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Glenn Branson, despierto y animado a pesar de la mala noche, estaba de pie frente a la sala de reuniones, con una taza de café en una mano y un bocadillo All-Day Breakfast de huevo, beicon y salchicha en la otra. Por la puerta iban pasando miembros del equipo para asistir a la reunión informativa del miércoles por la mañana.

Bella Moy pasó a su lado, con una sonrisa maliciosa.

– Desayunando sano, ¿eh?

Glenn masculló una respuesta con la boca llena de bocadillo. Entonces sonó el teléfono de ella, miró la pantalla y se apartó para responder.

Momentos más tarde apareció el hombre a quien esperaba Glenn, Ray Packard, de la Unidad de Delitos Tecnológicos.

– ¡Ray! ¿Cómo te va?

– Cansado. Mi mujer tuvo una mala noche.

– Lo siento.

– Jen es diabética -dijo Packard, asintiendo-. Fuimos a cenar a un chino y esta mañana tenía el azúcar por las nubes.

– La diabetes es jodida.

– Es el problema con los restaurantes chinos: no sabes lo que meten en la comida. ¿Y tú? ¿Todo bien?

– Mi mujer también tiene una enfermedad.

– Vaya por Dios. Lo siento.

– Sí, ha desarrollado una alergia a mí.

Los ojos de Packard brillaron tras los gruesos cristales de sus gafas. Levantó un dedo.

– ¡Ah, conozco al tipo justo! Te daré su número. ¡El mejor alergólogo del país!

Glenn sonrió.

– Si me dijeras que es el mejor abogado de divorcios, quizá me interesara. Mira, antes de que entremos en la reunión, necesito hacerte una breve consulta técnica.

– Dispara. Divorcio. Vaya, lo siento.

– Bueno, si conocieras a mi esposa no lo sentirías tanto. Lo que necesito es que me ilustres sobre móviles. ¿Vale?

Pasó más gente a su lado. Guy Batchelor saludó a Glenn con un alegre «¡Buenos días!». El sargento le saludó agitando el bocadillo.

– Tú eres un gran amante del cine, Glenn, ¿verdad? -preguntó Packard-. ¿Has visto Última llamada?

– Colin Farrell y Kiefer Sutherland. Sí. ¿Qué le pasa?

– Vaya mierda de final, ¿no crees?

– No estaba mal.

Ray Packard asintió. Además de ser uno de los expertos en delitos informáticos más respetados del cuerpo, era el único cinéfilo que Glenn conocía, aparte de sí mismo.

– Necesito ayuda sobre repetidores de telefonía móvil, Ray. ¿Es tu campo?

– ¿Repetidores? ¿Estaciones de repetición? ¡Soy tu hombre! En realidad sé bastante del tema. ¿Qué es lo que buscas exactamente?

– Un tipo que desapareció. En un barco. Siempre llevaba el móvil consigo. La última vez que le vieron fue la noche del viernes, saliendo del puerto de Shoreham. Imagino que podría establecer la dirección en que iba a partir de las señales de su móvil. Con algún tipo de triangulación. Sé que se puede hacer en tierra. ¿Y en el mar?

Pasó más gente a su lado.

– Bueno, dependería de a qué distancia y en qué tipo de barco.

– ¿Qué tipo de barco?

Packard se puso a explicar y todo su cuerpo se animó. Daba la impresión de que no hubiera nada que le gustara más en el mundo que encontrar un receptor para la amplia provisión de conocimientos que acumulaba en la cabeza.

– Sí. A diez millas o más, en el mar, puede durar la cobertura, pero depende de la estructura del barco, y de dónde esté situado el teléfono. Por ejemplo, dentro de un tubo de acero, la cobertura se reduciría drásticamente. ¿Ese teléfono estaba en la cubierta, o por lo menos en un camarote con ventanas? Otro factor importante sería la altura de los mástiles.

Glenn se esforzó en recordar las horas pasadas en el Scoob-Eee. Había un pequeño camarote en la parte delantera, a la que se accedía por unos escalones y donde había un baño, una cocina y unos asientos. Cuando él había bajado, le había dado la impresión de que estaba en su mayor parte por debajo del nivel del agua. Pero si Jim Towers llevaba el timón, habría estado en cubierta, en el puente, parcialmente cubierto. Y si se dirigía hacia el mar, estaría en línea de mira desde la orilla. Se lo explicó a Packard.

– ¡Estupendo! ¿Sabes si efectuó alguna llamada?

– No llamó a su mujer. No sé si hizo alguna llamada más.

– Tendrías que conseguir acceder al registro de la operadora. En un caso importante eso no tendría que ser muy difícil. Supongo que tiene relación con la Operación Neptuno, ¿no?

– Es una de mis líneas de investigación.

– Funciona así: cuando está en espera, un teléfono móvil contacta con su red cada veinte minutos aproximadamente, como si «fichara», diciendo: «¡Aquí estoy, colegas!». Si alguna vez has dejado el teléfono cerca de la radio del coche, habrás oído unos pitiditos de interferencia: bibibip-bibibip-bibibip, ¿verdad?

Branson asintió.

– ¡Pues eso es que el teléfono está emitiendo! -exclamó Packard, encantado, como si aquel sonidito fuera un truco que hubiera enseñado él a todos los teléfonos móviles-. A partir de los registros de la operadora, podrías saber dónde se tomó la última lectura, con un margen de error de unos centenares de metros.

Miró a su alrededor, consciente de que casi todos habían entrado ya en la sala de reuniones.

– Probablemente estaría en contacto con dos o tres estaciones base y emitiría en un sector determinado, ocupando más o menos un tercio del campo de cada una.

Volvió a mirar a su alrededor.

– En resumidas cuentas, hay una cosa que se llama «avance temporal». Sin entrar en tecnicismos, la señal viaja desde la estación base y vuelve, a la velocidad de la luz (trescientos mil kilómetros por segundo). Ese «avance temporal», dependiendo de la red de la que hablemos, te permite calcular la distancia desde cada estación base al teléfono. ¿Me sigues?

Glenn asintió.

– Así puedes obtener una demora aproximada, pero, sobre todo, la distancia a cada estación, y con ambas cosas deberías poder triangular una posición con un margen de error de unos cientos de metros. Pero tienes que recordar que eso te dará únicamente el lugar donde tuvo lugar la última sincronización. El barco podría haber seguido avanzando veinte minutos más.

– ¿Así por lo menos conseguiría su última posición conocida y su trayectoria aproximada?

– ¡Exacto!

– ¡Eres un genio, Ray! -dijo Glenn, tomando notas en su cuaderno-. ¡Un puto genio!

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