magos de nuestro Departamento de Huellas han conseguido sacar un juego de huellas de un fuera borda que habían tirado al mar. Han empleado un equipo nuevo que están probando, y han obtenido una coincidencia con la Europol esta tarde. Adivinad…

– ¿Nuestro «nuevo mejor amigo», Vlad, el Empalador? -aventuró el sargento Batchelor.

– ¡Bingo! -respondió Grace.

– ¿Vamos a cogerlo? -preguntó Norman Potting-. Son unos indeseables, estos rumanos, ¿no?

– Eso es muy racista -subrayó Bella.

– No, no es más que una verdad nacional.

– ¿Y por qué quieres arrestarlo, Norman? -dijo Grace-. ¿Por fumarse un cigarrillo? ¿Por echar un motor fuera borda al mar? ¿O por ser rumano?

Potting bajó la mirada y soltó un gruñido indescifrable.

– ¿Tenía el Scoob-Eee un motor fuera borda, Glenn? -preguntó E.J.

– Yo no vi ninguno, no.

– ¿Sabemos dónde vive este hombre, Baker-Cosmescu? -preguntó Bella-. Lleva unos años en el mundo de los burdeles, Roy. Deberíamos poder conseguir una dirección fácilmente.

– ¿Quieres que alguien lo interrogue? -preguntó la inspectora Mantle.

– No, pero deberíamos ficharlo como «persona de interés». No creo que debamos hablar con él de momento. Si prepara algo, sólo serviría para alertarle. Podríamos plantearnos ponerle vigilancia -respondió Grace, que revisó sus notas-. Bueno, ¿entonces cómo nos va en el capítulo «acciones»?

– Dos agentes se han dedicado a visitar a todos los proveedores de lonas de PVC de la zona. De momento nada -dijo David Browne.

– Nick y yo cubrimos doce burdeles anoche -dijo Bella Moy, buscando un Malteser.

– ¡Estarás harto de tanto follar, Nick! -soltó Norman Potting.

Nicholl se ruborizó y esbozó una sonrisa forzada. Grace contuvo una mueca. Potting se había mantenido más tranquilo de lo normal durante los últimos días, algo que achacaba a sus problemas matrimoniales. Y aquello era un alivio. Potting era un buen policía, pero en un par de casos en los que habían trabajado juntos recientemente, Grace había llegado peligrosamente cerca al punto de tener que despedir al sargento por sus comentarios ofensivos.

Girándose hacia Bella, le preguntó:

– ¿Y? ¿Nada?

Bella buscó a Nick Nicholl con la mirada como confirmación y respondió:

– Nada más que lo de Cosmescu. No encontramos a ninguna chica que pareciera pasarlo mal.

– Me alegra saber que nuestros burdeles son lugares tan felices -comentó Grace, sarcástico.

– Hoy seguiremos -dijo ella.

Tras echar un nuevo vistazo a sus notas, Grace se giró hacia Potting.

– ¿Hay algo de tu hombre en Rumania?

– Recibí un correo electrónico de Ian Tilling hace una hora. Esta noche seguirá una pista. Puede que tenga algo de información por la mañana. Grace tomó una nota.

– Bien. Gracias. ¿Y qué hay de la gente que estaba en una lista de trasplantes y que se ha retirado?

– He estado trabajando en eso todo el día, Roy -dijo Potting-. Sospecho que por ahí lo tenemos mal. En primer lugar, tenemos en contra el juramento hipocrático, la famosa «confidencialidad del paciente». Lo segundo es el modo en que funciona el sistema. Esas listas de trasplantes no son inamovibles. Hablé con un hepatólogo muy solícito del Royal South London, uno de los hospitales más importantes en cuanto a trasplantes de hígado. Me dijo que tienen una reunión semanal, cada miércoles a mediodía, en la que revisan la lista. Como hay tanta escasez de donantes, cambian el orden de prioridad de semana en semana, según la urgencia. Estamos hablando de todos los hospitales del Reino Unido. Tendríamos que ir a los tribunales para acceder a los registros de cada uno. Lo que necesitamos es un infiltrado en el equipo.

– ¿Qué tipo de infiltrado?

– Un cirujano de trasplantes que se ganara la confianza de los médicos -dijo Potting-. Alguien con perspectiva.

– Yo tengo algo que puede ser de interés -dijo Emma-Jane Boutwood -. He estado intentando encontrar especialistas en trasplantes o cirujanos rebotados, en Internet. Alguien que critique abiertamente el sistema.

– ¿En qué sentido? -preguntó la inspectora Mantle.

– Bueno, por ejemplo, un cirujano que no cree que sea poco ético comprar órganos humanos -explicó la joven agente-. Y he encontrado a alguien: se llama sir Roger Sirius, y sale en varios vínculos diferentes.

Se quedó mirando a Grace, que asintió y la animó a seguir.

