Poco después de medianoche sonó el timbre. Lynn bajó corriendo las escaleras y abrió la puerta. El doctor Hunter estaba en el umbral, vestido con traje, camisa, corbata y abrigo, y con su maletín negro en la mano. Parecía cansado.
Por un instante, aunque era lo de menos, ella se preguntó por el traje: ¿se lo había puesto sólo para aquella visita, o llevaba de guardia toda la noche?
– Ross, gracias a Dios que estás aquí. Gracias. Gracias por venir.
Tuvo que hacer un esfuerzo para no darle un abrazo de agradecimiento.
– Siento haber tardado un poco. Estaba con otra emergencia cuando me has llamado.
– No, no -insistió ella-. Gracias por venir. Te lo agradezco de verdad.
– ¿Cómo está?
– Fatal. Gritando y llorando por el dolor de estómago.
Él subió las escaleras a toda prisa y ella le siguió hasta la habitación de Caitlin. Luke estaba allí, sin saber qué hacer, cogiéndole la mano a Caitlin. A la tenue luz de la lámpara de la mesita se le veía el sudor que le caía por el rostro. Tenía el cuello y los brazos cubiertos de marcas de tanto rascarse.
– Hola, Caitlin -dijo el médico-. ¿Cómo te encuentras?
– Bueno, la verdad es que… -dijo ella, casi sin aliento- no es mi mejor día.
– ¿Tienes dolor agudo?
– Me duele muchísimo. Por favor… Por favor, haga que deje de picarme.
– ¿Dónde te duele exactamente, Caitlin?
– Quiero irme a casa -respondió ella, jadeando.
– ¿A casa? -respondió Ross Hunter, frunciendo el ceño-. Ya estás en casa -añadió con voz suave.
– Usted no lo entiende -replicó ella, sacudiendo la cabeza.
– No pasa nada -intervino Lynn-. Habla de donde vivíamos antes. El Winter Cottage; estaba en el campo, cerca de Henfield.
– ¿Por qué quieres ir allí, Caitlin? -preguntó él.
Ella se lo quedó mirando, abrió la boca como para responder y, por un momento, parecía que tenía dificultades para respirar.
– Creo que me estoy muriendo -jadeó. Luego cerró los ojos y emitió un largo gemido lastimero.
Ross Hunter le agarró la muñeca para tomarle el pulso. Luego le miró fijamente a los ojos.
– ¿Puedes describirme el dolor de la barriga?
– Horroroso -jadeó, con los ojos aún cerrados-. Me quema. Me quema.
De pronto se revolvió, agitándose a derecha e izquierda, como un animal enloquecido.
Lynn encendió la lámpara del techo. El rostro del Caitlin, y ahora también sus ojos, que se abrieron de golpe, eran del color de la nicotina.
Lynn también sentía que algo le quemaba por dentro. Sentía retortijones en las tripas, como si se las estuvieran retorciendo con un torniquete.
– No pasa nada, cariño. Ya está, tesoro, ya está.
– ¿Puedes indicarme dónde te duele exactamente?
Ella se abrió el camisón y señaló. Ross Hunter colocó la mano en aquel punto unos momentos y la miró fijamente a los ojos. Luego le dijo a Caitlin que volvería dentro de un momento y, cogiendo a Lynn del brazo, se la llevó fuera de la habitación y cerró la puerta.
Luke estaba de pie, lívido, en el rellano.
– ¿Se pondrá bien? -preguntó.
Lynn asintió, intentando tranquilizarlo, pero necesitaba hablar un momento en privado con el médico.
– ¿Me irías a buscar un vaso de agua, Luke?
– No… Sí, claro. Claro, Lynn -respondió, y desapareció escaleras abajo.
– Lynn -dijo Ross Hunter-, tenemos que llevarla al hospital inmediatamente. Me preocupa muchísimo su estado.
– Por favor, Ross, ¿no podemos esperar hasta mañana? ¿Mañana por la tarde? Hay momentos en que parece estar muy fuerte, y luego recae. Estará bien durante un tiempo.
Él le puso las manos, aquellas manos de cuidada manicura, sobre los hombros, y se la quedó mirando fijamente.
– Sí, puede que mejore de vez en cuando, durante un rato, cada vez que reúne fuerzas, pero no te engañes: cada vez que pasa eso está usando sus últimas reservas. Lynn, tienes que entender que sin tratamiento médico de emergencia, quizá no sobreviva hasta mañana por la tarde. Está sufriendo un fallo hepático casi total. Su cuerpo se está intoxicando con sus propias toxinas.
Las lágrimas empezaron a surcar el rostro de Lynn. Estaba mareada, y sentía que las firmes manos del médico la mantenían derecha, evitando que perdiera el equilibrio. «Tengo que ser fuerte -se dijo-. He llegado hasta aquí. Ahora tengo que ser fuerte.» La alemana iba a venir a buscarlas a mediodía. Sólo eran unas horas. «Tenemos que aguantar hasta entonces.»
