Poco después de las doce y media -la una y media en Múnich, calculó Grace-, el Kriminalhauptkommissar Marcel Kullen le devolvió la llamada.
Era agradable volver a hablar con su viejo amigo, y pasaron un par de minutos poniéndose al día sobre la familia del policía alemán y sobre los cambios en el trabajo desde la última vez que se habían visto, en verano, en Múnich.
– Así pues, ¿no has tenido más noticias de Sandy? -preguntó Kullen en un inglés forzado.
– Nada.
– Sus fotografías aún están en todas las comisarías, aquí. Pero hasta ahora nada. Seguimos intentándolo.
– En realidad, empiezo a pensar que ya es hora de aflojar -reconoció Grace-. Estoy iniciando el proceso legal para que la declaren muerta.
– Ja, pero yo estaba pensando… Tu amigo, el que la vio en el Englischer Garten. Deberíamos mirar aún, creo. ¿No?
– Me voy a casar, Marcel. Necesito seguir adelante, pasar página.
– ¿Casar? ¿Hay una mujer nueva en tu vida?
– ¡Sí!
– Bueno, pues… ¡Me alegro por ti! ¿Quieres que dejamos de buscar a Sandy?
– Sí. Gracias por todo lo que habéis hecho. Pero no te llamo por eso. Necesito ayuda con otra cosa.
– Ja. Dime.
– Necesito información sobre una organización de Múnich llamada Transplantation-Zentrale GmbH. Creo que a la Policía alemana no le es desconocida.
– ¿Cómo se escribe?
Grace tardó varios minutos, bregando pacientemente con el inglés defectuoso del policía alemán, para indicarle el nombre correcto.
– Lo comprobaré -dijo Kullen-. Yo te llamo, ¿sí?
– Por favor. Es urgente.
Kullen volvió a llamarle treinta minutos más tarde.
– Esto es interesante, Roy. Estoy hablando con mis colegas. Transplantation-Zentrale GmbH está bajo observación por la LKA desde hace unos meses. Hay una mujer al mando, se llama Marlene Hartmann. Tienen relación con la mafia colombiana, con facciones de la mafia rusa, con el crimen organizado en Rumania, con las Filipinas, con China y con la India.
– ¿Qué sabe el LKA de ellos?
– Se dedican al tráfico internacional de órganos humanos. Eso parece.
– ¿Qué acciones se han tomado?
– De momento sólo estamos recogiendo información, observando. La LKA sigue sus pasos, como diríais vosotros. Intentamos conectarlos con delitos específicos en Alemania. ¿Tienes información sobre ellos que yo puedo dar a mis colegas?
– De momento no. Pero me gustaría interrogar a Marlene Hartmann. ¿Podría ir para allá y hacerlo?
El alemán pareció dudar.
– Bueno.
– ¿Hay algún problema?
– Pues… En este momento, según el archivo de seguimiento, no está en München. Está de viaje.
– ¿Sabes dónde?
– Hace dos días voló a Bucarest. No tenemos más información.
– Pero ¿cuando vuelva a Alemania lo sabréis?
– Sí. Y sabemos que va regularmente a Inglaterra.
– ¿Con qué regularidad? -preguntó Grace. Sus sospechas de pronto fueron en aumento.
– Voló de München a Londres la semana pasada. Y también la semana anterior.
– No estaría de vacaciones de invierno.
– Quizá. Es posible -dijo el alemán.
– Nadie que esté en sus cabales viene a Inglaterra en esta época del año, Marcel -dijo Grace.
– ¿Para ver las luces de Navidad?
Grace se rio.
– No me parece que sea de ésas.
Pensaba a toda velocidad. La mujer había estado en Inglaterra la semana anterior, y también la otra. Hacía entre una semana y diez días que tres adolescentes habían sido asesinados para extirparles los órganos. Hasta el fin de semana anterior, a Roy Grace el robo de órganos humanos le había parecido una leyenda urbana. Historias de gente que secuestraba a una chica en un bar de algún país del este de Europa y que luego aparecía en una bañera llena de hielo con un riñón menos. Pero ahora todo aquello parecía mucho más real. Muy real.
– ¿Hay alguna posibilidad de obtener los registros telefónicos de esta mujer, Marcel?
– ¿Las líneas fijas o handy?
Grace sabía que handy era como llamaban en alemán a los teléfonos móviles.
– ¿Ambas?
– Veré lo que puedo hacer. ¿Quieres todas las llamadas, o sólo las realizadas al Reino Unido?
– Las del Reino Unido serían un buen punto de partida. ¿Tenéis pensado detenerla próximamente?
– Ahora mismo no. Quieren seguir vigilándola. Hay otras conexiones de tráfico humano con las que se la relaciona.
– Lástima. Hubiera estado bien poder ver sus ordenadores.
– Creo que en eso podemos ayudarte.
Grace casi podía sentir la sonrisa del Kriminalhauptkommissar al otro lado del teléfono.
– ¿Ah, sí?
– Tenemos una orden emitida por un Ermittlungsrichter para registros telefónicos e informáticos.
– ¿Por quién?
– Es un juez de instrucción. La orden está…, ¿cómo decís vosotros? ¿En la nevera?
– Sí, sin que se entere la otra parte.
– Exactamente. Y sabes que en la LKA tenemos buena tecnología para el seguimiento informático. Creo que tenemos duplicados de toda la actividad informática, incluidos portátiles lejos del trabajo, de Frau Hartmann y sus colegas. Hemos implantado un servlet.
Grace se había informado sobre los servlets gracias a sus colegas, Ray Packard y Phil Taylor, de la Unidad de Delitos Tecnológicos. Podías instalar uno simplemente enviándole al sospechoso un correo electrónico, siempre que lo abriera. Así obtenías una copia de toda la actividad del ordenador del sospechoso.
– ¡Espléndido! -exclamó-. ¿Me los dejarás ver?
– No me permitirán enviártelos, a pesar del tratado de cooperación de la UE; sería un largo proceso burocrático.
– ¿No hay ningún modo de encontrar un atajo?
– ¿Para mi amigo Roy Grace?
– ¡Sí, para él!
– Si vienes, quizá puedo dejar copias accidentalmente… ¿sobre la mesa de un restaurante? Pero sólo para información, ¿entiendes? No puedes revelar la fuente, y no podrás usar la información como prueba. ¿Está bien?
– Está más que bien, Marcel. ¡Eres cojonudo, Marcel!
Grace le dio las gracias y colgó, eufórico.