Capítulo 38

Después del interrogatorio, Karin y Knutas fueron a la pizzeria de la esquina para tomar un almuerzo tardio. Eran los únicos clientes. Ya eran más de las dos y Knutas estaba a punto de desfallecer de hambre. Pidieron una caprichosa cada uno en la barra y después se sentaron en una mesa al lado de la ventana y con vistas a la calle. El sol había desaparecido, el cielo estaba encapotado y al otro lado de la ventana caía aguanieve.

– No me gusta nada haber dejado irse a esos dos tipos -manifestó Karin meneando la cabeza-. Hay demasiadas cosas que no encajan.

– Sí, es verdad -asintió Knutas-. Pero no podemos hacer nada. Sería muy difícil conseguir una orden de detención.

Karin bebió un sorbo de su cerveza sin alcohol.

– Este caso se está volviendo cada vez más complicado. Primero el asesinato de Egon Wallin, su marcha planeada en secreto, los cuadros robados y el amante de su mujer. ¡Menudo lío!

Les sirvieron las pizzas y comieron en silencio. Knutas lo hizo tan deprisa que tuvo hipo. Pidió una botella de agua de Ramlösa que se bebió inmediatamente para acabar con aquel incordio.

– Aquí hay dos puntos de contacto -apuntó-. La pintura y Estocolmo. Wallin estaba a punto de irse a vivir a la capital y, al parecer, Kalvalis tiene allí ciertos contactos. ¿Hay algo más?

– El secretismo -contestó Karin-. Tanto Wallin como su mujer tenían secretos el uno para con el otro. Wallin consiguió incluso vender la galería, comprarse un piso en Estocolmo y dejar prácticamente todos los papeles del divorcio preparados sin que su mujer, la pobre, se enterara de ello.

– ¿Y Mattis Kalvalis? -musitó Knutas pensativo-. ¿Qué secretos tiene ése?

Apartó el plato y miró inquisitivo a Karin. A propósito de secretos, pensó, ¿y tú?

– ¿Y en cuanto a ti? -le preguntó.

– ¿Quién? ¿Yo?

Karin parecía molesta.

– Sí.

– Bah, pero si estoy bien.

– Mientes muy mal.

– Bueno, déjalo -rogó con una sonrisa.

Knutas la miró muy serio a los ojos.

– ¿Acaso no nos conocemos desde hace lo bastante como para que puedas contármelo?

Karin se sonrojó.

– Por favor, Anders, que no me pasa nada. En la vida hay altibajos, sencillamente, ya lo sabes.

– ¿Tienes novio?

Ella se estremeció. Knutas se quedó impresionado ante su propia osadía. Había sido capaz de preguntárselo.

– No, no lo tengo -contestó en voz baja.

Karin se quedó mirando su vaso de cerveza, ahora mediado, y comenzó a darle vueltas despacio entre las manos.

– Perdón -se disculpó-. No quería ser importuno. Es sólo que me parece que hay algo que te agobia. ¿Es así?

Ella suspiró.

– Está bien, tengo ciertos problemas personales, pero no es nada que me apetezca comentar aquí.

– Entonces, ¿cuándo? -le preguntó enfadado.

Su mal humor se avivó de repente, y remachó:

– ¿Cuándo tendrás ganas de contármelo? ¿Y cuándo piensas, si es que lo has pensado, contarme algo alguna vez? Hemos trabajado juntos durante quince años, Karin. Si tienes algún problema, quiero ayudarte. ¡Tienes que darme la posibilidad de hacer algo!

Karin se irguió en su asiento y lo miró enfadada.

– ¿Ayudarme? -le espetó-. ¿Cómo demonios vas a poder ayudarme tú precisamente?

Sin esperar su respuesta, se levantó de la mesa y desapareció por la puerta del restaurante.

Knutas se quedó allí mirando cómo se marchaba enojada. No comprendía absolutamente nada.

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