Capítulo 9

Los domingos solía reinar la calma en la redacción de Noticias Regionales en el edificio de la Televisión Sueca, en Gärdet, y aquel domingo no era una excepción. Johan Berg, con resaca y cansado, estaba sentado delante de su escritorio hojeando la prensa con desgana. No pasaba nada, nada de nada. Ni en Estocolmo ni en Gotland ni en Uppsala, que eran el ámbito territorial de Noticias Regionales.

La tarde anterior resultó más larga de lo que había pensado. Salió a tomar unas cervezas con su amigo Andreas, también periodista. Recalaron en el restaurante Kvarnen y, sin pensárselo dos veces, se fueron con unos colegas de la redacción de informativos de la radio pública sueca a una fiesta en el barrio de Hammarbyhöjden. A las cuatro de la madrugada, entró dando traspiés en su apartamento de la calle Heleneborgsgatan.

Para colmo, además de tener que pasar el día en la oficina, aquel domingo la redactora era una sustituta que no le inspiraba demasiada confianza. Apenas había colgado la cazadora, cuando ella empezó a proponer con entusiasmo un trabajo anodino tras otro. Estaba nerviosa, parecía que quería agarrarse a cualquier clavo ardiendo. ¡Dios mío!, pero si faltaban aún diez horas para la emisión de los cinco insignificantes minutos de pantalla que habían conseguido tener los domingos. Y, además, tenían un reportaje preparado de antemano. Tranquilízate, joder, pensó malhumorado. Se agotaba sólo con verla. Como también hacía de presentadora, era la única persona en la redacción con quien podía hablar. Los recursos eran tan escasos los domingos que las funciones de redactor y de presentador recaían en una persona.

Se sentó a su mesa y hojeó los comunicados de prensa que habían llegado a la redacción durante el fin de semana. El noventa y cinco por ciento de ellos se referían a diversos espectáculos y eventos en la ciudad, desde que Markoolio iba a ser el presentador en la inauguración del nuevo centro comercial de Tumba, hasta talleres de encaje de bolillos en el parque de Skansen, pasando por unas carreras de cobayas en la feria de Sollentuna.

Si había algo que detestaba de verdad eran esos días de que se habían inventado en los últimos años. Primero fueron el Día del Niño y el Día del Libro y el Día Internacional de la Mujer Trabajadora, lo cual no estaba mal. El problema es que en la actualidad el calendario estaba repleto de esos días que había que celebrar: el Día del Bollo de Canela, el de los Barrios Periféricos, el del Coche a Pedales y, evidentemente, aquel domingo era el Día de los Guantes de Punto. ¿Qué pretendían? ¿Que todo el mundo saliera por ahí con sus guantes de lana tejidos en casa agitando las manos con cara de felicidad? ¿De qué servía eso? ¿Venderían bollos con forma de guantes de Lovikka y se intercambiarían muestras?

El tema era tan ridículo que, sólo por eso, casi sintió deseos de hacer un reportaje sobre él.

El resto de los comunicados de prensa procedían o de personas descontentas con el transporte público o de oscuros grupúsculos de activistas que protestaban contra todo lo imaginable: una carretera peligrosa para los escolares en Gimo, la amenaza de cierre de una de las secciones de una guardería en Vaxholm o lo largo que era el tiempo de espera telefónica para comunicarse con la Oficina de la Seguridad Social en Salem.

Johan negaba con la cabeza mientras iba arrojando los comunicados de prensa, uno tras otro, a la papelera.

El fotógrafo que trabajaba aquel domingo llegó con una taza de café y pasaron un rato lamentándose sin cesar de que no hubiera nada interesante que hacer. Johan notaba de vez en cuando las miradas de apremio de la redactora, pero decidió ignorarla, al menos otro ratito.

Intentó llamar a Emma varias veces, pero comunicaba. ¿Cómo coño puede pasarse tanto tiempo hablando por teléfono, cuando se ocupa de Elin?, pensó irritado. Al mismo tiempo, sintió la conocida punzada de la añoranza. Su hija tenía ocho meses y él seguía viéndola sólo de forma esporádica.

Colgó el auricular y echó una ojeada a la mesa de la redacción, donde la redactora estaba llamando a todas las pequeñas comisarías de su zona de cobertura informativa para preguntar si había ocurrido algo que pudieran utilizar para preparar una noticia.

Sintió mala conciencia y comprendió que debería hacer un esfuerzo. Ella no tenía la culpa de que estuviera molesto y cansado. Ni de que los domingos fueran días flojos desde el punto de vista informativo.

Con ayuda de sus contactos dentro de la policía, quizá pudieran conseguir algún dato que, con un poco de buena voluntad, se convirtiera en una noticia. Una noticia de domingo, por supuesto.

Estaba a punto de levantar el auricular en su mesa abarrotada de cosas cuando sonó el móvil.

Enseguida reconoció la voz impaciente de Pia Lilja, la fotógrafa con quien solía trabajar últimamente cuando se desplazaba a Gotland.

– ¿Te has enterado? -le preguntó casi sin aliento.

– No; ¿qué pasa?

– Esta mañana han encontrado a un hombre muerto colgado en una puerta de la muralla.

– ¿Te estás quedando conmigo?

– No, puñetas, que es verdad.

– ¿Es un suicidio?

– Ni idea, pero pronto lo sabré. No puedo seguir hablando, tengo que enterarme de lo que pasa aquí. Parece que ahora ocurre algo.

– Vale. Llámame en cuanto tengas noticias.

– Sí, claro. Chao.

