Justo en el momento en que Roy Grace atravesaba la puerta de la SR-1, la matrícula Romeo Sierra Cero Ocho Alfa Mike Lima era detectada por una cámara de RAM. La información le llegó inmediatamente por radio. Se detuvo frente a la sala, abarrotada de agentes, y tomó nota de la información. El Aston Martin de sir Roger Sirius se dirigía al norte desde la rotonda Washington, en la A24.
Al instante llamó a la Unidad de Operaciones Aéreas y solicitó el despegue del H900, el helicóptero de la Policía. Calculaban que tardarían nueve minutos en sobrevolar la rotonda, que estaba seis kilómetros al norte de Worthing, y a quince kilómetros del helipuerto, en el aeropuerto de Shoreham.
Hizo un cálculo rápido. La velocidad máxima del H900, según el viento de morro o de cola que tuviera, era de 210 km/h. El tráfico en aquel punto de la A24 solía ser fluido, al tener doble carril, pero era poco probable que Sirius quisiera correr el riesgo de que le detuvieran por exceso de velocidad. Suponiendo que viajara a 130 km/h y que siguiera por esa carretera, el helicóptero debería tenerlo a la vista en unos quince minutos.
Eso dando por hecho que no tomara algún desvío.
Aunque el cielo estaba encapotado, las nubes estaban altas, lo que daba mucha visibilidad al chopper. Grace hizo un gesto con la mano a un par de miembros de su equipo que intentaban llamar su atención y se acercó al mapa que habían colgado en la pizarra blanca. Mostraba Sussex y parte de los condados vecinos, con la posición de las casas de Lynn Beckett y sir Roger Sirius marcadas con sendos círculos rojos. Con círculos violetas habían señalado todas las clínicas y los hospitales privados de la zona. Eran muchos, entre clínicas deportivas, centros de diagnóstico y clínicas dermatológicas, y Grace sabía que la mayoría podían ser descartadas por no tener suficiente envergadura como para albergar las instalaciones que buscaban.
Enseguida localizó la A24 y la rotonda, y luego siguió la carretera con el dedo hacia el norte. El coche podía estar yendo a muchos sitios diferentes. Una posibilidad era el área metropolitana de Horsham o Guildford, pero Grace tenía la sensación de que una clínica privada con las instalaciones necesarias para trasplantes y con todo el personal necesario resultaría más fácil de ocultar en algún lugar del campo.
Echó un vistazo a su reloj, esperando con impaciencia que el coche fuera detectado por alguna otra cámara RAM, o a recibir noticias del helicóptero, y lamentando su decisión de dejar al equipo de vigilancia frente a la puerta de la casa de Sirius, en lugar de decirles que siguieran al coche.
No sabía de cuánto tiempo disponían, pero por la llamada que habían interceptado, irían a recoger a Lynn Beckett y a su hija en breve. Suponía que tendrían como mucho unas horas.
No habían interceptado ninguna llamada más, y aquello le pareció una mala señal. Significaba que no había perdido el control con su visita y que seguía adelante. Por supuesto, era posible que tuviera otro teléfono, uno de prepago que no hubiera registrado, pero si fuera así, sin duda lo habría usado antes, en lugar de la línea fija, ¿no? O el teléfono de su hija, suponiendo que tuviera uno.
Cualquiera que fuera el lugar al que iban a ir ella o Sirius -y estaba seguro de que sería el mismo sitio-, él atacaría con todas sus fuerzas. Durante la noche había ido reuniendo efectivos y tenía a todos los vehículos y agentes a la espera. Afortunadamente, de momento la mañana había sido tranquila en Sussex, y contaba con todo el equipo necesario.
– ¡Señor! -le llamó Jacqui Phillips, una de las agentes de documentación.
Él se le acercó. El día anterior le había encargado preparar una lista de todos los fabricantes y distribuidores al por mayor de material quirúrgico, instrumental y fármacos del país. Ella le presentó la lista, pero era tan larga que resultaba inviable. Tardarían semanas en repasarla.
A continuación le requirió Glenn Branson. El sargento había recibido respuestas a la alerta general que habían transmitido a los puertos de entrada, distribuyendo las fotografías de Marlene Hartmann y de Simona. Se habían producido unos cuantos avistamientos potenciales durante la noche y la madrugada, como el de una madre y una hija rumanas que habían sido retenidas por la Policía de Gatwick una hora, y otra pareja con una niña, procedentes de Alemania, que habían sido interrogados a su llegada con el Eurostar.
– Creo que tenemos que presuponer que ya está aquí -dijo Grace.
– ¿Quieres que cancele la alerta?
– Déjala una hora más, por si acaso.
La radio volvió a hacer ruido. Otra cámara había detectado a Sirius. Seguía en la A24, esta vez más allá de Horsham, y seguía hacia el norte. Grace volvió a mirar el reloj. Sirius iba a toda mecha. A ese ritmo, en poco tiempo saldría del condado y entraría en Surrey, lo que significaría que habría que informar de la persecución a la Policía de allí.
Contactó con el helicóptero, les transmitió la información y les preguntó dónde estaban.
El oteador respondió que estaban llegando a Horsham. A los pocos segundos de cortar la comunicación, la radio de Grace volvió a crepitar y oyó la voz agitada del oteador.
– ¡Tenemos contacto visual con Romeo Sierra Cero Ocho Alfa Mike Lima! En una zona de tráfico lento. Se está acercando a unas obras. Sigue hacia el norte por la A24.
Grace volvió al mapa y trazó un amplio arco de este a oeste por encima de la posición del coche. Había siete círculos violetas bajo el arco, correspondientes a otras tantas clínicas.
Pero tras diez angustiosos minutos más, el helicóptero informó de que el Aston Martin seguía viajando hacia el norte. Malhumorado y con la vista puesta de nuevo en el mapa, Grace pensó que, de seguir así, muy pronto llegaría a la M25, la carretera de circunvalación de Londres.
– ¿Dónde cojones estás yendo? -dijo en voz alta.
De los veintidós miembros del equipo de investigación que estaban en la sala en aquel momento, agazapados frente a sus pantallas, o con teléfonos en el oído, o enfrascados en el análisis de listados, ninguno tenía ni idea.