Capítulo 76

Sverker Skoglund fue compañero de estudios de Egon Wallin. Habían coincidido en la misma clase desde la escuela primaria hasta el bachillerato. Después, sus caminos se separaron. Sverker se hizo a la mar y vivió en el extranjero muchos años. Cuando regresó a Gotland ya no había mucho en común entre uno y otro. Al mismo tiempo, algo especial había entre ellos, y eso hizo que mantuvieran cierto contacto. Las pocas veces que se encontraron a solas era como si se hubieran visto el día anterior.

A Sverker le conmocionó el brutal asesinato de Egon y, como a muchos otros, le horrorizó que su amigo de la infancia acabara sus días de forma tan violenta. No pudo asistir al entierro porque en esas fechas se encontraba trabajando en una plataforma petrolífera en el norte de Noruega y sólo le habrían dado permiso para desplazarse si se hubiera tratado del sepelio de un familiar cercano.

Acababa de volver a casa y lo primero que se propuso hacer fue visitar la tumba de Egon. El cementerio de Norra estaba desierto cuando llegó. Su coche estaba solo en el aparcamiento.

En el sendero que conducía hasta el camposanto propiamente dicho habían limpiado bien la nieve, y se veía que estaba muy pisado. Sverker comprendió que muchas personas habrían querido dar el último adiós a Egon. En aquella época del año no solía haber muchas visitas al cementerio.

Los restos de Egon Wallin reposaban en el panteón familiar, visible desde lejos. La familia era pudiente, y eso se notaba en el tamaño de la lápida. En lo alto destacaba una cruz enorme. Montones de coronas y ramos de flores aparecían ante el panteón y testimoniaban que el entierro había finalizado hacía poco. Tras la nevada de la noche anterior, casi todo estaba cubierto por un manto blanco, pero aquí y allá relucían las flores a través de la nieve, bajo la cual Sverker pudo apreciar el contorno de las grandes coronas.

Cuando enfiló el último tramo del sendero, el que conducía hasta la valla dispuesta alrededor del panteón, salió el sol. Se detuvo un momento y dejó que los rayos le calentaran la cara. Qué silencio. Qué paz.

Continuó con paso tranquilo, pensando en quién había sido Egon en realidad. A sus ojos aparecía como un hombre sencillo. En ningún momento notó, por su manera de actuar, que fuese una persona acaudalada. Nunca hablaba de ello ni daba a entender nada, salvo cuando comían juntos. Entonces insistía siempre en pagar. Pero, aunque dedujo que tenía una buena posición económica, era muy discreto. Seguía viviendo en un chalé adosado, aunque podría haber adquirido sin problemas una casa más grande y más lujosa. La verdad es que aquellos chalés adosados eran inusualmente bonitos y la situación, estupenda. Pero de todos modos…

Se preguntó con quién debió toparse su amigo de la infancia. Si se habría encontrado con un loco dispuesto a lanzarse sobre cualquiera. Si su asesinato fue una infortunada casualidad o había existido voluntad de asesinarlo.

Había llegado junto a la zona vallada donde estaba la lápida sepulcral. Delante de la tumba había varias hileras de coronas y al principio eso fue lo único que vio. Recorrió con la mirada las cintas de seda, las flores y las dedicatorias. De repente, observó algo en el suelo helado que hizo que se le erizase el vello. Debajo de la gran corona con la cinta blanca y rosa enviada por la Asociación de Artistas de Visby, sobresalía una mano entre la nieve. Era una mano masculina con los dedos engarfiados. Apartó la mirada milímetro a milímetro mientras contenía la respiración. Entonces lo vio: el hombre yacía boca abajo al lado de la lápida, con los brazos a lo largo del cuerpo. Estaba desnudo, salvo los calzoncillos, y cubierto parcialmente por la nieve. El cuerpo aparecía lleno de heridas y cardenales. Alrededor del cuello tenía una cuerda.

Sverker Skoglund obtuvo respuesta a sus preguntas antes de lo que se había figurado. Era evidente que en todo aquello había una manifiesta voluntad.

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