Mientras Glenn Branson recorría en su coche la carretera que rodeaba el aeropuerto de Shoreham, el fuerte viento zarandeaba el pequeño Hyundai. Dejó atrás un grupo de helicópteros aparcados y luego echó un vistazo a una pequeña avioneta de dos motores que aterrizaba en la pista de hierba. Giró a la derecha, por detrás de los hangares, y se dirigió hacia el almacén reconvertido, situado en el interior de un complejo rodeado de vallas de alambrada, que albergaba la Unidad de Rescate Especializado. El reloj del coche marcaba las 12.31.
Unos minutos más tarde se encontraba en la atestada sala de reuniones, que servía también como cantina y despacho común, con una taza de café al lado. Desdobló sobre la gran mesa la fotocopia de un mapa del Almirantazgo que Ray Packard le había ayudado a preparar.
Había mapas en las paredes, escudos de madera, una pizarra blanca, algunas fotografías enmarcadas del equipo y un diploma de reconocimiento al valor. Por la ventana se veía el aparcamiento y la informe pared de metal gris del hangar situado más allá. En el alféizar había una pecera con un solitario pececillo y un buzo de juguete.
Smurf, Jonah, Arf y JIPE ya estaban sentados. La joven sargento llevaba una chaqueta negra forrada con cremallera, con la palabra Policía bordada y el escudo de la Policía de Sussex encima. Los tres hombres llevaban camisas azules de manga corta con su número en el hombro.
Gonzo, que también llevaba una chaqueta forrada, entró y le dio a Glenn Branson una bolsa de papel rígido.
– Por si la necesitas.
Los otros cuatro pusieron una sonrisa socarrona.
– ¿Para qué? -preguntó Glenn, sorprendido.
– Para vomitar -dijo Gonzo.
– ¡Ahí fuera está bastante movido! -observó Jonah.
– Sí, y este edificio se mueve un poco cuando sopla el viento -dijo JIPE-, así que hemos pensado, ya sabes, al recordar la última vez que estuviste con nosotros…
Tania Whitlock miró a Glenn con una sonrisa comprensiva mientras su equipo se metía con él.
– Sí, muy ocurrente -respondió Glenn.
– He oído que has solicitado el traslado a esta unidad, Glenn -dijo Arf-, después de lo bien que te lo pasaste con nosotros la última vez.
– Lo primero que me viene a la mente es El motín del Bounty -dijo Glenn.
– Bueno, Glenn -intervino Tania Whitlock-, dinos lo que tienes.
El mapa mostraba una sección del litoral, desde Worthing hasta Seaford. Había tres toscos círculos dibujados en tinta roja, con las indicaciones A, B y C, separados por una distancia considerable. Una línea de puntos verde trazaba una ruta desde la esclusa del puerto de Shoreham hacia alta mar, con un dibujo infantil de un barco al final, junto al cual alguien había escrito «Das Boot». También había un gran arco azul.
– Muy bien -dijo Branson-. El capitán del Scoob-Eee, Jim Towers, tenía un teléfono móvil conectado a la red de O2. Estos tres círculos rojos indican las estaciones base de O2 y los repetidores que cubren este tramo del litoral. La operadora nos ha dado un registro, marcado aquí, de señales recibidas en las estaciones base desde el móvil de Towers el viernes por la noche, entre las 20.55, cuando fue visto por un práctico del puerto y por un patrón de barco que pasaba por la esclusa, y las 22.08, cuando se recibió la última señal.
– Glenn, ¿eso son llamadas que hizo Jim Towers? -preguntó la sargento Whitlock.
– No, Tania. Cuando el teléfono está en espera, cada veinte minutos envía una señal a la estación base, de forma parecida que cuando salí con vosotros: os comunicabais por radio con el guardacostas de vez en cuando y le dabais la posición. ¿Entendido? -explicó, muy satisfecho con su analogía-. Es como fichar, llamar a casa. Técnicamente se llama «actualización de la localización».
Todos asintieron.
La señal es detectada por la estación base más próxima, a menos que esté ocupada, y en ese caso se pasa a la próxima. Si hay más de una estación base al alcance, podría ser detectada por dos o incluso tres.
– Genial, Glenn -dijo Arf-. No sabíamos que eras un experto en telefonía, además de un maestro de la navegación.
– ¡Vete a cagar! -replicó, con una gran sonrisa. Luego prosiguió-: Así que esto es lo que ocurrió. Después de que el barco saliera del puerto de Shoreham, la primera actualización fue recibida por esta estación base de Shoreham y esta de Worthington. -Señaló las que estaban marcadas con las letras A y B-. Veinte minutos más tarde, la segunda señal enviada también fue detectada por esas dos. Pero la tercera, aproximadamente una hora después de salir de puerto, también fue detectada por la tercera, justo al este del puerto deportivo de Brighton. -Señaló la C-. Eso nos dice que Towers llevaba rumbo sureste, que hemos marcado, a ojo de buen cubero, con esta línea punteada verde.
