– Estamos buscando en el lugar equivocado -anunció Roy Grace a su equipo, que había crecido aún más-. Y puede ser que incluso estemos buscando entre las personas equivocadas. Eso es lo que creo.
Al instante contaba con toda la atención de los veintiséis policías y del personal de apoyo reunido en la sala. Luego se dio un golpecito con los dedos en la sien.
– En el lugar equivocado… mentalmente, no geográficamente.
Veintiséis pares de ojos curiosos se clavaron en él.
Era el cuarto concepto del «Índice de rastreo rápido» del Manual de investigación de asesinatos lo que le había dado la idea.
– Quiero que todos dejéis de pensar en vuestras líneas de investigación por un momento y os centréis en la «Comprobación de la escena del crimen». ¿Vale? Bueno, hemos estado suponiendo que la elección del lugar escogido para deshacerse de los cuerpos había sido fruto de la mala suerte o de la ignorancia. Pero pensad en esto. El canal de la Mancha tiene una extensión de 75.000 kilómetros cuadrados. Esa zona de dragado mide doscientos sesenta kilómetros cuadrados.
Miró a Glenn, a Guy Batchelor, a Bella, a E. J. y a muchos otros.
– ¿A alguien se le dan bien las matemáticas?
La analista del HOLMES levantó la mano.
– ¿Qué porcentaje del canal es esa zona de dragado, Juliet?
Ella hizo unos rápidos cálculos mentales.
– Aproximadamente el 0,34 por ciento, Roy.
– Una proporción mínima -dijo Grace-. Un tercio del uno por ciento. Estamos hablando de una aguja en un pajar. Si yo fuera a tirar un cuerpo en un punto al azar del canal y acabara en la zona de dragado, pensaría que he tenido bastante mala suerte. De hecho, consideraría que la probabilidad de que eso ocurriera era tan mínima que ni la tendría en cuenta. A menos, claro, que hubiera escogido aquella zona deliberadamente.
Hizo una pausa para que asimilaran el golpe.
– ¿Deliberadamente? -preguntó Lizzie Mantle.
– Escucha mi razonamiento: si suponemos que nos enfrentamos a un caso de tráfico humano (el negocio delictivo de más rápido crecimiento del mundo), podemos estar razonablemente seguros de una cosa: el calibre de los delincuentes con que nos enfrentamos. Si están lo suficientemente bien organizados para poder introducir adolescentes en Inglaterra y para tener un centro médico de trasplantes funcional en el país, es probable que sean igual de profesionales en cuanto a la eliminación de los cuerpos. No se limitarían a echarse al mar en un bote de goma y tirarlos por la borda.
Observó un gesto de aprobación general.
Sé que ya hemos hablado de esto, y que hemos llegado a la conclusión de que los cuerpos habían sido trasladados en una embarcación, un avión o un helicóptero privado. Pero cualquiera que sea el medio usado, tendrían que contratar a un patrón o a un piloto profesional. Esa persona tendría mapas, y conocería las diferentes profundidades del canal, y con toda probabilidad conocería esas aguas como la palma de su mano. Puede que la zona de dragado no aparezca en todos los mapas, pero aun así es relativamente poco profunda. Si vas a tirar cuerpos al mar y tienes todo el canal a tu disposición, ¿no buscarías un lugar profundo? Yo sí.
– ¿Cuál es el punto más profundo, Roy? -preguntó Potting.
– Hay muchos lugares que superan los sesenta metros. Así pues, ¿por qué tirarlos a veinte?
– ¿Por las prisas? -sugirió Glenn Branson-. A la gente a veces le entra el pánico con los cadáveres, ¿no?
– No a tipos como éstos, Glenn -le corrigió el superintendente.
– A lo mejor realmente no vieron la zona de dragado en el mapa -sugirió Bella Moy.
Grace sacudió la cabeza.
– Bella, eso no lo descarto, pero estoy proponiendo que quizá los tiraran allí deliberadamente.
– Pero no entiendo el porqué -dijo la inspectora Mantle.
– Con la esperanza de que los encontráramos.
