Capítulo 66

Knutas no pudo esperar y después del almuerzo se marchó directamente a Muramaris. Había llamado a la dueña después de la reunión matinal. Le explicó por encima la razón por la que quería ver el lugar, pero sin entrar en detalles. Tampoco fue necesario. Ella había leído la prensa y comprendió perfectamente el motivo de su visita.

Cuando giró para bajar hasta Muramaris pensó que era sorprendente que nunca hubiera estado allí. La carretera descendía serpenteando hacia el mar, bordeada por ambos lados de pinos bajos y bosques de abetos. Al doblar una curva, vio ante él la casa con todas sus instalaciones. Estaba en una llanura rodeada de bosque y con el mar al fondo bajo las escarpadas rocas. El edificio principal, grande y de color arena, parecía una villa mediterránea, con sus grandes ventanales con parteluces. La casa estaba rodeada por un muro, tras el cual se extendía el jardín, meticulosamente organizado con setos y arbustos bajos bien podados, cuajados ahora de nieve. Esparcidas por todas partes había esculturas, que conferían al solitario lugar un aspecto fantasmal. En una de las esquinas se alzaba un edificio más pequeño del mismo estilo, que parecía una galería o el taller de un artista. Al fondo de la planicie se veía un grupo de casitas de madera.

Aparcó junto al edificio principal. Se apeó y echó una mirada a su alrededor. No veía a la dueña. Consultó su reloj y advirtió que era aún algo pronto. Aspiró el aire fresco. ¡Qué lugar más curioso! El edificio parecía abandonado, como una belleza en decadencia. Se notaba que había estado abandonado muchos años. Las esculturas estaban allí como el recuerdo de un tiempo desaparecido. Así que en aquel lugar florecieron un tiempo el arte y el amor… Claro que de eso hacía ya mucho.

La dueña vino caminando hacia él por el sendero de grava desde las casas de madera. Era una mujer elegante, de unos cincuenta años, con el cabello rubio recogido en un moño en la nuca. Salvo los labios pintados de color rojo vivo, no llevaba ningún tipo de maquillaje. Pese a que eran más o menos de la misma edad, Knutas no conocía a Anita Thorén. Habían ido a distintas escuelas y aunque coincidieron en el instituto, no se movieron en los mismos grupos.

Parecía una mujer amable, aunque cuando lo saludó se mantuvo a la expectativa.

– Bueno, en realidad no sé muy bien lo que hago aquí -le explicó él-. Pero me gustaría ver la escultura original de la copia que se encontró en Waldemarsudde.

– Sí, claro.

Dieron la vuelta a la esquina y allí estaba, pegada a la pared.

– Se llama Añoranza y no me diga que no se le nota en la cara, ¿verdad?

– ¿Es una mujer? Resulta difícil verlo.

– Sí, sin duda tiene un aspecto un tanto ambiguo. Y eso encaja muy bien con Dardel, lo andrógino, vagamente indefinido…

Parecía como si Anita Thorén observara la escultura por primera vez. Una entusiasta de verdad, pensó Knutas. Lo indicaba el mero hecho de hacerse cargo de un lugar así, que con toda seguridad exigiría muchísima dedicación. Admiraba a las personas que sentían pasión por algo.

– Anna Petrus, la autora de la escultura fue contemporánea de Dardel y una buena amiga de Ellen Roosval.

– Sí, he oído que pasaba mucho tiempo aquí y que incluso fue él quien diseñó el jardín -dijo Knutas dándoselas de entendido.

– Sí, y no sólo eso -corroboró Anita-. Ese ladrón de arte sabía lo que hacía cuando colocó una escultura de Muramaris ante el marco vacío. Porque fue aquí donde Dardel pintó El dandi moribundo.

Knutas enarcó las cejas. Aquello era nuevo.

– ¿Ah, sí?

– Al menos, eso dice la gente. Ven, que te lo enseño.

Cruzó una chirriante verja de madera. El policía la siguió. Sin duda, la casa, en su momento, habría sido elegante y suntuosa, pero ahora se veía vieja y deteriorada. Las paredes estaban agrietadas por varios sitios, la pintura se había desconchado y las ventanas necesitaban una reparación urgente.

Entraron por la puerta de servicio y accedieron a una vieja cocina.

– Aquí fue donde se pintó El dandi moribundo, el mismo verano en que Dardel diseñó y dispuso el jardín. Por aquí anduvo dirigiendo y dando órdenes a los jardineros acerca de cómo lo quería. Todo ello aparece descrito en cartas y documentos de aquella época. Al mismo tiempo estaba trabajando en El dandi moribundo. Primero lo pintó con acuarelas en otros colores y con tres hombres alrededor del dandi, que en aquella versión llevaba un abanico en la mano. El primer cuadro tenía una impronta homosexual mucho más acentuada.

Knutas escuchaba cortésmente. No sentía un interés especial por la historia del arte.

Pasaron a una sala presidida en el centro por una magnífica chimenea realizada en arenisca de Gotland.

– Ellen, como se sabe, era música y pintora, pero, ante todo, era escultora -le contó AnitaThorén-. Estudió, entre otros, con Carl Milles. Ella esculpió esta enorme chimenea. Tiene casi tres metros de altura, y toda la casa se construyó alrededor de ella. Los relieves simbolizan los cuatro elementos: aire, tierra, agua y fuego. Otros representan el amor, el sufrimiento y el trabajo. Esa figura de ahí es la diosa del amor -comentó señalando uno de los bellos relieves esculpidos en la chimenea-. En su cara se reflejan los últimos rayos de sol del 21 de junio, el día del solsticio de verano, la noche más corta del año; bueno, en realidad ni siquiera llega a hacerse de noche.

