Roy Grace llegó de Múnich justo a tiempo para la reunión de las 18.30.
Entró en la sala a toda prisa, leyendo la agenda mientras caminaba e intentando al mismo tiempo no derramar el café de su taza.
– ¿Ha ido bien el viaje, Roy? -preguntó Norman Potting-. ¿Te has entendido con los sauerkrauts? ¿Ya les has explicado quién ganó la guerra?
– Gracias, Norman -dijo, tomando asiento-, pero creo que ya lo tienen claro.
Potting levantó un dedo.
– Son unos zorros cabrones. Como los japos. ¡Fíjate en la industria del automóvil! ¡La mitad de los coches son alemanes!
– ¡Norman, gracias! -replicó Grace levantando la voz, cansado e irritable tras la larga jornada, que aún distaba mucho de llegar a su fin, e intentando leer la agenda antes de que todo el mundo estuviera listo.
Potting se encogió de hombros.
Grace leyó en silencio mientras iba entrando el resto de la gente. Luego empezó:
– Bueno, ésta es nuestra decimosexta reunión de la Operación Neptuno. Tenemos otro cuerpo, que puede o no estar relacionado con esta operación. -Miró a Glenn-. ¿Querrá explicárnoslo nuestro marinero forzoso?
Branson esbozó una sonrisa sarcástica.
– Parece que hemos encontrado al pobre Jim Towers. Como está atado de los pies a la cabeza, es imposible ver si le han practicado alguna operación, así que tendremos que esperar al análisis forense. No hay ningún patólogo disponible esta tarde, así que tendrá que esperar a mañana por la mañana.
– ¿Ya ha sido identificado formalmente? -preguntó Lizzie Mantle.
– Por un brazalete de oro y el reloj -respondió Branson-. Hemos decidido no dejar que su esposa lo vea. No es un espectáculo agradable. ¿Recordáis aquella cara bajo el agua en Tiburón? ¿La que asomaba por el ojo de buey, con el globo ocular colgando, y que hace que Richard Dreyfuss se cague de miedo? Pues tiene ese aspecto.
– ¡Demasiada información, Glenn! -replicó Bella Moy, que iba a meterse un Malteser en la boca, pero que, asqueada, se lo pensó mejor.
– ¿Qué sabemos hasta ahora? -preguntó Grace.
– Hundieron el barco; no fue un accidente.
– ¿Hay alguna posibilidad de que haya sido un suicidio?
– Es difícil hundir tu propio barco cuando te han envuelto en cinta adhesiva como una momia, jefe. A menos que tuviera una vida secreta como escapista.
Se oyeron unas cuantas risas. Grace también sonrió.
– De momento, las investigaciones las seguirá efectuando este equipo. La inspectora Mantle dirigirá un grupo específico para esto, y decidirá si hay que iniciar una investigación por asesinato independiente, en cierta medida dependiendo de lo que nos diga el examen post mortem -dijo, mirando a Mantle.
– Sí -respondió ella-. Querría que tú formaras parte de este equipo, Glenn, ya que ya conoces a la esposa…, a la viuda de Towers.
– Sí, claro.
– Tenemos que manejar a la prensa con cuidado en este asunto -advirtió Grace-. Una vez más, esperemos a ver qué nos dice el examen forense.
– Estoy de acuerdo -dijo la inspectora Mantle.
– Yo cada vez estoy más intranquilo con ese Vlad Cosmescu -dijo Branson-. Los análisis de ADN de las colillas demuestran que estuvo en el puerto de Shoreham. Luego el motor…
– Son «pistas de que estuvo allí, Glenn -le corrigió Roy Grace-, pero no constituyen «pruebas irrefutables». Podría haberlas dejado allí otra persona. Tenemos… Todos -hizo una pausa y repasó a todo su equipo con la mirada- tenemos que ser conscientes de que si decimos que algo «confirma o demuestra» algo, hay un gran riesgo de que en un juicio cualquier abogado listillo rompa el planteamiento en pedazos, y nos acuse de instruir erróneamente al jurado. La palabra que hay que usar es «pista». ¿Vale? Nunca digáis «prueba». Es una vía segura para perder un caso.
