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– Son las 18.30 del martes 2 de diciembre -anunció Roy Grace-. Ésta es la décima reunión de la Operación Neptuno, investigación sobre la muerte de tres personas desconocidas.

Estaba sentado en mangas de camisa, con la corbata aflojada, frente a la mesa de la sala de reuniones de la Sussex House. En el exterior, hacía una noche terrible. Se quedó mirando por un instante los regueros de agua que caían por los ventanales, y más allá, el negro profundo de la noche. Allí dentro hacía frío y había corriente de aire, y la mayor parte del calor procedía de los cuerpos de su equipo, que iba creciendo rápidamente y que ya contaba con veintiocho personas, apretujadas alrededor de la mesa.

En la superficie lisa que tenía delante había una botella de agua, un montón de periódicos, su cuaderno y su agenda impresa. Había mucho de lo que hablar antes de poder irse a casa y pasar al segundo tema de la noche, mucho más agradable. Un tema que tenía que ver con una botella de champán muy cara que esperaba en el maletero de su coche.

En la pizarra blanca colgada de la pared había series de huellas dactilares y fotografías con reconstrucciones faciales electrónicas de las tres víctimas. Levantó la vista hacia los retratos robot. Un inspector colega suyo, Jason Tingley, que ahora estaba en la Unidad de Inteligencia de la División, le había comentado en una ocasión que los retratos robot hacían que todo el mundo pareciera el Señor Mono, y Roy nunca había podido quitarse aquella imagen de la cabeza. Ahora miraba a dos Señores Mono y a una Señora Mona colgados de la pared.

Muertos.

Asesinados.

A la espera de que él llevara a sus asesinos ante la justicia.

A la espera de que él aportara algún consuelo a sus familiares.

Abrió el Independent, que estaba en lo alto del montón. En la página tres se leía claramente un titular: «Brighton, de nuevo, capital nacional del crimen». Era una referencia a 1934, cuando Brighton estaba en manos de las famosas bandas de navajeros y, en un corto espacio de tiempo, habían aparecido dos cuerpos en sendos baúles en la estación de tren de la ciudad, lo que le había valido que la calificaran como la «capital inglesa del crimen».

– El nuevo comisario no está muy contento -anunció Roy Grace-. Quiere que lo resolvamos, y rápido.

Bajó la vista y repasó las notas que Eleanor le había pasado a máquina.

– Muy bien, ahora tenemos nuevas pruebas forenses de que los órganos fueron extirpados en condiciones de quirófano. En el laboratorio han identificado la presencia post mortem de propofol y ketamina en los tejidos. Son dos anestésicos.

Hizo una pausa para que sus hombres absorbieran la información.

– He estado pensando en esta línea de investigación, sobre el tráfico de órganos, Roy -dijo Guy Batchelor-. La compraventa de órganos humanos es ilegal en el Reino Unido, pero por la escasez, hay gente en las listas de espera de corazones, pulmones e hígados que se muere antes de conseguir un órgano. Y hay gente en las listas de espera de riñones que espera durante años, llevando muy mala vida. ¿Cómo va nuestra búsqueda de cirujanos de trasplantes descontentos?

– De momento nada -respondió la inspectora Mantle.

– ¿Y si pusiéramos en la lista de sospechosos a todos los cirujanos de trasplantes del Reino Unido? -propuso Nick Nicholl-. No puede haber tantos.

– ¿Qué progresos hemos hecho con los cirujanos inhabilitados? -preguntó Lizzie Mantle-. Me parece que ése sería un buen punto de partida. Alguien cabreado que quiera reventar el sistema.

– Estoy trabajando en ello -dijo Sarah Shenston, una de las investigadoras-. Espero disponer de una lista completa mañana. Hay muchos.

– Bien. Gracias, Sarah. -Grace tomó otra nota-. Creo que deberíamos elaborar una lista y visitar todos los centros de trasplantes de órganos humanos del Reino Unido -dijo. Miró a Batchelor-. Es importante establecer la cadena de suministro de órganos. ¿Hay un punto mejor que otro para que se produzca una actuación deshonesta de algún elemento de la cadena?

Batchelor asintió:

– Yo me ocuparé de investigar eso.

– Creo que en primera instancia tenemos que suponer que estas víctimas tienen alguna conexión con Brighton o Sussex -planteó Grace-. En mi opinión, el hecho de que aparecieran cerca de la costa de Brighton indica eso. ¿Hay alguien que lo vea de otro modo?

Todo el equipo mostró su conformidad.

