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A veces, pensó Roy Grace, era fácil confiarse demasiado y olvidarse de las cosas más elementales. De vez en cuando valía la pena volver a los principios.

Sentado en su oficina a las siete menos cuarto de la mañana, con la segunda taza de café a medio beber, sacó de sus estantes el Manual de investigación de asesinatos, un tomo enorme pero definitivo compilado por el Centro para la Excelencia Policial para la Asociación de Oficiales de Policía.

Era una obra actualizada periódicamente que contenía todos los procedimientos para cualquier aspecto de una investigación por asesinato, incluido un estructurado «Modelo de investigación de asesinato» en el que centró su atención Roy. El «Índice de rastreo rápido», que estaba repasando de nuevo para refrescar la memoria, contenía diez puntos arraigados en el cerebro de todo investigador de homicidios, y que fácilmente podían pasarse por alto, precisamente por ser tan familiares.

El primero de la lista era «Identificar sospechosos». Bien; podía marcar aquella casilla. Estaban en ello.

El segundo era «Recursos externos». Aquélla también la podía marcar. Tenían al hombre de Norman Potting en Rumanía, su propio contacto, el Kriminalhauptkommissar Marcel Kullen de Múnich, a la sargento Moy y al agente Nicholl investigando los burdeles, a Guy Batchelor rebuscando entre los cirujanos inhabilitados y a la analista del HOLMES analizando delitos relevantes.

El tercer concepto de la lista era «Pruebas forenses en la escena del crimen». El fondo del canal no daba mucho a lo que agarrarse. Su mejor apuesta era la lona de plástico, así como la nueva tecnología de detección de huellas aplicada al fuera borda y la tentativa de Glenn con las colillas que había enviado a los laboratorios de ADN.

Pasó a «Comprobación de la escena del crimen». Tenían la posición donde habían tirado los cuerpos, pero aún no contaban con una escena del crimen. El quinto era «Búsqueda de testigos». ¿Quién podía haber visto a estos tres adolescentes? ¿El personal del hospital o la clínica donde los hubieran operado? ¿Los pasajeros o el personal del aeropuerto, o puerto, o estación por la que hubieran entrado al Reino Unido? Probablemente habrían sido grabados por las cámaras de circuito cerrado del punto de entrada, pero no tenía ni idea de cuánto tiempo llevarían en el Reino Unido. Podían ser días, semanas o meses. En aquel punto era impensable empezar a repasar tal cantidad de filmaciones. Otra idea que anotó, bajo este concepto, fue: «¿Otros rumanos que trabajen aquí y que pudieran conocerlos?». Los retratos robot habían circulado mucho y habían aparecido en los periódicos, pero no se había presentado ningún testigo.

El sexto era «Investigaciones sobre las víctimas». La mejor fuente para aquello era el hombre del sargento Potting en Rumania. Y quizá la Interpol, pero no. confiaba mucho en ellos.

«Motivos posibles», el séptimo punto de la lista, era algo en lo que no pensaba ponerse a elucubrar demasiado. Solía decir a sus hombres que «las suposiciones son la madre de todos los líos». La noche anterior ya le había estado dando vueltas a aquello: ¿no estarían metiéndose en un callejón sin salida al suponer que lo que se escondía detrás de estos asesinatos era el tráfico de órganos humanos? ¿Habría algún psicópata ahí fuera que disfrutara vaciando a la gente?

Sí, podía ser, pero no tanto si aplicaba Tos principios de la Navaja de Ockham. La demanda de órganos humanos en el mundo era alta. Eso era un hecho. A las tres víctimas las habían intervenido cirujanos con experiencia. Otro hecho. Y a favor de aquella teoría tenían el hecho de que un eminente cirujano británico, el doctor Raymond Crockett, hubiera sido inhabilitado tiempo atrás por comprar cuatro riñones para sus pacientes en Turquía. En contra, el hecho de que no hubiera constancia de ningún otro caso de tráfico de órganos humanos en Inglaterra.

Pero siempre había una primera vez.

Y se le ocurrió que el doctor Crockett había sido atrapado. ¿Sería un ejemplar único en su especie, o simplemente es que había tenido la mala suerte de que lo pillaran? ¿Habría decenas de especialistas como él en el Reino Unido, usando órganos ilegales, aún en libertad? ¿Habría vuelto a las andadas Crockett? Tendrían que interrogarlo y eliminar aquella posibilidad.

El siguiente punto era «Medios de comunicación». Estaban usando los medios lo mejor que podían, pero el recurso más importante, el programa de televisión Crimewatch, tardaría, aún, casi una semana en emitirse, y no tenían garantías de hacerse un hueco en él.

Luego estaba «Exámenes post mortem». De momento, tenía toda la información que necesitaba de los forenses. Si encontraban el instrumental quirúrgico, puede que tuvieran que hacer nuevos exámenes. De momento, los cuerpos seguían en el depósito.

Bostezó, sacudiéndose el cansancio, y dio otro largo sorbo a su café. Aquella mañana, al despertarse, a las cinco y media, había sentido un zumbido en el cerebro. Debería de haber salido a correr; siempre le ayudaba a despejarse, pero se sentía culpable por no haber acabado el trabajo la noche anterior, así que había decidido ir a trabajar antes de lo habitual.

El último punto de la lista era «Otras acciones críticas significativas». Se quedó pensando unos momentos y luego repasó la lista que había anotado en su cuaderno de actuaciones. Luego, en el cuaderno, añadió: «¿Fuera borda? Desaparición Scoob-Eee».

Se recostó en la silla y la echó atrás hasta que topó con la pared. Del otro lado de la ventana empezaba a amanecer. La tormenta había remitido durante la noche y el día se había despertado seco. Pero la previsión meteorológica era mala. Unos jirones rojos y rosados atravesaban el cielo, aún gris oscuro. ¿Cómo decía aquel viejo proverbio? Aurora rubia, viento o lluvia.

Se quedó mirando el interior de su taza de café, en silencio, como si la respuesta pudiera encontrarse allí, en aquel líquido negro y humeante.

De pronto se le ocurrió.

A Sandy le gustaban los concursos de cultura general del pub. Recordaba uno en el que habían participado, once o doce años atrás, y una de las preguntas había sido cuál era la superficie del canal de la Mancha en kilómetros cuadrados. Sandy había ganado, tras dar la respuesta correcta: 75.000.

Chasqueó los dedos.

– ¡Sí!

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