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Con el buen tiempo y la enorme extensión de agua del canal de la Mancha a su alrededor, las condiciones para la inmersión -a pesar de que la temperatura del agua se aproximara al punto de congelación- eran todo lo buenas que se podía pedir. Comparado con un lago infestado de algas o un canal mugriento con carritos de la compra, alambre de espino y trozos de metal cortante atrapados, aquello era, como solían decir los de la Unidad de Rescate Especializado, una «inmersión Gucci». Pero en los dos monitores que transmitían imágenes de las cámaras de vídeo de los submarinistas no había más que una nube gris.

Jon Lelliott -más conocido como JIPE-, con la ayuda de Chris Dicks, Clyde, habían identificado ya el barco como el Scoob-Eee. Y habían encontrado en la cabina de proa un cuerpo que estaban sacando a la superficie.

El resto de los miembros del equipo, acompañados por Glenn Branson, que se sentía algo mareado -aunque mucho mejor que en su última salida al mar-, observaban desde la borda la masa de burbujas que afloraba en la superficie alrededor de los tubos amarillos, azules y rojos del aire y de voz, y las cuatro cuerdas con las que se había sumergido la bolsa de flotación. Unos momentos después apareció la cabeza de JIPE, con las gafas puestas, acompañada unos segundos más tarde por un cuerpo que salía al exterior entre un torrente de burbujas.

– ¡Mierda! -exclamó Gonzo.

Branson apartó la mirada, haciendo un esfuerzo para no devolver el desayuno.

JIPE empujó el cuerpo, que, sujeto a las bolsas de flotación, flotaba sobre el agua, y lo acercó al costado del yate.

Entonces varios componentes del equipo, con la torpe colaboración de Glenn Branson, tiraron de las cuerdas e izaron el pesado cuerpo, empapado de agua, por la borda de la embarcación, hasta superar la baranda.

El ingeniero que había diseñado aquella embarcación probablemente tenía en la mente que la cubierta posterior la ocuparían ricos playboys y bellas fulanas en topless. Probablemente nunca imaginaría la imagen con la que ahora se encontraba el equipo de la URE y el desventurado sargento.

– Pobre tío -dijo Arf.

– ¿Seguro que es Jim Towers? -le preguntó Tania Whitlock.

Aunque estuviera al mando de la Unidad de Rescate Especializada, la sargento llevaba con el equipo menos de un año y no conocía tan bien todas las caras del puerto como su equipo.

Él asintió con gravedad.

– Sin duda -confirmó Gonzo-. Yo he trabajado con él unos cinco años. Ése es Jim.

El cuerpo del hombre estaba atado, hasta el cuello, con cinta adhesiva americana gris, de la que asomaba sólo la cabeza, en la que únicamente tenía un trozo de cinta, sobre la boca. Arf se agachó, tiró de ella y la arrojó por la borda.

– Hijos de puta -dijo-. Los odio.

A Glenn le resultaba evidente por qué.

La parte inferior del rostro del muerto, con una espesa barba, estaba intacta, aparte de los trozos que le habían arrancado de los labios. Pero la mayor parte de la piel de los pómulos y de la frente y los músculos y los tendones del interior habían desaparecido, dejando a la vista fragmentos de hueso del cráneo. Tenía la cuenca de un ojo vacía. En la otra estaban los restos del globo ocular, reducido al tamaño de una pasa.

– No creo que pida cóctel de cangrejo con aguacate durante un tiempo -bromeó Glenn, intentando hacer de tripas corazón.

– ¿A alguien le apetece un funeral en alta mar? -preguntó Juice.

Nadie levantó la mano.

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