– Diría que una parte importante de este rompecabezas es establecer la identidad de las víctimas, y a eso nos encaminamos. -Volvió a mirar su notas-. Tenemos una información interesante del laboratorio Cellmark Forensics, al que enviamos muestras de ADN de las víctimas. Su laboratorio en Estados Unidos, Orchid Cellmark, ha realizado un análisis de enzimas y minerales del ADN de las tres víctimas. Indica que llevaban una dieta compatible con la del sureste de Europa.

Dio un sorbo a su botella de agua y prosiguió.

– Esto concuerda con el informe toxicológico de los laboratorios forenses. Las tres víctimas presentan rastros en sangre de una pintura metálica de fabricación rumana, conocida como Aurolac. Según la información de los forenses, es una sustancia que inhalan los niños de la calle en Rumania, y que tiene un efecto similar a esnifar cola. Para confirmar esto, Nadiuska volvió al depósito anoche para realizar nuevos exámenes y descubrió restos de pintura metálica en los orificios nasales de las víctimas. -Miró a Potting-. Norman, ¿querrías ponernos al día sobre Rumania?

Potting, que parecía tan encantado como si le hubieran dado un puñetazo en la barriga, hinchó el pecho.

– Bueno, he escrito a la Interpol, pero con esos burócratas estamos como siempre. No parece que tengan mucha prisa. Podríamos tardar tres semanas en recibir una respuesta. O más, con las Navidades acercándose -planteó. Luego vaciló y miró a Roy Grace-. ¿Puedo mencionar a Ian Tilling, de Bucarest, señor?

Grace asintió y explicó a quién se refería:

– Norman tiene un contacto en Rumania, un ex policía británico muy respetable que dirige un centro benéfico que da refugio a personas sin techo en Bucarest. Teniendo en cuenta las prisas que tenemos por avanzar en el caso, he dado permiso al sargento Potting para que sondee el terreno sin contar con la Interpol. ¿Puedes ponernos al día, Norman?

– Le he pedido que busque a cualquiera llamado Rares que hubiera podido llegar a Inglaterra recientemente. Sólo hace unas horas que he hablado con él, pero me ha prometido ponerse en esto inmediatamente, y espero que me diga algo mañana y que me cuente qué novedades tiene. De momento es todo lo que tengo.

Entonces Grace se giró hacia Bella Moy.

– ¿Hemos sacado algo de los dentistas?

– Nada -dijo ella, mostrando unas cuantas hojas de papel-. Éstos son todos los que he visto hasta ahora. Todos dicen lo mismo. Las víctimas muestran señales de malnutrición y posiblemente de uso de drogas, pero ninguna señal de intervenciones odontológicas. No estoy segura de que tenga sentido seguir con los dentistas, Roy. No creo que ninguna de estas tres víctimas haya ido nunca a un dentista, y desde luego no en el Reino Unido.

– Sí, no parece que vaya a llevarnos a nada. Puedes dejar ese tema -confirmó, y se dirigió al agente Nick Nicholl-. ¿Qué has encontrado sobre desaparecidos?

– Nada hasta ahora, jefe.

Nicholl procedió a relatar los progresos que había hecho. Le informó de que había hecho circular retratos robot por todo Sussex y por los condados vecinos, sin ningún resultado. Tampoco había obtenido resultados con los periódicos. El programa de televisión Crimewatch era otra opción, pero aún faltaba una semana.

Grace volvió a mirar sus notas.

– Ray Packard, de la Unidad de Delitos Tecnológicos, tiene algo que decirnos.

El analista informático, sentado en el otro extremo, no tenía en absoluto el aspecto del típico cerebrito. Packard siempre le recordaba el «Q» original de las películas de James Bond. Tenía poco más de cuarenta años, era muy inteligente y siempre se mostraba lleno de entusiasmo, pese a lo deprimente de su trabajo, en el que tenía que estudiar fotografías de abusos a menores procedentes de ordenadores incautados, día sí, día no. Cualquiera que se encontrara con él por primera vez, vestido con su traje gris y su corbata de rayas, podría tomarlo por un director de banca de la vieja escuela.

– Sí, hemos comprobado los países que forman parte de las redes internacionales de órganos humanos, señor, y Rumania es uno de ellos -dijo Packard-. Eso confirma lo que el sargento Potting nos ha dicho antes. Seguimos investigando.

Grace le dio las gracias.

– Bueno, esta tarde he hablado con varios miembros del equipo responsable de la Operación Pentámetro, que está investigando el tráfico de personas. Jack Skerritt, de la central del Departamento de Investigación Criminal, y el inspector Paul Furnell y el sargento Justin Hambloch, de la comisaría de Brighton, me han pasado una lista de nombres con conexiones en el sureste de Europa, entre ellos un par de rumanos. Hay unas cuantas chicas rumanas trabajando en los burdeles de Brighton. Tenemos que visitarlas a todas y ver si alguna reconoce a alguno de estos tres adolescentes. Y si podemos, que nos hablen de sus contactos, sea aquí o en Rumania.

