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Lynn oyó la música atronadora procedente del salón nada más llegar a casa, poco antes de las nueve. Cerró de un portazo forcejeando contra el viento helado y se quitó el chal Cornelia James que se había comprado unas semanas antes en eBay, donde compraba la mayoría de sus accesorios.

Luego, con el abrigo aún puesto, asomó la cabeza por la puerta del salón. Luke estaba tirado en el sofá, bebiéndose una lata de Coca-Cola light, con aquel peinado suyo, más tonto incluso que de costumbre, que le tapaba por completo el ojo derecho. Pero más tontas aún parecían las dos delgadas jovencitas que bailaban en un. videoclip que se veía en la pantalla.

Vestidas únicamente con sujetadores y bragas negras, y con unas cajas plateadas en la cabeza, efectuaban unos estúpidos movimientos mecánicos siguiendo un ritmo marcado y repetitivo. Llevaban varias frases pintadas en letras de un negro intenso en diferentes partes de sus brazos, piernas y torso: «¡Hazlo! ¡Venga! ¡Más duro! ¡Aún mejor!».

– ¿Daft Punk? -preguntó.

– Sí -dijo Luke, asintiendo.

Lynn se hizo con el mando a distancia y bajó el volumen.

– ¿Todo bien?

Él asintió.

– Caitlin duerme.

«¿Con este ruido de mil demonios?», quiso decir. Pero se limitó a darle las gracias por cuidarla y le preguntó:

– ¿Cómo se encuentra?

Luke se encogió de hombros.

– Sin cambios. He ido a verla hace unos minutos.

Sin quitarse siquiera el abrigo, Lynn subió corriendo las escaleras y entró en el dormitorio de su hija. Caitlin estaba en la cama con los ojos cerrados. A la débil luz de la lámpara de la mesilla, tenía un color aún más amarillento. Abrió un ojo y se quedó mirando a su madre.

– ¿Cómo estás, tesoro? -dijo Lynn agachándose y besándola. Le acarició el cabello, que estaba húmedo.

– En realidad tengo bastante sed.

– ¿Quieres un poco de agua? ¿Zumo? ¿Coca-Cola?

– Agua -dijo Caitlin. Tenía una voz débil y entrecortada.

Lynn fue a la cocina y le sirvió un vaso de agua fría de la nevera. Observó, agobiada, que se había formado una capa de hielo en la parte trasera de la nevera -señal inequívoca, por su experiencia anterior, de que el aparato estaba en sus últimos estertores-. Otro gasto importante a la vista que no podía permitirse.

Mientras cerraba la puerta llegó Luke, descalzo, con una chaqueta de punto gris sobre una camiseta rota y unos vaqueros anchos.

– ¿Cómo te ha ido hoy, Lynn? ¿Recolectando dinero?

Asintió.

– Mi madre me ha ofrecido una parte. Y el padre de Caitlin los ahorros de toda su vida. Pero aún tengo que encontrar ciento setenta y cinco mil.

– Me gustaría ayudar -dijo él.

Sorprendida, respondió:

– Bueno, gracias… Eso… es muy amable por tu parte, Luke. Pero es una cantidad imposible.

– Yo tengo algo de dinero. No sé si Caitlin te ha hablado alguna vez de mi padre; no mi padrastro, mi padre de verdad, el mío.

Con el vaso de agua en la mano, y ansiosa por llevárselo a Caitlin, dijo:

– No.

– Murió en un accidente laboral. En la construcción. Se le cayó encima una grúa. Mi madre obtuvo una gran indemnización, y me dio la mayor parte, porque no quería que mi padrastro pudiera meter mano: le gusta el juego. Me gustaría contribuir.

– Es todo un detalle por tu parte, Luke -dijo ella, realmente conmovida-. Cualquier contribución es bienvenida. ¿Cuánto podrías aportar?

– Tengo ciento cincuenta mil libras. Quiero que las uséis todas.

A Lynn se le cayó el vaso al suelo.

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