Capítulo 19

Johan se despertó en la amplia cama de matrimonio en la casa de Roma. Alargó el brazo y acarició el suave hombro de Emma y un mechón de su cabello. Desde la cuna le llegaron unos sonidos guturales que lo hicieron saltar inmediatamente de la cama. El dormitorio estaba a oscuras y, cuando alzó a Elin para llevarla al cambiador, sintió el cuerpo blando y cálido de la niña contra el suyo.

Con un ligero toque encendió la caja de música y tarareó Be, ovejita negra, be. La pequeña se agarraba los piececitos y balbuceaba contenta. Johan hundió la cabeza en su barriguilla regordeta y le hizo pedorretas hasta que ella tuvo un acceso de hipo de tanto reírse. Se detuvo enseguida en mitad del movimiento y mantuvo el rostro pegado al cuerpecillo de la niña, muy quieto. Permaneció así unos segundos, sin hacer nada, y Elin se relajó y el hipo desapareció.

Por fin había tenido una hija, pero hacía dos semanas que no la veía. ¿Qué vida era esa? Elin crecía al lado de su madre y compartía el día a día con ella. Emma era quien le proporcionaba seguridad. Él era un personaje secundario, alguien que aparecía a veces como el muñeco de las cajas sorpresa y estaba allí unas horas, a veces un día o dos, para volver a desaparecer luego. ¿Qué relación era aquella? ¿Cómo habían llegado a ello?

Cuando estaba en Estocolmo, el trabajo le ocupaba todo el día y lo llevaba relativamente bien. La tristeza se apoderaba de él a la caída de la tarde, cuando volvía a casa. La verdad es que sólo habían transcurrido un par de meses desde que abandonó el hospital, así que no hacía tantas semanas que vivían separados.

Durante las vacaciones de Navidad habían pasado juntos casi todo el tiempo y fue maravilloso. Después, como siempre, se impuso la rutina diaria, y los días fueron pasando uno tras otro, sin verlos, y se convirtieron en semanas. Él se desplazaba a Gotland siempre que podía. Pero ahora sentía que su situación era insostenible.

Levantó a Elin, preparó el biberón en el microondas y se sentó a dárselo en el sofá del cuarto de estar. De pronto, su estado de ánimo se serenó. Sabía que no podía seguir viviendo así.

Emma apareció en el vano de la puerta con el cabello de color castaño claro alborotado; le había crecido. Antes le llegaba por los hombros, ahora le caía una buena melena por la espalda. Espesa y brillante. Sólo llevaba puestas las bragas y una camiseta azul clara de Johan y lo miraba adormilada. Incluso pálida y recién levantada, estaba guapa. Sus sentimientos hacia ella eran evidentes, sin más. Aunque ninguna otra cosa parecía sencilla entre ellos. Su relación se había complicado ya desde el principio. Pero ahora se encontraba allí, con su hija en brazos y la mujer a la que amaba; todo aquel desbarajuste tenía que acabar de una vez por todas. Le daba igual si encontraba o no trabajo de periodista en Gotland. Eso no era lo más importante. Estaba dispuesto a aceptar cualquier cosa, a trabajar en la caja del supermercado Hemköp o a lavar coches. Le importaba un bledo.

– ¿Ya te has levantado?

Emma bostezó y se dirigió hacia la cocina.

– Ven aquí -le dijo en voz baja.

Elin dormía en sus brazos con la boca abierta.

– ¿Qué quieres?

– Siéntate.

Emma parecía sorprendida, pero se sentó a su lado en el sofá y recogió las piernas. Johan se volvió hacia ella. En el cuarto no se oía ni una mosca, era como si la mujer presintiera que tenía algo importante que decirle.

– Esto no puede seguir así -dijo Johan tranquilo y sosegado, y en la mirada de Emma se reflejó cierta inquietud.

– ¿Qué?

Johan no respondió; se incorporó, entró a oscuras en el dormitorio y acostó con cuidado a Elin en la cuna. La niña siguió dormida. Cerró la puerta y volvió al cuarto de estar.

Emma, intranquila, lo siguió con la mirada. Johan se sentó en el sofá y le abarcó circunspecto la cara entre sus manos.

– Quiero trasladarme a vivir aquí -manifestó tranquilo-. Quiero vivir contigo y con Elin, vosotras sois mi familia. No puedo esperar más. Lo del trabajo y eso, ya se arreglará. Tienes que permitirme que os cuide, que pueda ejercer de padre de verdad y ser también como un segundo padre para Sara y Filip. Quiero ser tu marido. ¿Te quieres casar conmigo?

Emma lo miró sin saber qué decir. Pasaron unos segundos. Empezaron a rodarle las lágrimas por las mejillas. Aquella reacción no era precisamente la que él había esperado.

– Vamos, cariño.

Se inclinó hacia delante y la abrazó. Emma lloraba entre sus brazos.

– ¿Tan amenazadora es mi petición? -preguntó con una tímida sonrisa.

– Estoy tan cansada -gimió ella-. Tan harta…

Johan no sabía realmente qué decir y continuó con cierta torpeza acariciándole la espalda. De pronto, Emma empezó a besarlo en el cuello cada vez con más pasión. Se apartó la melena y buscó ávidamente su boca. Mantuvo en todo momento los ojos cerrados. El deseo prendió en él en cuestión de segundos y lo empujó a echarse impetuosamente sobre ella en el sofá. La besó ardientemente, casi mordiéndole los labios. Emma respondió jadeando y, con una sacudida violenta, le rodeó la espalda con sus piernas. Hicieron el amor en el sofá, contra la mesa, casi subidos a la ventana y, por fin, en el suelo. Luego, tumbado en el suelo y con la cabeza de Emma apoyada en el brazo, vio que tenía la parte baja de la mesa a sólo unos milímetros de su frente sudorosa. Sonrió y la besó en la mejilla.

– Supongo que puedo interpretar esto como un sí.

Загрузка...