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Era un buen lugar para un control de velocidad. Los conductores que se dirigían a Brighton a trabajar cada día por aquel tramo de Lewes Road sabían que, aunque la velocidad estaba limitada a 75 kilómetros por hora, podían acelerar tranquilamente después del semáforo, y que no tendrían que volver a frenar por aquel tramo de dos carriles hasta llegar a la cámara, casi dos kilómetros más allá.

Los cuadros azules, amarillos y plateados del BMW de la Policía, aparcado en una calle transversal y parcialmente escondido tras una marquesina, se convertían en una desagradable sorpresa matutina para la mayoría de los infractores.

El agente Tony Omotoso estaba de pie en el lado más alejado del coche, apoyado en el techo y sosteniendo la pistola láser para dirigir el punto rojo a la matrícula delantera de los automóviles, donde se obtenía la mejor lectura de los coches que rebasaran el límite de velocidad. Apretó el gatillo sobre la matrícula de un sedán Toyota. La lectura digital dio 69 kilómetros por hora. El conductor los había visto y ya había pisado el freno. Ateniéndose a las normas, hay una tolerancia del 10 por ciento más dos por encima del límite. El Toyota pasó de largo, con la luz de freno aún encendida. A continuación apuntó a la matrícula de una camioneta Transit blanca: 67 kilómetros por hora. Luego pasó volando una moto Harley Softail, muy por encima del límite, pero no consiguió tomar la lectura a tiempo.

A su izquierda, dispuesto a salir corriendo en el momento en que Tony se lo dijera, estaba su compañero de la Policía de Tráfico, el agente Ian Upperton, alto y delgado, con su gorra y su chaqueta reflectante. Ambos se estaban congelando.

Upperton se quedó mirando la Harley. Le gustaban: le gustaban todas las motos, y su sueño era convertirse en agente motorizado. Pero las Harley eran motos de paseo. Su verdadera pasión eran las motos de carretera de alta velocidad, como las BMW, las Suzuki Hayabusa o las Honda Fireblade. Motos con las que había que inclinarse en las curvas para tomarlas, no sólo girar el manillar como un volante.

Ahora pasaba una Ducati roja, pero el conductor les había visto y redujo el ritmo hasta casi pararse. No obstante, estaba claro que no era el caso del destartalado Ford Fiesta verde que llegaba detrás, por el carril exterior.

– ¡El Ford Fiesta! -gritó Omotoso-. ¡Ochenta y cuatro!

El agente Upperton salió al paso del coche y le hizo señas. Pero voluntariamente o no, el coche pasó como un rayo.

– Muy bien, vamos -dijo, y deletreó la matrícula-; Whisky, Cuatro, Tres, Dos, Charlie, Papa, Noviembre. -Y se puso al volante.

– ¡Capullos!

– ¡Gilipollas!

– ¿Por qué no os ponéis a perseguir delincuentes de verdad?

– Sí, en vez de ir detrás de los conductores.

Tony Omotoso giró la cabeza y vio a dos jóvenes que pasaban con los hombros caídos.

«Porque cada año mueren 3.500 personas en las carreteras de Inglaterra, frente a las 500 que son asesinadas, por eso -habría querido decirles-. Porque Ian y yo despegamos cadáveres y fragmentos de cuerpos de las carreteras cada puto día de la semana, por culpa de imbéciles como ese del Ford Fiesta.»

Pero no tenía tiempo. Su colega ya había encendido las luces azules del techo y la sirena ya estaba sonando. Tiró la pistola láser al asiento de atrás, se puso delante, dio un portazo y empezó a abrocharse el cinturón, mientras Upperton pisaba el acelerador y se colaba en un hueco entre el tráfico.

Y ahora la adrenalina estaba haciendo su aparición, mientras sentía la presión de la aceleración en la boca del estómago y la columna apretada contra el respaldo del asiento. Desde luego, ése era uno de los momentos álgidos de su trabajo.

El sistema automático de rastreo de matrículas montado en el salpicadero pitaba, mostrando el historial del Ford Fiesta. El Whisky-Cuatro-Tres-Dos-Charlie-Papa-Noviembre no tenía pagados sus impuestos, no tenía seguro y estaba registrado a nombre de un conductor con antecedentes.

Upperton se echó al arcén y enseguida acortó distancias con el Fiesta.

Entonces llegó una llamada de radio:

– ¿Hotel Tango Cuatro Dos?

– Hotel Tango Cuatro Dos -respondió Omotoso-. ¿Sí?

– Tenemos un accidente de tráfico grave. Moto y coche en el cruce de Coldean Lane y Ditchling Road -dijo el operador-. ¿Pueden ocuparse?

«Mierda», pensó. No quería que se le escapara el Ford Fiesta.

– Sí, sí, vamos para allá. Ponga un aviso para las patrullas de Brighton. Ford Fiesta, matrícula: Whisky, Cuatro, Tres, Dos, Charlie, Papa, Noviembre; color verde, viajando hacia el sur por Lewes Road a gran velocidad, acercándose a la rotonda. Posible conductor reincidente.

No tuvo que decirle a su colega que diera media vuelta.

Upperton ya estaba frenando a fondo, con el intermitente a la derecha encendido, y buscaba un hueco entre el tráfico que venía en sentido contrario.

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