Miró a su vez al médico, decidida.
– Ross, no puedo. Esta noche no.
– ¿Por qué demonios no puedes? ¿Estás loca?
– No puedo dejar que vaya al hospital a morir. Eso es lo que va a suceder. Lo único que va a hacer allí es morir.
– No morirá si recibe tratamiento inmediato.
– Pero sin un nuevo hígado morirá, Ross, y no tengo ninguna confianza en que vayan a encontrarle uno.
– Es su única posibilidad, Lynn.
– Esta noche no puedo, Ross. ¿Quizá mañana por la tarde?
– No entiendo tu renuencia.
Luke subía las escaleras con el agua. Ella tomó el vaso y le dio las gracias. El chico se quedó allí, escuchando. Lynn no podía decirle que se fuera.
– Quiero que le des algo, Ross.
– Yo no soy hepatólogo, Lynn.
– ¡Tú eres médico, joder! -le soltó. Luego sacudió la cabeza, arrepentida-. Lo siento, Ross. Pero debe de haber algo que le puedas dar. No lo sé, algo para reforzarle el hígado, algo para combatir ese maldito dolor, algo para animarla, una dosis de vitaminas o algo así.
Él sacó el teléfono móvil del bolsillo.
– Lynn, voy a llamar una ambulancia.
– ¡¡¡No!!!
Aquel arranque de genio le dejó sin habla. Por unos momentos, los dos se quedaron mirándose a los ojos, como en una especie de duelo. Entonces él la observó, escéptico.
– Aquí pasa algo, ¿no, Lynn? ¿Hay algo que no me has contado? ¿Estás pensando en llevártela al extranjero? ¿Para que le hagan un trasplante en China?
Ella se le quedó mirando sin responder, preguntándose si podía atreverse a confiar en él; cruzó su mirada con la de Luke, instándole con el gesto a que no abriera la boca.
– No -dijo ella.
– No sobreviviría al viaje, Lynn.
– No… No voy a llevármela al extranjero.
– Entonces, ¿por qué quieres retrasar su ingreso en el hospital?
– Tú no me preguntes, Ross. ¿Vale?
– Creo que deberías decirme lo que pasa -dijo él, frunciendo el ceño-. ¿Estás en tratos con algún médico alternativo? ¿Un curandero?
– Sí -dijo ella, de pronto sin aliento por los nervios-. Sí. Tengo… Tengo a alguien…
– ¿Y no podrían visitarla en el hospital?
Lynn sacudió la cabeza con fuerza.
– ¿Entiendes hasta qué punto estás poniendo en peligro la vida de Caitlin al hacer esto?
– ¿Y qué demonios ha hecho tu jodido sistema por ella hasta ahora? -espetó Luke de pronto, hecho una furia-. ¿Qué coño ha hecho el sistema de la Seguridad Social por ella? ¿Meterla y sacarla del hospital durante años, ponerla en una lista de trasplantes y hacer que tenga esperanzas, encontrarle un hígado y luego decidir que más valía la pena dárselo a un capullo alcohólico para que pueda pasarse un par de años más metiéndose lingotazos? ¿Qué quieres hacer con ella? ¿Mandarla de nuevo a ese agujero de mierda para que más gente pueda prometerle un jodido hígado que nunca va a conseguir?
Se giró, frotándose los ojos con el dorso de los puños. En el silencio que siguió, Lynn y el médico se quedaron mirándose el uno al otro, compungidos.
Tras limpiarse la nariz, Lynn dijo:
– Tiene razón.
– Lynn -dijo Ross Hunter, con voz grave-, le daré una fuerte dosis de antibióticos y te dejaré unos comprimidos para darle cada cuatro horas. Ayudarán a combatir la infección que está causándole el dolor. Si le doy un enema, eso también la ayudará, al reducir la acumulación de proteínas en el intestino. En realidad debería estar con gotero: tienes que hacer que tome mucho líquido.
– ¿De qué tipo?
– Glucosa. Necesita mucha. Y tienes que hacer que coma, toda la comida que consigas que trague.
– Eso funcionará, ¿verdad, Ross?
Él la miró, muy serio.
– Si haces todas esas cosas, espero que aguante un tiempo. Pero lo que estás haciendo es peligroso, y sólo estás ganando un poco de tiempo. ¿Lo entiendes?
Ella asintió.
– Volveré mañana por la tarde. A menos que haya mejorado notablemente, que no creo, me la llevaré directamente al hospital. ¿De acuerdo?
Ella le rodeó con sus brazos y lo abrazó.
– Gracias -suspiró, entre lágrimas-. Gracias.