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Glenn observó, aliviado, que el mar estaba tranquilo, o por lo menos todo lo tranquilo que podía estar el canal de la Mancha. Aun así, la embarcación a motor cabeceaba y se zarandeaba bastante con el suave movimiento de las olas. Pero hasta ahora se encontraba bien. El desayuno que le había recomendado Bella, dos huevos duros y una tostada, aún seguía a buen recaudo en el interior de su aparato digestivo, en vez de convertirse en parte del esquema cromático de la embarcación, y aún no había sufrido el ataque de los mareos que le habían asolado en el último viaje.

Era un día frío pero espléndido, con un cielo azul acero y un mar verde botella. Una gaviota volaba en círculos sobre ellos, en busca de comida, pero sin suerte. Glenn aspiró el intenso olor a sal y barniz, y la ráfaga ocasional que traía el hedor a gasóleo. Observó una medusa del tamaño de una rueda de tractor que dejaron atrás y decidió que se alegraba mucho de no ser uno de los que se iban a sumergir, a pesar de todo el equipo protector que llevaban. Nunca había sentido ningún deseo de lanzarse desde un avión, ni de explorar el fondo del océano. Tiempo atrás había decidido que sin duda él debía de ser un tipo muy terrestre.

El minúsculo bultito rojo en la distancia se fue acercando a medida que se adentraban en el mar, en diagonal con respecto a la costa de Brighton, siguiendo la trayectoria exacta que Ray Packard y él mismo habían establecido. Al acercarse aún más, el bultito adquirió forma y vio que en realidad era un triángulo de boyas de color rosa que cabeceaban en el mar, colocadas allí la tarde anterior por la Unidad de Rescate Especializado.

El agente Steve Hargrave, Gonzo, al timón, redujo la marcha, y la velocidad pasó de dieciocho nudos a menos de cinco. Glenn estaba agarrado a la barandilla que tenía delante, y la repentina pérdida de velocidad le empujó hacia delante. Aquella embarcación, un yate de once metros de eslora, estaba mucho mejor equipada que el Scoob-Eee. La habían alquilado en el último momento al propietario de una discoteca de la ciudad y era todo un lujo, con asientos de cuero y acolchados por todas partes, una cubierta de teca, el puente cubierto y un lujoso salón abajo, aunque ninguno de ellos iba a usarlo más que como almacén para el equipo.

Arf, que llevaba el uniforme de la unidad y una gorra de béisbol negra con la palabra Policía en la parte delantera, una cazadora roja, pantalones negros y botas de cuero negras, sacó el micrófono de la radio de su soporte y habló:

– Hotel Uniform Oscar Oscar. Aquí Suspol Suspol, a bordo de la embarcación a motor Our Current Sea, llamando al guardacostas de Solent.

– Guardacostas de Solent. Guardacostas de Solent. Canal sesenta y siete. Cambio -respondió una voz entrecortada.

– Aquí Suspol -repitió Arf-. Llevamos diez ocupantes. Nuestra posición es trece millas náuticas al sureste del puerto de Shoreham. -Dio las coordenadas. A continuación, anunció-: Estamos sobre nuestra zona de inmersión, a punto de empezar.

De nuevo la voz entrecortada:

– ¿Cuántos submarinistas son, Suspol, y cuántos van a sumergirse?

– Siete a bordo. Dos van al agua.

Gonzo puso los dos reguladores del estrangulador en punto muerto. Tania, de pie a su lado, hizo unos ajustes en los controles a la derecha de la pantalla del escáner Hummingbird.

Glenn miró el indicador a la izquierda de la pantalla: «30 m 09.52 am. 3,2 mph».

– Si miras ahora, Glenn, debemos de estar a punto de llegar -dijo Tania, señalando lo que parecía una carretera asfaltada negra y recta, dividida por una línea blanca que atravesaba la pantalla en vertical por el centro-. ¡Ahí está! -exclamó.

En el carril izquierdo de la zona negra vio claramente una sombra en forma de barco, aún más oscura, de un centímetro de longitud aproximadamente.

– ¿Crees que es eso? ¿El Scoob-Eee?

– Hay sólo un modo de descubrirlo -dijo Arf-. ¿Te vienes con nosotros?

Un objeto flácido y asqueroso pasó flotando a su lado. Glenn no estaba seguro de si sería otra medusa o una bolsa de plástico.

– No, creo que mejor me quedo en la cubierta, ojo avizor por si vienen piratas. Pero gracias de todos modos.

Arf señaló hacia el mar.

– Si cambias de opinión, ahí abajo hay mucho sitio.

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