– ¿Tienes algo de qué informar, Glenn? -dijo entonces Grace, dirigiéndose al sargento Branson.

– Sí, aún no hay noticias del barco pesquero desaparecido. Tengo una cita para una entrevista con la esposa del patrón del Scoob-Eee esta noche, tras esta reunión. Tal como quedamos esta mañana, he pedido a la División de Apoyo Científico que enviaran las dos colillas que encontré en el puerto de Shoreham al laboratorio para que les hagan pruebas de ADN.

Grace asintió, volvió a repasar sus notas y dijo:

– Puede que no esté relacionado en absoluto, pero esta mañana se ha encontrado un motor fuera borda Yamaha de cinco caballos en la playa al bajar la marea, entre el puerto deportivo y Rottingdean, en Black Rock. Van a analizarlo con una nueva tecnología de detección de huellas que están probando en el laboratorio. Glenn, me gustaría que me consiguieras un listado de todos los vendedores de motores fuera borda Yamaha de la zona y que descubrieras quién ha vendido uno hace poco.

– ¿Dónde está ahora, Roy?

– En el almacén de pruebas.

– Muy bien.

Roy miró de refilón su reloj de pulsera, permitiéndose una leve distracción momentánea. Le había dicho a Cleo que esperaba estar en su casa a las ocho. Luego volvió a concentrarse en la reunión.

– Estoy asumiendo que nos enfrentamos a un caso de tráfico humano, a menos que algo me convenza de lo contrario. Por lo que me ha dicho el inspector Furnell, la totalidad del tráfico conocido hasta la fecha ha sido para la explotación sexual. De las chicas que han llegado a Brighton con ese fin se ocupan unos cuantos capos de la zona. El equipo de Furnell está investigando a varios de ellos, pero él mismo supone que hay muchos otros que no tiene detectados. Creo que una línea clave de investigación será hablar con las chicas que trabajan en los burdeles de Brighton y ver si podemos ampliar nuestra lista de capos.

La Policía de Brighton, consciente de que el comercio sexual iba en aumento en todas las ciudades, prefería que las chicas trabajaran en lugares cerrados en lugar de que invadieran las calles, sobre todo por su propia seguridad. También hacía más fácil el seguimiento de cualquier chica menor de edad o víctima del tráfico ilegal.

– Bella y Nick, creo que vosotros dos sois los que mejor podéis sacar información a las chicas -dijo Grace.

Pensó que quizá las prostitutas se sentirían más cómodas ante una mujer, y como Nick Nicholl acababa de tener un bebé, era poco probable -en comparación con alguien como Norman Potting, por ejemplo- que se dejara seducir por sus encantos sexuales.

– Estuve cubriendo burdeles durante un tiempo cuando iba de uniforme -dijo ella.

Nick Nicholl se sonrojó.

– ¡Mientras alguien le explique a mi esposa…, ya sabe…, lo que voy a hacer a esos lugares!

– Las mujeres pierden el impulso sexual después de parir -observó Norman Potting-. Hazme caso. Dentro de nada, necesitarás algo de acción fuera de casa.

– ¡Norman! -le amonestó Grace.

– Lo siento, jefe. No era más que una observación.

Grace le echó una mirada, pensando en cómo le gustaría que aquel hombre supiera callarse y que se limitara a hacer lo que sabía hacer.

– Bella y Nick -prosiguió-, quiero que habléis con todas las chicas con las que podáis. Sabemos que muchas de ellas ganan mucho y están muy contentas con su suerte. Pero hay algunas que cargan con una gran deuda.

– ¿Qué deuda? -preguntó Guy Batchelor.

– Unos cabrones las rescatan de la pobreza y les aseguran que les pueden conseguir una nueva vida maravillosa en Inglaterra: pasaporte, visado, trabajo, piso…, pero por un precio que nunca conseguirán pagar. Llegan a Inglaterra, con una deuda de miles de libras, y algún gran capo se frota las manos. Las mete en un burdel, aunque tengan trece años, y les dice que es el único modo que tienen para pagar los intereses de la deuda. Si se niegan, les dicen que irán a por sus familiares o amigos. Pero estos capos suelen tener las manos metidas en más de un chanchullo. A veces están en el negocio de la droga… Y a veces, por lo que parece, también en el negocio de los órganos.

Todos le escuchaban atentamente.

– Creo que es probable que ése sea nuestro principal sospechoso: un capo local.

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