– Hay una serie de cosas interesantes sobre este tal Sirius. Se formó con uno de los pioneros de la cirugía de trasplantes de hígado en el Reino Unido. Luego fue jefe de Hepatología en el Royal South London Hospital muchos años. Montó una campaña activa para que se cambiaran las leyes de donación de órganos: defendió un sistema de donación por defecto, lo que significaría que los órganos de los fallecidos se aprovecharían de forma automática, a menos que se haya especificado lo contrario. Lo más interesante es que se prejubiló del Royal tras una discusión sobre el tema. Y se fue al extranjero.

Se detuvo y se quedó mirando sus notas.

– Aparece en algunas páginas web relacionadas con Colombia, que es un país muy implicado en el tráfico de órganos humanos. Luego aparece en Rumania.

– ¿Rumania? -reaccionó Grace.

E. J. asintió. Luego siguió:

– Lleva una vida por todo lo alto. Tiene su propio helicóptero, coches de lujo y una enorme mansión en Sussex, cerca de Petworth.

– Interesante -dijo la inspectora Mantle-. Lo de Sussex.

– Hace cuatro años pasó por un divorcio muy complicado y caro. Y ahora está casado con una ex Miss Rumania. Eso es todo lo que tengo hasta ahora.

Hubo un largo silencio, hasta que Grace lo rompió:

– Buen trabajo, E. J. Creo que deberíamos tener una charla con él.

Pensó por un momento. Por lo poco que sabía de los médicos con una larga carrera, solían ser unos tipos elegantes y pomposos. Guy Batchelor, que había ido a un colegio de pago, podría ser el tipo de persona con quien sir Roger Sirius se sintiera más cómodo. Además, Batchelor también había estado trabajando en aquello.

– Guy, éste es el campo en el que tú estabas trabajando -dijo, tras girarse hacia el sargento-. Creo que deberías ir con E. J.

– Sí, jefe.

– Decidle que estamos investigando el caso de tres cuerpos que creemos que están relacionados con una trama de tráfico de órganos y preguntadle si podría darnos su opinión experta sobre dónde buscar a estos tipos. Aduladle, trabajadle el ego… y observadle como un ave de presa. Ved cómo reacciona.

Luego volvió a sus notas.

– El número de teléfono que me dieron desde Alemania. ¿Quién está con eso?

Una de las investigadoras, Jacqui Phillips, levantó una mano.

– Yo, Roy. Conseguí una dirección en Patcham y el nombre de la titular. Pero hay algo más, que le comuniqué a la inspectora Mantle.

– Fue una buena observación, Jacqui -dijo Lizzie Mantle, al hilo de aquello-. La propietaria de la casa es una tal Lynn Beckett. Jacqui cayó en que es el mismo apellido que el de uno de los miembros de la tripulación de la draga Arco Dee, que encontró el primer cuerpo. Fuimos Nick y yo quienes tomamos declaración a los miembros de la tripulación la primera vez, así que volvimos esta tarde temprano. Estaban en el puerto, vaciando su carga. Confirmamos que esa Lynn Beckett es la ex esposa del ingeniero en jefe, Malcolm Beckett. Uno de sus compañeros me dijo que últimamente está bastante deprimido, porque su hija está enferma. No estaba seguro del todo de qué es lo que tiene, pero es algo relacionado con el hígado.

– ¿El hígado? -repitió Grace.

Ella asintió.

– ¿Habéis encontrado algo más?

La inspectora sacudió la cabeza.

– No. Malcolm Beckett estaba muy comedido. En mi opinión, demasiado comedido.

– ¿Por qué?

– Porque creo que escondía algo.

– ¿Como qué?

– No dejaba de decir que su hija vive con su ex mujer y que la ve muy poco, así que no sabe exactamente lo que le pasa. No me sonó creíble… como padre. Ni tampoco superó la «prueba de los ojos» del superintendente Grace.

Grace sonrió.

– ¿No deberíamos presentar una solicitud para pincharle el teléfono, Roy? -propuso David Browne.

– No creo que tengamos suficiente para eso, de momento, pero sí para pedir una orden de registro de las llamadas a ese número.

– Posiblemente esa tal Lynn Beckett también tenga un móvil -observó Guy Batchelor.

– Sí, alguien tendrá que ponerse en contacto con las operadoras de telefonía móvil y ver qué tienen registrado con ese nombre y esa dirección -dijo. Luego volvió a sus notas-. Mañana me voy a Múnich; volveré por la tarde. La inspectora Mantle tomará el mando hasta que yo vuelva. ¿Alguna pregunta?

No hubo ninguna hasta después de terminar la reunión, cuando Glenn Branson alcanzó a Roy Grace mientras éste volvía a su despacho por el laberinto de pasillos. Se pararon enfrente de un diagrama que recordaba una telaraña, clavado a un tablón de fieltro rojo con el epígrafe «Habituales motivos posibles».

– Eh, colega -dijo Glenn-. Ese viaje a Múnich… No tendrá que ver con Sandy, ¿verdad?

Grace negó con la cabeza.

– No, por Dios. Tengo una cita con la vendedora de órganos. Voy a fingir que soy un cliente. Y mientras estoy por allí, mi amigo de la LKA me va a pasar unos archivos… bajo mano.

