Johan dejó caer la bolsa en el suelo de su apartamento con un suspiro prolongado. Pronto tendría una dirección fija, y la idea le fascinaba.
Max Grenfors le había llamado el domingo por la tarde, justo cuando Emma y él habían decidido comprar comida tailandesa para cenar y alquilar una buena película para la noche. Típico. Había disfrutado durante una semana de vivir con Emma y Elin antes de su obligado regreso a Estocolmo. De todos modos, era comprensible que lo llamaran a la redacción central. Por el momento no había ninguna información que facilitar acerca del asesinato, y la mitad de los reporteros de la redacción de Estocolmo tenía la gripe. Pia se había quedado en Gotland, pendiente de la situación.
Empezó por abrir las ventanas del apartamento, que olía a cerrado. Las plantas que tenía en sendas macetas estaban considerablemente mustias. Les proporcionó una buena dosis de agua y comprobó el correo. El montón de cartas que había en la alfombra de la entrada contenía en su mayoría facturas, además de unos cuantos folletos con propaganda y una tarjeta paradisíaca de su amigo Andreas, que estaba de vacaciones en Brasil.
Se hundió en el sofá y miró a su alrededor. Su apartamento de un solo dormitorio era un bajo y se hallaba en el barrio de Södermalm. No era grande ni nada del otro mundo, pero por su situación resultaría fácil de alquilar… siempre y cuando el propietario del edificio le diera permiso para hacerlo.
Contempló su viejo sofá de cuero, la mesa de roble que le había dado su madre y la estantería Billy de Ikea. No echaría de menos sus muebles. En cambio, su colección de discos tenía que llevársela consigo a Gotland, y el reproductor de CD era una necesidad. Como cabía esperar, tras la separación, Olle se había adueñado del equipo de música.
Entró en la cocina y se quedó un momento de pie apoyado en el marco de la puerta. Qué espartano resultaba todo en comparación con el hogar tan bien arreglado de Emma en el amplio chalé de Roma. Todo cuanto cabía en su cocina era una pequeña mesa junto a la ventana y dos sillas. Allí no había nada que quisiera llevarse, salvo la sandwichera tal vez, que en su vida de soltero usó hasta la saciedad. Aunque, bien mirado, sería agradable librarse de ella. El dormitorio tampoco era nada especial. La cama, cubierta por una colcha vieja y fea, carecía de cabecero. Advirtió que realmente no había movido un dedo para amueblar su casa. Llevaba viviendo en el apartamento más de diez años y se encontraba a gusto, pero era como si lo hubiese utilizado como un lugar de paso, no como un verdadero hogar.
Parecía francamente impersonal y poco acogedor. Vacío y sin vida. Así que sería agradable largarse de allí. Escuchó el contestador automático; su madre era quien más veces lo había llamado, parecía haberse olvidado de que estaba trabajando en Gotland.
También lo llamaron dos de sus tres hermanos. Los echaba de menos, y confiaba en que tendrían ocasión de verse ahora que se encontraba en Estocolmo.
Johan era el mayor, y era consciente de que, tras la muerte de su padre unos años antes, él había asumido el rol de padre. Por suerte, su madre encontró un nuevo amor; no vivían juntos y, al parecer, les iba de maravilla, algo de lo cual se alegraba. No sólo por su madre sino también por él mismo. Ella ya no lo necesitaba tanto como antes. Pensó en cómo iban a ser las cosas ahora que él y Emma habían decidido vivir juntos; ahora que se iban a casar. Él sería el primero de los hermanos en hacerlo. Era una decisión importante y formal, y no quería contar nada. Aún no.