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Diez días más tarde, la amable policía y la traductora acompañaron a Simona por la pista del aeropuerto de Heathrow, hacia el avión de British Airways.

Simona tenía a Gogu apretado contra el pecho. La agente había buscado por todas las papeleras de Wiston Grange para recuperarlo.

– Bueno, Simona, ¿estás contenta de volver a casa a tiempo para la Navidad? -le preguntó la policía, risueña.

La traductora repitió la pregunta en rumano.

Simona se encogió de hombros. No sabía mucho sobre la Navidad, sólo que era cuando había mucha gente por las calles con dinero en los bolsos y las carteras, lo que la convertía en una buena época para robar. Se sentía perdida y confundida. La llevaban de un lugar a otro, de una sala a otra. No sabía dónde estaba y no quería seguir allí. Lo único que deseaba era volver a ver a Romeo.

Bajó la mirada, sin saber qué responder; aún le dolía al hablar. Era por el tubo de respirar, le habían dicho, y muy pronto se le pasaría.

No entendía por qué le habían puesto un tubo para respirar ni por qué la enviaban de vuelta a casa. La traductora le dijo que unas personas malas habían planeado matarla y quitarle las tripas. Pero ella no sabía si creerla. Quizá no fuera más que una excusa para devolverla a Rumania.

– ¡Estarás bien! -le dijo la policía, que le dio un último abrazo a los pies de la escalerilla-. Ian Tilling se ha encargado de enviar a alguien a buscarte al aeropuerto de Bucarest para que te lleven a su albergue; tiene un lugar para ti. La traductora repitió aquellas explicaciones.

– ¿Estará Romeo? -preguntó Simona.

– Romeo te está esperando.

Simona subió los escalones sin demasiado entusiasmo; no sabía si creerlos.

Dos azafatas la saludaron alegremente en la cabina, comprobaron su tarjeta de embarque y la acompañaron a su asiento; luego la ayudaron a abrocharse el cinturón.

La mayor parte del viaje se la pasó mirando, apesadumbrada y en silencio, el respaldo del asiento que tenía delante, sin soltar el pasaporte que le habían dicho que tenía que presentar al llegar, y no tocó la bandeja de la comida. No hacía más que pensar en Romeo constantemente. A lo mejor «sí» que estaba allí al llegar. A lo mejor, cuando lo viera, las cosas volverían a estar bien.

A lo mejor podrían encontrar un nuevo sueño.

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