En el diagrama que había tras la cabeza de Glenn, Grace leyó las palabras: «deseo, control del poder, odio, venganza».

Glenn se le quedó mirando.

– ¿Estás seguro de que ése es el único motivo de tu visita? Es que…, ya sabes…, tú y yo no hemos hablado de Sandy desde hace mucho tiempo y ahora te vas al lugar donde declararon que la habían visto.

– Aquello era una pista falsa, Glenn. ¿Sabes lo que creo realmente?

– No, nunca me has dicho lo que crees realmente. ¿Tienes tiempo para una copa?

Grace consultó su reloj.

– En realidad tengo que pasar por casa para coger algo de ropa, pero primero tengo para media hora en mi despacho. ¿Dónde te apetece ir?

– ¿Al de siempre?

Grace se encogió de hombros. El Black Lion no era su pub favorito, en una ciudad llena de locales estupendos, pero estaba a mano y tenía aparcamiento propio. Volvió a mirar el reloj.

– Nos vemos allí a las ocho menos cuarto. Pero sólo una copa.


Cuando Grace llegó, diez minutos más tarde de lo acordado, Glenn ya estaba sentado en una mesa tranquila en un rincón, con una pinta de cerveza delante y un vaso de whisky con hielo, con una jarrita de agua al lado, para Grace.

– ¿Glennfiddich? -dijo Branson.

– Buen chico.

– No sé cómo puede gustarte eso.

– Sí, bueno, yo no sé cómo puede gustarte la Guinness.

– No, lo que quiero decir es que el Glenfiddich no es un malta «puro», ¿no?

– Ya, pero de todos los que he bebido es el que más me gusta. ¿Eso te causa un problema?

– ¿Te acuerdas de la película Whisky a go go?

– ¿La del naufragio de aquel barco frente a las costas de Escocia, con las bodegas llenas de whisky?

– Estoy impresionado. A veces me sorprendes realmente. No eres un completo analfabeto cultural. Aunque tengas un gusto horrendo en cuanto a ropa y música.

– Sí, bueno, no querría ser demasiado perfecto -respondió, burlón.

– Bueno, ¿y cómo estás? ¿Cómo está la señora Branson?

– No hablemos del tema siquiera -dijo Glenn, sacudiendo la cabeza-. Es un jodido desastre. -Levantó su pinta y bebió. Luego, limpiándose la espuma de la boca con el dorso de la mano, dijo-: Yo quiero que me hables de Múnich…, ¿y de Sandy, quizá?

Grace cogió su vaso e hizo girar los cubitos de hielo. Por los altavoces del pub se oía la voz nasal de Johnny Cash cantando Ring of fire.

– Eso sí que es música.

Branson puso los ojos en blanco.

Grace dio un sorbo al whisky y dejó el vaso en la mesa.

– Creo que Sandy está muerta, y que lleva muerta mucho tiempo. He sido un tonto por mantener las esperanzas. Lo único que he conseguido es perder nueve años de mi vida. -Se encogió de hombros-. Todos esos médiums. -Dio otro sorbo al whisky-. ¿Sabes? Muchos de ellos decían lo mismo, que no podían contactar con ella, lo que significaba que no estaba en forma de espíritu, en el mundo de los espíritus.

– ¿Y eso qué significa?

– Si no está en el mundo de los espíritus -es decir, muerta-, se supone que tiene que estar viva, según su lógica. -Bebió un poco más y, sorprendido, observó que había vaciado el vaso. Lo levantó-. ¿Eso era uno doble?

Glenn asintió.

– Me pediré otro, uno normal, para no pasar del límite. ¿Media pinta más para ti?

– Una entera. Soy un tío grande. ¡Lo asimilo mejor que tú!

Grace volvió con las bebidas y se sentó. Observó que, en su ausencia, Branson había vaciado su primera pinta.

– Así pues, ¿no crees en esos médiums? -preguntó Branson-. ¿Aunque siempre hayas creído en lo paranormal?

– No sé qué creer. El año que viene se cumplirán diez años de su desaparición. Es suficiente tiempo. O está físicamente muerta o, por lo menos, está muerta para mí. Si está viva y no ha contactado conmigo en diez años, ya no lo hará. -Se quedó en silencio por un momento-. No quiero perder a Cleo, Glenn.

– Una mujer estupenda. En eso estoy de acuerdo contigo.

– Si no me libero de Sandy la perderé. Y no voy a dejar que eso ocurra.

Glenn tocó apenas el rostro de su amigo con el puño.

– Buen chico. Es la primera vez que te oigo hablar así.

Grace asintió.

– Es la primera vez que me siento así. He dado instrucciones a mi abogado para que inicie el proceso para declararla legalmente muerta.

– Pero ya sabes, colega -dijo Glenn, mirándolo fijamente-, no se trata del proceso legal; lo más importante es el proceso mental.

– ¿Qué quieres decir con eso?

Glenn se dio unos golpecitos con el dedo en la sien.

– Se trata de creérselo. Aquí dentro.

– Ya lo hago -dijo Roy Grace, con una sonrisa irónica!-. Créeme, soy poli.

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