Giuliano continuó observando la figura esbelta y solitaria de Anastasio hasta que ésta se perdió a lo lejos, y acto seguido, caminando por el agreste terreno, inició de nuevo el ascenso en dirección al sendero y se introdujo en él un poco más adelante, hacia el suroeste. ¿Sería el Gólgota auténtico el sitio en que habían estado? Lo desolado de aquel lugar le caló los huesos y le anegó la mente. «¿Por qué me has abandonado?» Era el grito de toda alma humana que se siente desesperada.
¿Verdaderamente era el de María el rostro triste y poderosamente expresivo que estaba impreso en el cuadro de madera que llevaba consigo? Pero daba igual; la pasión sí era auténtica. ¿Qué más daba que los hechos hubieran ocurrido en aquel lugar o en otro? ¿Qué importaba que fuera o no María la mujer de aquel cuadro?
¿Por qué la imagen de Anastasio vestido de mujer lo turbaba de aquella manera? No sólo tenía un aire natural con aquella ropa, sino además había cambiado hasta su forma de andar, el ángulo de la cabeza. Su manera de mirar a los hombres que pasaban era femenina, diferente. Su personalidad se había transformado. Había dejado de ser el amigo al que había llegado a conocer tan bien, o por lo menos el que creía conocer. En otra época, había días en que se olvidaba de que Anastasio era eunuco; su sexualidad, o la falta de la misma, carecía de importancia. Lo que importaba era su valor, su bondad, su inteligencia, su ingenio rápido y su desbordante imaginación, cualidades que le hacían ser quien era.
Y ahora, de repente, todo aquello quedó expuesto abiertamente. La verdad era que Anastasio poseía un tercer género que no era ni hombre ni mujer. Era capaz de pasar del uno al otro igual que la seda cambiaba con la luz, casi como si no hubiera nada innato que lo definiera.
Pero había algo peor todavía. Había algo más profundo, algo que radicaba en su interior, que lo turbaba. Había descubierto que Anastasio vestido de mujer poseía una gran belleza. Sabía perfectamente bien que era, si no un hombre, desde luego sí un varón, y en cambio su reacción ante él había sido la que habría tenido ante una mujer. Le había surgido un deseo de protección, y además experimentó los agudos síntomas de la atracción sexual.
Lo alivió tener que ir a Jaffa, y en realidad no había motivos para que él viajara también al Sinaí.
Y, sin embargo, en el momento mismo en que se fue Anastasio, dando la impresión de ser una figura tan vulnerable, lo invadió una extraña soledad. Pronto iba a verse rodeado de gente, pero no habría nadie con quien pudiera hablar de las cargas que lo abrumaban, del sentimiento de culpa que le provocaba el hecho de no haber sido capaz de ser el amigo que Anastasio necesitaba y merecía.
Y lo que quizá fuera peor aún, lo que lo hería más hondo, era que no estaba siendo el hombre que él mismo necesitaba ser. Se había dado cuenta de que a lo mejor no era capaz de amar apasionadamente o con rectitud y plenitud duraderas, como tampoco había sido capaz su madre, cosa que sí había hecho su padre, pero de manera no correspondida. A lo mejor él no era capaz de albergar sentimientos tan profundos. En cambio, había tenido la convicción de que la amistad era otra clase de amor igual de profundo e igual de valioso. Y en eso también se había equivocado. ¿Poseía Anastasio la bondad necesaria para perdonar aquello? ¿Podría perdonarlo, desde aquel profundo pozo de soledad, desde aquella compasión que Giuliano había visto tantas veces en él? ¿Debería hacerlo?