Capítulo 6

Aquella noche su esposa tardó en el aseo más de lo previsto, así que Egon Wallin estaba muy irritado cuando por fin pudo salir de casa. Como si hubiera intuido que su marido tenía otros planes, Monika se quedó leyendo más tiempo del habitual. Sin duda, varios capítulos.

Se había acercado repetidas veces a la puerta del dormitorio con todo el sigilo posible, sólo para comprobar que la lámpara seguía encendida, mientras el deseo le picaba por todo el cuerpo como un eccema. Por fin apagó la lámpara. Para asegurarse de que se había dormido, aguardó un cuarto de hora más. Antes de salir, entreabrió con cuidado la puerta y escuchó su respiración para cerciorarse de que estaba profundamente dormida.

Cuando salió a la calle, suspiró aliviado. Las expectativas le ardían en los labios y en la lengua. Echó a andar con paso rápido. La mayor parte de las ventanas estaban oscuras, pese a ser sábado y que no eran todavía las doce de la noche. No quería por nada del mundo encontrarse con algún vecino; allí se conocían todos. Adquirieron el chalé adosado nuevo cuando sus hijos eran pequeños. Su matrimonio funcionó razonablemente bien, y pasaron los años. Egon no le había sido nunca infiel a su esposa, a pesar de que viajaba mucho y conocía a muchas personas de todo tipo.

El año anterior había ido a Estocolmo en uno de sus habituales viajes de negocios. Un flechazo apasionado se adueñó de su ser y todo cambió de la noche a la mañana. Aquello le pilló totalmente desprevenido. De repente, la vida adquirió una nueva dimensión, un nuevo sentido.

Sus relaciones íntimas con Monika se habían vuelto casi insufribles. De todos modos, ella apenas reaccionó ante sus escasas iniciativas durante los últimos años. Luego, la actividad cesó por completo, lo cual supuso un gran alivio. Nunca hablaban del tema.

Pero ahora ardía de deseo. Tomó el camino más rápido, el que discurría por delante del hospital y por las colinas de Strandgärdet. Llegaría enseguida. Sacó el móvil para avisar de que iba de camino.

Cuando estaba a punto de marcar el número, tropezó y cayó al suelo. En la oscuridad, no había advertido la presencia de una raíz enorme que sobresalía ante él en el sendero. Se golpeó la cabeza contra una piedra y perdió el conocimiento por unos segundos. Cuando volvió en sí, notó que tenía sangre en la frente y que le bajaba por la mejilla. Consiguió sentarse con esfuerzo. La cabeza le daba vueltas. Permaneció un rato quieto en el suelo frío. Por suerte, llevaba pañuelos de papel en el bolsillo y pudo limpiarse la sangre. La frente y la mejilla derecha le dolían muchísimo.

– Maldita sea -masculló-. Precisamente ahora…

Se palpó con cuidado la herida con la punta de los dedos. Por fortuna, la herida no parecía grave, pero tenía un buen chichón encima de la ceja derecha.

Comenzó a caminar algo aturdido. La caída lo había sorprendido y desconcertado.

Al principio, el mareo lo obligó a andar despacio, pero no tardó en llegar a la muralla. Desde allí no quedaba mucho hasta el hotel.

Acababa de cruzar la pequeña abertura de la muralla conocida con el nombre de Kärleksporten, la Puerta del Amor, cuando de pronto, sintió la presencia de alguien muy cerca de él. Luego, algo le pasó rozando la oreja antes de que lo empujaran hacia atrás.

Egon Wallin no llegaría nunca a la cita concertada.

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