Casi todos asintieron.
– Bueno, ¿y qué más tenemos de ese tipo, Glenn?
– Sabemos que es «persona de interés» para la Europol y la Interpol, y que aparece en varios casos que han seguido sobre trata de blancas y lavado de dinero.
– Pero ¿no se han presentado cargos ni consta que haya cumplido condenas?
– No, Roy.
– Parece que el canal no está resultando tan buen lugar para ocultar cosas, ¿no? -comentó Bella Moy-. Si quieres ocultar un cuerpo o un motor, más valdría dejarlo en medio de Churchill Square. ¡Por lo menos allí es probable que alguien te lo robe!
– Me gustaría traerlo aquí para interrogarlo, pedir una orden de registro, investigar su domicilio, conseguir su registro de llamadas -propuso Branson.
– ¿Por un par de colillas en el puerto de Shoreham y un motor fuera borda abandonado? -planteó Grace.
– Porque estaba «observando» el Scoob-Eee con unos binoculares. ¿Por qué iba a hacerlo? Es un viejo barco de pesca. ¿Qué tenía de especial, antes de que sacáramos los cuerpos de los adolescentes muertos? Este tipo me da mala espina, Roy.
– ¿Se puede recuperar el barco? -preguntó Grace.
– Sí, pero sería una operación enorme, y muy cara. Hablé del tema con Tania Whitlock. Creo que te costaría mucho vendérselo a la subdirectora Vosper.
– Si tu presentimiento es correcto, vas a necesitar pruebas de que estuvo en aquel barco: alguien que lo viera, o alguna prueba forense, o algo que le perteneciera.
Branson se quedó pensando.
– A lo mejor podrían volver a sumergirse y registrarlo a fondo.
Grace se lo pensó unos momentos.
– ¿Tienes alguna idea sobre cuál podría ser su nivel de implicación, Glenn?
– No, jefe. Pero estoy seguro de que está relacionado. Y creo que deberíamos actuar rápidamente.
– De acuerdo -concedió Grace-. Consigue una orden de registro, pero tendrás que hinchar el informe un poco. Luego ve a ver si quiere hablar voluntariamente; puede que le saques más así que si se le arresta y un abogado le tapa la boca. Llévate a alguien que tenga práctica en interrogatorios. Bella. -Miró a la inspectora Mantle-. ¿Te parece bien, Lizzie?
La inspectora asintió.
Grace miró el reloj e hizo un cálculo rápido. Para cuando Branson hubiera hecho el papeleo para pedir la orden y encontrara un magistrado que la firmara, serían al menos las diez, si es que tenían suerte. Recordó su encuentro con el Mercedes deportivo de Cosmescu y dijo:
– Ese tipo es un ave nocturna; puede que tengas que esperarle mucho.
– ¡Entonces tendremos que ponernos cómodos y esperarle en su casa! -exclamó Branson.
– ¡Que no les pase nada a sus CD! -respondió Grace.
Branson tuvo la decencia de fingirse avergonzado.
– Cuando lo pilles -dijo Grace-, creo que será un hueso duro de roer. Lleva una década en el mundo del hampa de esta ciudad y no le han pillado ni una vez. No lo hagas a menos que sepas cómo entrarle.
A continuación volvió a mirar su agenda.
– Ayer descubrimos que una tal Lynn Beckett, cuyo número de teléfono me pasaron nuestros contactos en la Policía alemana, tiene una hija aquejada de fallo hepático -recordó, poniendo la mano sobre un fajo de fotocopias-. Éstos son los registros de llamadas de la empresa alemana que he ido a ver hoy, la Transplantation-Zentrale. Oficialmente se supone que no puedo tenerlos, así que tendremos que manejarlos con cuidado, pero eso no va a suponer un obstáculo.
Dio un sorbo a su café y prosiguió.
