Capítulo 2

Lo despertó el viento huracanado. Vibraban los cristales de las ventanas y una rama golpeaba contra la pared de la casa. Se oía el estruendo del mar y la agitación de las copas de los árboles. El edredón se había caído al suelo y tenía frío. Los pocos radiadores que había no eran suficientes para calentar la casa. Aquella era una vivienda de verano y no solían alquilarla en invierno, pero él logró convencer a la dueña para que hiciera una excepción. Le dijo que estaba realizando un estudio sobre los problemas que afectaban al sector azucarero de la isla. El informe era para el ministerio de Agricultura, pero él no trabajaba en el ministerio, sino que se trataba de un encargo y por eso no podía pagarse una habitación en un hotel. La dueña no comprendió muy bien qué relación tenía una cosa con otra, pero renunció a hacer más preguntas. De hecho, el alquiler no suponía para ella ningún trabajo añadido, así que sólo tenía que entregarle las llaves.

Se levantó de la cama y se puso el jersey y los pantalones.

Tenía que salir, a pesar del mal tiempo, porque la casa disponía de cocina y baño, pero el agua estaba cortada.

El viento soplaba con tal fuerza que le costó trabajo abrir la puerta y cuando salió ésta se cerró con un portazo. Dobló la esquina de la casa y se colocó lo más cerca posible del muro trasero, que daba al bosque y estaba algo más resguardado. Se abrió la bragueta y dejó que el chorrillo mojara la pared.

Volvió a la cocina, se comió un par de plátanos y mezcló un complejo vitamínico, que se tomó de pie delante del fregadero. Desde que urdió el plan dos meses antes, tuvo la certeza, el convencimiento, de que no había ninguna otra salida. Estaba dominado por el odio, y adoptó una actitud mordaz y sus pensamientos se aguzaron. Había realizado todos los preparativos con decisión y constancia, comprobando minuciosamente cada paso. Lo preparó todo en secreto. El hecho de que nadie supiera nada de lo que estaba planeando, lo excitaba aún más. Tenía el control, una ventaja que le ayudaría a conseguir sus propósitos. Había analizado a fondo los detalles una y otra vez, hasta que no quedó un solo error, ni una trampa. Había llegado ineluctablemente la hora de actuar. Se trataba de un plan meticuloso y bien calculado, aunque su ejecución no estaba exenta de dificultades.

Se inclinó hacia delante y miró por la ventana. El único contratiempo era el maldito viento. La tormenta se lo ponía más difícil, y en el peor de los casos, incluso podía dar al traste con sus planes. Con todo, también suponía ciertas ventajas. Cuanto peor fuera el tiempo, menos gente habría en la calle y menor sería el riesgo de que lo descubrieran.

Le picaba la garganta. ¿Se habría resfriado? Se llevó una mano a la frente y ¡por todos los diablos! Tenía fiebre, sin la menor duda. ¡Maldita sea! Buscó una caja de Alvedon y se tomó un par de pastillas con agua de una garrafa que había sobre el fogón. El resfriado llegaba en el momento más inoportuno, justo cuando iba a necesitar toda la fuerza de sus músculos.

Ya tenía preparada la mochila con las herramientas. Comprobó por última vez que todo estaba allí. Cerró la cremallera y se colocó ante el espejo. Con mano experta, se pintó la cara, se colocó las lentillas y se fijó la peluca. También eso lo había practicado muchas veces, a fin de que el disfraz le quedara perfecto. Cuando estuvo listo, contempló un momento su transformación.

La cara que vería la próxima vez que se mirara al espejo sería la de un asesino. Se preguntaba si se le notaría.

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