Cuando Johan llegó a la redacción de Noticias Regionales, se encontró a Max Grenfors, el redactor jefe, al borde de un ataque de nervios. Estaba sentado frente a la mesa del centro de la redacción con el pelo disparado en todas las direcciones, la camisa arrugada y la mirada extraviada. Con un auricular en cada oreja, el lápiz en la comisura de la boca y cuatro tazas de café a medio beber encima de la mesa, era evidente que estaba acelerado de verdad. La circunstancia de que la mitad de la plantilla de reporteros estuviera de baja en el momento en que se producía un suceso informativo importante, estaba lejos de ser una situación idónea para un redactor jefe. El descarado robo en Waldemarsudde dominaría toda la emisión. Se veía a la legua que estaba cerca de perder los nervios. En cualquier caso, se le iluminó el rostro abatido cuando vio aparecer a Johan.
– ¡Qué suerte que hayas venido! -gritó, aunque estaba ocupado en mantener dos conversaciones a la vez-. Tienes que salir inmediatamente. Emil está esperando.
Emil Jansson era un fotógrafo joven y curtido, que había trabajado sobre todo en zonas de conflicto como la Franja de Gaza e Irak. Saludó cordialmente a Johan y ambos se dirigieron a toda prisa al coche que estaba en el aparcamiento de la Televisión Sueca. Tardaron sólo cinco minutos en llegar a Waldemarsudde. El edificio de la Televisión Sueca estaba a tiro de piedra del puente de Djurgårdsbron.
La policía había acordonado todo el parque alrededor del palacio, la galería y la casa antigua y estaba registrando a fondo la zona. Johan logró encontrar a un policía dispuesto a dejar que lo entrevistaran. La conversación telefónica con el oficial de guardia durante el corto trayecto en coche no había aportado nada a lo que ya sabía el reportero.
La entrevista salió bien, con el palacio acordonado y los policías al fondo, rastreando los alrededores con los perros.
– ¿Qué ha ocurrido? -preguntó Johan.
La pregunta más sencilla era a menudo la más efectiva.
– Esta noche, a las 2.10 de la madrugada, saltó la alarma del museo. Se ha comprobado que han robado un cuadro -manifestó el policía con autoridad-. Se trata de una obra que el museo tenía a préstamo temporal; en concreto. El dandi moribundo, del pintor Nils Dardel.
– ¿Cómo han entrado los ladrones en el museo?
– Bueno, o el ladrón, aún no lo sabemos -corrigió el agente-. Pero parece evidente que resulta difícil que uno solo haga algo así. Debieron de ser al menos dos.
Johan se volvió para mirar el edificio del museo. Emil lo grababa todo. Por un momento casi dio la impresión de que el policía no era consciente de que estaban filmando la entrevista. Actuaba con una naturalidad inusual y parecía preocupado de veras por cómo había sucedido todo. Además, a Johan le dio la sensación de que le interesaban realmente las obras de arte.
– ¿Cómo han entrado?
– A través del conducto de ventilación por la parte posterior de la casa, según parece -contestó su interlocutor, e hizo una señal hacia atrás con la cabeza.
– ¿No hay alarma?
– Sí, claro, pero la dejaron sonar, hicieron lo que venían a hacer y se largaron.
– ¡Qué sangre fría!
– Ya lo creo, pero como el museo está un poco alejado, pasó un tiempo antes de que llegaran la policía y los vigilantes de seguridad.
– ¿Cuánto tardaron?
– Se comenta que diez minutos. Podría decirse que es un poco excesivo. En ese lapso de tiempo, el ladrón puede hacer aquello a lo que ha venido y largarse. Que es exactamente lo que ha pasado aquí.
A Johan le ardían las mejillas. Era muy raro que un policía criticara a su propio Cuerpo.
– ¿Cuánto tiempo sería razonable, en su opinión?
– En cinco minutos, la policía debería poder estar aquí, me parece a mí. Si salta la alarma, está claro que es urgente.
A Johan le sorprendió la sinceridad del policía. Tenía que ser un novato, pensó observando al joven agente. No tendría más de veinticinco años y hablaba con marcado acento de Värmland.
«Le van a dar un buen tirón de orejas, se dijo, pero déjalo. Mejor para nosotros que sea tan incauto».
Él solía ser prudente con la gente normal y corriente, pero no con un policía.
– ¿Cómo lo han hecho? -preguntó-. Si no recuerdo mal, ese cuadro es bastante grande.
Johan conocía muy bien la obra de Dardel. La había visto bastantes veces, cuando su madre, en sus múltiples esfuerzos por conseguir que se interesara más por la cultura, lo llevaba al Museo de Arte Moderno.
– El ladrón, o los ladrones, han cortado la tela.
– ¿No falta nada más?
– Por lo que parece, no.
– ¿No es raro que los ladrones no hayan robado nada más? Habrá muchas cosas valiosas ahí dentro…
– Sí, podría pensarse eso, pero está claro que sólo querían llevarse ese cuadro.
– ¿Piensa la policía que se trata de un robo por encargo?
– Todo indica que es así, indudablemente.
El joven inspector de policía comenzó a mostrarse inquieto, como si empezara a darse cuenta de que estaba hablando demasiado. Entonces apareció un policía uniformado de más edad y apartó con brusquedad a su colega de delante de la cámara.
– ¿Qué pasa aquí? La policía no concede entrevistas en estos momentos. Tendréis que esperar a la conferencia de prensa de esta tarde.
Johan lo reconoció; era el recién nombrado portavoz de prensa de la Policía Provincial.
El joven inspector parecía aterrado, y desapareció a toda prisa con su colega.
Johan lanzó una mirada a Emil, quien había dejado que la cámara continuara funcionando.
– ¿Lo has grabado todo?