Capítulo 35

A los medios de comunicación no les sorprendió que la policía hubiese acordonado la casa de los Wallin y la estuviera registrando. Los vecinos habían visto que sacaban cuadros del trastero, y el rumor de que eran robados no tardó en extenderse.

– Lo presentía -exclamó Pia impaciente en el coche, de camino a la calle Snäckgärdsvägen-. Sabía que había algo raro con Egon Wallin.

Cuando llegaron, en la zona de los chalés adosados reinaba una actividad febril. El área estaba acordonada y había varios coches policiales aparcados a la puerta de los Wallin. Algunos vecinos seguían sin el menor disimulo el trabajo de la policía. Johan vislumbró a Monika Wallin a través de la ventana de la cocina. Sintió pena por ella.

Se acercó a uno de los agentes que estaban de vigilancia.

– ¿Qué ocurre, agente?

– No puedo responder a esa pregunta. Tendrás que hablar con el portavoz de prensa o con el responsable de la investigación, Anders Knutas.

– ¿Se encuentra aquí alguno de ellos?

– No.

– Al menos podrás decirme por qué habéis acordonado el área, ¿no?

– En la casa se han encontrado objetos de interés para la policía, no puedo decirte más.

– ¿Se trata de cuadros robados?

El agente permaneció impasible.

– Tampoco puedo responder a esa pregunta.

Johan y Pia intentaron hablar con algunos vecinos, quienes sólo pudieron contarles que no tenían ni idea de que los Wallin guardaran en casa cuadros robados. Sin embargo, los remitieron a la chismosa del barrio, que vivía en la última casa de la hilera de chalés. Si alguien sabía algo más, tenía que ser ella.

La señora, que aparentaba por lo menos ochenta años, abrió la puerta antes de que les hubiera dado tiempo a llamar. Era alta y delgada, con el cabello plateado recogido en un moño. Llevaba un vestido elegante. Iba arreglada como si fuera a salir.

– ¿Qué queréis? -les preguntó con desconfianza-. ¿Sois de la policía? Ya he contado todo lo que sé.

Al parecer, el hecho de que Pia llevara una cámara de televisión no le dio ninguna pista a la señora.

Se presentaron.

– ¿Sois de la televisión? ¡No me digas! -Se río azorada y se retocó automáticamente el cabello-. Ingrid Hasselblad -se presentó tendiéndoles un brazo escuálido.

Tenía las uñas pintadas de rojo y bien cuidadas. De pronto, abrió la puerta de par en par.

– Pasad, pasad, ¿puedo invitaros a un café?

– Sí, gracias.

Johan y Pia se miraron. Normalmente, el café presuponía que la entrevista se alargaría más de lo previsto, pero en aquella ocasión quizá valiera la pena.

Los condujo hasta la sala de estar. La vista era maravillosa; el mar estaba tan cerca, que parecía como si las olas pudieran salpicar la ventana.

– Disculpadme un momento.

La señora desapareció y cuando volvió con la bandeja del café Johan advirtió que se había retocado el carmín de los labios, además de ponerse demasiado colorete en las mejillas.

El café era flojo y las pastas estaban secas, pero tanto Pia como Johan le elogiaron lo buenos que estaban.

– ¿No hace daño eso? -preguntó Ingrid Hasselblad señalando la perla que Pia llevaba en la nariz.

– Ah, no, ni la siento -repuso Pia sonriente.

– Parece ser la moda de ahora. Es algo que nosotros los viejos no acabamos de entender. -Se retiró una miga de la falda-. Fui maniquí de joven. Pero de eso hace mucho tiempo, claro.

– Nos gustaría hacerle unas preguntas acerca de los Wallin -atajó Johan, pensando que ya estaba bien de chachara-. ¿Podemos grabar al mismo tiempo?

– Ah, sí, no hay ningún problema.

La anciana irguió la espalda y sonrió a la cámara como si creyese que se trataba de tomar fotografías de estudio.

– Entonces, vamos a hacer como si la cámara no existiera y estuviésemos usted y yo hablando solos -explicó Johan.

– De acuerdo.

Ingrid Hasselblad seguía sin parpadear en la misma posición de antes, con una sonrisa estereotipada en los labios pintados.

– Está bien, si se vuelve hacia mí -le instruyó Johan-, ensayaremos un poco primero antes de poner en marcha la cámara. Para ir entrando en situación…

Hizo una señal a Pia para que empezara a grabar.

– ¿Qué ha visto en casa de los Wallin?

– Esta mañana, cuando volvía de hacer la compra, al pasar por delante de su casa, vi cómo salían cuatro agentes de policía del trastero con unos cuadros.

– ¿Qué hicieron con esos cuadros?

– Los metieron en un furgón policial. Estaban cubiertos con telas, pero cuando iban a colocar uno de ellos, se cayó la tela y pude echar una ojeada a la pintura.

– ¿Sabe de qué obra se trataba?

– No estoy segura, pero diría que parecía un Zorn.

– ¿Puede describir cómo era?

– Representaba a dos mujeres rellenitas, con la piel blanca como en todas las obras de Zorn. Había hierba verde alrededor y estaban a la orilla de un lago o de un río. Agua había, eso desde luego.

– ¿Había observado con anterioridad algo raro en casa de la familia Wallin?

– Él ha metido y sacado cuadros otras veces, pero no me sorprendió. Son dueños de una galería, así que no es tan extraño que guarden pinturas en casa.

– ¿Ha visto alguna vez a Monika Wallin transportando cuadros?

– Noo… -Y luego añadió vacilante-: Creo que no, vaya.

– ¿Puede contarnos alguna otra cosa?

Ingrid se sonrojó por debajo del colorete.

– Sí, podría decirse que sí.

A Johan se le aguzaron los sentidos.

– ¿Qué?

– Que esa tal Monika es infiel. Con Rolf Sandén, el vecino de al lado -aclaró, mientras con la cabeza señalaba hacia la pared-. Llevan varios años liados y se veían durante el día, cuando Egon estaba en la galería.

– ¿Puede describirnos a Rolf Sandén? ¿Qué clase de persona es?

– Es viudo desde hace bastantes años. Su mujer era muy guapa y muy buena, pero, por desgracia, se mató en un accidente de tráfico. Sus hijos se fueron de casa hace mucho tiempo.

– ¿No trabaja de día?

– Cobra la jubilación anticipada. Trabajó en la construcción y se hizo polvo la espalda. Aunque todavía es joven, sólo tiene cincuenta años. El verano pasado los celebró con una gran fiesta. -Se inclinó hacia delante y dijo bajando la voz-: Apuesta mucho en las carreras de caballos, y he oído que es un jugador empedernido.

Johan escuchaba atentamente. Aquello se ponía cada vez más interesante.

– ¿Y eso quién lo dice?

– La gente habla. Es público y notorio que Rolf Sandén es un jugador impenitente. Todos lo saben.

Ingrid Hasselblad se revolvió molesta y se dirigió a Pia:

– ¿Vamos a empezar pronto o no? Porque, escúchame, joven, seguro que necesito retocarme los labios.

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