Capítulo 10

Iban pasando los minutos. No era normal que el barco saliera con retraso y, precisamente, tenía que ocurrir justo esa mañana. Empezó a revolverse en la butaca del salón de la cubierta de proa. En el barco iban muy pocos pasajeros. Más adelante iba sentada una pareja de ancianos que ya había sacado la bolsa de comida que llevaban, el termo y unos bocadillos, y se los iban comiendo mientras resolvían crucigramas. En la fila de butacas que había detrás de él dormitaba un hombre de su edad cubierto con una cazadora.

Cuando el barco por fin zarpó, no pudo evitar lanzar un suspiro de alivio.

Por un momento, estuvo convencido de que la policía iba a entrar de pronto en el compartimento de pasajeros y lo iba a detener. Poco a poco se permitió relajarse. Dentro de tres horas y cuarto estaría en la Península. Tenía ganas de llegar allí.

En el comedor, se tomó un plato de pasta con pollo y ensalada y se bebió una cerveza. Después se sintió aún más animado. La operación había sido un éxito. Advirtió sorprendido que ni siquiera había sido difícil, al menos, desde el punto de vista emocional. Concentrado como un soldado en campaña, hizo lo que debía siguiendo escrupulosamente el plan. Se concentró en su tarea. Después lo invadió una paz y una satisfacción que hacía mucho tiempo que no experimentaba.

Cuando delante de él ya sólo se divisaba el mar abierto, se levantó de la butaca, cogió las dos bolsas de plástico y subió a la cubierta superior. Con el frío que hacía no había ningún pasajero fuera, y se trataba de actuar con rapidez antes de que apareciera alguien. Comprobó una vez más que no había nadie, alzó las dos bolsas y las lanzó por la borda.

Cuando desaparecieron abajo entre la espuma de las olas, cedió el último resquicio de opresión que aún sentía en el pecho.

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