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Las puertas de hierro forjado se abrieron hacia los lados y un Aston Martin Vanquish negro avanzó lentamente por entre los pilares de piedra, asomándose con cautela. Luego, con un rugido procedente de los tubos de escape, giró hacia la derecha y aceleró. Inmediatamente las puertas empezaron a cerrarse de nuevo.

El conductor no podía notar ninguna diferencia aquella mañana en el camino arbolado. Los dos expertos en vigilancia rural estaban bien escondidos. Uno estaba en el interior del seto; el otro, vestido de camuflaje, estaba medio subido a una conífera, y su vehículo estaba aparcado en una pista forestal casi medio kilómetro más allá.

El sargento Paul Tanner, en el interior del seto, tenía un buen ángulo de visión y, a pesar de los cristales tintados y el interior negro del coche, vio el cabello gris del conductor.

Roy Grace, que estaba en la acera frente a la casa de Lynn Beckett, se comunicó por radio.

– ¿Qué información tienes?

– El vehículo Romeo Sierra Cero Ocho Alfa Mike Lima, señor. Se dirige hacia el este.

Por el informe de Guy Batchelor y Emma-Jane Boutwood tras su entrevista con el cirujano de trasplantes, Grace sabía que aquella matrícula era la de sir Roger Sirius. También era consciente de que aquellos dos agentes de vigilancia de la Unidad de Inteligencia de la División resultarían muy útiles en una gran operación de drogas que tenía lugar en Brighton aquel mismo día. La escasez de agentes era un problema constante en la ciudad.

– Buen trabajo -dijo-. Permaneced en el lugar otros treinta minutos por si volviera. Si no, retirad la vigilancia.

– Retirada dentro de treinta minutos, señor. Sí.

Grace cortó la comunicación y llamó a la sala de reuniones. Pidió que mandaran una orden de RAM para el coche y vieran si estaba disponible el helicóptero de la Policía.

La red de Reconocimiento Automático de Matrículas cubría muchas de las grandes vías de todo el Reino Unido. Al introducir cualquier número de matrícula en el sistema, en teoría se podía establecer un seguimiento del vehículo cada pocos kilómetros -siempre que siguiera circulando por carreteras principales-. Una vez que el coche fuera detectado por una cámara o por algún policía, enviarían el helicóptero a la zona y, con un poco de suerte, podrían seguir al coche de incógnito desde el aire.

Entonces se giró hacia la agente Boutwood e hizo un gesto con la cabeza hacia la casa de Lynn Beckett.

– ¿Qué te ha parecido?

– Tienes razón, trama algo. ¿Vas a detenerla?

Él sacudió la cabeza.

– No es a ella a quien quiero. Ella es una pieza secundaria. Veamos qué hace ahora, adónde nos lleva.

– ¿No crees que lo dejará estar?

– Yo creo que ahora hará unas cuantas llamadas telefónicas -dijo, abriendo el Hyundai. Pero antes de subir, levantó discretamente un dedo, haciendo un gesto cómplice al conductor y al acompañante del Volkswagen Passat verde aparcado a unos metros de allí.

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