Capítulo 87

La casa estaba situada en el cruce de dos callecitas, en una zona residencial paradisíaca, próxima al centro de Roma.

Eran las nueve y media de la mañana. Había aguardado a propósito a que pasara lo peor del ajetreo matinal, con toda la gente que acudía al trabajo, los niños que iban a la guardería o a la escuela, los que sacaban al perro a dar un paseo, o se encaminaba a buscar el periódico.

Ahora reinaba la calma y la calle estaba en silencio. Desde el lugar donde se encontraba podía ver a una mujer, que debía de ser Emma Winarve, moverse por las habitaciones de la planta baja de la casa. Alzó con cuidado los prismáticos. Se había colocado entre unos arbustos para no ser visto desde la hilera de chalés pulcramente arreglados.

Era guapa. Llevaba una bata larga de color rosado que parecía suave. Tenía el pelo rubio, ojos negros con las cejas bien perfiladas, pómulos altos y rasgos clásicos. Ya no una jovencita, por supuesto, pero bella, sin duda. Era alta y espigada. Se preguntó cuánta fuerza tendría.

La vio inclinarse y alzar en brazos a una niña. Al poco apareció en el piso superior, si bien sólo podía verla como una sombra que se movía de una habitación a otra. Le siguió los pasos a través de las frías lentes de los prismáticos; ahora se inclinaba, probablemente para acostar al bebé en la cuna. Permaneció un rato ocupada, haciendo algo. Luego, dejó caer la bata y él pudo contemplar un atisbo de su espalda desnuda antes de que desapareciera. Seguro que había entrado en la ducha. La ocasión era perfecta. Cruzó con rapidez la calle, abrió la verja y entró resuelto en el jardín, como si fuera la cosa más natural del mundo. Vio de lejos que la puerta de la calle no estaba cerrada con llave. Fantástico, pensó. Algo así sólo podía pasar en el campo.

Miró a ambos lados antes de abrir la puerta. Ni un alma. Ágil y sigiloso, se deslizó dentro y se encontró en una entrada desordenada, llena de ropa, zapatos y guantes, todo puro caos. Olía a café y a pan tostado. Por unos segundos, aquello despertó un sentimiento de confusión en lo más profundo de su ser. Se esforzó en recuperar el control sobre sí mismo. El objetivo, pensó. Ahora sólo importaba el objetivo. Miró en la cocina. Había una radio que cotorreaba con el volumen bajo, platos sucios en la encimera y la mesa estaba llena de migas. Continuó hasta el cuarto de estar, donde vio dos amplios sofás colocados uno frente al otro, una chimenea, un televisor, mantas, libros y periódicos, un cuenco de cerámica con fruta y un par de candelabros de cerámica cubiertos de cera. Apareció de nuevo aquella sensación, y la reprimió. Ya en la escalera que conducía al piso superior, oyó caer el agua de la ducha en el cuarto de baño. Ella estaba cantando. Se deslizó hasta la puerta, entreabierta. El cuarto de baño era amplio, tenía dos lavabos, uno al lado del otro, una taza en la pared de enfrente, un jacuzzi y una ducha al fondo, con una mampara transparente. El cuerpo de la mujer se vislumbraba como una silueta a través del cristal. Su voz alta y clara resonaba en aquel lugar cerrado. Otra vez aquella sensación… Le ardían los ojos. De pronto, se enfureció con ella, que estaba allí desnuda y bella, cantando despreocupada. No tenía ni idea de lo que sucedía a su alredor. De lo que le pasaba a él. ¡Maldita idiota! La rabia se apoderó de él y se le nubló la mirada. Se iba a enterar… Tensó la cuerda de piano entre los dedos. Cerró los ojos un segundo para concentrarse antes de lanzarse al ataque.

En ese momento, lo interrumpió un lloriqueo tras él, un lloriqueo que se fue transformando en llanto. La mujer no se enteraba de nada, seguía cantando bajo el agua.

De repente se volvió, salió del cuarto de baño y entró en la habitación de donde procedía el llanto. En la habitación en penumbra con el estor bajado había una cuna, y allí estaba la pequeña, que lloraba cada vez con más fuerza.

Rápido como el rayo, tomó en brazos a la pequeña envuelta en su edredón y se lanzó por las escaleras que conducían al piso inferior a la salida.

La mujer seguía cantando cuando cerró la puerta tras de sí.

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