Capítulo 81

El programa de aquel fin de semana estaba apretado. El viernes, Johan tomó el primer vuelo de la mañana con destino a Estocolmo. Había quedado a las diez con Erik Mattson en Bukowskis. Almorzaría con su hermano menor y luego, por la tarde, pensaba entrevistarse con el director de informativos. Y además de todo eso, quería encontrar un hueco para pedirle un aumento de sueldo a Max Grenfors. Por la noche tenía una cena familiar en casa de su madre, en Rönninge, y el sábado por la mañana había quedado en verse con la persona que aspiraba a alquilar su piso. Para empezar, Johan había obtenido permiso del dueño para alquilarlo por un año. El futuro inquilino era un colega de la Televisión de Karlstad, que había apalabrado una sustitución por un período de un año en la sección de deportes de la SVT

El sábado por la tarde debía regresar a Visby porque Emma y él habían concertado una cita con el sacerdote a las cuatro. ¡Menudo fin de semana!, pensó una vez estuvo sentado en el avión, apretujado contra un hombre que a buen seguro pesaba más de ciento cincuenta kilos. No tenía fuerzas ni para intentar cambiarse se asiento.


Erik Mattson era tan elegante en persona como en la página de Internet. Tenía muy buen aspecto y un atractivo especial que a Johan le llevó a preguntarse si no sería gay.

Se sentaron en una sala de conferencias que estaba libre y el tasador le invitó a café y galletas italianas de almendra. El periodista decidió ir directamente al grano.

– Según tengo entendido, ha estado bastantes veces en Muramaris. ¿Por algo en concreto?

– Estuve allí por primera vez a los diecinueve años, con varios amigos que asistíamos a un curso de arte en la universidad. Decidimos ir de vacaciones a Gotland en bicicleta. Ya entonces me fascinaba la pintura de Dardel, y sabía que pasó algunos veranos en Muramaris. -Sonrió al recordarlo-. Recuerdo cómo íbamos allá abajo por la playa y fantaseábamos pensando que Dardel también había recorrido pausadamente aquel mismo camino casi un siglo antes. En su relación con Rolf de Maré, Ellen y Johnny, y con todos los artistas que iban a visitarlos. ¡Qué vida la suya! Llena de amor, arte y creatividad. Desenfadada en cierto modo y alejada de la realidad -desgranó con añoranza.

– ¿Y luego volvió?

– Sí -respondió, aún ausente-. Mi ex mujer Lydia y yo alquilamos la casa de Rolf de Maré con todos los niños, cuando estábamos aún casados. De eso hace ya muchos años. Pero fue una mala idea. No es un sitio práctico para ir con niños de corta edad. Las escaleras que bajan a la playa son muy empinadas y no hay mucho espacio para jugar. Además, la casa no es precisamente grande.

– ¿Ha regresado después?

– Sí, he estado allí en otras dos ocasiones.

– Si no le parece una indiscreción, ¿quién le acompañó entonces?

– Un amigo; Jakob se llamaba -respondió escueto el tasador, que de pronto parecía molesto-. ¿Por qué me pregunta todo esto?

– En realidad hay dos razones -mintió Johan-. En parte se trata, claro está, de obtener algo más de información relacionada con el asesinato de Gotland, pero hay algo más. Muramaris me parece tan interesante que me gustaría rodar un documental para la SVT.

– ¿Lo dice en serio? -De repente, Erik Mattson tenía otra energía en la voz-. Sería fantástico. Hay tanto que contar y es tan bonito por dentro… ¿Ha visto las maravillosas chimeneas de arenisca que esculpió Ellen?

Johan asintió con la cabeza. Observaba a Erik con mirada escrutadora.

– ¿Así que estuvo casado? ¿Cuántos hijos tiene?

– Tres. Pero ¿qué tiene que ver eso con el tema?

– Perdone, simple curiosidad. Ha dicho que estuvo en Muramaris con todos los niños, y entonces me he imaginado que eran una tropa.

– Qué gracia. -Erik Mattson sonrió. Parecía aliviado-. Tengo tres, ya le digo, pero no son niños. Son adultos, y cada uno vive su propia existencia.

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