Capítulo 44

El sábado, Johan se despertó temprano. Se quedó en la cama echado de lado y mirando la cara de Emma mientras pensaba cómo iban a casarse. Teniendo en cuenta lo turbulenta que había sido su relación hasta ahora, quería acceder al deseo de ella y casarse cuanto antes. No se atrevía a arriesgarse a que ocurriese algo que pudiera echar por tierra sus planes.

Quizá tuviera que renunciar a su sueño de casarse en la iglesia. Sería maravilloso, de todas formas.

Estaban a finales de febrero y deberían disponer al menos de dos meses si querían alcanzar a enviar las invitaciones a tiempo. Que asistieran la familia y los amigos era para él una condición indispensable. Se negaba a renunciar a ello. Pero ¿dónde podían celebrar la ceremonia sino en una iglesia? Nada más pensarlo se le ocurrió una idea: ¿por qué no en las ruinas del monasterio que había en Roma? Así podían celebrar la fiesta en casa. Quizá el espacio resultara algo reducido, pero la casa era amplia; si habilitaban los doscientos metros cuadrados, podía hacerse. Además, no hacía falta servir la comida en las mesas; quizá ni siquiera hacía falta comida. Podían invitar a tarta salada y champán, sencillamente. Tal vez una tarta de gambas primero y luego el café y el pastel nupcial… Nada de asignar a los invitados un puesto en las mesas y nada de discursos formales. Sólo alegría, fiesta y diversión.

Se entusiasmó tanto sólo de pensarlo que tuvo que levantarse en busca de papel y lápiz. Anotaría a quién quería invitar para ver si había alguna posibilidad de hacer la fiesta en casa. Si se querían casar al aire libre tal vez tuvieran que retrasar la boda algo más. En mayo o en junio, cuando hiciera más calor y todo estuviera verde y bonito. Harían un viaje de luna de miel, por supuesto. El canguro para los niños no era ningún problema. Lo mejor sería que Elin se quedara en casa y que su madre o los padres de Emma, que vivían en la isla de Fårö, se hicieran cargo de ella. Además, así podían aprovechar para estar también con Sara y con Filip.

A lo mejor podían ir a París, pensó soñador. No podía imaginarse una ciudad más romántica. En primavera o a principios de verano. Sería perfecto.

Estaba a punto de despertar a Emma, cuando cayó en la cuenta de que tendrían que prometerse ahora que él había pedido su mano. ¿Tendría que comprar los anillos de prometidos él o deberían hacerlo juntos? No sabía cómo se hacía eso. Habría que preguntárselo a alguien. Le pasó el dedo a Emma a lo largo de la espalda desnuda. Estaba seguro de que la amaba. Por eso, en realidad, no importaba cómo se casaran. Casarse era lo único importante.

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