Johan marcó el número del comisario Anders Knutas, parecía que le faltaba el resuello.

– Hola, soy Johan Berg.

– ¡Cuánto tiempo! ¿Has empezado a trabajar de nuevo?

– Oye, ¿tú ves alguna vez Noticias Regionales? Ya llevo varias semanas trabajando.

– Me alegro mucho; de que estés bien, quiero decir, no de que estés trabajando.

Johan sonrió burlón.

Había estado unos meses de baja tras la puñalada recibida el verano anterior, cuando se vio implicado en la persecución de unos asesinos. Estuvo realmente grave. El comisario fue varias veces a visitarlo al hospital, pero ahora hacía bastante tiempo que no hablaban.

– Bueno, ¿qué ha pasado?

– Esta mañana hemos encontrado a un hombre ahorcado en Dalmansporten.

– ¿Un asesinato?

– No lo sé. Eso tendrá que aclararlo el informe del forense.

– Entonces, ¿no hay nada que indique que se trata de un asesinato?

– Yo no he dicho eso.

– No, pero oye, Knutas: conoces mi situación, sabes que estoy en Estocolmo. Tengo que valorar si merece la pena que me desplace o no. ¿Qué parece? ¿Asesinato o suicidio?

– Por desgracia, no puedo contestar aún a esa pregunta -reconoció el policía con un tono de voz algo más suave.

– ¿Sabéis quién es el fiambre?

– Sí -respondió el comisario tras una breve vacilación-, pero no ha sido identificado formalmente. Como comprenderás, en estos momentos no podemos hacer público el nombre. La familia aún no ha sido informada.

Knutas resoplaba en el teléfono. Johan oía cómo se movía mientras hablaba.

– ¿Cuántos años tiene?

– Es un hombre de mediana edad, eso es cuanto puedo decir. Oye, ahora tengo que colgar. Daremos un comunicado de prensa más tarde. Se han congregado aquí muchos periodistas curiosos.

– ¿Cuándo sabrás algo más?

– Supongo que tendremos un informe provisional a la hora del almuerzo, como muy pronto.

– Te volveré a llamar entonces.

– De acuerdo.


Johan hizo una mueca de extrañeza al colgar el teléfono. Era frustrante no poder decidir si merecía la pena viajar y que, además, le recordaran lo rezagado que se iba a quedar en el seguimiento de la noticia si se comprobaba que se trataba de un asesinato. Estaba claro que sus colegas de Gotland dispondrían de una enorme ventaja.

Llevaba años luchando para que se creara un puesto permanente de corresponsal en Gotland, pero de momento no había conseguido nada. Le parecía increíble que los jefes no fueran capaces de comprender que necesitaban una unidad fija de corresponsales. La isla era relativamente grande. El número de residentes ascendía casi a sesenta mil. Al mismo tiempo, Gotland estaba en pleno auge, florecían la universidad y la vida artística y cultural. La isla no estaba viva sólo en verano, cuando la invadían centenares de miles de turistas.


A los pocos minutos apareció en la pantalla de su ordenador el teletipo de la Agencia de Noticias TT:

TT (Estocolmo)

Un hombre ha sido hallado muerto poco antes de las siete de la mañana en Gotland. Apareció colgado en la puerta de Dalmansporten, en la muralla de Visby.

Se desconoce aún la identidad de la víctima. La policía no descarta que pueda tratarse de un asesinato.

Por si acaso, Johan reservó un billete en el primer vuelo que salía hacia Visby. Había que darse prisa. Si le confirmaban que se trataba de un asesinato, tendría que marcharse a toda pastilla. El cansancio había desparecido, la adrenalina se disparaba cuando ocurría algo importante. Si se comprobaba que era un asesinato, sería una noticia relevante en todos los informativos de la Televisión Sueca, no le cabía la menor duda. Un cadáver colgando en la bonita muralla medieval de Visby. ¡Joder!

No pudo evitar pensar que, de ser así, podría viajar a Gotland, y, en tal caso, volver a ver a Emma y Elin antes de lo que tenía pensado. Lo grotesco de la situación era que, en el fondo, deseaba que el tipo de la muralla hubiera sido víctima de un asesinato.

No pasó mucho tiempo antes de que el redactor de los informativos nacionales entrara a escape en la redacción preguntando qué iban a hacer los de Noticias Regionales con aquello.

Antes de que tuviera tiempo de contestarle, volvió a sonar el teléfono.

Era Pia Lilja.

– Johan, estoy casi segura de que se trata de un asesinato. Lo mejor será que vengas cuanto antes.

– ¿Por qué piensas eso?

– ¡Hombre, porque lo he visto! Estaba colgado de una soga atada a un gancho sujeto a la verja que hay por encima de la puerta, y la puerta de Dalmansporten es alta de verdad. La abertura propiamente dicha tiene por lo menos cinco metros de altura. Es imposible subirse allí arriba uno solo. Además, la policía ha desplegado un amplio cordón de seguridad. ¿Por qué iban a hacerlo si no hubiera indicios de criminalidad?

– Está bien -respondió agitado-. ¿Qué material tienes? ¿Has entrevistado a alguien?

– No; la poli no suelta prenda. No dice ni mu a nadie, por si te sirve de consuelo. Pero he sacado unas fotos muy buenas. Conseguí dar la vuelta por el otro lado antes de que pusieran el cordón, así que pude tomar excelentes ángulos del cuerpo antes de que lo bajaran. ¡Un espectáculo de lo más macabro! Creo que somos los únicos que las tenemos.

– Ya. Bien, parece que no hay que darle más vueltas al asunto. Voy para allá.

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