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– ¡Bueno, bueno, mira quién ha venido! ¡Y esta vez has llegado antes incluso que las moscas! -exclamó Roy Grace mientras, seguido por la inspectora Mantle, rebasaba el puesto de guardia al final de la pasarela y saludaba, a su pesar, al reportero del Argus, periódico local de Brighton.

Daba la impresión de que, fuera la hora que fuera, del día o de la noche, Kevin Spinella siempre llegaba antes que ningún otro periodista, especialmente cuando había el mínimo rastro de muerte no natural.

O quizás era el propio rastro de la muerte. A lo mejor la nariz del joven periodista detectaba el olor de la muerte desde seis kilómetros de distancia, como las moscas.

O eso, o había encontrado algún modo de piratear el último sistema de codificación de las emisiones de radio de la Policía. Grace siempre había sospechado que tenía un contacto dentro y estaba decidido a descubrirlo algún día, pero en aquel momento estaba concentrado en algo completamente diferente. Quería llegar a la fiesta del superintendente en jefe Jim Wilkinson lo antes posible y enterarse de qué era lo que quería decir Cleo exactamente cuando le había dicho tan fríamente: «Quiero decírtelo cara a cara, no por teléfono».

¿Qué es lo que querría decirle aquella mujer a la que tanto quería? ¿Y por qué parecía tan distante? ¿Acaso le iba a dar la patada? ¿Decirle que había encontrado a otro? ¿O que iba a volver con su ex novio, aquel abogado capullo que había reencontrado la religión?

Vale, el tipo había ido a Eton, y Grace sabía que nunca podría competir con aquello. Cleo venía de un entorno diferente al suyo, de una clase completamente diferente. La familia de ella era rica, había ido a un internado y era una mujer de una inteligencia excepcional.

En comparación, él no era más que un poli tontorrón de clase media, hijo de otro poli de clase media. Y no tenía otras aspiraciones; aquello era todo lo que quería ser y lo que sería. Le encantaba su trabajo y sus colegas. No tendría problemas en admitir que, de poder congelar el tiempo, le gustaría seguir en su trabajo para siempre.

¿Se había dado cuenta Cleo?

A pesar de todos sus intentos por seguir sus estudios de Filosofía en la universidad a distancia, se estaba quedando rezagado. ¿Habría decidido Cleo que sencillamente no era lo suficientemente brillante para ella?

– Encantado de verlos, superintendente Grace, inspectora Mantle.

El periodista mostró una sonrisa radiante y fue a su encuentro. Por un momento sus rostros estuvieron tan cerca que Grace notó el olor de menta del chicle de Spinella.

– ¿Qué trae a dos agentes de tanta categoría al puerto en una noche fría como ésta?

El periodista tenía un rostro fino, unos ojos vivos y un corte de pelo moderno. Llevaba una gabardina beis típica de detective privado, con las solapas subidas, y un traje fino de verano debajo, además de una corbata con el nudo perfecto. Sus mocasines negros con borlas tenían un aspecto barato y chabacano.

– No parece que venga vestido para pescar -observó Lizzie Mantle.

– Para pescar datos -respondió él, que levantó las cejas socarronamente-. ¿O quizá para «dragarlos»?

A sus espaldas, el furgón del depósito emprendía la marcha. Spinella se giró a mirarlo un segundo; luego volvió a fijar la vista en los dos policías.

– ¿Podrían decirme algo al respecto?

– No en este momento -respondió Grace-. Puede que mañana dé una rueda de prensa, después de la autopsia.

Spinella sacó su cuaderno y lo abrió.

– Entonces podría ser otro cadáver encontrado en el mar. ¿Puedo citarle como fuente, superintendente?

– Lo siento, no tengo nada que decir.

– ¿Un funeral en el mar, quizá?

Grace pasó a su lado y se dirigió hacia su coche. Spinella le siguió, manteniéndose a su altura.

– Es algo raro que llevara unos bloques de cemento como lastre, ¿no?

– Tiene mi número de móvil. Llámeme mañana a mediodía -respondió Grace-. Puede que para entonces sepa algo.

– ¿Como la naturaleza de esa incisión en el cuerpo?

Grace se detuvo de golpe. Luego, haciendo un esfuerzo por controlarse, mantuvo el silencio. «¿De dónde habrá sacado eso?», pensó. Tenía que ser alguno de los miembros de la tripulación. Spinella era un maestro en extraerle información a un extraño.

Spinella esbozó una mueca, consciente de que había pillado al policía a contrapié.

– ¿Algún tipo de asesinato ritual, quizá? ¿Un rito de magia negra?

Grace pensó a toda prisa: no quería que en la edición de la mañana apareciera un titular sensacionalista que asustara a la gente. Pero lo cierto era que Spinella podía tener razón. Aquella incisión era muy extraña. Tal como decía Graham Lewis, se parecía mucho a la incisión que se realiza en una autopsia. ¿Sería cosa de un ritual?

– Vale, éste es el trato. Si se limita a escribir sólo los hechos básicos, que la draga ha sacado un cuerpo no identificado, mañana le daré todos los datos sobre el caso, en cuanto el forense haya sacado el agua clara. ¿De acuerdo?

– ¡El agua clara! -exclamó Spinella, asintiendo con la cabeza-. Muy propio, teniendo en cuenta dónde nos encontramos. ¡Me gusta! ¡Muy buena, superintendente! ¡Muy, muy buena!

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