– He encontrado nueve llamadas efectuadas al número fijo de Lynn Beckett, cuatro recibidas, en los últimos tres días y dos más realizadas a su número de teléfono móvil.
– ¿Tienes alguna grabación de las llamadas, Roy? -preguntó Guy Batchelor.
– Desgraciadamente no. Tienen leyes de protección de la intimidad similares a las nuestras. Pero están intentando conseguir una autorización, que debería llegar en cualquier momento.
– Probablemente en tiempos de Adolf sería otra cosa -murmuró Potting.
Grace le fulminó con la mirada, y siguió adelante:
– Esta mañana he visto en Múnich a una mujer llamada Marlene Hartmann, directora de la empresa de venta de trasplantes, la Transplantation-Zentrale. ¡Están haciendo negocios en Inglaterra, ante nuestras narices! Tenemos que encontrar urgentemente dónde operan en Sussex. La actividad con la señora Beckett indica que se está cociendo algo, y…
De pronto sonó el teléfono móvil de Potting, con la melodía de Indiana Jones. Se sonrojó, pero miró la pantalla y enseguida se puso en pie.
– Esto puede ser relevante: ¡Rumania! -masculló, y salió de la sala.
– Y probablemente dispongamos de muy poco tiempo para descubrir dónde lo hacen -prosiguió Grace-. He estado haciendo unas llamadas a médicos, intentando entender exactamente qué se necesitaría para disponer de un centro capaz de realizar trasplantes, sea temporal o permanente.
– Un gran equipo, Roy -intervino Guy Batchelor-. Cuando entrevistamos a sir Roger Sirius, dijo que… -hizo una pausa para ojear unas páginas de su cuaderno- se necesitaría un mínimo de tres cirujanos, dos anestesistas, al menos tres enfermeras y un equipo de cuidados intensivos las veinticuatro horas del día, con varios especialistas en cuidados postoperatorios para trasplantados.
– Sí, en total de quince a veinte personas -dijo Grace-. Y necesitan al menos un quirófano y una unidad de cuidados intensivos completamente equipados.
– Así que lo que estamos buscando tiene que ser un hospital -observó Nick Nicholl-. De la red pública o privado.
– Podemos descartar la red pública. Sería prácticamente imposible colar un órgano ilegal en el sistema -señaló la inspectora Mantle.
– ¿Hasta qué punto podemos estar seguros de eso? -preguntó Glenn Branson.
– Podemos estar muy seguros -respondió Lizzie Mantle-. El sistema es bastante hermético. Para colar un órgano en el sistema, tendrían que estar al corriente un número enorme de personas. Si sólo fuera una, sería otra cosa.
Branson asintió, pensativo.
– Creo que tiene que tratarse de una clínica o de un hospital privado -dijo Grace-. Tiene que haber fármacos específicos para trasplantes de órganos humanos; deberíamos identificarlos, ver quién los distribuye y luego echar un vistazo a las clínicas y hospitales que los compran.
– Eso va a llevar tiempo, Roy -indicó la inspectora Mantle.
– No puede haber tantos fármacos, ni tantos distribuidores, ni tampoco tantos usuarios finales -dijo Grace, girándose hacia donde estaba la encargada de documentación, Jacqui Phillips-. ¿Puedes dedicarte a eso enseguida? Puedo conseguirte ayuda, si la necesitas.
– Perdón -dijo Norman Potting, que volvía a entrar en la sala-. Era mi colega de Bucarest, el condecorado Ian Tilling.
Grace le hizo un gesto para que prosiguiera.
– Está siguiendo la pista a una joven rumana, una adolescente llamada Simona Irimia, que cree que está en pleno proceso de traslado inminente, posiblemente esta noche o mañana, al Reino Unido. Su colega me ha enviado por correo electrónico una serie de fotografías policiales que suponen que son de ella; se las tomaron cuando la detuvieron por sisar en una tienda hace dos años, cuando decía que tenía doce. Ahora mismo las estoy imprimiendo. ¿Me puedes dar un par de minutos?