– Buena peli, Das Boot -observó Gonzo.
– Ahora es cuando se pone interesante -prosiguió Glenn, sin hacerle caso.
– ¡Estupendo! -exclamó JIPE-. ¡Esperábamos que se pusiera interesante, porque hasta ahora ha sido bastante aburrido!
El sargento esperó pacientemente a que todos dejaran de reírse.
– El avance temporal puede ser de entre cero y sesenta y tres según la conexión con un teléfono -explicó Glenn, haciendo caso omiso al jaleo montado-. Así que si el rango máximo es de unos treinta y dos kilómetros, dividiéndolo por sesenta y tres slots se puede calcular la distancia con un margen de error de unos 550 metros.
– Vale -dijo Gonzo-. Si lo he entendido bien, has dicho que esto muestra la dirección en la que iba el barco. Así pues, ¿ésta es la última posición conocida antes de que se saliera de la zona de cobertura?
Glenn Branson sacudió la cabeza.
– No, yo no creo que se saliera de la zona de cobertura.
Levantó la vista. Todos los demás tenían el ceño fruncido.
– Éste es el punto desde donde se transmitió la última señal, la última «actualización de la localización» -precisó-. Ahora bien, el rango de alcance de las estaciones base estándar en dirección al mar es de unos treinta y dos kilómetros. Pero me han dicho que las compañías de telefonía móvil, siempre que pueden, construyen los repetidores de la costa en posiciones excepcionalmente altas para aumentar su alcance, para poder cobrar lucrativas tarifas de roaming a los barcos extranjeros que pasan por ahí, de modo que la cobertura en este lugar probablemente llegue algo más lejos; podría ser de hasta cincuenta kilómetros.
Gonzo garabateó unas operaciones en un cuaderno.
– Bueno -dijo Glenn-, todos conocéis el Scoob-Eee. No es un barco rápido: su velocidad máxima es de diez nudos, unos dieciocho kilómetros por hora. Cuando se recibió esta última señal, sólo llevaba en el mar noventa minutos, y seguía una ruta en diagonal, con lo que se habría adentrado unos dieciséis kilómetros en el mar, en una zona con perfecta cobertura.
Hubo unos momentos de silencio, mientras todos pensaban en aquello. Fue Tania Whitlock quien lo rompió.
– ¿A lo mejor se le acabó la batería? -sugirió.
– Es posible, pero era un navegante experimentado y el teléfono era una de sus herramientas básicas de trabajo. ¿No crees que es poco probable que se hiciera a la mar sin un cargador o con una batería sin carga?
– Pudo habérsele caído por la borda -propuso Gonzo.
– Sí, es cierto -concedió Glenn-. Pero también es poco probable en un navegante experimentado.
Gonzo se encogió de hombros.
– Sí, Towers sabía lo que se hacía, pero eso puede suceder. ¿Tú crees que pasó otra cosa?
Branson se lo quedó mirando fríamente.
– ¿Y la posibilidad de que se hundiera?
– ¡Ah, ahora lo pillo! -dijo Arf-. Tú quieres que vayamos hasta allí y echemos un vistazo, que rastreemos el fondo…
– ¡Veo que lo habéis pillado enseguida! -exclamó Branson.
– Es un barco muy sólido, hecho para soportar mucho oleaje -dijo JIPE-. Es poco probable que se hundiera.
– ¿Y si sufrió un accidente? -replicó Branson-. ¿Un choque? ¿Un incendio? ¿Un sabotaje? O algo más siniestro.
– ¿Como qué, Glenn? -preguntó Tania.
– Ese «crucero» no tenía ningún sentido -explicó Branson-. He interrogado a su mujer. El viernes por la noche celebraban su aniversario de boda. Tenían una reserva en un restaurante. No tenía ninguna travesía nocturna de pesca programada con ningún cliente. Y sin embargo, en lugar de irse a casa, se subió al barco y se hizo a la mar.
– Sí, bueno, yo puedo entenderlo -dijo Arf-. Entre una cena con la parienta o salir a navegar solo… No hay color.
Todos sonrieron. Tania, que sólo llevaba casada unos meses, con menos convicción que sus colegas.
Gonzo señaló a la ventana.
– Ahí fuera sopla un vendaval de fuerza nueve. ¿Sabes cómo estará el mar en estos momentos?
– Algo movidito, imagino -respondió Glenn, mirándolo socarronamente.
– Sí tú quieres salir con nosotros, colega, iremos -dijo JIPE-. Pero tú te vienes.