Capítulo 45

El vacío que seguía siempre a una noche de aquellas le impulsó a salir de casa. Erik había estado en casa un par de horas recuperándose, pero por la tarde dejó el apartamento y subió al autobús que iba al Museo de Waldemarsudde en la isla de Djurgården.

Se apeó en la parada que había junto a la orilla y subió caminando el último trecho hacia la que había sido la residencia del príncipe Eugenio de Suecia durante la primera mitad del siglo XX. Eugenio, el príncipe pintor, que nunca llegó a ceñir la corona pero fue un excelente artista y, sobre todo, un buen paisajista. El príncipe reunió durante toda su vida una amplia colección de pintura, que a su muerte en 1947 donó al Estado, junto con su hermosa casa.

El luminoso edificio con revoque amarillo, en lo alto de la colina, parecía surgir de las rocas. Se levantaba a la orilla del agua en el promontorio que se adentraba en el mar Báltico, y por este lado se prolongaba hasta Estocolmo. Al edificio principal, donde vivió el príncipe, lo llamaban palacio, pero recordaba más bien a una pequeña mansión campestre.

En aquellos momentos precisamente exponían una colección de obras de arte suecas de principios del siglo XX.

Entró y pagó la entrada. No se molestó en acceder a la hermosa galería, sino que se encaminó hacia la escalera que conducía a lo que fue la casa del príncipe, el palacio propiamente dicho.

También allí se exponían obras de arte, y en uno de sus salones era donde estaba colgado el cuadro.

Lo vio desde lejos. La gran pintura al óleo ocupaba una pared entera. La atmósfera del cuadro, los colores, los movimientos suaves y ondulados, el drama y la coquetería. Se sentó con recogimiento en el banco colocado delante de la obra maestra de Nils Dardel, El dandi moribundo.

La composición era fascinante, y apenas reparó en la presencia de otros visitantes. En su interior se agitaban sentimientos contrapuestos.

Se sentía muy cercano a Dardel, como si existiera entre ellos una unión secreta, un contacto más allá del tiempo y del espacio. El hecho de que no se hubieran visto nunca carecía de importancia. Comprendía que eran dos almas gemelas; lo supo desde la primera vez que vio El dandi moribundo en una fiesta de graduación en casa de un conocido de la familia hacía muchos años.

Tenía entonces diecisiete años, y era un tímido aficionado al arte. El cuadro le habló directamente. El pálido y hermoso dandi era la figura central de la composición y la que primero atraía la mirada del observador. El misterio y la reserva que se desprendían del dandi simbolizaban al propio Dardel. ¡Qué joven era!, pensó Erik allí sentado. ¡Qué fragilidad tan atractiva! Tenía los ojos cerrados, pestañas negras y tupidas y pálidas mejillas. El cuerpo delgado aparecía semitumbado en el suelo con las piernas separadas, casi erótico en medio de la tragedia. Una mano del personaje estaba sobre el corazón, como si le doliese y, a juzgar por la palidez, parecía que las fuerzas de la vida ya lo habían abandonado.

A Erik le fascinaba su aspecto: el delicado rostro, la elegante vestimenta, la mano posada con afectación en el suelo y los dedos largos y delgados que sujetaban el mango de un espejo. ¿Qué significaba? ¿Fue la imagen de sí mismo reflejada en el espejo lo que abandonó al morir? ¿No pudo con su existencia, el alcoholismo y la homosexualidad? ¿Quiso huir de su vida decadente, como quería Erik, pero no se atrevía?

Su mirada pasó a las tres mujeres solícitas que rodeaban al dandi. Sus formas suaves, su delicadeza… Una de ellas se disponía a cubrir con una manta la delicada y elegante figura, y parecía como si estuviese a punto de tender un manto sobre un refinado instrumento que había dejado de sonar.

También aparecía un hombre en el cuadro. De pie al fondo, algo apartado del reducido grupo, el joven parecía transido de tristeza y apretaba un pañuelo contra el ojo como si fuese un monóculo. Había algo teatral en él, con sus ojos oscuros y los labios rojos. También vestía como un dandi, con colores atrevidos: chaqueta de color lila, camisa anaranjada y corbata verdosa. Erik estaba convencido de que el joven que aparecía apartado representaba a Rolf de Maré, el amante que mayor importancia tuvo en la vida de Dardel, quien tuvo varias relaciones homosexuales, aunque frecuentaba a mujeres al mismo tiempo.

Erik volvió a buscar la mano posada sobre el corazón. ¿Era el dolor estrictamente físico, acababa de sufrir un ataque al corazón? Al parecer, Dardel padecía una afección cardiaca como consecuencia de una escarlatina grave sufrida en la infancia, pero ¿era todo tan sencillo? Quizá se tratara de un amor roto. ¿Quiso el pintor reflejar que estaba a punto de abandonar a Rolf de Maré y su vertiente homosexual para contraer matrimonio con una mujer? Cuando Dardel pintó esa obra en el verano de 1918, estaba prometido en secreto con Nita Wallenberg, la hija del ministro. ¿Era esa la razón de que estuviera apenado el hombre del fondo?


El cuadro tenía múltiples interpretaciones. Lo conmovía en lo más profundo y trágico de su propia vida. Si al menos se hubieran conocido, se dijo en medio de la desesperación, si hubiesen vivido en la misma época… Cuánto lo habría amado. Cuántas veces se había preguntado qué tenía Dardel en la cabeza cuando pintó el cuadro.

Quizá pueda verme ahora, se dijo y miró inconscientemente al techo. Volvió la vista al cuadro.

La forma de agruparse las tres mujeres alrededor del dandi moribundo le recordaba a El llanto sobre el Cristo muerto, de Durero, con el dandi como Cristo. Pensó que la mujer que lo iba a cubrir con una manta parecía un ángel, con las hojas verdes de la palmera que tenía detrás a modo de alas. Otra de las mujeres quizá fuera María, con la clásica vestimenta de la Virgen de color azul, y la joven que sujetaba la almohada debajo de la cabeza podía representar, por sus colores, cabello rojo e indumentaria roja y lila, a María Magdalena. El joven que se veía al fondo tenía los rasgos de Juan, el discípulo bienamado de Jesús. Sí, ¿por qué no?

Simbolizara lo que simbolizase, era indudable que allí se representaba una tragedia. Podía guardar relación con la guerra. Cuando Dardel pintó el cuadro, la Primera Guerra Mundial causaba estragos. Suecia se mantuvo neutral, pero Finlandia acababa de entrar en el conflicto y la guerra, con todo lo que conlleva, estaba cada vez más cerca de Suecia. Ni siquiera en los elegantes salones en que se movía Nils Dardel era posible seguir cerrando los ojos a los horrores a que se veían sometidas muchas personas a su alrededor. Tal vez quiso representar los cambios que experimentó la sociedad en aquel tiempo. Que las fiestas y el alborozo de que disfrutaban él y sus amigos en elegantes salones empezaban a ser absurdos. Que el dandi apartado del mundo debía ser consciente de lo que sucedía alrededor.

Erik creía que Dardel era un idealista, pero también un ser complejo y con numerosas capas y, en muchos aspectos, una persona desdichada, ansiosa de huir de sí misma. Lo hacía a través de la bebida, pero también por medio del arte.

Exactamente igual que él.

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