Recorrieron la sala de música, la biblioteca y el piso superior donde se hallaban los dormitorios, mientras Anita Thorén le iba contando la historia de la casa. Fuera estaban el taller de Ellen y la vivienda, bastante amplia, donde vivía el hombre que se ocupaba del jardín.

– Él es el único que vive aquí en invierno -explicó Anita-. Mi marido y yo vivimos en la ciudad y venimos por aquí de vez en cuando a dar una vuelta.

– ¿Y para qué se usan esas casas de allá? -preguntó Knutas señalando la hilera de casitas de madera, todas idénticas, que se alzaban en la linde del bosque-. Parecen de nueva construcción.

– Las alquilamos en verano. Acompáñame.

Lo guio hasta las casas del final de la llanura de Muramaris, justo en el borde del bosque. Abrió la puerta de una de ellas y se la mostró. Eran sencillas, pero disponían de todas las comodidades. Por debajo de la explanada, justo donde ellos se encontraban, arrancaban unas escaleras que descendían hasta la playa.

Algo apartada, vio una casa de madera pintada de rojo que parecía antigua.

– Esa es la casa de Rolf de Maré -aclaró Amta Thorén-. La mandó construir Ellen para que su hijo pudiera pasar aquí los veranos y gozar de tranquilidad.

Entraron. Una sencilla cocina con hornilla de leña, un amplio dormitorio con dos camas y un servicio pequeño con ducha componían la casa. No había más.

– Entonces, así es como vivía -murmuró Knutas deslizando la mirada por las paredes cubiertas con papel pintado de colores claros con motivos florales-. ¿Y Dardel también estuvo aquí?

– Sí, claro, hubo unos años en los que pasaba mucho tiempo aquí. Como es sabido, vivían su homosexualidad de la manera más abierta posible en aquella época. Rolf de Maré era asimismo el mecenas del pintor, lo ayudaba económicamente y fue un gran apoyo psicológico para él. La vida de Dardel no fue precisamente sencilla. Incluso cuando no se veían, mantenían el contacto por carta. Además, pasaron mucho tiempo juntos en París. Rolf de Maré fundó la compañía vanguardista de Ballet Sueco de París, y Dardel pintó los decorados y diseñó el vestuario de varias representaciones. También viajaron mucho juntos; recorrieron África, Sudamérica y toda Europa. Rolf fue la persona más cercana a Dardel, con excepción quizá de Thora, con quien más tarde se casó, y, por supuesto, Ingrid, su hija.

Mientras escuchaba el relato de Anita Thorén, una idea empezó a germinar raíces en su subconsciente. Allí, en aquella casa húmeda y fría de techos bajos, desde donde podía intuir la presencia del mar, sintió que se encontraba justo en el centro en torno al cual giraba aquel caso.

– ¿Esta casa también se alquila? -preguntó.

– Sí. Pero sólo durante el verano. En invierno el agua está cerrada. Y, por otra parte, entonces no tenemos demandas. Salvo en algún caso especial.

Knutas prestó atención.

– ¿Qué casos excepcionales?

– Bueno, alguna vez hemos hecho una excepción. Por ejemplo, no hace mucho estuvo aquí un investigador que quería alquilarla para trabajar en un proyecto.

Él sintió que tenía la boca seca.

– ¿Cuándo fue eso?

– Hace unas semanas; tengo que ver mi agenda para decírtelo con exactitud. Creo que lo tengo aquí anotado.

La mujer abrió el bolso y sacó una pequeña agenda. Knutas contuvo la respiración mientras ella buscaba en sus notas.

– Vamos a ver… Sí, aquí está: la alquiló desde el 16 hasta el 23 de febrero.

Knutas cerró los ojos y volvió a abrirlos de nuevo. Egon Wallin fue asesinado el 23 de febrero. Las fechas coincidían.

– ¿Quién la alquiló? ¿Cómo se llamaba?

– Alexander Ek. Era de Estocolmo.

– ¿Cuántos años tenía y qué aspecto?

Anita Thorén lo miró sorprendida.

– Era joven, unos veinticinco años, quizá. Alto y fuerte, no era un hombre con sobrepeso, pero sí muy musculoso. Como un culturista.

– ¿Le pediste el carné de identidad?

– No, no me pareció necesario. Además, era muy simpático. Tuve la impresión de que ya había estado aquí antes, pero cuando se lo pregunté me dijo que no.

Aquello le bastó. Echó un vistazo rápido a la casa y asió a Anita del brazo y prácticamente la empujó para salir de allí.

– Luego seguiremos hablando de ello. Ahora hay que cerrar la casa para que vengan a hacer un registro técnico. Nadie puede poner un pie aquí hasta que no finalice el registro.

– ¿Qué? ¿Qué quieres decir?

– Espera.

Telefoneó al fiscal Smittenberg y le solicitó permiso para efectuar el registro de la casa, después llamo a Karin y le pidió que diera las órdenes necesarias para poner en marcha el cordón policial y para que enviase patrullas con perros policía.

– ¿Qué ocurre?

La dueña lo miraba inquieta cuando Knutas dejó de hablar por teléfono.

– Las fechas en que la casa fue alquilada coinciden con la del asesinato del galerista Egon Wallin. El robo de El dandi moribundo puede que esté relacionado con el asesinato. Y es posible que vuestro huésped investigador esté involucrado.

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