– ¿Con qué motivo? -preguntó Nick Nicholl.
– Alguien que no está de acuerdo con lo que están haciendo -respondió Grace-. Tiró allí los cuerpos, sabiendo que había posibilidades de que alguien los encontrara.
– Si no le gustaba lo que estaban haciendo, ¿por qué no llamó directamente a la Policía? -preguntó Glenn Branson.
– Podría haber muchas razones. La primera de mi lista personal es que podría tratarse de un patrón de barco o un piloto a quien le gustara el dinero, pero que tuviera conciencia. Si los delataba, se le acababa el negocio. De este modo se limpiaba la conciencia. Los dejaba a una profundidad al alcance de los buzos. Si la draga no los encontraba, podría incluso dar el chivatazo a la Policía…, pero pasado un tiempo.
El equipo se quedó en silencio un momento.
– Acepto que puedo estar meando fuera del tiesto, pero quiero iniciar una nueva línea de investigación: tenemos que comprobar todas las embarcaciones, empezando por el puerto de Shoreham. Podemos pedirle ayuda al práctico del puerto, a los operadores de la esclusa y al guardacostas. Los barcos que deberíamos seguir más de cerca son las lanchas rápidas y los barcos de pesca. Y todos los barcos de alquiler. Glenn, tú estás con el caso de ese barco de pesca desaparecido, el Scoob-Eee. ¿Alguna novedad?
El sargento levantó un sobre acolchado marrón.
– Acaba de llegar de la operadora telefónica O2, Roy. Es un registro de todas las señales que envió el teléfono del capitán a los repetidores el viernes por la noche. Es poco probable que cruzara el canal, así que con un poco de suerte deberíamos poder trazar sus movimientos por la costa sur. Ray Packard y yo vamos a trabajar en ello en cuanto acabe esta reunión.
– Bien pensado. Pero no podemos dar por sentado que el Scoob-Eee estuviera implicado, así que deberíamos investigar también al resto de los barcos.
Grace encargó la tarea a dos agentes presentes en la reunión. Luego miró a Potting.
– Muy bien, Norman. Antes he dicho que quizás estemos buscando entre la gente «equivocada».
Potting frunció el ceño.
– Te encargué que contactaras con todos los coordinadores de trasplantes para ver si alguna de las víctimas les resultaban familiares, pero aún no has encontrado nada, ¿verdad?
– Así es, jefe. Y hemos avanzado bastante en la búsqueda.
– Tengo algo que podría ser mejor. No sé cómo no se nos ha ocurrido antes. Lo que tenemos que hacer es investigar a todas las personas que han estado en una lista de trasplantes a la espera de un corazón, un pulmón, un hígado o un riñón y que no hayan recibido un trasplante, pero que, aun así, se hayan borrado de la lista.
– Habrá muchas razones por las que podrían borrarse de la lista, ¿no, Roy? -dijo Potting.
Grace sacudió la cabeza.
Tal como yo lo veo, nadie que esté a la espera de un riñón o un hígado se cura por sí solo, salvo que se produzca un milagro. Si se retiran de la lista es por uno de dos motivos: o ya han conseguido el trasplante por otros medios… o han muerto.
Su teléfono móvil empezó a sonar. Lo sacó y miró la pantalla. Al instante reconoció el prefijo de Alemania, el +49, al principio del número que aparecía. Era Marcel Kullen, que llamaba desde Múnich.
Levantando una mano a modo de disculpa, salió de la sala de reuniones, al pasillo.
– Roy -dijo el policía alemán-, querías que llamara a ti cuando la vendedora de órganos, Marlene Hartmann, volviera a Múnich. ¿Sí?
– ¡Sí, gracias!
A Grace le divertía que el alemán alterara constantemente el orden de los verbos y los pronombres.
Volvió anoche, a última hora. Y esta mañana ya ha hecho tres llamadas telefónicas a un número de tu ciudad, Brighton.
– ¡Genial! ¿Hay posibilidades de que me des el número?
– ¿No revelarás la fuente?
– Tienes mi palabra.
Kullen se lo leyó.