CAPÍTULO 40

Tres meses después, Giuliano llegó de nuevo a Venecia para informar al dux. Pero para él era más importante todavía la necesidad de recuperar la antigua sensación de pertenecer a un lugar concreto. Aquél era el hogar en el que había sido feliz, aún sentía que una parte de él ya había abandonado Venecia por última vez.

Aquella tarde el dux lo hizo llamar, y tuvo que acudir a palacio. Todavía le provocaba una sensación ligeramente extraña el hecho de hallar allí a Contarini en vez de a Tiépolo. Pero era una necedad: los duces morían, igual que los reyes y los Papas, y eran sucedidos por otros nuevos. Pero Giuliano apreciaba a Tiépolo, y ahora lo echaba en falta.

– Infórmame de la verdad de la unión -ordenó Contarini tras las formalidades y cuando hubieron salido todos excepto su secretario.

Giuliano le explicó hasta qué punto realmente llegaba la disensión a la que se enfrentaba Miguel Paleólogo.

Contarini asintió.

– Así pues, es inevitable lanzar una cruzada. -El dux parecía aliviado. Sin duda, estaba pensando en la madera que ya había negociado y pagado parcialmente.

– Yo opino lo mismo -confirmó Giuliano.

– ¿Constantinopla está reconstruyendo sus defensas costeras? -presionó Contarini.

– Sí, pero lentamente -contestó Giuliano-. Si la nueva cruzada llegase dentro de dos o tres años, no estarían preparados.

– ¿Cuántos serán, dos o tres? Nuestros banqueros necesitan saberlo. No podemos comprometer dinero, madera ni astilleros basándonos en una esperanza que puede materializarse dentro de varios años. A comienzos de siglo interrumpimos todas las demás operaciones que teníamos entre manos y nos concentramos exclusivamente en construir barcos para la cuarta cruzada, y si tu bisabuelo no hubiera terminado por perder la paciencia con los retorcidos bizantinos y sus inacabables argumentos y excusas, las pérdidas que sufrió Venecia nos habrían llevado a la ruina.

– Ya lo sé -dijo Giuliano en voz baja. Las cifras eran muy claras, pero los incendios y el sacrilegio cometido lo avergonzaban.

Al levantar la vista vio que Contarini lo estaba mirando. ¿Tan a las claras decía su semblante lo que estaba pensando?

– ¿Y si Miguel consigue convencer a su pueblo? -preguntó.

Contarini reflexionó unos instantes.

– El nuevo Papa es menos previsible que Gregorio -dijo con pesar-. Es posible que decida no creérselo. Los latinos verán lo que quieran ver.

Giuliano sabía que aquello era cierto. Se despreciaba por lo que estaba haciendo, aunque él mismo no se había dejado otra alternativa.

Contarini seguía mostrando una actitud cautelosa, los ojos entornados, la mirada reservada.

– Nuestros astilleros deben estar activos. El comercio debe continuar. A quién pertenezcan los barcos es una cuestión de criterio, planificación cuidadosa y previsión.

Giuliano sabía exactamente lo que iba a decir a continuación, y aguardó en actitud respetuosa.

– Si Constantinopla sigue siendo vulnerable -prosiguió Contarini-, Carlos de Anjou acelerará sus planes para poder atacarla. Cuanto más espere, más dura será la batalla que tendrá que librar. -Se puso a pasear por el dibujo de cuadros del enlosado-. Durante este mes está en Sicilia. De modo que ve allí, Dandolo. Observa y escucha. El Papa ha dicho que la cruzada tendrá lugar en 1281 o 1282. No podemos estar listos antes de esa fecha. Pero tú dices que Constantinopla está reconstruyendo sus defensas y que Miguel es astuto. ¿Cuál de los dos logrará ser más listo que el otro, Dandolo? ¿El francés o el bizantino? Carlos tiene a toda Europa de su parte, dispuesta a recuperar Tierra Santa para la cristiandad, por no mencionar la ambición desmesurada que le impulsa. Pero Miguel está luchando por la supervivencia. Es posible que no le importe ganar o perder Jerusalén, si ha de ser a costa de su pueblo.

– ¿Qué información puedo obtener en Sicilia acerca de los planes que ha trazado?-preguntó Giuliano.

– Una gran parte de la debilidad de los hombres radica en su propia casa, donde menos se la esperan -contestó Contarini-. El rey de las Dos Sicilias es arrogante. Vuelve a verme dentro de tres meses. Antonio te proporcionará todo lo que necesites en cuanto a dinero y cartas de autorización.

Giuliano no puso objeciones, no dijo nada de que acababa de llegar, de que no había tenido descanso, de que apenas había tenido tiempo para ver a sus amigos. Estaba dispuesto a partir porque Venecia no había curado el dolor que sentía por dentro como él esperaba.

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