– Adelante.
Potting volvió a salir de la sala.
– Si el sargento Batchelor y la agente Boutwood tienen razón con sus sospechas sobre sir Roger Sirius, deberíamos plantearnos vigilarle. Si le seguimos, puede que nos lleve al hospital o a la clínica -propuso la inspectora Mantle.
Grace asintió.
– Sí, una idea excelente. ¿Sabemos de qué efectivos dispone la Unidad de Inteligencia de la División?
– Tienen una gran operación entre manos -respondió Mantle-, así que puede ser complicado.
La Unidad de Inteligencia era el cuerpo de vigilancia encubierta del DIC. Se dedicaban sobre todo a asuntos de drogas, pero cada vez era más frecuente su participación en casos de tráfico de seres humanos.
Potting volvió al cabo de unos minutos y distribuyó varias copias de las fotografías de la Policía rumana con el plano frontal y ambos perfiles de Simona por entre los miembros del equipo.
– Según Ian Tilling, esta chica fue recogida hace unas horas por una mujer alemana que se la iba a llevar para que empezara una nueva vida en Inglaterra. Menuda vida. La vida «de otra persona», por lo que parece.
– Es guapa -comentó Lizzie Mantle.
– Será menos guapa cuando la conviertan en una canoa -dijo Potting.
«Canoa» era el crudo término de argot policial que usaban para un cadáver tras el examen forense, después de que le extrajeran todos los órganos.
De un sobre, Grace sacó varias fotografías de Marlene Hartmann, tomadas con teleobjetivo, y las pasó.
– Éstas son de mis amigos de la LKA, en Múnich. ¿Crees que podría ser ésta la mujer, Norman?
Potting las miró con atención.
– ¡Está buenísima, Roy! -dijo-. ¡Ahora entiendo por qué fuiste a Múnich!
Haciendo caso omiso al comentario, Grace dijo:
– La Navidad se acerca a toda prisa. Por lo que yo sé, la gente suele apresurarse a cerrar sus negocios antes de las fiestas. Si traen a esta chica esta noche, o mañana, para matarla y quitarle los órganos, creo que podemos dar por seguro que eso ocurrirá con bastante rapidez, en cuanto llegue aquí. Necesitamos más información sobre esta tal Lynn Beckett. Con lo que Norman nos ha dado, creo que tenemos suficiente como para pincharle el teléfono.
Para obtener una orden y poder pinchar un teléfono tenían que demostrar que hubiera alguna vida humana en peligro inmediato. Y Grace confiaba en poder hacerlo.
– Necesitamos una firma del alto mando y otra del ministro del Interior… o de un secretario de Estado -observó la inspectora Mantle.
El cargo de jefe del alto mando iba rotando entre el comisario en jefe, el subcomisario en jefe y los dos subdirectores.
– Esta semana es Alison Vosper -dijo Grace-. No será un problema. Ella querrá acelerarlo todo al máximo.
– ¿Cuánto tiempo necesitaremos para conseguir que se mueva un secretario de Estado? -preguntó Bella Moy
– El sistema se ha acelerado mucho últimamente. En Londres aceptarán la instrucción con sólo una llamada. -Miró el reloj-. Deberíamos tener el consentimiento y las líneas pinchadas antes de medianoche.
– Puede que esa mujer y la niña ya estén aquí, señor -señaló Guy Batchelor.
– Sí, es posible. Pero creo que deberíamos seguir manteniendo vigilados los puntos de entrada. Gatwick es el más probable, pero necesitamos cubrir también Heathrow -aseguraos de que lo tenemos controlado- y el túnel del canal y los puertos de los ferris. Yo llamaré a Bill Warner, en Gatwick, y le diré que controle todas las llegadas de vuelos de Bucarest y de otros puntos de procedencia posibles. -Se quedó callado un momento-. Me temo que nos espera una larga noche. No quiero que mañana nos encontremos con otro cadáver.